4 de noviembre de 2012

LOS SÍMBOLOS RELIGIOSOS Y EL CAMBIO SOCIOCULTURAL

    
                                                
 SÍMBOLOS RELIGIOSOS


Dos puntos importantes que afectan a los sistemas religiosos son: la cuestión de los símbolos religiosos y la cuestión de los cambios socioculturales. El primero, desde dentro y el segundo, desde fuera.
Los seres humanos, puesto que vivimos en sociedad, nos relacionamos y comunicamos, expresando y captando múltiples mensajes. Estamos sumergidos entre diversos signos, señales y símbolos, en nuestra cotidianidad, abarcando desde un gesto o una mirada. Todo acto comunicativo es el intercambio de información o mensajes a través de un medio que puede ser acústico, visual, táctil (ejemplo: alfabeto braille de los ciegos), etc., entre un emisor y un receptor.
Para comunicarnos nos valemos de signos, señales y símbolos, que cumplen diferentes objetivos. En la comunicación, los signos y señales aparecen, en general, en estructuras similarmente ilógicas. A veces requieren un planteamiento intuitivo que extraiga su sentido y que, por consiguiente, los haga susceptibles de interpretación creativa. Intuición, inspiración, resolución creativa de problemas..., como quiera que lo denominemos esta actividad no posee ninguna lógica, ningún patrón previsible. De la organización de signos inconexos surge la liberación de la lógica hacia el salto de la interpretación. Lo podemos llamar inspiración, pero es una forma particular de inteligencia. Es la aptitud esencial de cualquiera que debe organizar información diversa y extraer un sentido de ésta.
Los símbolos pueden componerse de información realista, extraída del entorno, fácil de reconocer, o también por formas, tonos, colores, texturas..., elementos visuales básicos que no guardan ninguna similitud con los objetos del entorno natural. No poseen ningún significado, excepto el que se les asigna. Existen muchas formas de clasificar a los símbolos; pueden ser simples o complicados, obvios u oscuros, eficaces o inútiles. Su valor se puede determinar según hasta donde penetran la mente pública en términos de reconocimiento y memoria.

1.1.     Etimología de la palabra símbolo

Del latín symbŏlum, y éste del griego σύμβoλoν, el símbolo es la forma de exteriorizar un pensamiento o idea, incluso abstracta, así como el signo o medio de expresión al que se atribuye un significado convencional y en cuya génesis se encuentra la semejanza, real o imaginada, con lo significado. Afirmaba Aristóteles que no se piensa sin imágenes, y simbólica es la ciencia, constituyendo ambas las más evidentes manifestaciones de la inteligencia.
Etimológicamente la palabra procede de usos jurídicos antiguos. Dos partes de un anillo, de un bastón o de una moneda servían al juntarlas como signo de reconocimiento y legitimación de un forastero que invocara un pacto de hospitalidad (tessera hospitalis). Por eso la palabra recibió la significación de pacto; y en el lenguaje eclesiástico indica la comunidad de confesión, la formulación -fijada preceptivamente- de la fe (símbolo de la fe), y luego también utensilios, imágenes y actos en que se expresa la fe. A partir de la ciencia de la religión, de la psicología, de la ciencia del arte y de la literatura, así como de la teoría de la ciencia y de la lógica, el concepto ha recibido hoy tal amplitud y pluralidad de significados que, por ejemplo, incluso los signos operativos de cálculos logísticos se llaman símbolos.
Un símbolo es la representación visible de una idea, con rasgos asociados por una convención socialmente aceptada. Es un signo sin semejanza ni contigüidad, que solamente posee un vínculo convencional entre su significante y su denotado, además de una clase intencional para su designado. El vínculo convencional nos permite distinguir al símbolo del icono[1], como del índice y el carácter de intención para distinguirlo del nombre[2]. Los símbolos son pictografías con significado propio. Muchos grupos tienen símbolos que los representan; existen símbolos referentes a diversas asociaciones culturales, artísticas, religiosas, políticas, comerciales, deportivas, etc.

1.2.     Una realidad significante y una realidad significada

En su formulación más técnica, el signo se define como la unión de “significante” y un “significado”. Por ejemplo: las palabras son signos. En la “palabra” (un signo que constantemente utilizamos), el significante es el fonema que se pronuncia al decir esa palabra y el significado es el concepto al que nos remite el fonema que oímos. Cuando el significante (fonema) se une con el significado (concepto), entonces tenemos el signo, que siempre es indicador de un “referente”, la realidad, objeto, persona... a la que nos referimos con cada palabra o en cada frase (conjunto de palabras).
Hay una realidad significante y una realidad significada, una relación que puede parecer muy lógica y natural, o más o menos arbitraria. Aquí hay una cuestión complicada que es la cuestión de la mediación cultural. Ésta contribuye a potenciar los recursos, personales y sociales, de que dispone la comunidad educativa, para atender aquellas necesidades que puedan generar conflicto o malestar entre sus miembros por causa de las diferencias culturales, ya que lo que en una cultura puede parecer muy natural, en otra no puede parecerlo tanto o viceversa. De estas realidades hay muchas que identifican una época determinada, un tiempo de la historia o de un lugar. Las mediaciones culturales son muy importantes, por ejemplo: el negro es símbolo de la muerte en España; en China el símbolo de la muerte es el blanco.
El aprendizaje personal y la formación para entender estas realidades y realizar correctamente la lectura e interpretación de las mismas, exige conocer otra cuestión: la decodificación[3]. Para conocer bien los símbolos religiosos se requiere una formación religiosa y hoy día es un problema porque muchos jóvenes desconocen el significado de éstos al no tener formación sobre la Historia Sagrada. De la importancia de la sociolingüística[4] radica la conveniencia de conocer la estructura del lenguaje, dado que los vocablos se refieren a unas ideas que, a su vez, nos llevan a otros seres.

