14 de febrero de 2015

DOMINGO VI del tiempo ordinario

         

           Si quieres, puedes limpiarme. Quiero: queda limpio. De esta manera  sencilla y tajante, según san Marcos,Jesús cura a un leproso. Nuestra sociedad ha logrado eliminar o, al menos reducir al mínimo esta enfermedad, que además de sus consecuencias físicas fue penalizada con una serie de prescripciones sumamente duras, como  ha recordado la primera lectura del libro del Levítico. Los leprosos debían vivir solos, separados del resto de los hombres, con prohibición de entrar en lugares habitados, y, en consecuencia, también de frecuentar los lugares de culto. Se trataba pues de una total marginación de la vida social y religiosa.

            Probablemente el leproso que se atrevió a acercarse al Jesús había oído hablar de él y de los enfermos que habían obtenido de su bondad la curación deseada. A aquel hombre le debía quedar una sola esperanza, y por esto se atreve a arrodillarse a los pies del Maestro para decirle: “Si quieres puedes limpiarme”. Confiesa su fe en la potencia de Jesús al afirmar: “Puedes limpiarme”; y al mismo tiempo suplica con humildad, consciente que no tiene derecho alguno a obtener lo que desea, diciendo: “Si quieres”.

            Marcos indica la compasión que Jesús sintió ante la situación de aquel hombre. El término que usa el evangelista indica una conmoción en lo más íntimo de su ser. Jesús ve en el leproso el drama de tantos hombresy mujeres que sufren en el cuerpo y en el espíritu, a los que Él ha venido para salvar. Repitiendo el modo de expresarse del enfermo, dice: “Quiero, queda limpio”. A las palabras añade un gesto, tocando al leproso. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, ha venido al mundo para tocar la  miseria humana, para ser uno más entre nosotros, para darnos la posibilidad de quedar limpios e iniciar una nueva  vida.

            Contrastando con esta compasión manifestada por Jesús, sorprende que hable con severidad al recién curado imponiéndole no divulgar el hecho entre las multitudes, sino comunicarlo sólo a los sacerdotes que, según la ley, debían certificar la curación. Jesús quiere evitar que se interprete mal su acción, y le encarga la misión concreta de hacer comprender a los sacerdotes, y a través de ellos a todo el pueblo, que el Reino de Dios ha llegado. El modo auténtico de agradecer el favor recibido no es deshacerse en palabras vanas, sino demostrar con su vida el don recibido.

            Cabe preguntarse acerca del sentido que puede tener para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, releer esta página del evangelio. Ciertamente hoy continúan existiendo miles y miles de personas que sufren en su cuerpo graves enfermedades y en su espíritu se sienten marginadas; personas que no hallan ni aprecio ni compasión entre sus hermanos. Jesús ha venido entre los hombres para salvarlos a todos: quiere curarlos, limpiarlos, reintegrarlos en la comunión fraterna.

            Pero, ante todo, es necesario que queramos dejarnos curar. A menudo nos falta la actitud del leproso. En primer lugar hay que tener conciencia de la propia miseria, de la necesidad de un cambio, para decidirnos a dar el paso y acercarnos a Jesús; después, hay que creer en su poder con humildad, no como si mereciéramos su intervención, sino con el espíritu de pobre del leproso. Solo entonces podremos también oir de los labios de Jesús: “Quiero, queda limpio”. No  es fácil pero es necesario esforzarnos en mantener siempre la actitud del leproso del evangelio: acercarnos a Jesús con espíritu humilde, sin exigencias ni pretensiones,  manteniendo viva la fe profunda en el amor que Dios nos tiene, este amor que todo lo puede y que ha de ayudarnos, día tras día, a superar las deficiencias propias de nuestra condición humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario