SAN
ELREDO DE RIEVAL, SERMÓN 19
Introducción
Elredo de Rieval
nació en Hexham, Northumberland (Yorkshire) (1110). Recibió la primera
instrucción en el priorato de Durham[1], donde Eilaf, su padre,
sacerdote de Hexham, iba a morir como oblato. A la edad de catorce años fue
recibido en la corte del rey de Escocia, David I. Allí convivió con los
príncipes reales, recibió una cultura anglo-normanda y siguió estudiando los
clásicos latinos. Hacia los veinte años empezó a desempeñar un oficio
palaciego, el de dapifer regis o
senescal; por eso podía recordar a San Bernardo que procedía de las cocinas. En
aquellos años, Waldef, hijo del rey, abandona la corte y se une a los canónigos
regulares, aunque al final acabará siendo abad cisterciense en Melrose. Quizá
esta decisión aceleró en él el deseo de hacerse monje.
Elredo es un
representante de la denominada teología monástica, cultivada en los monasterios
medievales, y que con la aparición de Císter experimentó un nuevo impulso, con
autores como Bernardo de Claraval, Guillermo de Saint-Thierry, Guerrico de Igny
y el mismo Elredo, todos ellos contemporáneos del siglo XII. Esta teología
elaborada en los claustros cistercienses, a diferencia de la que se hacía en
las escuelas de las catedrales y en las universidades, más especulativa, no
separa la reflexión intelectual de la vida, el conocimiento del amor. Es una
teología encarnada en la propia existencia y en la experiencia que brota del
misterio de la fe, creído y vivido en la liturgia, y que se fundamenta en la
lectura pausada y saboreada de la Sagrada Escritura. El deseo de conocer y de amar
a Dios, que nos sale al encuentro a través de su Palabra, y que debemos acoger, meditar y practicar, fue el que
llevó a Elredo a profundizar los textos bíblicos en todas sus dimensiones.
Una de las
tareas más importantes de un abad es la de dar a sus hermanos, los monjes que
se le han confiado, la enseñanza espiritual de la Palabra de Dios, tarea que
los abades cistercienses cumplían cada día en el Capítulo (Sala Capitular donde
se reúnen diariamente para leer la
Regla ), y que nos ha valido un amplio repertorio de sermones
de los más insignes abades de la
Edad Media
La doctrina de
Elredo está injertada en el árbol de Claraval, y su enseñanza es fruto de una
experiencia personal, desarrollada en el campo bernardiano. Su modo de meditar la Escritura , de comentarla
y exponer sus textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, de recurrir
a su autoridad, se identifica en Elredo con la escuela del Doctor Melifluo, que sobresalía en el arte de extraer de la letra
del texto bíblico la miel pura y sabrosa del sentido respecto a la experiencia
de Dios, al gusto de Dios. Elredo es la figura señera de toda una generación
cisterciense que, siguiendo la estela de San Bernardo, contribuye a la
renovación de la ciencia sagrada.
Discípulo fiel y
a la vez independiente de San Bernardo, desarrolla ciertas intuiciones del
maestro, afirmando el equilibrio de su pensamiento. Dos actitudes
representativas resaltan aspectos singulares en toda la producción literaria
del Abad de Rieval, y ponen su acento propio en su aportación a la formación de
una tradición espiritual.
También es fácil
reconocer en sus escritos -particularmente en sus dos grandes obras, el Espejo de la caridad y La amistad espiritual- las líneas
maestras del pensamiento de San Bernardo, al que llama amantísimo padre y señor mío[2]. Tanta fue esta influencia
que ha podido afirmarse, a propósito del De
amicitia spirituali, que Bernardo sobrevivió en las obras de su mejor
discípulo[3].
Su doctrina
monástica es fuerte, sin paliativos. Que nadie se engañe: somos los profesionales de la cruz de Cristo[4]. Me dirijo a vosotros, hermanos míos, hijos míos, no solo adoradores de
la cruz de Cristo, sino también profesionales y amadores de su cruz...[5].
Elredo, no afirma la Asunción de María,
ciertamente la Asunción
de la Virgen María
con el rigor teológico de la definición dogmática que hizo Pío XII el año 1950,
sino que se limita prudentemente a dar su opinión: Aunque en este asunto con el cuerpo, como algunos creen, pero aunque no me atreva a afirmar esto
porque no tengo en qué basarme, solo con dudas me atrevería a afirmar que en
este día la bienaventurada Virgen…, subiría al cielo y recorrería toda aquella
ciudad celeste con la rapidez de su espíritu.
