(TIEMPO DE
NAVIDAD)
Introducción
A San Bernardo
se le llama el último de los Padres de la Iglesia , cerrando así dignísimamente la lista
gloriosa de lumbreras en la fe y las buenas costumbres que comenzó desde los primeros
días del cristianismo y continúa sin interrupción durante más de diez siglos.
La influencia de su doctrina en la vida íntima espiritual de la Iglesia es muy superior, a
partir del siglo XII, a la de todos los Padres, si se exceptúa a San Agustín, en
lo que se refiere a la mentalidad de profesores de escuelas, oradores y
escritores místicos[1].
San Bernardo, en lenguaje de Benedicto XVI, es uno de aquellos que no sólo han
enseñado en la Iglesia ,
sino también y sobre todo a la Iglesia[2].
A partir
del siglo XII, la predicación se impuso en todos los monasterios. El Cister la
adoptó desde sus orígenes y la revistió de modalidades nuevas. Todo abad
cisterciense estaba obligado a reunir diariamente el capítulo conventual[3], además de explicar la Regla. Los textos eran
tomados de la
Sagrada Escritura , pero se comentaban desde el punto de vista
de los monjes. Los sermones de esta época pueden considerarse, no sólo como
verdaderos tratados apologéticos, dogmáticos y exegéticos, sino como una mina
de valor doctrinal copiosísima e inapreciable en lo concerniente a los
elementos constitutivos del monacato: vida de recogimiento y soledad, oficio
divino, meditación, lectura, contemplación, mortificación, trabajo.
La obra más extensa de San Bernardo es el
“comentario al año litúrgico”. En él va exponiendo los misterios de la
salvación mediante una serie de textos bíblicos ofrecidos por la misma
liturgia. Y como para Bernardo la
Biblia es vida litúrgica y tradición patrística, suele citar
estos textos según la versión que le dan los Padres de la Iglesia , leídos o
escuchados personalmente en la celebración del oficio litúrgico de la noche.
Por ello, la exégesis de ellos es la suya, y por eso quizá ha llegado a ser él
como el representante más eminente de la patrística medieval[4].
1. Características de la cristología bernardiana
El decurso del año
litúrgico está centrado en el misterio de Cristo, por eso necesitamos destacar
la persona y la obra de Cristo mismo para sentir con la lectura de los textos
la riqueza de inspiración y de vivencia que animaban las fibras más profundas
del mismo Bernardo.
A raíz del Concilio
Vaticano II se ha ido acentuando el giro antropológico de la cristología. La
antropología es el terreno y el marco de la cristología[5],
y en este trasfondo nos movemos. Cristo vino a nosotros como hombre y para los
hombres. Vino para mí, dirá San Bernardo. Por eso el hombre ya no podrá
encontrar el sentido de su vida más que en Cristo. Desde ahora será imposible
una antropología integral sin un substrato cristológico. Pero tampoco puede
concebirse una cristología viva sin ser
soteriológica (La soteriología es la rama de la teología que estudia la
salvación). Es el gran mensaje que nos comunica Bernardo de Claraval.
Bernardo contrasta a
todas luces con una mentalidad escolástica[6]
y se asemeja más, si cabe, a ciertas corrientes actuales de sesgo marcadamente
existencial y vital asumidas en la teología, que se preocupan más por lo que
Cristo es para nosotros que lo que pueda ser para él mismo.
Es inconcebible para
Bernardo una cristología antropológica o una soteriología sin un
correspondiente encuadramiento litúrgico[7].
La cristología o soteriología es nuestro misterio antropológico vivido en
Iglesia, y la vida concreta que la
Iglesia transmite a sus miembros se verifica en el dinamismo
de la liturgia mediante unos signos o símbolos sacramentales. Bernardo, en su
vida claustral, es muy sensible a estos signos y símbolos, centrados en el
misterio mismo de la revelación y de la salvación a través de la Palabra de Dios, leída,
escuchada y “rumiada” en el ejercicio asiduo de la lectio divina y en las celebraciones cíclicas del misterio de
Cristo Salvador a lo largo del año litúrgico.
2. ¿A quién van dirigidos estos sermones litúrgicos?
Los sermones de San Bernardo van dirigidos a sus monjes.