2.      Características de los signos y símbolos

Diferencias entre signos y símbolos:
- Signo: cosa que por su naturaleza o por convenio evoca en el entendimiento la idea de otra. Pueden ser comprendidos por los seres humanos y, algunos (como los signos gestuales), incluso por ciertos animales.
- Símbolo: imagen, figura o divisa con que, materialmente o de palabra, se representa un concepto moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia que el entendimiento percibe entre este concepto y aquella imagen.
La definición de símbolo peca por exceso, porque imagen (que, repetida, es el sustantivo fundamental) o figura evocan, inmediatamente, una forma física, mientras que la palabra divisa es de doble filo, escrita y pintada, sin exclusión. Digamos -con Julio Casares- que "símbolo es objeto, animal u otra cosa que se toma como tipo para representar un concepto, moral o intelectual, por alguna semejanza o correspondencia". Si bien parece tratarse de una definición más breve y exacta, las expresiones "u otra cosa" y "correspondencia" abran inabarcables horizontes.
La palabra símbolo, sin embargo, es y seguirá siendo actual, mientras el hombre considere que una imagen puede ser más rápidamente asimilada que una palabra o una frase escrita. Hoy tenemos miles de símbolos, acaso más que nunca, en una cultura predominantemente visual, que nos obligan a una permanente y ya definitiva traducción de una forma física a un contenido mental, con inmediatas consecuencias en nuestra conducta social o individual.
Los símbolos son específicamente humanos. Los signos señalan, son específicos de un cometido o una circunstancia. Los símbolos tienen un significado más amplio.
- Señal: marca que hay o se pone en las cosas para darlas a conocer. Una señal es un símbolo, un gesto u otro tipo de signo que informa o avisa de algo. La señal sustituye por lo tanto a la palabra escrita o al lenguaje. Ellas obedecen a convenciones, por lo que son fácilmente interpretadas.
El símbolo formula, representa y significa. La señal indica.
- Sacramento: “signo sensible de un efecto interior y espiritual que Dios obra en nuestras almas”[5]. En la teología de la Iglesia católica, el sacramento es un signo sensible y eficaz de la gracia invisible de Dios a través del cual se otorga la vida divina y ofrece al creyente el ser hijo adoptivo de Dios. Los sacramentos, fueron instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia.

2.1.     Evolución y dimensión social del símbolo

Son muchas las etapas que componen la evolución en la forma de comunicación humana, en el desarrollo del lenguaje: desde los pictogramas a las señales abstractas y sistemas de prealfabetización. Pero su utilidad no es menor entre las verbalmente alfabetizadas, al contrario, es mayor. En la sociedad tecnológicamente desarrollada, con su exigencia de comprensión inmediata, los signos y símbolos son muy eficaces para producir una respuesta rápida. Su estricta atención a los elementos visuales principales y su simplicidad estructural, proporcionan facilidad de percepción y memoria.
El símbolo tiene siempre una dimensión social. La bandera nacional, el himno nacional, la fiesta nacional permiten a los ciudadanos reconocerse como miembros de una misma entidad social, política y territorial. Todo movimiento político, cultural, educativo, toda agrupación humana se identifica por medio de prácticas simbólicas. Estas permiten al individuo integrarse en el grupo y permiten al grupo diferenciarse, situarse en relación con el resto de la sociedad.
Si unifica a los hombres entre sí, el símbolo unifica también a todo hombre. A diferencia del signo que concierne esencialmente a nuestra facultad de conocimiento, el símbolo afecta a todo el hombre: a su inteligencia, desde luego, pero también a sus sentimientos, a su afectividad, a su imaginación, a todo su cuerpo.

3.      EL SIMBOLISMO CRISTIANO

El ingreso en la trama simbólica que constituye todo sistema cultural madura a través de un proceso de socialización durante el cual se es iniciado en la experiencia simbólica de una determinada comunidad que reconoce unos significados y significantes propios. Los símbolos litúrgicos los vivimos dentro de esa trama simbólica particular y original que es la de la Iglesia[6]. Solamente podemos introducirnos en el cristianismo como campo simbólico mediante la Biblia y la Tradición cristiana.
En el hecho de que las cosas han sido creadas para gloria de Dios (la cual se pronuncia con palabras en el hombre) se basa su pertenencia mutua, su «semejanza» (analogía del ser), en virtud de la cual una cosa puede representar a otra. Como creadas, todas las cosas son, cada una a su manera, vestigia Dei, aparición visible de su naturaleza invisible (Rom 1,20). Pero el símbolo originario de la teología cristiana (que da nueva plenitud a la imago Dei en el hombre) es el Logos encarnado, viendo al cual se ve al Padre (Jn 14,6-10). Así Cristo proclama, no la liberación del símbolo, sino su redención.

3.1.     Los símbolos religiosos

El hombre, siendo a la vez corporal y espiritual, expresa y percibe las realidades espirituales a través de los signos y símbolos para comunicarse con los demás, mediante el lenguaje, gestos y acciones. Lo mismo sucede en su relación con Dios. Dios habla al hombre a través de la creación visible. El cosmos material se presenta a la inteligencia del hombre para que vea en él las huellas de su Creador. El día y la noche, el viento y el fuego, el agua y la tierra, el árbol y los frutos hablan de Dios, simbolizan a la vez su grandeza y su proximidad.
En cuanto criaturas, estas realidades sensibles pueden llegar a ser lugar de expresión de la acción de Dios que santifica a los hombres, y de la acción de los hombres que rinden su culto a Dios. Lo mismo sucede con los signos y símbolos de la vida social de los hombres: lavar y ungir, partir el pan y compartir la copa pueden expresar la presencia santificante de Dios y la gratitud del hombre hacia su Creador.
Las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana, confiriéndoles la dignidad de los signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo.
El simbolismo esponsal es utilizado en la Biblia como una de las imágenes más intensas para exaltar el lazo de intimidad y el pacto de amor que existe entre el Señor y el pueblo elegido. Su belleza, hecha de «salvación», de «justicia» y de «gloria» será tan maravillosa que podrá ser una «corona fúlgida en la mano del Señor» (Is 62,3).

3.2.     El simbolismo Bíblico

            La Biblia apenas usa el término símbolo (Os 4,12; Sab 2,9; 16,6), mientras que recurre con mucha frecuencia -80 veces en el AT, 70 veces en el NT- al término signo (hebr. ôt, gr. Sêmeion) y afines. Pero al margen de los términos, el lenguaje simbólico profundamente connatural a la mentalidad semita, es una de las características básicas de la Sagrada Escritura; por lo demás, la pedagogía de los signos es una constante de la acción del Dios vivo en medio de su pueblo.
            El simbolismo bíblico nace de una concepción religiosa que ve toda la realidad y toda la historia en estrecha conexión con Dios, para la cual todos los seres y todos los acontecimientos pueden llegar a ser signos de la presencia y de la obra de Dios. En el NT se da una estrecha continuidad simbólica con el AT, tanto en el lenguaje como en los ritos, pero sobre todo se centra en Cristo, que cumple toda figura y toda promesa. La novedad de algunos símbolos del NT depende del significado y de la función que llegan a asumir en relación con el misterio de Cristo: la cena, el bautismo, la unción, la imposición de manos, etc.