Hasta la renovación
litúrgica del Concilio Vaticano II, con la Constitución
Dogmática Sacrosanctum
Concilium, en la fiesta de la
Asunción se leía el pasaje de la visita de Jesús a Marta y
María. El hecho de que el texto de la Biblia Vulgata hablase de un “castillo”, dio
lugar a Elredo para elaborar su sermón basado en los elementos constitutivos de
un castillo: el foso, el muro y la torre que constituyen los elementos
defensivos de un castillo, refiriéndose a las virtudes de la humildad, la
castidad y la caridad.
Elredo aplica esta figura a
María, una plaza fuerte completamente especial, en la que se dan a la
perfección y simultáneamente la laboriosidad de Marta y la contemplación de
María.
Como ocurre en todos sus
sermones, Elredo deriva enseguida al sentido antropológico o moral, es decir,
la aplicación a los monjes. Igualmente ellos deben dedicarse a la vita actualis, las vigilias, el ayuno,
el trabajo, pero a la vez deben buscar tiempo para dedicarse exclusivamente a
la contemplación, a estar como María a los pies de Jesús, pues como el mismo
Señor ha dicho: “María ha escogido la mejor parte y no se le quitará”[6].
1. Sermón
19, en la Asunción
de Santa María
1. 1 Jesús
entró en casa de Marta y María
Entró
Jesús en un castillo[7] -nos dice Elredo-, y una mujer, de nombre Marta, que tenía una
hermana, que se llamaba María, lo acogió en su casa[8].
La alegría de María es grande por tener a tal huésped, al que agasaja, y en
cuya atención estaba muy ocupada. Pero aún más grande fue el contento de María,
al darse cuenta de la dignidad del huésped. Y al contrario que Marta, lo acogió
atendiendo a su sabiduría y se recreó en su dulzura. Y tan atenta estaba a las
palabras de Jesús, que no se preocupaba de lo que pasaba en la casa, de lo que Marta
decía y de sus muchas ocupaciones[9].
1. 2 Acoger a Jesús espiritualmente
San Elredo, nos
dice: ¿Quién de nosotros, si nuestro
Señor estuviese en este mundo, y quisiese venir a él, no se alegraría de modo
admirable e inefable? ¿Pues qué diremos, hermanos? ¿Porque no está físicamente,
por eso no podemos recibirlo físicamente, por eso no podemos esperar que venga?
Debemos preparar nuestras casas, y no dudar que Jesús vendrá a nosotros mejor
que si viniese físicamente. Es cierto que estas dos mujeres tuvieron la dicha
de recibirlo corporalmente, pero no nos debe caber la menor duda que fueron más
dichosas de recibirlo espiritualmente.
En aquel tiempo
muchos lo recibieron corporalmente, y comieron y bebieron con Él, pero como no
lo acogieron espiritualmente siguieron siendo unos desgraciados. Pues, ¿quién
más desgraciado que Judas? Él sirvió corporalmente al Señor. Y la
Virgen María , cuya gloriosa Asunción hoy
celebramos, aunque fue dichosa por recibir en su cuerpo al Hijo de Dios, lo fue
mucho más por acogerlo en su alma. Así nos lo dice San Lucas en su Evangelio: Dichoso el vientre que te llevó y los pechos
que te criaron. Y el Señor le contestó: Dichosos
más bien los que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen[10].
1. 3 Preparar un fortaleza espiritual
Hermanos, hemos de preparar,
un castillo espiritual para que pueda
venir a nosotros el Señor. Si María no hubiese preparado en sí esta morada
fortificada, Jesús no hubiese venido a morar ni en su cuerpo ni en su espíritu,
ni se leería hoy en esta solemnidad de María este Evangelio.
Debemos preparar este
castillo donde se hacen tres cosas para que sea fuerte: el foso, la muralla y
las torres. Primero el foso, después la muralla sobre el foso y por último la
torre, que es más fuerte y sobresale por encima de todo. La muralla y el foso
contribuyen a la vez a la defensa, ya que si no estuviese delante el foso, la
gente podría, por medio de algún ingenio, llegar a socavar la muralla, y si la
muralla no estuviese sobre el foso, podrían llegar hasta el foso y rellenarlo.
