Si quieres, puedes limpiarme.
Quiero: queda limpio. De esta manera sencilla
y tajante, según san Marcos,Jesús cura a un leproso. Nuestra sociedad ha
logrado eliminar o, al menos reducir al mínimo esta enfermedad, que además de sus
consecuencias físicas fue penalizada con una serie de prescripciones sumamente
duras, como ha recordado la primera
lectura del libro del Levítico. Los leprosos debían vivir solos, separados del
resto de los hombres, con prohibición de entrar en lugares habitados, y, en
consecuencia, también de frecuentar los lugares de culto. Se trataba pues de
una total marginación de la vida social y religiosa.
Probablemente
el leproso que se atrevió a acercarse al Jesús había oído hablar de él y de los
enfermos que habían obtenido de su bondad la curación deseada. A aquel hombre
le debía quedar una sola esperanza, y por esto se atreve a arrodillarse a los
pies del Maestro para decirle: “Si quieres puedes limpiarme”. Confiesa su fe en
la potencia de Jesús al afirmar: “Puedes limpiarme”; y al mismo tiempo suplica
con humildad, consciente que no tiene derecho alguno a obtener lo que desea,
diciendo: “Si quieres”.
Marcos
indica la compasión que Jesús sintió ante la situación de aquel hombre. El
término que usa el evangelista indica una conmoción en lo más íntimo de su ser.
Jesús ve en el leproso el drama de tantos hombresy mujeres que sufren en el
cuerpo y en el espíritu, a los que Él ha venido para salvar. Repitiendo el modo
de expresarse del enfermo, dice: “Quiero, queda limpio”. A las palabras añade
un gesto, tocando al leproso. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, ha venido al
mundo para tocar la miseria humana, para
ser uno más entre nosotros, para darnos la posibilidad de quedar limpios e iniciar
una nueva vida.
Contrastando
con esta compasión manifestada por Jesús, sorprende que hable con severidad al recién
curado imponiéndole no divulgar el hecho entre las multitudes, sino comunicarlo
sólo a los sacerdotes que, según la ley, debían certificar la curación. Jesús
quiere evitar que se interprete mal su acción, y le encarga la misión concreta
de hacer comprender a los sacerdotes, y a través de ellos a todo el pueblo, que
el Reino de Dios ha llegado. El modo auténtico de agradecer el favor recibido
no es deshacerse en palabras vanas, sino demostrar con su vida el don recibido.
Cabe
preguntarse acerca del sentido que puede tener para nosotros, hombres y mujeres
del siglo XXI, releer esta página del evangelio. Ciertamente hoy continúan
existiendo miles y miles de personas que sufren en su cuerpo graves
enfermedades y en su espíritu se sienten marginadas; personas que no hallan ni
aprecio ni compasión entre sus hermanos. Jesús ha venido entre los hombres para
salvarlos a todos: quiere curarlos, limpiarlos, reintegrarlos en la comunión fraterna.
Pero,
ante todo, es necesario que queramos dejarnos curar. A menudo nos falta la
actitud del leproso. En primer lugar hay que tener conciencia de la propia
miseria, de la necesidad de un cambio, para decidirnos a dar el paso y
acercarnos a Jesús; después, hay que creer en su poder con humildad, no como si
mereciéramos su intervención, sino con el espíritu de pobre del leproso. Solo
entonces podremos también oir de los labios de Jesús: “Quiero, queda limpio”.
No es fácil pero es necesario esforzarnos
en mantener siempre la actitud del leproso del evangelio: acercarnos a Jesús
con espíritu humilde, sin exigencias ni pretensiones, manteniendo viva la fe profunda en el amor
que Dios nos tiene, este amor que todo lo puede y que ha de ayudarnos, día tras
día, a superar las deficiencias propias de nuestra condición humana.
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