3.3.     Desarrollo del simbolismo cristiano

El desarrollo del simbolismo cristiano está favorecido no sólo por la vitalidad intrínseca de la comunidad cristiana y el perdurar de la tradición y de la mentalidad bíblica, sino también por los influjos de las diferentes culturas: por el helenismo en los primeros siglos, y, sucesivamente, por la civilización bizantina en Oriente y por el mundo franco-germánico en Occidente.
Prescindiendo de las características del lenguaje teológico cristiano de los primeros siglos, debe subrayarse la precoz multiplicación de los símbolos cristianos, que en una notable proporción son de inspiración bíblica: imágenes, signos gráficos, representaciones, gestos, posturas, objetos y, sobre todo, la progresiva formación del complejo de los signos litúrgicos. Esta tendencia a la expresión simbólica, que será siempre una característica muy acusada en la tradición cristiana oriental, culmina en Occidente, en la alta Edad Media, en la arquitectura y ornamentación de las iglesias.
En la Edad Media tardía se asiste a un profundo cambio de mentalidad: el convencionalismo, el alegorismo, la pérdida del sentido litúrgico, el intelectualismo y el nominalismo dominantes en filosofía y en teología sofocan el gusto por el simbolismo. Pero la renovación que comenzó a efectuarse en Occidente a partir del romanticismo, ha madurado en la Iglesia -en armonía con una nueva sensibilidad general- con el desarrollo de los estudios bíblico-patrísticos y del movimiento litúrgico, así como por el influjo de las ciencias humanas.

4.      LOS SIGNOS LITÚRGICOS SON SÍMBOLOS

A) Naturaleza del signo en general
Signo es aquello gracias a lo cual «aliud videtur et aliud intelligitur» (San Agustín), es decir, una realidad que orienta hacia otra distinta. Tal es el caso, por ejemplo, del humo, que descubre la existencia del fuego.
            En todo signo existe siempre un doble elemento: lo significado y el significante. El primero es más importante en el plano ontológico, pero el segundo lo es en el plano cognoscitivo; ambos, sin embargo, están inseparablemente unidos, pues el signo sólo es posible por la conjunción de ambos.
         Esta inseparabilidad origina las relaciones que existen entre ellos. El significante manifiesta y oculta, a la vez, al significado, tiene una semejanza con él y es más imperfecto; el significado, por su parte, es conocido gracias al significante, pues, estando más próximo a nosotros, nos conduce a él, nos lo revela y nos permite insertarnos en él.

B) Los signos litúrgicos son símbolos
            Los signos son de tres clases: naturales, convencionales y simbólicos. Los primeros están fundados en la misma naturaleza de las cosas (el humo orienta al fuego por el hecho de ser humo); los convencionales dependen exclusivamente de la voluntad humana (la bandera de una nación, la señal de stop); y los simbólicos dependen de la voluntad, pero tienen un fundamento en la realidad de las cosas (el agua del Bautismo purifica por voluntad de Cristo; pero la naturaleza del agua conlleva la idea de purificación).
            Los signos litúrgicos no son naturales ni meramente convencionales: son símbolos. Cristo -y luego la Iglesia- al conferir la naturaleza simbólica a los signos litúrgicos, ha institucionalizado su modo salvífico de obrar mientras vivió en la tierra, pues frecuentemente realizaba los milagros partiendo de signos naturales que hablaban a los presentes: barro, saliva, agua, teca; ha tomado en consideración la naturaleza humana que llega a lo invisible a través de los visible y capta lo suprasensible por medio de los sensible; y ha sido fiel a la dinámica de la Encarnación «gracias al misterio de la Palabra hecha carne…; conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleva al amor de lo invisible»[7]. Pues la Encarnación de la Palabra ha hecho posible la plena revelación y el subsiguiente conocimiento del Dios invisible y trascendente.
            Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos. Según la pedagogía divina de la salvación, su significación tiene su raíz en la obra de la creación y en la cultura humana, se perfila en los acontecimientos de la Antigua Alianza y se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo.

4.1.     Signos y símbolos en la vida de las personas

El hecho religioso exige forzosamente el lenguaje simbólico, es la puerta que se abre a la realidad, al verdadero significado. Como ejemplo tomo el lenguaje de los Padres de la Iglesia: Cristo es el Sol, la Luna es la Iglesia, el símbolo del Amor (Cantar de los Cantares).
Hay conceptos muy importantes como los de padre, hijo, familia, pastor, etc., que pueden estar influidos en cada persona por las experiencias que ha tenido en referencia a cada uno de ellos y en una cultura determinada. A modo de ejemplo: para nosotros es fácil decir “Padre nuestro”, pero no para muchos niños de hoy. Igual que el ejemplo del pastor en una catequesis de niños ya no tiene mucho sentido, porque no les dice nada (no es pedagógico) ya que nunca han visto un pastor de ovejas, habría que buscar otro modelo que nos sirva para hacerles comprender el mensaje del Buen Pastor -referido a Jesús- del que nos habla el Evangelio.
Las realidades perceptibles que se interpretan en el culto religioso, expresan unas veces la relación de la comunidad con el Trascendente y viceversa, y en otras ocasiones se crea un contexto que puede ayudar en las dos direcciones.
Se pueden presentar algunas dificultades para realizar correctamente esta relación con el Trascendente:
- El hombre secularizado de hoy encuentra muchas dificultades a la hora de concebir una salvación unida a ritos que privilegian y hacen determinantes unos momentos de su existencia, y no oculta su desagrado ante un simbolismo y un lenguaje unidos a culturas que considera irremisiblemente pasadas.
- Igualmente, critica y tiende a superar formas culturales cosmocéntricas, mientras que va en busca de una experiencia religiosa más antropocéntrica, en la que las relaciones humanas y el compromiso con los problemas del hombre tienen más importancia que los elementos y ritos naturales.
- Si estas instancias exigen un valiente esfuerzo de adaptación de los ritos litúrgicos y una búsqueda más seria de un nuevo lenguaje religioso, ciertamente no pueden llevar a un vaciamiento del cristianismo de una dimensión que responda a las leyes fundamentales de la historia de la salvación, para adecuarlo a una reducción antropológica preconcebida, que ignora las exigencias más profundas del hombre, que hoy más que nunca es necesario salvaguardar y promover.
- El creyente ha de entender bien los signos y los símbolos, que siempre son para iniciados. Ha de saber cómo expresar la vivencia que tiene el creyente de ellos, es decir, comunicar lo mismo con otras palabras sin cambiar el sentido.

4.2.      ¿Existe hoy un empobrecimiento simbólico?

Sí, podemos hablar de un empobrecimiento del símbolo y puede tener diversas procedencias:
- Por parte de los símbolos, muchos símbolos hoy no pueden ser inteligibles; otros son difíciles de entender y, además, de vivir.
- Por falta de formación entre los miembros del sistema religioso, por falta de iniciación religiosa, por desconfianza o estereotipos, por recibir información que desacredite ciertos símbolos.
- Por convertir el símbolo en fin en sí mismo, desvirtuando su razón de ser: el símbolo es un medio al servicio de la relación con lo Trascendente. Esto nos puede hacer pensar en el arte religioso con visión de trascendencia. A lo largo de la historia ha sido difícil la diferenciación entre el arte religioso y el arte sacro. El primero nos muestra obras artísticas donde se muestra el amor y la fe en Dios. Sin embargo en el arte sacro podemos contemplar lo mismo que en el religioso pero que además sirve como culto a lo divino.
Otra cuestión muy importante es ver cómo son tratados en los medios de comunicación los signos y los símbolos religiosos. La secularización es hoy casi total en dichos medios y el desarrollo tecnológico está relacionado con la influencia, cada vez mayor, de los medios de comunicación social.
Pero también estos medios pueden ofrecer una valiosa ayuda al aumento de la comunión, dada su importancia fundamental en el modo de percibir y de conocer la realidad y la persona humana misma. Se hace necesaria una seria reflexión sobre su influjo, especialmente sobre la dimensión ético-cultural de la globalización y el desarrollo solidario de los pueblos.

5.      EL CAMBIO SOCIOCULTURAL Y EL HECHO RELIGIOSO

5.1.     Las dos variables

Las diversas culturas en que se concreta el colectivo humano, reflejan no sólo modos específicos de adaptación a la naturaleza y de organización de las relaciones sociales, sino también formas diferentes de percibir y definir las realidades, de pensar el mundo, de interpretarlo y de expresarlo. Y, dentro de cada sociedad, los distintos colectivos identificados poseen, asimismo, elementos diferenciadores en cada uno de estos aspectos. Ello hace que sea indispensable para entender -no importa qué ámbito de las sociedades y las conductas humanas-, atender y profundizar en la dimensión simbólica de la vida social, ya que las realidades ideáticas son tan reales como las realidades materiales, existiendo entre ambas un tipo de relación y de aplicaciones no mecánicas.
Hay unas realidades que afectan más directamente al interior de los sistemas religiosos, primeramente externo a los sistemas religiosos, que son conjuntos de creencias que ayudan a explicar parte de los misterios de la vida y la muerte. La mayoría de las personas que siguen alguna fe creen en un Dios o en varios
Si afirmásemos una posición ideológica no sociológica, afirmaríamos solo una dirección. Para el marxismo las condiciones materiales son la variable independiente y el hecho religioso es siempre la variable dependiente. Está en el origen del sistema capitalista, la famosa tesis de Max Weber[8] sobre la “ética protestante y el espíritu del capitalismo” afirmando que la ética calvinista (la riqueza es un don de Dios, hay que tener exigencia, esfuerzo, responsabilidad…). El sistema capitalista encuentra su origen en la ética calvinista, que entiende la riqueza como don de Dios, por lo que hay que tener exigencia, esfuerzo, responsabilidad… En este sentido se puede entender la famosa tesis de Max Weber sobre “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.

5.2.     Lo que entendemos por cambio sociocultural

            Nos encontramos ante un cambio sociocultural acelerado.
La sociología es una ciencia que trata de la estructura y funcionamiento de las sociedades humanas. La sociología busca comprender las relaciones de los hechos sociales por medio de la historia; mediante el empleo de métodos de investigación, quiere saber donde están los problemas en la sociedad y sus relaciones con los individuos. Compara a la sociedad con la cultura y la política. Es una ciencia reciente que nació en el siglo XIX.
La cultura es el conjunto de todas las formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a través de los cuales una sociedad regula el comportamiento de las personas que la conforman. Como tal incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestimenta, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Desde otro punto de vista se puede decir que la cultura es toda la información y habilidades que posee el ser humano. El concepto de cultura es fundamental para las disciplinas que se encargan del estudio de la sociedad, en especial para la antropología y la sociología.
El cambio sociocultural es la evolución y difusión de la cultura material -bienes económicos- y de la cultura simbólica, valores en las sociedades. Se trata de las variaciones en las maneras de pensar, de sentir, de valorar y de actuar que se dan en el interior de un sistema sociocultural. Cambios en los grupos y en las instituciones, en las estructuras y en el funcionamiento de los mismos. En forma genérica, el cambio social es la evolución y difusión de la cultura material -bienes económicos- y de la cultura simbólica - valores en las sociedades.
Otros conceptos relacionados con el cambio social son la modernidad, la capacidad de cambio, la innovación, su difusión, y en general en todas las ciencias sociales sobre cuestiones de desarrollo.

5.3.     Indicadores de cambio sociocultural

El cambio social es un término sociológico y se caracteriza por su referencia a una unidad social. Hoy en día la sociedad no es vista como un sistema rígido, sino como un campo blando y multidimensional de relaciones. Ontológicamente, la sociedad, vista como un estado estacionario, no existe y no puede existir; lo que realmente existe son procesos constantes en lugar de entidades estables.

5.4.     Autores

Algunos autores que tienen consecuencias en nuestros sistemas socioculturales, y también bastante importancia para el hecho religioso son los siguientes:
- Cambia la visión de la filosofía: Santo Tomás (1225-1274) y Descartes (1596-1650). La filosofía se separa de la teología. Cuando la filosofía adoptó los métodos propios de las ciencias particulares siguió un falso camino; filosofía y ciencias positivas quedaron colocadas en el mismo nivel, esto significó para la filosofía una pérdida de su autonomía, un descenso jerárquico y su deformación. Al final la filosofía desembocó en una aguda crisis que llegó a su clímax en las últimas décadas del siglo XIX. El servicio que la filosofía presta a la teología no se reduce, pues, al aporte de determinadas nociones y principios, sino que también brinda el núcleo que da vida a las distintas temáticas y articulaciones de un pensamiento.
- Cambia la visión de la tierra y del universo: Copérnico (1473-1543) y Galileo (1564-1642). Ambos científicos fueron increpados por sus ideas y postulados, tanto por teólogos y religiosos como por otros científicos de la época. El método científico que dieron a conocer tuvo repercusiones en las corrientes filosóficas y del pensamiento futuras, como el racionalismo de Descartes.
- Cambia la visión de la persona humana: Darwin (1809-1882) y Freud (1856-1939. Una lectura más detallada de sus ensayos demuestra que Darwin da por hecho la vida, pero nunca explica si es resultado del azar y de la evolución misma, o de un acto creativo. El pensamiento con el que contaba Darwin no está libre de debilidades y problemas que han sido expuestos por muchos investigadores a lo largo del tiempo. Por ejemplo, no llega a explicar la génesis de órganos complejos y especializados y sostiene la posibilidad de heredar caracteres adquiridos. Según Freud, la vida psíquica no tiene su centro emisor en la conciencia del hombre, en su racionalidad, sino que produce un desplazamiento de su estudio hacia el inconsciente para determinar las leyes y mecanismos de su funcionamiento. La vida psíquica, según él, consiste en un conjunto de teorías que tratan de demostrar las pulsiones que motivan el comportamiento y que son ignoradas por el sujeto.
- Cambia la visión de la sociedad: Marx (1818-1883). Cuando Marx habla de “realidad” hace referencia al contexto histórico social y al mundo del hombre. Asegura que el hombre es sus relaciones sociales.
En líneas generales, Marx defiende la idea de que la alineación empobrece al hombre sociohistórico negándole la posibilidad de modificar aspectos de los ámbitos en los que se ve involucrado, provocándole una conciencia falsa de su realidad.
Para Marx lo que el hombre es no puede determinarse a partir del espíritu ni de la idea sino a partir del hombre mismo, de lo que éste es concretamente, el hombre real, corpóreo, en pie sobre la tierra firme. El hombre no es un ser abstracto, fuera del mundo sino que el hombre es en el mundo, esto es el Estado y la sociedad. La libertad, la capacidad de actuar eligiendo, está limitada a las determinaciones históricas, pero es, al mismo tiempo, el motor de aquéllas cuando las relaciones sociales y técnicas entran en crisis.