La torre, por su parte, lo defiende todo porque sobresale por encima de todo.
1. 4 El foso es la humildad
Ahora vayamos a nuestra alma
y veamos cómo deben realizarse espiritualmente todas estas cosas en cada uno de
nosotros. ¿Qué es el foso sino un hoyo? Ahondemos en nuestro corazón para
encontrar allí lo que hay en el fondo, quitemos la tierra que está en el fondo
y saquémosla fuera, ya que es como se hace el foso. La tierra que debemos coger
y echar fuera es nuestra fragilidad. Y pensemos que no está escondida dentro,
sino tengámosla siempre presente a nuestros ojos, para que haya un foso en
nuestro corazón, es decir, tierra humilde y profunda. Ese foso, hermanos, es la
humildad.
Hemos de recordar lo que nos
dice aquel viñador del Evangelio del árbol que el amo de la viña quiso arrancar
porque no encontró en él fruto: Señor,
déjala este año, y yo cavaré en su alrededor y le echaré estiércol[11].
El Señor quiso hacer allí un foso, es decir, enseñar la humildad. Así debemos
comenzar a construir este castillo, ya que si no empezamos por poner este foso
en nuestro corazón, “una verdadera humildad”, solamente traeremos ruina sobre
nosotros mismos.
1. 5 La muralla espiritual es la castidad
A continuación del foso
hemos de construir la muralla. Y esta muralla es la castidad; muralla
verdaderamente fuerte, ya que mantiene incólume y sin mancilla la carne. Esta
es la muralla que defiende el foso -del que hemos hablado- para que no puedan
rellenarlo los enemigos, porque si perdemos la castidad, enseguida se llena el
corazón de inmundicias e impurezas, y desaparece por completo del corazón el
foso espiritual, la humildad. Y así como el foso es defendido por la muralla,
también el muro ha de ser defendido por el foso, ya que el que pierde la
humildad no puede tampoco mantener la castidad de la carne. Por esto sucede que
la virginidad, mantenida desde la infancia hasta la ancianidad, se pierde a
veces cuando el alma se mancha con la soberbia, y la carne a su vez se mancha
con la lujuria.
María tuvo esta muralla con
mayor perfección que cualquier otro, porque ella es santa, pura, y su
virginidad, como una muralla firmísima, nunca pudo ser penetrada por la
tentación del diablo. Fue virgen antes del parto, en el parto y después de él.
1. 6 La torre de la caridad
Si imitamos a María y
tenemos el foso de la humildad y la muralla de la castidad, debemos edificar la
torre de la caridad.
La caridad es la “gran
torre”, porque así como la torre suele ser la parte más alta del castillo, así
la caridad está sobre todas las virtudes del edificio espiritual del alma. El apóstol
San Pablo dice: Aún voy a mostraros un
camino más excelente[14].
Diciendo esto se refería a la caridad, que es el camino más sublime que lleva a la vida[15].
El que se encuentra en esta torre no teme a sus enemigos, ya que la caridad perfecta expulsa el temor[16].
Sin esta torre -la caridad- se tambalea el castillo espiritual del que hemos
hablado.
El que tiene seguro y fuerte
el muro de la castidad, pero desprecia o juzga a su hermano, no tiene con él la
caridad que debe, porque no tiene la torre, y el enemigo entra por la muralla y
mata su alma. Igualmente, si parece humilde en su comportamiento: en el comer,
en sus tendencias…, pero tiene por dentro un espíritu amargo para sus
superiores y hermanos, el foso de la humildad no podrá defenderlo de sus
adversarios.
1. 7 La caridad de María
Como nos dice Elredo:
“¿Quién podría expresar lo perfecta que era la “torre” en la Virgen María ? Si Pedro amó a su
Señor, ¿cómo amaría Santa María a su Señor e Hijo?”[17].
Y cómo amaría ella a su prójimo, a los hombres, lo manifiestan tantos milagros
y apariciones con los que el mismo Jesús se ha dignado hacer ver que ella
intercede ante su Hijo por todo el género humano. Su caridad es tan grande que
no cabe en mente alguna.
Este es el “castillo” en el
que Jesús se digna entrar. Pero no nos cabe duda que son mucho más dichosos los
que lo reciben en el castillo espiritual que los que lo recibieron en
sus casas. No sabemos por qué el evangelista no nos ha dado el nombre del
castillo, pues solo se contentó con decir que entró Jesús en un castillo. “Uno” expresa algo singular, y esto
corresponde propiamente a nuestra Santísima Señora, ya que ella es el “castillo
singular”, pues en nadie se halla tal humildad, tan perfecta castidad, tan
extraordinaria caridad. María es, sin duda, el “castillo singular” que
construyó el Padre, que santificó el Espíritu Santo, en el que entró el Hijo y
toda la Trinidad
como morada suya peculiar.
1. 8 Jesús entró con la puerta cerrada
Este es el “castillo” en el
que entró Jesús. Como profetizó Ezequiel, entró con la puerta cerrada y salió
con la puerta cerrada cuando dice: Y me
condujo a la puerta que da al Oriente, y estaba cerrada[18].
Esa puerta oriental es María Santísima, pues la puerta que da a Oriente, es la
primera que recibe la luz del sol; y así, María, que siempre se dirigía hacia
el Oriente, es decir, a la luz de Dios, recibió los primeros rayos; y más aún,
todo el resplandor del verdadero Sol, el del Hijo de Dios, como nos dice
Zacarías: “Nos ha visitado el Oriente, que procede de lo alto”[19].
Esa puerta estaba cerrada y bien defendida, no
pudiendo el enemigo encontrar ningún acceso ni resquicio[20].
Estaba cerrada y sellada con el sello
de la castidad, que no se rompió al entrar el Señor, sino que la
confirmó y afianzó, porque de Él es de quien recibimos la virginidad; con su
presencia no la eliminó, sino más bien la confirmó. Así es como Jesús entró en
este “castillo”. Si nosotros tenemos este “castillo espiritual”, sin duda que
Jesús entrará espiritualmente en nosotros. En María, entró espiritual y
corporalmente, ya que en ella y de ella tomó el cuerpo.
1. 9 En la misma casa han de vivir Marta y María
Y una
mujer de nombre Marta, que tenía una hermana que se llamaba María, lo acogió en
su casa[21]. Si nuestra alma se
ha convertido en un castillo,
conviene que vivan en ella dos mujeres: una que esté a los pies de Jesús para escuchar su palabra; la otra para servirlo y alimentarlo. Porque si solo
estuviese María en aquella casa, no habría quien alimentase al Señor; si solo
estuviese Marta, no habría quien se recreara con sus palabras y presencia.
Marta simboliza el trabajo
con el que el hombre se afana por Cristo, y María, en cambio, el ocio en el que
deja sus trabajos corporales y se recrea con la dulzura de Dios, ya sea por la lectio, la oración o la contemplación.
En tanto que Cristo es pobre, anda por la tierra, pasa hambre, sed, y sufre la
tentación, es inevitable que estas dos mujeres habiten en la misma casa, es
decir, que ambas actividades se den en la misma alma.
Mientras nosotros estemos en
la tierra, si somos sus miembros, Él está en la tierra. Y mientras que los que
son miembros suyos pasan hambre, sed, y son tentados, Cristo también. Por eso Él
dirá en el día del juicio: Siempre que lo
hicisteis a uno de mis más pequeños hermanos, a mí me lo hicisteis[22].
Es necesario que en esta miserable y penosa vida esté Marta en nuestra casa,
que nos dediquemos a los trabajos manuales, pues mientras necesitamos comer y
beber, debemos trabajar. Pero cuando sintamos la tentación del deleite, hemos
de controlar nuestro cuerpo con las vigilias, el ayuno. Esta es la parte de
Marta.
1. 10 Actividades espirituales y corporales
En nuestra alma también debe
estar María, que es el ejercicio espiritual, porque no debemos dedicarnos
siempre a los trabajos corporales, sino dejarnos para ver qué bueno, qué dulce es el Señor[23],
estar a los pies de Jesús y escuchar su palabra. No debemos descuidar nunca a
María por Marta, ni tampoco a Marta por María, pues si descuidamos a Marta,
¿quién alimentará a Jesús? Y, si descuidamos a María, ¿de qué nos servirá que Jesús entre en nuestra casa, si no gustamos
nada de su dulzura?
