"Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer.
Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado"
“Al desembarcar, Jesús vió una multitud y sintió compasión de ellos, porque
andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma”. Con estas
palabras termina el relato del evangelista Marcos, y que es conclusión lógica del
evangelio del domingo pasado, que evocó como Jesús había enviado a sus
discípulos a la misión que les sería confiada en el futuro. Hoy se nos dice que los apóstoles, terminada
su primera misión, regresaron para dar cuenta de su experiencia. Jesús, al acogerlos, les propuso:
“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. No es una
invitación a la pasividad, a un descanso egoísta, sino a hacer un alto en el
camino para profundizar la experiencia realizada, en el silencio, la reflexión,
la escucha y la plegaria, de modo de poder continuar con nuevo ímpetu la misión
que les había sido confiada.
Pero todo se precipita y
tanto Jesús como sus discípulos en lugar de hallar un lugar tranquilo para
conversar con calma, se encuentran de nuevo ante una multitud, ávida de ser
enseñada, ansiosa de ser conducida por el camino de la salvación. Marcos, al
hablar de la compasión que Jesús experimenta ante el espectáculo de aquella
gente que lo busca, no expresa un sentimiento fruto de la emoción del momento, sino más bien la
actitud fundamental del Hijo de Dios que
se ha hecho hombre, para ser obediente hasta la muerte, y así salvar al hombre
del pecado y de la muerte.
La expresión del
evangelista «andaban como ovejas sin
pastor» aparece en diversas ocasiones en el Antiguo Testamento para designar a
Israel privado de jefes, descuidado por sus reyes, abandonado a merced de sus
enemigos, privado de una guía segura y estable. Es el tema que ha recordado la
primera lectura. El profeta Jeremías arremete contra aquellos pastores que,
olvidando su cometido, han hecho posible la dispersión y la pérdida de las
ovejas que se les habían confiado. Dios que ama sobremanera a su pueblo, se
ocupará él mismo de reunir a las ovejas, de hacerlas volver a sus dehesas para
que crezcan y se multipliquen. Para esta obra, Dios se sirve de pastores
escogidos, fieles a su deber, entre los cuales destaca el vástago de David, Jesús
de Nazaret.
Como ha dicho Pablo en el
fragmento de la carta a los Efesios, Jesús, el Buen Pastor, ha derramado su
sangre por las multitudes, para constituir un único rebaño, reconciliando a
judíos y gentiles, estableciendo la paz entre todos los pueblos y razas, entre
sí y con Dios mediante su cruz. La Iglesia, este nuevo rebaño que Jesús ha
formado, no ha de ser un ghetto cerrado, un club para gente selecta y clasista;
ha de permanecer abierta a todos, ha de vivir la misma compasión que Jesús
sintió ante la muchedumbre que se le acercaba y ha de dedicarse con generosidad
y constancia, con paciencia y amor, a enseñar con calma el camino de Dios, la
buena nueva del Evangelio.
La Iglesia de Jesús ha de
evitar la tentación de encerrarse en si misma y de caer en un legalismo estéril
e inútil. La legítima satisfacción de ser cristianos no ha de llevarnos a una
satisfacción sutil o ingenua, que a la larga o a la corta lleva a considerar
como ignorantes o estúpidos, a quienes no comparten nuestro punto de vista. La
Iglesia de Jesús no ha de ser intolerante en nombre de la verdad que ha de
anunciar y defender, más bien ha de trabajar para hacer caer las barreras que
separan a los hombres, suprimir el odio, comunicar el único espíritu para crear
la paz, tanto para los que están cerca como para los que están lejos. Mientras
los cristianos conservemos la compasión de Jesús hacia las multitudes, la
Iglesia será misionera. Porque la Iglesia es fruto del amor de Jesús que se dio
sin medida por todos. Sintiéndonos pecadores perdonados por el gran amor de Jesús,
hemos de sentir el ardiente deseo de comunicar a los demás este mismo amor del
que hemos saboreado las positivas consecuencias, para que arda en nosotros y se
comunique a todos el amor de Jesús que hemos recibido.
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