6.      CONCLUSIÓN

Una reflexión no unilateral sobre la situación actual nos lleva a un renovado acto de confianza en el simbolismo religioso: éste se coloca en continuidad vital con la Biblia, hace posible la celebración del misterio y responde a profundas exigencias antropológicas, hoy particularmente sentidas.
A nivel pedagógico, la revalorización de la función simbólica ha llevado a una toma de conciencia de la importancia de una educación para el simbolismo. Tal educación nos parece que se debe configurar: a nivel subjetivo, como perfeccionamiento de la actitud contemplativa y de la percepción simbólica; a nivel objetivo, como iniciación al simbolismo de las realidades naturales (luz, fuego, agua, etc.) y de algunas experiencias relacionadas (de la convivalidad, por ejemplo); a nivel cultural, como inserción gradual en un determinado contexto social; a nivel expresivo, como formación para la expresión simbólica (expresión corporal, pedagogía del gesto y de las posturas, lenguaje simbólico).
Ha sido la Biblia quien ha dado una aportación insustituible a toda educación al simbolismo cristiano, mientras que para la formación litúrgica no habrá ninguna pedagogía sistemática más eficaz que la experiencia de celebraciones vivas y auténticas, en un contexto de fe y participación comunitaria.
La atención no se dirige a los símbolos tomados en sí mismos, más o menos necesitados de manipulación o de sustitución, sino a todo un proceso de simbolización; el significado y la eficacia de una experiencia simbólica dependen de una iniciación, de una fe, de un sentido de identidad y de pertenencia a la Iglesia y a la tradición cristiana, de la vitalidad de nuestras comunidades cristianas y de la autenticidad de sus celebraciones.
El hombre secularizado de hoy encuentra muchas dificultades a la hora de concebir una salvación unida a ritos que privilegian y hacen determinantes unos momentos de su existencia, y no oculta su desagrado ante un simbolismo y un lenguaje unidos a culturas que considera irremisiblemente pasadas. Igualmente critica y tiende a superar formas culturales cosmocéntricas, mientras que va en busca de una experiencia religiosa más antropocéntrica, en la que las relaciones humanas y el compromiso con los problemas del hombre tienen más importancia que los elementos y los ritmos naturales.
Si estas instancias exigen un valiente esfuerzo de adaptación de los ritos litúrgicos y una búsqueda más seria de un nuevo lenguaje religioso, ciertamente no pueden llevar a un vaciamiento del cristianismo de una dimensión que responda a las leyes fundamentales de la historia de la salvación, para adecuarlo a una reducción antropológica preconcebida, que ignora las exigencias más profundas del hombre, que hoy más que nunca es necesario salvaguardar y promover.
Queda abierto el problema de un lenguaje más acorde con la sensibilidad y los problemas del hombre de hoy y de una interpretación de las acciones simbólicas en perspectiva histórica; tarea ardua, pero posible.
Florinda Panizo Viñambres

1. BIBLIOGRAFÍA

J. A. Abad Ibáñez; M. Garrido Bonaño, Iniciación a la liturgia de la Iglesia, Ediciones Palabra, Madrid 1988.
J. Casares, Diccionario ideológico de la lengua española, Real Academia Española.
Jean Lebon, Para vivir la Liturgia, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 1987.
Domenico Sartore, Achille M. Triacca, Nuevo Diccionario de liturgia, Ediciones Paulinas, Madrid 1987.
Sacramentum Mundi, Enciclopedia Teológica, Tomo Sexto, Editorial Herder, Barcelona 1976.

[1] Un icono (del griego εκών, eikon: ‘imagen’) es una imagen, cuadro o representación; es un signo o símbolo que sustituye al objeto mediante su significación, representación o por analogía, como en la semiótica.
[2] El nombre es la designación o denominación verbal (las denominaciones no verbales las estudian la iconología y la iconografía) que se le da a una persona, animal, cosa o concepto tangible o intangible, concreto o abstracto, para distinguirlo de otros. Como signo en general, es estudiado por la semiótica, y como signo en un entorno social, por la semiología.
[3] Del inglés decoding, decodificar: Es el proceso por el cual se convierten símbolos en información entendible por el receptor. Su proceso contrario es la codificación.
[4] La sociolingüística es un campo científico de la lingüística y la sociología se define como el estudio de la influencia de la sociedad en el lenguaje, incluyendo las normas culturales y el contexto en que se mueven los hablantes.
[5] J. CASARES. Diccionario ideológico de la lengua española, Real Academia Española.
[6] Cf. L. -M Chauvet, Du symbolique au symbole. Essai sur les sacrements, Cerf. París 1979, 81-82.
[7] Prefacio I de Navidad.
[8] Maximilian Carl Emil Weber (Érfurt, Alemania, 21 de abril 1864 - Múnich, 14 de junio 1920) fue un filósofo, economista, jurista, historiador, politólogo y sociólogo alemán. Sus trabajos más importantes se relacionan con la sociología de la religión y el gobierno, pero también escribió mucho en el campo de la economía. Su obra más reconocida es el ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que fue el inicio de un trabajo sobre la sociología de la religión.

23 de octubre de 2012

LOS ORÍGENES DEL MONACATO CRISTIANO

 
 Filosofía y exégesis
 1. Filosofía y Escritura: como los judíos helenísticos y cristianos han valorado la tradición filosófica griega y el papel de la filosofía en la interpretación de las Escrituras.
Hasta el siglo IV antes de Jesucristo, la fuente única del pensamiento judío la constituyó la Sagrada Escritura, interpretada y aplicada a los problemas prácticos de los profetas. La desaparición del profetismo dejó un gran vacío que se trató de llenar con el tradicionalismo, representado principalmente por la secta farisea y por medio de un grupo de sabios (escribas) que se consagraban al estudio de la Ley y de los Profetas, interpretándolos y aplicándolos en conformidad con la tradición. Este tradicionalismo permaneció vigente hasta el año 70 de nuestra era, fecha de la toma de Jerusalén por Vespasiano, y fue uno de los principales baluartes de la resistencia judía frente al cristianismo.