Debemos tener presente que
estas dos mujeres nunca deben estar separadas en esta vida. Llegará el momento
en que Jesús ni será pobre, ni pasará hambre, ni sed, ni será tentado, entonces
solo María, es decir, la actividad espiritual, llenará nuestra casa, nuestra
alma. Todo esto, San Benito lo captó muy bien, o más bien el Espíritu Santo en
San Benito[24], y
por eso estableció que estuviesen dedicados a la lectio, propio de María, sin olvidarse del trabajo correspondiente
a Marta; mandó ambas cosas y estableció unos tiempos para la actividad de Marta
y otros para la de María.
1. 11 Cómo se realizaron en la Virgen María
En la Virgen María , se
dieron perfectamente las dos actividades. Cuidó a Jesús en todas sus necesidades
temporales, huyó con Él a Egipto, etc.[25],
esto pertenece a la actividad corporal. En cambió, conservar todas estas cosas meditándolas en su corazón[26],
y reflexionar sobre su divinidad, contemplar su poder, deleitarse con su
dulzura, corresponde a la actividad espiritual. Por eso con razón dice el
evangelista: María, a los pies de Jesús,
escuchaba sus palabras[27].
En la parte de Marta,
la bienaventurada María no estaba a los
pies de Jesús. Más bien parece que era el mismo Jesús el que estaba a los
pies de su dulcísima Madre, ya que nos dice el evangelista, les estaba sujeto a María y José[28].
Pero en cuanto veía y reconocía su divinidad, ella estaba a sus pies, se
humillaba ante Él reconociéndose como su esclava[29].
Y en la parte de Marta le servía como a débil y pequeño que tenía hambre, sed,
sufría con Él en sus tribulaciones y en las injurias que le hacían los judíos.
Por eso se le dice: Marta, Marta, andas
muy ocupada y te turbas por muchas cosas[30].
Y en la parte de María, le suplicaba como a Señor, lo veneraba como a su Señor,
y anhelaba con todo su corazón su dulzura espiritual.
1. 12 En el tiempo del destierro
Por tanto, mientras estamos en este cuerpo, en este
destierro, en este lugar de penitencia[31],
tengamos presente que nos es más propio y natural lo que dijo el Señor a Adán: Tendrás que comer tu pan con el sudor de tu
frente[32].
Esto corresponde a Marta, porque todo lo que podemos gustar de la dulzura
espiritual no es más que una pitanza[33],
con la que Dios sustenta nuestra debilidad. Por eso, hagamos lo que corresponde
a Marta; y con temor y cuidado, ejercitémonos en lo que corresponde a María
para no dejar lo que corresponde a una por lo de la otra. Alguna vez Marta
querrá que María le ayude en el trabajo, pero no hay que ceder. Señor –dijo-, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile que me
eche una mano[34].
Es una tentación.
1. 13 No dejar el quehacer de María por el de Marta
Si cuando debemos dedicarnos
a la lectio y a la oración, nuestra mente nos sugiere que
hagamos otras cosas -que no son ni urgentes ni necesarias en ese momento-,
entonces, en cierto modo, Marta llama a María para que la ayude. El Señor juzga justa y adecuadamente, pues no manda a
Marta que se siente con María, ni a María que se levante y sirva con Marta. Es
más dulce y agradable la parte de María, pero el Señor no quiere que por ella
se deje la obra de Marta; y es más fatigosa la parte que corresponde a Marta,
pero no quiere que se abandone el ocio de María, sino que quiere que cada una
haga su parte.
Los que quieren o piensan
que algunos en esta vida solo han de ser como Marta, y otros solo como María,
se equivocan y no entienden nada, ya que estas dos mujeres están, viven, en un
mismo castillo, en una casa. La una y
la otra son gratas y adeptas al Señor, y son muy amadas por Él, como nos dice
el Evangelio: Jesús amaba a María, a
Marta y a Lázaro[35].
Pensemos, ¿qué santo llegó a la santidad sin la actividad de estas dos mujeres?