Son las pláticas que les dirigió siendo abad de Claraval. Algunos los compuso
para otros monasterios, sin que él los predicara a sus monjes. En unos y en
otros se revela más místico y contemplativo que historiador y teólogo. Sus sermones
revelan al hombre interior, en la estrechez de la celda, que promueve los
intereses de los hermanos con su ardiente palabra y, a la vez, no descuida los
de la Iglesia. Ellos
son el fruto sazonado de una lectura y meditación profundas y de una docta
experiencia personal. Estos sermones le colocan entre los escritores más
destacados de la espiritualidad cristiana. Son la obra que más celebridad le ha
conquistado y la que mejor define la faceta predominante de su gigantesca
personalidad: el celo devorador por la difusión del reinado de Cristo en las
almas.
San
Bernardo solía predicar más días de los que ordenaban las constituciones. Había
recibido autorización expresa del capítulo general por causa de su resentida
salud, que no le permitía entregarse al trabajo manual, y por el provecho
espiritual que proporcionaba con sus enseñanzas, no sólo al propio monasterio,
sino a otros muchos[8].
Las pláticas tenían lugar, una, por la mañana después de prima o antes de la
misa conventual, y otra, antes de completas.
Como buen pastor que se desvela por el cuidado de sus
ovejas y como fiel discípulo de San Benito, quien exhorta en su Regla al abad a
instruir a los monjes, San Bernardo, siempre que se lo permitan las múltiples
ocupaciones en que estaba enredado, no deja de dirigir la palabra a sus hijos.
Y consideraba la conferencia espiritual (el sermón) como el verdadero pan del
alma que fortifica el corazón y hace perseverar en la senda de la virtud[9]. Oíasele lamentar cuando
se veía en la imposibilidad de cumplir con este deber sagrado de su ministerio[10].
Un índice
muy significativo de cuánto le preocupaba la instrucción de los monjes es el
hecho de que robaba tiempo al sueño para preparar las pláticas, pues no le
bastaba el tiempo que tenía señalado en su horario particular, que era mientras
los monjes estaban en el trabajo[11]. Sin embargo, según se
desprende de muchos pasajes de sus escritos, frecuentemente se veía precisado a
improvisar. Esto acontecía cuando los monjes, cansados por el trabajo manual,
le rogaban les comentase algún trozo de las Sagradas Escrituras en donde
pudieran distraer su espíritu y aliviar la fatiga del cuerpo[12].
3. La celebración litúrgica de la encarnación
La protología[13]
trágica, con el pecado y sus consecuencias, se arrastra en el tiempo, en el hic y en el nunc[14] de
la dura y amarga existencia. La vida es un exilio aquí, en Babilonia; y a
orillas de sus canales lloramos y nos lamentamos[15],
tomando conciencia de lo que somos y de lo que queremos ser.
Pero esta protología
trágica no nos aplasta irremediablemente, sino que ante tal situación, digna de
lástima, Bernardo despliega el dinamismo protológico liberador, una alegoría
forcejeante de singular belleza entre “la Misericordia y la
Verdad”[16].
Introduciendo así a Cristo en las raíces mismas de la historia humana,
amenazada entre el desamparo y la desesperación. Cristo preexiste ya desde ese
comienzo trágico, Christus heri, para
acompañar al hombre por los avatares de su historia y salvarlo. Cristo se hace
historia, se hace “Jesús”, y acompaña al monje como “Cristo-Jesús” o
“Jesu-Cristo”[17].
Esto es, que se introduce en el cuerpo-de-muerte y en la carne-de-pecado del
hombre[18];
se despoja de su belleza y adopta la deformidad, la forma de no-belleza:
“(El profeta) vio lo mismo
que vieron los apóstoles y de la misma manera: una visión totalmente espiritual y nada corporal. No lo vio como
aquel que dijo: lo vimos sin aspecto atrayente, sin figura ni belleza. Lo vio transfigurado y el más hermoso de los
hijos de los hombres. Por eso dice
transportado de gozo como los apóstoles: ¡qué bien estamos aquí”[19].
La misericordia se
hace miseria[20]. Y
la belleza de la gloria queda oculta (el misterio) en la corteza (sacramento)
de la deformidad de una carne-de-pecado y de un cuerpo-de-muerte. En esto
consiste la encarnación para Bernardo y la clave de la vida litúrgica, en un
participación ab intus en la gloria
del Señor Jesús[21].
