También
es fruto del Concilio Vaticano II y del Decreto Perfectae Caritatis que llevó a los religiosos de aquella época a
reexaminar sus vidas a la luz del Evangelio, las
tradiciones de la Iglesia
y monásticas. Actualización que significa volver a lo que es original, lo que
nos ha permitido ser lo que somos, eliminando todos aquellos aspectos que en la
vida monástica no tienen un sentido esencial.
El
Concilio, ya había mostrado anteriormente en la Constitución Lumen Gentium[3]
que el alcance de la caridad perfecta a través de los Consejos Evangélicos,
sale de los ejemplos del divino Maestro y es una imagen extraordinaria del
Reino de de los Cielos. El Concilio mismo va a ocuparse de la vida misma y de
la disciplina de estos institutos, cuyos miembros hacen la profesión de
castidad, pobreza y obediencia, y también, proveer sus necesidades según las
exigencias de hoy día.
2.
La obediencia que
quiere San Benito
La obediencia tiene en la RB un relieve extraordinario. Precisamente
su programa inicial es: Volver por el
trabajo de la obediencia a aquél de quien se había apartado por la desidia de
la desobediencia[4]. Es la tarea que San
Benito señala al monje desde las primeras líneas de su Regla, y no es raro,
pues, que se la mencione muchas veces. La vida monástica, según el pensamiento
de San Benito, consiste en una vuelta a Dios, en una conversión, que ha de
estar penetrada del espíritu de sacrificio, y que se manifestará, sobre todo,
en una obediencia humilde, en el trabajo de la obediencia[5]. San Benito
emplea indiferentemente, las palabras obediencia
y humildad, o mejor, las identifica.
La primera palabra del capítulo quinto
de su Regla que trata sobre la obediencia es humildad, y es la primera vez que aparece en dicha Regla. No figura
en el capítulo cuarto, porque no se trata de un instrumento -entre otros- de
las buenas obras, ya que San Benito entiende bajo la palabra humildad todo un conjunto. La humildad
resume, los setenta y tres instrumentos. Todo depende de ella, y el medio para
alcanzarla es la obediencia. Todos los instrumentos derivan del primer y más
sublime mandamiento del amor, y aquí San Benito dice que el monje se ejercita
en todas estas buenas obras -en el amor- cuando es obediente.
San Benito empieza mostrándonos la
obediencia como una irresistible necesidad del amor, porque desea identificar
nuestra voluntad con la del Ser amado por excelencia. Cuando así obramos, nos
sentimos libres. Sólo hay una alternativa: o bien la obediencia es opresora
cuando el motivo que la mueve no es el amor, ya que entonces se intenta sacudir
el yugo, o bien se alcanza la plena libertad de los hijos de Dios.
Dios
ama al que da con alegría[6] La obediencia no tiene medida, ya que no hay medida ni para el amor con
que somos amados ni para la respuesta que debemos dar a dicho amor. Amor que no
se contenta con palabras sino que se demuestra en una constante fidelidad.
La obediencia es la virtud generadora
de unidad por excelencia. Es la virtud del retorno. El pecado -desobediencia a
Dios- disgrega, aleja, rompe la unidad, hace imposible la nueva filiación y la
nueva fraternidad cristianas. Ella nos reintegra al calor del hogar paterno.
San Benito ha comprendido la trascendencia de esta virtud moral a la luz de la
figura de Cristo, quien para dar cumplimiento a su obra redentora, opuso a la
desobediencia de los primeros padres una obediencia total a la voluntad del
Padre celestial. Para él, la obediencia es junto con la humildad, la base del
ascetismo monástico.
El monje al hacer de la obediencia y de una obediencia
radicalizada, uno de los quicios sobre los que gira su vida comunitaria, dota a
ésta de un medio eficacísimo de comunión vital con Cristo. Puede decirse que la obediencia
hace al monje benedictino. No hay página de la Regla que no reclame o imponga la sujeción;
obediencia a todas horas, en toda forma y, si es necesario, hasta el heroísmo.
3.
La obediencia y la Regla
La
idea de obediencia preside toda la
Regla , y esta
obediencia que los monjes tienen al abad, a otros superiores e incluso entre
hermanos, es siempre signo del amor a Jesucristo, a quien siempre vemos
representado en el otro, y por este amor le imitamos a El que fue obediente
hasta la cruz.