1. 14 No mezclar la una con la otra
Cada uno de nosotros tenemos
que dedicarnos a ambas actividades, y es indiscutible que, en ciertos momentos[36],
hemos de obrar como Marta y en otros como María, a nos ser que sobrevenga una
necesidad que esté fuera de la ley. Hay que ser fieles a los tiempos que el
Espíritu Santo nos ha determinado; esto quiere decir que en el tiempo de la lectio estemos haciéndola, y no nos
dejemos llevar por la pereza o la indiferencia, apartándonos de los pies de
Jesús, sino que estemos ahí, escuchando
su Palabra; y a la hora del trabajo seamos diligentes y dispuestos, y no
nos excusemos dejando el trabajo o servicio que nos pide la caridad.
Nunca debemos mezclar estas
dos cosas, a no ser que la obediencia, a la que no se debe anteponer ni la
quietud ni el trabajo, ni la acción ni la contemplación, nos urgiera a dejar
los mismos pies de Jesús (por decirlo
de alguna manera). Y aunque para María era más agradable estar a los pies de
Jesús, si Él se lo hubiese mandado, se habría levantado ayudando a su hermana
Marta a servirlo. Pero el Señor no lo hizo, para recomendar con esto ambos
modos de proceder, y a no ser que se nos mande otra cosa, debemos cumplir
ambas, sin dejar la una por la otra.
1. 15 La mejor parte es de María, que no se le
quitará
Reflexionemos sobre lo que
dice el Señor: María ha elegido la mejor
parte que no se le quitará[37].
¡Gran consuelo nos ha dado Jesús con estas palabras! Se nos quitará la parta de Marta, pero no la de
María. Nos hastiaríamos de todo el trabajo y miserias si estuviésemos siempre
con ellos; por eso el Señor nos consuela. Seamos valientes y llevemos con ánimo
todos los trabajos que nos sobrevengan, sabiendo que han de tener fin. Y si los
consuelos espirituales solo duraran lo que dura esta vida, no tendríamos mucho
interés. Pero no se nos quitará la
mejor parte (la de María), sino que aumentará.
Y después de esta vida, lo
que aquí hemos gustado como en pequeñas gotas, comenzaremos a gustarlo
espiritualmente en plenitud, hasta embriagarnos, como bien dice el profeta: Se embriagarán con la abundancia de tu casa
y les darás a beber del torrente de tus delicias[38].
No debemos rendirnos por los trabajos de esta vida, porque pronto se
terminarán. Debemos apetecer con ansia el gozo de las delicias del Cielo, que
ya empieza aquí, pero que tendremos en plenitud y para siempre en la otra vida,
la que durará eternamente. Que María, Madre asunta al cielo, nos ayude a
conseguir esta felicidad ante su Hijo, que es Dios y vive y reina con el Padre
y el Espíritu Santo por los siglos sin fin.
Conclusión
Dichoso aquel
que sepa, a su debido tiempo, escoger la mejor parte. No hay en ningún sitio
otra mejor parte, porque esa parte es el Señor, que es el que ha creado todo lo
demás, todas las demás partes, y frente a Él, que es el “Todo de todo lo
creado”, sea esto visible o invisible, todo lo demás solo son partes de lo
creado. Así nos lo dice también Juan del Carmelo en su libro “Sed de Dios”[39]. Pero en tanto que
estamos en este mundo, hemos de aceptar la alternancia de ambas vidas sin
quejas, dentro de la obediencia.
Mientras otros se entregan a
diversas tareas, dedíquese María -dediquémonos nosotros- a contemplar y a
experimentar qué bueno y suave es el
Señor[40]. Y
procuremos sentarnos con el espíritu ferviente y el alma sosegada a los pies de
Jesús, mirándolo sin cesar y escuchando las palabras, porque es una delicia
para los ojos y melodía para el oído. De
sus labios fluye la gracia y es el más bello de los hombres[41].
Más aún, su gloria supera a la de los ángeles.
Gócese, pues, María, y viva
agradecida -y gócense todos los monjes del Císter-, por haber escogido la mejor
parte. Dichosos los ojos que ven lo que ves tú, y dichosa tú que percibes el
murmullo divino en el silencio, donde es bueno para el hombre esperar la
salvación del Señor. Busca la sencillez, evitando de un lado el engaño y la falsedad,
y de otro la multiplicidad de ocupaciones. Escucharás así las palabras de aquel
cuya voz encanta y cuya figura embelesa.