Después de la diáspora, los judíos habían entrado en contacto con el pensamiento griego, especialmente en Alejandría, donde floreció una numerosa comunidad hebrea. Entre estos judíos más o menos helenizados, es donde aparece planteado por primera vez el problema de las relaciones entre la verdad revelada de la Biblia y la filosofía. Para solucionarlo acudieron a la aplicación del método alegórico a la interpretación de la Sagrada Escritura e incluso a otros procedimientos menos científicos y hasta menos nobles, como fueron la teoría del «robo de los filósofos» y la falsificación de textos de poetas, filósofos y vaticinios de las sibilas, para hacerlos coincidir con sus creencias. Pero estas tentativas conciliadoras no tuvieron gran éxito. Después de Filón, y sobre todo después de la caída de Jerusalén (año 70), la actividad judía se reconcentra en un nacionalismo cerrado y en su religión, interpretada conforme al criterio tradicionalista, manteniéndose completamente alejada de la filosofía hasta el siglo VIII, en que las escuelas de Babilonia entran en contacto con el kalam musulmán.

Maimónides es ante todo un judío creyente, conforme a la tradición del rabinismo. Considera la Biblia como expresión de la verdad divina. Pero esto no le impide dar amplia acogida a la filosofía. Utiliza la filosofía para explicar el sentido bíblico, y recurre ampliamente al método alegórico. Su objeto es guiar a los que se extravían en el sentido de algunos pasajes excesivamente antropomórficos. La Biblia tiene dos sentidos. Uno literal y aparente, y otro profundo, oculto y espiritual. Las contradicciones y dificultades se resuelven cuando se logra penetrar en el segundo. La Escritura es un pozo oculto a gran profundidad, y solamente por la interpretación de las alegorías, o de una alegoría por otra, es como se anudan en cierto modo las cuerdas para sacar el agua de él. 

De Aristóbulo y Filón proviene la teoría «del robo de los filósofos», inventada con el propósito de «explica»r las semejanzas y coincidencias parciales entre la Biblia y la filosofía y a la vez resaltar la superioridad y la anterioridad de la primera sobre la segunda. Esas coincidencias provendrían de que los filósofos griegos, especialmente Pitágoras y Platón, habrían conocido en sus viajes los libros de Moisés y los profetas, y se habrían apropiado sus doctrinas. Filón añade, por su parte, el empleo de la alegoría, que le permite estirar el sentido literal de la Biblia con interpretaciones más o menos forzadas, hasta hacerla coincidir con las enseñanzas de los filósofos. Su propósito es situar la filosofía en un plano de inferioridad respecto de la Sagrada Escritura, pero al mismo tiempo justificar su utilización en beneficio de la ciencia sagrada. De este modo Filón, creyente sincero, pero al mismo tiempo admirador de la filosofía, podía quedar tranquilo, conservando su fe y utilizando la filosofía, sin escrúpulo de conciencia como ciencia subsidiaria para la explicación de las Sagradas Escrituras.

Aunque inferiores en número a los adversos a la filosofía, cronológicamente, sin embargo, son anteriores los escritos cristianos que adoptan ante ella una actitud favorable. Su noción de filosofía es bastante imprecisa. No obstante, distinguen claramente entre el conocimiento que procede solamente de la razón (filosofía) y el que se fundamenta sobe la fe y la revelación (cristianismo). Todos ellos conceden la supremacía al segundo y creen en su absoluta suficiencia, considerando sus enseñanzas religiosas y morales como inmensamente superiores a las de la filosofía pagana. Pero aunque al abrazar el cristianismo veían en su doctrina la plenitud de la verdad, no por eso se creían obligados a renunciar a las verdades parciales que antes de su conversión habían aprendido en las escuelas del paganismo.

Por una parte, tratan de justificar su aprovechamiento y su utilidad para la ilustración de su fe cristiana; por otra, sienten la necesidad de explicar las coincidencias entre el cristianismo y la filosofía, salvando la anterioridad del primero, haciendo resaltar la dependencia de los filósofos respecto de los libros revelados. Ciertamente que las explicaciones que alegan para legitimar su actitud no suelen ser demasiado sólidas ni convincentes. En vez de acudir a argumentos de orden histórico o racional, echan mano del cómodo procedimiento de los judíos alejandrinos de interpretar alegóricamente las Sagradas Escrituras. Por eso el interés de las razones aducidas, más  que en su valor escaso intrínseco, consiste en el hecho mismo de preocuparse en buscarlas y en su intento de justificar una actitud acogedora para la filosofía, a la que no creen necesario repudiar por completo, sino que consideran posible armonizar con el cristianismo.

2.  El sentido de los términos prosoche y askesis en Orígenes y Atanasio.

Acabadas las persecuciones anticristianas, la vida «monástica» apareció como heredera del martirio en cuanto perfecto seguimiento e imitación de Cristo, o sea, en cuanto testimonio y manifestación visible radicales de que nada se antepone al amor de Cristo. Durante la persecución, los cristianos fijaron sus ojos en los mártires como los perfectos seguidores e imitadores de Cristo. La imitación se centraba en los relatos evangélicos de la Pasión.

Cuando el martirio cruento dejó de ser un fenómeno habitual, el perfecto seguimiento e imitación se centra en la vida monástica.

La Vida de Antonio se alza como un modelo para quien desea llevar a cabo ese seguimiento radical. «Para los monjes –escribe Atanasio- la vida de Antonio es modelo suficiente de ascesis».

Antonio se desprendió de todas sus posesiones y se retiró de todos los suyos para entregarse a la ascesis, siguiendo el ejemplo de otros que ya lo hacían. Todo su tiempo lo dedicará a la oración, al trabajo manual con el que ganarse su sustento y ayudar a los necesitados, y a la perseverancia en la ascesis, siempre ocupará un puesto esencial a lo largo de su existencia.

La palabra ascesis está ausente del vocabulario del Nuevo Testamento, por lo que muchos han sospechado que este elemento esencial del monacato tuviese un origen no cristiano. Sin embargo la ascesis no es entendida sino como medio, o mejor, como martirio interior para conseguir una perfecta obediencia a la voluntad del Señor, de manera que el pensamiento siempre esté puesto en Cristo, nada separe del amor de Cristo, nada se anteponga al amor de Cristo. La ascesis es el martirio interior por el que el monje respira siempre a Cristo. De esta forma el hombre consigue la armonía del equilibrio perdidos o deteriorados por el pecado. La ascesis es el ejercicio o la práctica de las virtudes, una especie de programa de entrenamiento que facilita la cooperación con la gracia y permite que ésta se desarrolle.