El hecho de haber conservado las dos
grandes frases del Evangelio que fundamentan más profundamente la doctrina del
Maestro: El que a vosotros escucha, a mí
me escucha (Lc 10,16), y no vine a
hacer mi voluntad, sino la de aquél que me envió (Jn 6,38), no es el menor
de los méritos de este compendio. Obedecer como a Cristo, obedecer como Cristo:
estos dos aspectos de la obediencia, uno de los cuales resulta del primer texto
evangélico y el otro del segundo, ha sido y tiene que ser siempre objeto de
nuestra reflexión.
La humildad y la obediencia tienen su
origen en la disposición fundamental religiosa mantenida en el monje por la
presencia de Dios. La primera es la actitud interna, el efecto producido en el
alma por el temor de Dios; mientras que la segunda es esa misma actitud
expresada al exterior; de aquí que en el fondo se encuentren y confundan. Para
San Benito la obediencia inmediata es la expresión más elevada y diáfana de la
humildad, de la reverencia y del amor a Dios.
Los motivos que inducen al monje a esta
sujeción, pueden ser diversos, según las circunstancias o la perfección que
posea. Para aquel que ha reunido en una sola oblación y la de Cristo el supremo
motivo y al mismo tiempo el móvil de su voluntad será siempre el amor que
siente por Él sobre toda cosa. Es la razón más pura y desinteresada.
Las virtudes teologales encuentran
vasto campo de ejercicio en la obediencia, y ésta, calificada por ellas,
identifica la voz del que manda con la de Dios y aplica todas sus facultades a
la realización pronta de lo mandado. Es la conjunción de dos voluntades.
Hemos de constatar que la obediencia en
la Regla no es
única, y que San Benito cambia la forma de concebir la obediencia a lo largo de
su vida, modificando e introduciendo cosas nuevas con el correr de los años.
Sin poner en duda lo esencial, el monje cenobita necesita obedecer.
Son tres los capítulos que
en la Regla de
San Benito se ocupan exclusivamente, y de una forma explícita de la obediencia:
el quinto, el sesenta y ocho, y el setenta y uno. Y también de una forma menos
explícita, el setenta y dos, en el versículo sexto.
- El
capítulo quinto, titulado simplemente de la obediencia, es estricto, escueto,
perentorio y seco. Sólo contempla la obediencia prestada a los superiores. Cita
dos veces el texto famoso de Lc 10, 6 que dice: Quien os escucha a vosotros, me escucha a mí. Señala como la
cualidad esencial de la obediencia la simultaneidad. Y añade en el v. 9: Como en un instante, la orden dada por el
maestro y la obra ya realizada por el discípulo, ambas cosas, tienen lugar al
mismo tiempo con la rapidez del temor de Dios. Que se trata de una
obediencia ciega, lo prueba el hecho de que no se deja al discípulo ni una fracción de segundo para considerar lo que se le
manda. Los motivos que se aducen de por qué se ha de obedecer con semejante
prontitud son tres: la lealtad a la
profesión monástica, el temor del
infierno y el deseo de alcanzar la
gloria eterna, como manifiesta en el v. 3. Hay en este capítulo un rasgo
amable, ya que en el v. 2 dice: esta
obediencia es propia de quienes nada estiman más que a Cristo. Y otro,
típico del cenobitismo vertical está en el v. 12: los monjes, no viviendo a su antojo, ni obedeciendo a
sus propios gustos y deseos, sino que, caminando bajo el juicio y la voluntad
de otro, viviendo en los cenobios, desean que los gobierne un abad.
- El capítulo
sesenta y ocho, si a un hermano le
mandan cosas imposibles, nos transporta a un clima totalmente diverso. Ya
no se trata de una obediencia instantánea y ciega, sino, de una obediencia
dialogada, pactada, humana y no por ello menos -sino más- evangélica. A. de
Vogüé, considera esta página como “uno de los pasajes más característicos y más
preciosos” de la Santa
Regla ; “huelga hacer admirar su doctrina tan firme y tan
matizada, tan sobrenatural y tan humana”[7]. Hay en esta página mucha
psicología y mucho espíritu sobrenatural. El superior podrá dejarse convencer
por las razones del hermano pero en caso de que mantenga lo ordenado, el monje,
humilde y obediente hasta el heroísmo, practicará el grado cuarto de la escala
de la humildad, que consiste en que «en la práctica de la obediencia: …se
abrace con la paciencia en su interior, y, manteniéndose firme, no se canse ni se
eche atrás, ya que dice la
Escritura : Quien
perseverare hasta el fin se salvará; y también: Ten coraje y aguanta al Señor»[8].