Hna. Florinda Panizo
[1] Las escuelas de gramática dieron a Elredo una buena base para su
futura cultura clásica. Leach ofrece amplia información sobre las escuelas de
los tiempos de Elredo y, en concreto, de las de su región: “Early Yorkshire
Schools”, en Record Series of the Yorkshire Archeological Society, XXVII.
[3] J. De La Croix Boston , La doctrine de l’amitié chez Saint Bernard, en
RAM 29 (1953) 3-19.
[6] Lc 10,42.
[7] Castillo, plaza fuerte, ciudadela, así se ha entendido en la
Edad Media el término Castellum, de la
Vulgata , y esta es la interpretación que hace Elredo y
describe en su sermón. Por eso, aunque vaya en contra de nuestros conocimientos
históricos y arqueológicos, es indispensable mantener el término y leerlo desde
esa perspectiva para poder comprender su sermón.
[8] Lc 10,38-39. Este Evangelio
se leía en la fiesta de la
Asunción hasta la reforma del Concilio Vaticano II.
[13] Íbid.,1,48. María
canta la salvación de Dios en su persona. El campo se amplía y la salvación de
Dios llega a los pobres de la tierra, a los humildes, a los hambrientos, etc.
[14] 1 Co 13,1.
[15] Mt 7,14.
[16] 1 Jn 4,18.
[17] Cf. San Elredo, Serm. 45, 14 en la Asunción de Santa María,
p. 68.
[18] Ez 44,1; 47,2.
[19] Lc 1,78.
[20] Cf. Ez 44,1-2; Jos 6,1.
[21] Lc 10,38.39.
[22] Mt 25,40.
[23] Sal 45,11; Sal 33,9; 1 Pe 2,3.
[24] RB 48,1. San Benito nos
presenta la distribución de la jornada completa en el monasterio. Y esto nos da
pie para profundizar en los otros dos elementos que, junto con el Oficio Divino, son esenciales de la vida
monástica: el trabajo y la lectio divina.
[30] Ibid., 10,41. Las palabras
de Jesús no son tanto un reproche a Marta como un elogio encendido de la
actitud de María, que escucha la
Palabra del Señor: “Aquella se agitaba, esta se alimentaba;
aquella disponía muchas cosas, esta solo atendía a una. Ambas ocupaciones eran
buenas”. Cf. San Agustín, Sermón
103,3.
[31] 2 Co 5,6.
[32] Gn 3,19.
[33] En el párrafo anterior, Elredo ha dicho lugar de penitencia al que corresponde una pitanza, ración de
comida que se distribuye a los que viven en comunidad o a los pobres.
[34] Lc 10,40. La frase cobra un
sentido nuevo al ver el contraste entre los apuros y nerviosismos de Marta y la
tranquilidad de María. En medio de las actividades de la vida hay que saber
“pararse” para escuchar la
Palabra de Dios, y esto tiene una importancia capital en los
monjes/as. Es la parte buena de la vida que escogen al seguirle en la vida
monástica-contemplativa. Es lo único que, en definitiva, interesa.
[35] Jn 11,5.
[36] RB 48,1.
[37] Lc 10,42. A veces se ha
visto en Marta el símbolo de la vida de la tierra y en María la del Cielo.
Otras veces se ha considerado a Marta como símbolo de la vida activa, y a María
de la contemplación. En la
Iglesia hay diversas vocaciones, pero acción y contemplación
deben estar presentes en toda vida cristina.
[38] Sal 35,9.
[39] Cf. Juan del Carmelo, La sed de Dios, Espiritualidad nº 16, Editorial
Dagosola, Madrid 2011, p. 65.
[40] Sal 33,9.
[41] Sal 44,3. Está claro que la Iglesia lee este salmo
como una representación poético-profética de la relación esponsal entre Cristo
y la Iglesia.
Reconoce a Cristo como el más bello de los hombres; la gracia
derramada en sus labios manifiesta la belleza interior de su palabra, la gloria
de su anuncio. De este modo, no solo la belleza exterior con la que aparece el
Redentor es digna de ser glorificada, sino que en Él, sobre todo, se encarna la
belleza de la verdad, la belleza de Dios mismo. Cf. Joseph Ratzinger, La contemplación de la
belleza. A los participantes en el “Meeting” de Rimini (Italia) 24-8-2002.
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