Mediante la Vida de Antonio, Atanasio se convirtió en heraldo y teólogo del monacato naciente, y su obra, en el manifiesto ideológico del mismo. Se puede considerar como «el documento más importante del monaquismo primitivo».

La ascesis se refiere a los ejercicios espirituales. Hay que distinguir entre el uso cristiano, y por lo tanto moderno  de la palabra « ascesis » y el uso del término «àskesis» en la filosofía antigua.

Hay un párrafo de la Homilías origenistas que es sumamente indicativo de la forma de leer la Escritura que tenía Orígenes, es decir, según él mismo declaraba, de cómo practicaba la ascesis verdadera:
«Quien no combate en la lucha y no es moderado con respecto a todas las cosas, y no quiere ejercitarse en la Palabra de Dios y meditar día y noche en la Ley del Señor, aunque se le pueda llamar hombre, no puede, sin embargo, decirse de él que es un hombre virtuoso» (In Num. Hom. XXV,5).

El vocablo latino exerci traduce aquí, con sentido preciso, el griego àskesis , en el que se equiparan dos elementos fundamentales y complementarios : el estudio de la Escritura y la práctica constante de la virtud. Así lo afirma en este pasaje del Contra Celsum :

« Para quien se dispone a leer (la Escritura), está claro que muchas cosas pueden tener un sentido más profundo de lo que parece a primera vista, y este sentido se manifiesta a aquellos que se aplican al examen de la Palabra en proporción al tiempo que se dedica a ella y en proporción a la entrega en su estudio (àskesis)» (VII, 60).

De un modo semejante a Orígenes, Eusebio habla de «ascesis» con referencia a los discursos divinos y, «en lo que respecta a las enseñanzas divinas», y justamente refiriéndose a Orígenes, dice que éste «practicaba la ascesis» con respecto a la Palabra (cf. Hist. Ecl. VI, III 8-9). Con fondo y expresiones parecidas al pasaje de la Homilía sobre el libro de los Números, Metodio de Olimpo veía la participación en la fiesta de los tabernáculos, es decir, en la «alegría del Señor », como fruto de la fe y de la «ascesis y meditación de la Escritura» (El Banquete, IX,4).

«Prosoche» es la atención, consiste en una continua vigilancia y presencia de ánimo, en una consciencia de uno mismo siempre alerta, en una constante tensión espiritual. Es la vigilancia, vigilancia que nos libera de la agitación de los pensamientos, de este modo, podemos mantener la atención permanente a la presencia de Dios. «Prosoche» es la madre de la «proseuche», oración. La atención ayuda a rechazar los malos pensamientos introduciendo en la mente pensamientos saludables, contrarios a las tentaciones, sacados de la Escritura. Prosoche es la actitud fundamental del filósofo estoico o platónico, la atención para consigo mismo, la vigilancia a cada instante. El hombre «despierto» es perfectamente consciente de continuo no sólo de lo que hace, sino de lo que es, es decir, de su lugar en el cosmos y de su relación con Dios. Esta consciencia de sí es antes que nada una consciencia moral que pretende en todo momento llevar a cabo una purificación y una rectificación de la actitud: en todo momento vela por rechazar cualquier motivación que no sea la voluntad de hacer el bien. Pero esta consciencia de sí no es sólo consciencia moral, sino al mismo tiempo consciencia cósmica: el hombre «atento» vive sin cesar en presencia de Dios y en el «recuerdo de Dios», entregado gozosamente a la voluntad y a la Razón universal y contemplando todo cuanto existe con los ojos mismos de Dios. Esta prosoche, esta atención para consigo mismo, actitud fundamental en el filósofo, pasaría a convertirse en actitud fundamental del monje. De este modo cuando Atanasio, en su Vida de Antonio, escrita en el año 357, nos explica la conversión del santo a la vida monacal se contenta con decir que se dispuso a «prestar atención así mismo».

3.  La exégesis de Orígenes del Pentateuco (Génesis y Números) y el desarrollo de la vida espiritual.

Orígenes es el primer exegeta científico de la Iglesia católica.
Orígenes ilustró el texto sagrado con escolios, breves notas eruditas sobre gramática, cronología, geografía e historia para aclarar puntos difíciles concretos. Los Comentarios, perdidos en su mayor parte, estaban divididos en tomos, y contenían una explicación más amplia de todos o casi todos los libros de la Biblia. Cultivó la predicación para poner al alcance del pueblo el contenido dogmático, moral y místico de la Escritura. De aquí proceden las numerosas homilías, en estilo más sencillo, práctico y popular.

Orígenes mediante este estilo más sencillo presentó su explicación en series de homilías, acomodadas a la demarcación litúrgica del texto, en las que la interpretación alegórica le sirve de cauce para su magisterio espiritual. Por eso mismo resultan de mayor interés para la historia de la espiritualidad que la para la exégesis.

Según H. de Lubac los historiadores de Orígenes a menudo han olvidado, si no menospreciado, sus homilías, por diversos motivos. Las Homilías se presentan casi enteramente en una traducción que no parece infundir demasiada confianza. Pertenecen a un género menor y se sitúan por debajo de una obra como Peri Archon que se considera la suma del pensamiento origeniano. Las Homilías al Génesis fueron pronunciadas en Cesarea de Palestina durante el cuarto decenio del siglo III, cuando Orígenes rondaba unos sesenta años.

Las 16 HomGen (en versión de Rufino) van desde la creación a José en Egipto. También las 13 HomEx siguen el texto de un modo discontinuo. Más que los episodios de la narración histórica le interesa lo que simbolizan. Los acontecimientos del pasado eran figuras de otras realidades, entonces futuras, hoy realizadas (el paso del mar Rojo del Bautismo, la nube del Espíritu Santo, el maná de la eucaristía, la roca de Cristo). El Israel carnal implica la existencia del Israel espiritual. Las prescripciones del Lev (HomLev) le dan pie para desarrollar el doble (historia o letra espíritu) y el triple sentido de la Escritura (historia, moral y mística). Las HomNum hacen de la marcha por el desierto un símbolo de las etapas del itinerario espiritual. Omelie sui Numeri, XVII,4Orígenes en sus Homilías sobre los Números, XVII, 4 , nos describe la diferencia y lo que significa en la vida espiritual vivir en las tiendas de campaña.

