“Nosotros predicamos a Cristo
crucificado, escándalo para las judíos, necedad para los paganos”. Estas
palabras de san Pablo pueden resumir el sentido que para los cristianos tiene
la celebración del Viernes Santo, que no es otro que el deseo de venerar a
Jesús que, por amor nuestro quiso ser clavado en la cruz, ser escándalo y
necedad para muchos, pero también salvación y fuerza para todo el que cree en
él. Hoy, para recordar la muerte del
Salvador, después de haber escuchado el relato de la Pasión, veneramos la Cruz,
patíbulo y a la vez trono glorioso de Jesús, que elevado, nos atrae a todos
hacia él.
La Pasión según san Juan nos hace
acompañar a Jesús en su camino doloroso desde el Huerto hasta el sepulcro,
subrayando sobre todo el ángulo de victoria y triunfo más que el aspecto de
sufrimiento y humillación. En la escena del huerto de los Olivos, el
evangelista subraya la libertad soberana del que se entrega, el mismo que puede
hacer caer en tierra a sus mismos perseguidores, al decir de si mísmo: YO SOY,
es decir atribuirse el nombre que Dios comunicó a Moisés en la teofanía del
Sinaí. En su coloquio con Pilato, no ha dudado en afirmar su realeza mesiánica,
cambiando los papeles y demostrando que es él, Jesús el verdadero juez, y que
los juzgados, pero no condenados, son todos los demás. La presencia de María al
pie de la Cruz y las palabras del Hijo a su Madre, han recordado que está
empezando el reino de Jesús, la nueva creación, en la cual no falta una mujer,
llamada a ser la Madre de todos, y que, al contrario de Eva, será fiel a su
vocación. Por fin, Jesús, desde la Cruz anuncia que su obra está cumplida: y
entregando su Espíritu, el mismo que estuvo presente en su concepción, que se
posó sobre él en el bautismo de Jordán, que le acompañó en su ministerio, y
que, después de su resurrección, dará a todos los que crean en él, como signo
de que han llegado los tiempos mesiánicos, anunciados por el profeta Joel.
La historia de la Pasión está
encuadrada entre dos textos que completan la presentación de la oblación del
Hijo de Dios hecho hombre. La palabra del Profeta en la primera lectura, ha
evocado las vejaciones progresivas hasta llegar a la muerte de un personaje que
la tradición ha llamado el Siervo de Yahvé. Con su aceptación generosa
transforma su suerte en sacrificio expiatorio que puede dar a los hombres la
verdadera justicia y llevar a término el designio de Dios de salvar a todos. El
sufrimiento del Siervo de Yahvé, de modo semejante al modo como Juan ha
recordado la Pasión, lleva hacia una visión positiva, anuncia una luz, una
salvación para mucha gente.
En la segunda lectura se nos ha
hablado del hombre Jesús, el cual, en los días de su vida mortal, ofreció
ruegos y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas. El autor de la carta a los Hebreos,
evoca la obra de Jesús en términos sacerdotales y sacrificales y le presenta
como el Pontífice definitivo, que entrando en el santuario del cielo, obtiene
la salvación eterna para todos los que le obedezcan.
Como respuesta a este amor que Dios
manifiesta a toda la humanidad en la Pasión de su Hijo, tendrá lugar la
plegaria universal, de la que nadie quedará excluído: creyentes e incrédulos,
cristianos y miembros de otras religiones. La solemne plegaria del Viernes
Santo ha de hacernos sentir en verdad católicos, universales, superando los
estrechos límites de nuestro habitual egoísmo.
Hoy se termina la celebración
participando al Pan eucarístico consagrado en la Misa de la Cena del Señor que
celebramos ayer. Al recibir la Eucaristía reafirmamos nuestra comunión con
Aquel que ha llegado a ser el Sacerdote de la Nueva Alianza, por medio de su
obediencia al Padre, llevada hasta la muerte, que ha de ayudarnos a mantener
firme la profesión de nuestra fe cristiana, y a preparnos para una provechosa
celebración de la noche de Pascua.
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