Jesucristo es un ser paradójico por su sacramento/misterio, sólo comprensible a
los ojos de la fe. Pero gracias a esta paradoja personal se convierte en
mediador[22],
introduciendo en esa carne-de-pecado y en ese cuerpo-de-muerte el fermento[23]
de la restauración del género humano. El kairós
de la encarnación transforma la existencia dramáticamente ruinosa de la vida en
una existencia numinosa y de combate.
No deja de ser algo
incomprensible la forma como se realiza en la persona de Cristo la unión entre
una naturaleza divina y una naturaleza humana[24].
Por eso el sacramento de la divina dispensación, el cuerpo animado que encierra
el misterio de la divinidad, es sombra[25].
Y su vida, como la nuestra, es una peregrinación en la sombra.
Bernardo acentúa la unión de las dos naturalezas en una
especie de contracción en la persona misma
de Jesús el Cristo, el Verbum abbreviatum,
la Palabra
concisa:
“Por eso se contrajo la
majestad y lo mejor de ella, la misma divinidad, aglutinándose a nuestro barro.
Con el fin de que en una sola persona se uniese entre sí Dios y el barro, la
majestad y la debilidad, la degradación y la sublimidad. Nada hay tan sublime
como Dios y nada tan degradante como el barro. Y a pesar de todo, dios
descendió al barro, y el barro, en su insoslayable menosprecio, subió hasta
Dios. Así, la obra de Dios brilla en el barro como la obra del mismo barro”[26].
Era
imprescindible la kénosis de Cristo
en Jesús, su abajamiento por la humanidad
para reparar el primer pecado de soberbia[27].La kénosis de Cristo es
un interim, que es combate. Bernardo
describe con refinadas y opuestas asonancias el asedio y el forcejeo en la vida
de Cristo, su interim, su spaciolum[28]. En este trabajo y
combate en la miseria nos abrazó a cada uno de nosotros y nos facilitó la unión
con él[29]. Pero hay algo más: el
anonadamiento de Cristo es la clave de la victoria sobre el pecado, e introduce
por la moral, cuya virtud esencial es la humildad, las realidades del ésjaton en la protología, en la raíz
misma de la deformidad.
El interim como el “hoy” litúrgico no es un
combate en la humildad. La encarnación no es simplemente para nosotros una
contemplación de la realidad misma del misterio. La encarnación nos supone imitación, que es seguimiento de las
huellas de Cristo Jesús[30]. Así, el interim ya tiene un sentido para el
hombre. Es la forma de asimilarse a Cristo. Conquistemos el paraíso
escatológico a través del paraíso crístico[31]. Ahora la escatología
supera ya a aquella protología metahistórica, la que no conocía el pecado,
cuando el hombre era conciudadano de los ángeles.
La
celebración litúrgica del misterio de la encarnación es la clave en Bernardo no
tanto de la llamada “devoción a la humanidad de Cristo”, cuanto de los
restantes misterios litúrgicos, incluso de la resurrección. Sin la encarnación,
la resurrección carece de fundamento. Porque este misterio es el comienzo de un
fin que llegará como mero precipitado. La encarnación, como la resurrección y
la ascensión, forman en conjunto esa figura geométrica parabólica, porque
suponen en abatimiento y una exaltación subsiguiente.
-Adviento: Los siete primeros
sermones de los dedicados al ciclo litúrgico son una explanación histórica y
mística del primer período: el Adviento. Trata de explicar el por qué ha sido
Dios-Hijo, quién se ha encarnado y no Dios-Padre o el Espíritu Santo. San
Bernardo da también normas concretas sobre la manera de celebrar los misterios
que la santa madre Iglesia propone a nuestra consideración; se lamenta de los
abusos que los cristianos cometen en este sagrado tiempo y del poco cuidado que
tienen en preparar una limpia morada al Señor para cuando llegue en la noche de
Navidad[32].
Distingue tres clases de venidas: la primera
la hace Jesucristo en carne mortal; la segunda, en espíritu y virtud; la
tercera la hará en la gloria y majestad al final de los tiempos. Según él, sin
la venida de Cristo a la tierra, el género humano habría perecido irremisiblemente.
Era la oveja descarriada que el Buen Pastor se dignó colocar sobre sus hombros
y conducirla al redil. “Maravillosa dignación de Dios, exclama, que así busca
al hombre; dignidad grande del hombre, así buscado de Dios”[33].
