“Subió Jesús a la montaña y se
sentó allí con sus discípulos. Levantó los ojos y al ver que acudía mucha
gente, dice a Felpe: ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? Lo decía
para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer”. El evangelio de san Juan
recuerda cómo Jesús, consciente de la situación de quienes le han seguido en
aquel descampado, los hace sentar en el campo, toma unos panes y unos pocos
peces que tenía a mano, dice la acción de gracias y los reparte a todos los
presentes. Aquellos pocos panes y peces no sólo bastaron para satisfacer el
hambre de aquella multitud, sino que sobraron doce canastas, como dice el
evangelista.
En este relato Jesús es el principal protagonista. La
multitud, los discípulos, los mismos panes y peces multiplicados quedan en una
discreta penumbra. Lo importante es proclamar que Jesús es el enviado de Dios
que, en el cumplimiento de su misión, propone un signo, para que se acepte su
mensaje y se actúe en consecuencia. Jesús no ha venido para multiplicar panes y
peces para saciar a cinco mil hombres, porque su misión no es resolver los
problemas del hambre del mundo, como tampoco es su misión curar a todos los
enfermos, resucitar a todos los muertos. Sus signos, sus milagros como se les
llama habitualmente, son simplemente gestos destinados a despertar la atención y
disponer al espíritu para poder acoger su mensaje.
La lectura del relato de la multiplicación de los panes y
peces no agota el sentido del acontecimiento. Del mismo modo que Jesús siente
piedad de aquellas cinco mil personas, que por querer escuchar sus enseñanzas
han quedado sin provisiones, no puede quedar indiferente ante situaciones mucho
más graves. En efecto, un grito angustiado resuena hoy en muchas partes del
mundo. Hay hambre de pan y sed de agua, mueren muchas personas porque nadie les
da aquel mínimo necesario para subsistir, a pesar de que muchos, países
enteros, ricos y potentes, abundan en todo, e incluso lo malgastan. Pero para
mantener un orden establecido, un orden que asegure el bienestar a unos pocos,
se olvidan aquellos lamentos. Jesús no es indiferente al sufrimiento y a la
necesidad de los hombres. Es en este
sentido hemos de entender la pregunta que hace a Felipe: “¿Con qué compraremos
panes para que coman éstos?”. Lo que dice Jesús va más allá de aquel preciso
momento, tiene un alcance más amplio. Jesús trata de involucrar a sus
discípulos, y en ellos a todos los que creerán en él en el futuro. Jesús quiere
hacernos conscientes de los problemas planteados, como los problemas de la
alimentación de la humanidad, cuestión de urgente actualidad, cuya solución
depende ciertamente de medidas técnicas que entran de lleno en las capacidades
del hombre, pero que requieren una buena dosis de amor a los semejantes y de
espíritu de colaboración.
Ante situaciones semejantes, el discípulo de Jesús, aunque
de entrada sienta una real impotencia, en cuanto no puede solucionar nada por
si mismo, por mucha buena voluntad que posea, si que puede ser fermento para
sensibilizar a los demás, a la sociedad y lograr que lo que parecía imposible
pueda llegar a ser una realidad. En una noche oscura, una cerilla encendida no
resuelve nada. Si miles de personas encienden cada su cerilla, la tiniebla
disminuye. Si cada uno de loa hombres y de las mujeres se deciden a aportar sus
pequeños cinco panes, sin duda el Señor podrá intervenir de nuevo y hacer
posible lo que antes parecía inalcanzable.
En los domingos siguientes la liturgia nos invitará a leer
y meditar el largo discurso del capítulo sexto del evangelio de san Juan, en el que se nos hablará de Jesús como “pan
de vida”, es decir, un pan capaz de suscitar y mantener vida en sentido
espiritual: por la fe, primero, por el sacramento de la fe que es la
Eucaristía, después. Sólo desde esta perspectiva se explica que Jesús haya
aceptado el riesgo que supuso dar de comer a cinco mil personas, pues un gesto
semejante podía suscitar reacciones populares desmesuradas, como indica el mismo
evangelista al decir: “Iban a llevárselo para proclamarlo rey”. La misión de
Jesús es de largo alcance y reclama nuestro compromiso para participar en la
obra de salvación que el Padre le ha encomendado.