No se nombra a Cristo en todo el breve capítulo 68,
pero, como observa H. Urs von Balthasar, únicamente el ejemplo de Cristo puede
justificarlo. Porque el Padre pidió al Hijo “cosas imposibles” -tomar para sí
todo lo que para Dios era execrable- , si no que el Hijo expuso al Padre las
razones de su imposibilidad de obedecerle: Padre
mío, si es posible, que se aleje de mí este trago; sin embargo, no se haga lo
que yo quiero, sino lo que tú (Mt 26, 39). Al cumplir el cap. 68 de la Regla , el hermano no hará
más que imitar el ejemplo de Jesús en Getsemaní; y si, a pesar de las razones
alegadas, el superior mantiene firme su orden, seguirá fielmente a Cristo hasta
la cruz[9].
- El capítulo
setenta y uno, da un paso gigante por lo que
se refiere a la obediencia al ordenar desde su mismo título: obedézcanse unos a otros. Proclama el v.
1 que la obediencia es un bien, valor
en sí misma, ya que, mediante la propia abnegación, imita a Cristo. Es además
el camino por el que se va a Dios, no duda en afirmar en el v. 2. Más aún, continúa
en el v. 4: con toda caridad y solicitud.
Obedecerse unos a otros es un modo perfecto de ejercer el amor mutuo, pues los
hermanos practican este género de obediencia, movidos por un amor solícito,
atento a la persona concreta del hermano y a sus necesidades reales.
- El capítulo
setenta y dos, en el v. sexto, exhorta, casi ordena:
“…. Préstense obediencia a porfía mutuamente…”. Es la caridad humilde,
prestándose a servir al querer de otro con total olvido de sí misma y con
certera visión del bien sobrenatural que proporciona el servicio a la voluntad
de los demás.
4.
Declaración y
Obediencia
La obediencia aparece desarrollada en la Declaración en los
artículos del 52 al 55, que comprenden una parte de la Segunda Parte de la Declaración titulada:
“Valores fundamentales de la vida Cisterciense actual”, punto B, nº 1: La vida especialmente consagrada a Dios y a la Iglesia mediante la
práctica de los Consejos Evangélicos, .c) La obediencia[11].
Artículo
52. Nos encontramos en el tiempo de la Iglesia , siguiendo a
Cristo, guiados por el Espíritu, por tanto la obediencia está vinculada con la
acción del Espíritu que significa tener el corazón abierto y disponible,
respuesta a una llamada, a “nuestra llamada”. Si la Regla empieza con la palabra
escucha hijo, escuchar y obedecer
tienen la misma raíz y conllevan una misma actitud, una misma predisposición.
La castidad y la pobreza son dones de Dios que nos permiten ser personas
libres; libres para escuchar la
Palabra de Dios, la voz del Señor que nos llama. Libres para
obedecer, no teniendo ataduras interiores, vínculos interiores o exteriores que
nos impiden poder obedecer. Castidad y pobreza, están al servicio de la
obediencia.
La obediencia es básicamente
cristológica, es nuestra forma de imitar a Cristo que escuchó al Padre,
cumpliendo su voluntad. Voluntad manifestada de una forma muy dramática en la
agonía del Señor. La muerte no es algo que viene de Dios, sino que llega porque
el hombre fue expulsado del paraíso. Fue él quien quebró la armonía y por eso
aparece el mal y la muerte. Entonces la agonía de Cristo es lo que nos muestra
su humanidad. Hemos de ver este momento como una gran prueba de la humanidad de
Cristo, y esto nos permite entender nuestro servicio a Dios y a su voluntad a
través del todo lo que nos manda el superior.
Debemos esforzarnos por entender el
sentido de lo que nos ordenan para poder cumplir lo que nos piden. Podemos
tener un impulso de rebeldía, de resistencia, pero debemos ir siempre más allá
de esto, encontrar las motivaciones, y entender que hay que cumplir lo que nos
piden porque es algo bueno para todos. Y aquí también aparecen las órdenes
imposibles[12].
El fundamento de la obediencia siempre es cristológico y debemos partir siempre
de Cristo y de su seguimiento; obediencia que nos puede llevar incluso a la
muerte, pero que debemos realizarla con el ánimo listo, deseoso de seguir a
Cristo muy de cerca; buscar la voluntad del Padre y seguirla con espíritu bien
dispuesto. Otro punto de la obediencia es el de la mediación eclesial. Sabemos
perfectamente que Cristo siempre está con nosotros, presente en la Eucaristía en la Palabra del Evangelio
proclamada. Cristo siempre está presente con nosotros, así que su voluntad
siempre pasa a través de la mediación eclesial, y para nosotros la mediación
eclesial es nuestro superior, el que asume el papel de Cristo.