-Navidad: En seis sermones sobre la vigilia de Navidad pone
San Bernardo todo el afecto de sus más delicados sentimientos. El objeto
principal de estos sermones es enseñar cómo hay que prepararse a la fiesta de
Navidad, “fuente de vida que, cuanto más se saca de ella, más rebosa y nunca se
agota”[34].
Los sermones sobre la
fiesta de Navidad son seis también, contado el que dedica a los Santos
Inocentes. El lugar, el tiempo y las circunstancias del nacimiento de Cristo le
suministran minuciosas reflexiones acerca de la creación, redención y
glorificación, las obras ad extra principales
de Dios. En el sermón que dedica a los Santos Inocentes estudia los tres
diversos modos de confesar también a Cristo San Esteban, San Juan y los Santos
Inocentes, y concluye que la muerte de estos últimos, aunque inconsciente, fue
un verdadero martirio. Al mismo tiempo defiende la doctrina de que los niños de
la antigua ley se salvaban por la circuncisión, lo mismo que ahora en la nueva
por el bautismo[35].
-Circuncisión: A la fiesta de la Circuncisión dedica
tres sermones. Lo más notable en ellos es la explicación que da de los
distintos nombres con que la Sagrada Escritura y la Iglesia llaman al Verbo
encarnado.
-Epifanía: De la
Epifanía del Señor habla en seis sermones; tres solamente
tratan de la fiesta misma, su objeto histórico y simbólico; uno de la
circuncisión y del bautismo; dos (domingo primero) de las bodas de Caná y de
las bodas espirituales, de las que aquella son tipo.
4. Contenido teológico de
estos sermones
El ciclo de la
Navidad con su preparación, el Adviento, y su prolongación,
los misterios de la Epifanía ,
estimulan a Bernardo a presentar el misterio de Dios en Cristo Jesús frente a
la trágica situación del hombre en su urdimbre y en su historia. Confrontación
de Cristo Jesús, Dios y hombre, con el hombre, mediante la antropología asumida
por Cristo y clave, al mismo tiempo, de toda la historia de la salvación.
Bernardo
se remonta a los albores de la historia de la salvación. Hay una protología
bien marcada por los acontecimientos de un Lucifer-Satanás que, cayendo en
desgracia, configura al hombre mediante el pecado en un “cuerpo de muerte”[36]. El hombre es aherrojado
del paraíso adámico y encerrado en una cárcel. El hombre histórico es noche y
sombra: es mazmorra. Tocamos de lleno la antropología de pecado, la única real
que conoce la persona humana y hace de su existencia una dolorosa y amalgamada
experiencia de separación y de deseo; separación en sí misma de Dios, y deseo
de un liberador y mediador[37]. Es el doble sesgo que
anima la vida de nuestros Padres hasta la venida de Cristo en el tiempo para
remontarse a la escatología[38]. Protología, escatología
y kairología están inseparablemente
unidas en la teología monástica de Bernardo, que es fundamentalmente tropología
o moral. Y se explica en cuanto experiencia de vida en la liturgia y por la
liturgia. La liturgia actualiza en superposición de planos esos tres momentos
históricamente sucesivos: la protología y la escatología en la kairología.
El hodie litúrgico es esa kairología, que
connota hondas exigencias morales[39].
Cristo es nuestro paraíso[40]
con sus cuatro fuentes[41].
Es el que viene de arriba para transformar nuestro hombre de muerte[42].
Se amolda a la historia, al hombre[43].
Su majestad se vuelve humildad; y aparece como “Palabra concisa”, “Palabra
aniñada y sin voz”[44].
Su cercanía y su presencia avivan el deseo de la “Visión de paz”, Jerusalén de
arriba, la realidad del ésjaton[45].
Pero es una Palabra viva que suscita en el corazón del hombre una
transformación El homo-caro se transforma
así en homo-spiritus[46].
Conclusión
Después de ver a grandes
rasgos lo que nos dice San Bernardo respecto al Adviento y la Navidad , podemos
preguntarnos ¿cómo vivió él este tiempo de preparación y de gracia? Lo vivió
meditando sin descanso, el misterio más grande que hemos conocido: “Dios hecho
hombre, Dios hecho un niño”. ¡Misterio inefable! Pero no sólo meditó sino que
comunicó su experiencia vivencial a sus hermanos, a los que el Señor le había
encomendado, alimentándolos espiritualmente para que se llenasen ellos también
de la “sabiduría de Dios”, que él había meditado, asimilado, lo que él había
hecho ya vida. ¡La Vida
de Dios, hecha carne-humanidad!