Se ricercherai la differenza fra case e tende e la diversità fra Giacobbe e Israele, anche riguardo a ciò si deve fare una certa distinzione. Si usted busca la diferencia entre las casas y tiendas de campaña y la diversidad entre Jacob y de Israel, debe hacerse una cierta distinción.

Para aquellos que dedican su trabajo a la sabiduría y la ciencia, ya que no tiene fin – porque la sabiduría de Dios es infinita- Cuanto más se estrecha, más en profundidad se encuentra, más se escruta, más se encuentra su inefabilidad - porque es insondable la sabiduría inestimable de Dios -, entonces los que proceden a través de la sabiduría de Dios, no alaban las casas sino que admiran las tiendas de campaña, done existe el progreso en la vida espiritual, caminan siempre avanzando, ya que el camino tiende al infinito, estos progresos, los denomina campo de Israel.

Orígenes comprendió que el sentido de numerosos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento no es el sentido propio. Rechazando un cierto «fundamentalismo», quiso llevar a cabo una sana «desmitificación» de la Escritura, especialmente en la interpretación del primer capítulo del Génesis. Para Él, los siete días de la creación no deben ser tomados en sentido propio, pero expresan un orden.

El principio a partir del cual todos los pasajes de la Escritura tienen un sentido figurado y extraño a la concepción cristiana primitiva. Es el principio de la alegoría universal. Orígenes está tan penetrado de este principio que no duda en escribir: Todo lo que está en la Escritura es misterio[1].

El la exégesis de Orígenes no falta nunca la doctrina espiritual. El tema del combate espiritual domina su antropología y su angelología. El hombre es a la vez espíritu, alma y cuerpo: el neuma es el don que Dios hace a cada hombre para guiarlo en el conocimiento, en la oración y en la virtud. Pero el alma es doble; su parte superior, la inteligencia (nous) o corazón, es discípula del neuma, que es la facultad del alma que acoge la gracia; la parte inferior, la «carne» o «el pensamiento de la carne»[2]corresponde en cierta medida a la concupiscencia que orienta al hombre hacia el cuerpo. El alma se encuentra además bajo la acción de ángeles y demonios que obedecen a sus dos capitanes, Cristo y Satanás. Diseminada en sus obras y al azar en su exégesis, Orígenes ofrece una doctrina muy rica y completa sobre el martirio, sobre la virginidad, sobre la virtud y las virtudes, sobre el pecado y demás capítulos de la ascética cristiana. Para que la encarnación de Cristo produzca sus efectos en el cristiano es preciso que Cristo nazca y crezca en cada alma.

El conocimiento tiene por objeto los misterios, tiene normalmente como punto de partida la exégesis  de la Escritura, meditada con pureza de corazón y con la renuncia al pecado y al mundo; la fe es su principio necesario, pero su objeto se hace cada vez más intensamente presente a los cinco sentidos espirituales y en el último análisis el conocimiento se confunde con el amor en la unión: «Adán conoció a Eva su esposa» (Gén 4,1). Orígenes en sus homilías invita al auditorio a progresar para alcanzar el conocimiento. Orígenes manifiesta a menudo una devoción a Cristo profundamente afectiva y que en su obra se aprecian vestigios, no frecuentes pero claros, de una experiencia mística personal.

El objetivo de Orígenes en sus homilías al Génesis no es dogmático, sino pastoral: no se detiene en los principios de la fe, sino en aquellas explicaciones y aplicaciones que puedan proporcionar alimento espiritual al creyente y estimular la perseverancia de los iniciados.

La doctrina espiritual origeniana sólo puede entenderse desde su base antropológica y soteriológica. ¿Qué es el hombre, se pregunta el alejandrino, según el Génesis? Y responde que el hombre es, ante todo, obra de Dios y obra directa, equiparable a criaturas tan excelsas como el cielo, la tierra, el sol, la luna y las estrellas. Sólo de ellas se dice que fueron hechas por Dios. La demás criaturas, en cambio, viene a la existencia a través del mandato divino. Pero el hombre sobrepasa incluso a las criaturas más excelentes que son también «hechura »de Dios. Sólo de él se dice que fue hecho «a imagen »de su Creador, que dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Pero no debe identificarse al «hecho»[3] con el «plasmado»[4]

Para Orígenes, el sentido místico o espiritual es siempre superior al literal o histórico. Cuando describe el arca de Noé, introduce uno de los temas preferidos de su doctrina espiritual: el de los grados de perfección, necesarios para el desarrollo en la vida espiritual. En el nivel más alto están los que, guiados por la razón, se rigen así mismos y enseñan a los demás; son los pocos que se salvan con Noé, tipo de Jesucristo; estos moran en la cima del arca. Los irracionales, en cambio, habitan en los lugares inferiores; son creyentes (probablemente bautizados), pero su crueldad no ha sido aplacada aún por la dulzura de la fe. Por encima de estos viven los que, teniendo menos racionalidad, conservan sin embargo «mucha simplicidad e inocencia». Cristo Jesús, el Noé que aquí se alude, ocupa la más alta morada del arca. Los hombres y animales que se salvan en el arca son la figura de los salvados en la Iglesia. Por el comentario origeniano, semejante interpretación requiere situarse en el segundo nivel de lectura, porque en el primer nivel –histórico o literal- Noé no puede ser nunca Cristo, pues se trata de personajes históricos distintos; pero sí puede serlo en otro nivel –alegórico-, si contemplamos a Noé como figura (o alegoría) de Cristo.

Sor María A. Montoro Peinado
Monasterio Cisterciense de la Santa Cruz

 BIBLIOGRAFÍA

GUILLERMO FRAILE, O.P., Historia de la Filosofía II. Judaísmo. Cristianismo. Islam. Ed. La Católica. B.A.C., Madrid, 1967.
angelo di berardino, Diccionario patristico de la antigüedad cristiana, tomo II, Ed Sígueme, Salamanca, 1992.
ramón trevijano, Patrología. Ed. B.A.C. Madrid, 1995.
Atanasio, Vida de Antonio, biblioteca patrística 27, ed. Ciudad Nueva. Introducción, traducción y notas de Paloma Rupérez Granados, Madrid, 1994.
Orígenes, Homilías sobre el Génesis, biblioteca patrística 48, ed. Ciudad Nueva, introducción traducción y notas de José Ramón Díaz Sánchez-Cid, Madrid, 1988.
Orígenes, Homilías sobre los números, colección de textos patrísticos 76, ed. Città nuova, traducción, introducción y notas de María Ignacia Daniela, Roma, 1988.
Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, biblioteca patrística 17, introducción y notas María Ignacia Daniela, traducción del latín de Ángel Castaño Félix, Madrid, 1992.






[1] Orígenes, Homilía X sobre el Génesis, IX, 1
[2] Rm 8, 6-7
[3] Gn 1,26
[4] Gn 2,7