Bernardo encuentra en la meditación de los misterios, el
fuego que enciende el corazón del hombre, el camino seguro que conduce al AMOR
y a la unión de Dios, y atribuye a los sagrados misterios que se celebran a
través del ciclo litúrgico una virtud sacramental que se ordena con fines a la
santificación.
Estos
sermones, son un guión litúrgico, un depósito espiritual de doctrina, siempre
antigua y siempre nueva, para las almas ansiosas de vida interior que quieren
sentir y vivir con la
Iglesia.
Contemplemos con gozo la Caridad-Amor que Dios
ha tenido con nosotros, “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon
nuestras manos tocante al Verbo de vida.” (1 Jn 1,1).
Mediante Su humanidad conectamos con el sacramento de la divinidad de Cristo.
Que tengamos un “un
corazón preñado de la Palabra ”.
Esta expresión la aplica el beato Guerrico a la Virgen María y al
monje, pues él también concibe al Verbo en el prolongado contacto con la Palabra de Dios[47].
Durante nueve meses maduró lentamente la Palabra de Dios en el seno de la Virgen María.
Durante años y siglos continúa madurando en el corazón del mundo, sembrada
incesantemente por la Iglesia
en el corazón del hombre que la escucha y pone en ella toda su esperanza de
vivir. El monje, a su vez, lleva la vida de Dios en lo más profundo de su
corazón: una vida que se desarrolla lentamente para tomar cuerpo en él.
El monje se recoge
amorosamente en torno al germen de la vida de Dios, y haciéndolo así, lleva el
mundo futuro en lo más profundo de su corazón. El germen no procede de él, nace
de Dios, pero igual que la
Virgen María , el monje le presta su corazón y su cuerpo. Está
todo entero en esta espera y en este anuncio. Es su guía y su guardián. Que
María, patrona del Cister, bajo cuya protección están todos los monasterios de la Orden , nos acompañe en el
adviento y que Ella nos lleve junto al que “viene a salvarnos,
Dios-con-nosotros”.
Hna. Florinda Panizo
BIBLIOGRAFÍA
Acebal Luján J. L., Obras completas de San Bernardo T. III: Sermones litúrgicos
I, Editorial BAC, Madrid 1985.
Diez
Ramos Gregorio, Obras completas de
San Bernardo T. I .Editorial BAC, Madrid 1953.
González
de Cardedal O., Cristología y liturgia.
Reflexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18
(1978).
De
Igny Guerrico, Camino de Luz: Sermones
litúrgicos I, Editorial Monte, Burgos 2004.
Bosch
Van den A., Le mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.
[1] E. Vacandard: Dictionnaire de Theologie Catholique, palabra “Bernard”, Col, 784.
[2] Ibid., col. 783.
[3] Consuetudines, Monasticon Cisterciense
(Solesmes 1892), c. 70, p. 146.
[4]
Id., Ser.mones per
annum, en Sancti Bernardi Opera
IV p. 119-159; Id., Inédits bernardiens dans un manuscrit
d’Engelberg, en Recueil d’études sur
Saint Bernard et ses écrits II (Roma 1966) p. 185ss; Id., La
traduction des sermons liturgiques de St. Bernard p. 203ss.
[5] O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la Cristología
(Madrid) 1975) p. 282 s.
[6] La
escolástica fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento
medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación
entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación
de la razón a la fe.
[7] Toda
cristología desconectada de la vida litúrgica es fugaz por estar radicalmente
enferma. Cf. O. González de Cardedal,
Cristología y liturgia. Reflexión en
torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18 (1978).
[8] Serm. 1 de Septuagésima, n. 2; cf.
Serm. 10 sobre el salmo 90, n. 6, y Serm. 1 de San Malaquías, n. 1.
[9] Serm. 2 de la Anunciación , n. 4.
[10] Serm. 5 de Cuaresma, n. 1; cf. Serm. 8 sobre el salmo
90, n. 1.
[11] Serm. 1 de Todos los Santos, n. 3.
[12] Prólogo al salmo 90, n. 2.
[13] Del
griego protos (primero) y lógos (saber), indica en el ámbito de la teología
contemporánea la doctrina que estudia las afirmaciones dogmáticas relativas a
los orígenes, al “principio”. la creación del universo en general y del hombre
en particular, su elevación al orden sobrenatural, la caída del pecado
original. El término protología se acuñó en analogía con el término
escatología, que estudia las realidades últimas, no ya como término, sino como
consumación. Entre la protología y la escatología se da una íntima conexión, en
cuanto que Dios llevará finalmente a su plenitud todo lo que estableció desde
el principio.
[14] Cf. IEpfn 2,6; véase El carisma cisterciense y bernardiano p. 70.
[15] Sal 136,1. Citado en Adv 7,10: Babilonia-confusión; VigNav 6,8: Babilonia-crueldad; Epf 3,3; SIXC 7,5; 7,14; Asun 1,1:
Babilonia-aspiración.
[16] Anun 1,9-14.
[17] Es
el nombre completo que hay que conocer para salvarse; VigNav 6,1; Circ 2,2:
Jesús es verdad, no sombra, como hijo que es de Abraham; VigNav 6,3: Cristo, el
preexistente antes de la creación.
[18] La
kénosis de Cristo según Fil 2,5-7,
lugar teológico en la soteriología bernardiana: Adv 1,2; 4,4; VigNav 4,6;
Nav 1,1; Cir 3,3; Epf 1,6; SlXC 17,6; Anun 3,10; MiercS 4; 10;
Re 4,1; OPasc 1,1; 2,1; Asc 6,15; TSS 4,2; Mart 8; SVM 3,12.
[19] Cf. Asc 4,9; Mart 5.
[20] MiercS 8; 10: y nos besa con el beso de
su boca; Nav 5,4; Epf 1,1; Cuar 2,2; SlXC 11,8.
[21] Cf. IEpf 2,1; Asun 2,9.
[22] Cf. Asc 6,11; Anun 2,5; IEpfn 2,1; Asun 2,9; TSS 1,4.
[23] Cf. VigNav 3,7-10; Nav 2,2-4.
[24] SVM 4,4; cf. A. Van den Bosch, Le
mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.
[25] Asc 3,3; 6,11; Pent 2,3: “umbra corporis”; Adv 7,1: “umbra mortis, infirmitas
carnis”; VigNav 3,6; 6,3; Adv 1,10. cf. A. Van Den Bosch, a. c., p. 89.
[26] VigNav 3,7.
[27] CalNov 2,3-5; Cuar 2,1-2: humildad en cuanto condescendencia privación de
belleza; MierS 13: sacramento
paradójico de humildad; MiercS 3:
María, modelo de humildad; Nav 1,1: fundamento de todas las virtudes; Nav 2,6: única para reparar la caridad;
Asun 4,7; OAsun 11,13.
[28] MiercS 6: “in illa brevitate appetitus
insidiis, interrogatus contumeliis, pulsatus iniuriis, vexatus supliciis
lacessitus”. El interim de Cristo como combate, véase en MIercS 11.
[29] MiercS 11-12.
[30] JuevS 5; cf. J. Leclercq, Imitation du Crhist et sacrments chez St.
Bernard: Collect. Cist. 38 (1976) 263-282.
[31] Nav 1,6: Christus, Paradisus noster; Adv
8,1; Ded 6,3; NatVM 3; Anun 3,2.
[32] Sem. 3 de Adviento, n.2.
[33] Serm. 1 de Adviento, n. 7.
[34] Serm. 4 de la Vigilia de Navidad, n.1.
[35] Serm. De los Santos Inocentes, n. 2.
[36] Adv 1,2-5;
6,1; Adv 8,1; VigNav 4,2; IEpf 1,3; VigNav 4,2.
[37] Adv 8,1; VigNav 3,2; Epf 1,3.
[38] VarNav 3,2; Epf
1,3.
[39] VigNav 5,3; 6,1-11; Epf 1,5; Pur 1,1; 2,1.
[40] Nav 1,6.
[41] Nav 1,5-8.
[42] Adv 6,5; 7,1.
[43] VigNav 6,3.
[44] VigNav 1,1; 5,3; Nav 1,1,3; 5,1;
Cir 1,1; 2,3; ConP 1,6; ConP 2,1.
[45] VigNav 2,1,6.
[46] Nav 2,10; 3,3; Epf 2,2; IEpf 2,2,3.
[47] Guerrico De Igny, Sermones sobre la anunciación, II, 4-5. Cf. Camino de luz, II,
273-277.
No hay comentarios:
Publicar un comentario