Tenemos que confiar en el Señor, porque
es Él quien orienta nuestra comunidad, a nuestro Abad o Maestro, aunque la
persona en cuestión no sea la que nosotros juzguemos más adecuada. Teniendo
siempre, esa mirada más profunda y pensando: el Señor los ha enviado para que
yo sea disponible, dócil al Señor.
Artículo
53. Deseamos y ansiamos ser gobernados por
un abad y cumplir la voluntad de Dios, no nuestra voluntad. Sabemos que a
través de la autoridad de la
Iglesia el abad es el que hace las veces de Cristo. Seguimos
a Cristo en la obediencia, escuchando la palabra del abad que para nosotros
hace las veces de Cristo, lo cual no significa que esa persona sea infalible.
Tenemos que ser también humildes. Prestando obediencia, contribuimos al fin de
nuestro monasterio para alcanzar todos el bien común, ofreciendo nuestros
talentos, dones, cualidades, y edificando así la comunidad como si fuera una
pequeña parte del Cuerpo de Cristo.
Los hombres del siglo XX-XXI han
hablado del personalismo, de la libertad, de la realización personal, de la
autonomía, y aquí en este nº 53, se subraya, y de forma muy acertada, que la
obediencia religiosa en lugar de disminuir la dignidad la conduce a la madurez.
Hemos sido creados no solamente a imagen y semejanza de Dios, sino sobre todo a
imagen y semejanza del Hijo de Dios, del Verbo, y no sólo del Verbo en la Trinidad , sino del Verbo
encarnado.
Artículo
54. Yo soy un hombre libre y la
obediencia significa, obedecer a Dios a través de la obediencia al abad. Es un
acto humano libre y personal dirigido a Dios que nos dignifica porque así se
llega al fin último al que queremos alcanzar: Llegar al Padre y hacer su
voluntad.
También es verdad que los superiores
deben encontrar nuevas formas de mandar, nuevas motivaciones, sin tener, sin
embargo, que explicarlo todo. Las formas de mandar no pueden ser ni
paternalistas ni servilistas. Pues el abad aunque haga las veces de Cristo, le
obedecemos no porque sea Cristo sino porque hace las veces de Él. Este número
invita a los superiores a mandar sabiendo escuchar también a las personas e
invita a establecer un diálogo que ilumine. Si se dialoga, las cosas se hacen
bien y en vistas del bien común, y el diálogo sirve también para que el abad
haga mejor su servicio. Se puede dialogar -la Declaración lo dice de
forma muy clara- pero tal y como lo dice la Regla en el cap. tercero, puede exponer,
representar nuestros puntos de vista, pero al final hay que obedecer porque el
abad es el que tiene la autoridad para canalizar la autoridad de Dios.
Artículo
55. Como dice San Benito: el principiante tiembla al principio porque
piensa que las cosas son todas difíciles, pero con el tiempo, el corazón se
dilata bajo la acción del Espíritu, y lo mismo ocurre con la obediencia que
siempre tiene este sentido cristológico en vistas siempre del bien común. Por
eso, la Declaración
nos dice que hay que dar órdenes claras y si hay que obedecer, hay que saber bien
qué es lo que hay que obedecer. Este artículo nos estimula a la colaboración
responsable, para bien del monasterio de la Orden y de la Iglesia. Unidos en
nuestra común vocación, y teniendo por base la profesión religiosa, descansa el
cotidiano ejercicio de la autoridad y de la obediencia.
5.
Relación de los dos
textos entre si
Ahora,
trataré de ver los artículos de la Declaración que se refieren explícitamente o
implícitamente a la obediencia, y con qué capítulos de la Regla se corresponden. Los artículos 52-55 de la Declaración tienen su
correspondiente con los capítulos de la Regla : cinco, sesenta y ocho, setenta y uno y el
setenta y dos.
- El
capítulo quinto de la RB : de la
obediencia, se corresponde con los artículos 52-53 de la Declaración. La RB nos
dice que la obediencia es el camino seguro, único, para ir a Dios, y que si esa
obediencia es perfecta, nos mantiene completamente unidos a la voluntad de Dios, no de una
manera estática, sino moviéndose ambas voluntades al unísono, haciendo que la
humana colabore con la divina y sea plasmación continua del querer de Dios. La Declaración en estos
números 52-53, expresa lo que la obediencia significa, y que debemos tener
nuestro corazón abierto para recibir el estímulo del Espíritu Santo que nos
manifestará la voluntad de Dios,
así la buscaremos con el espíritu bien dispuesto.
En los dos textos se subraya que, obedeciendo, hacemos la voluntad de Dios.
En la Declaración ,
además del abad, enumera a quienes deben formar nuestra espiritualidad, y nos
transmiten la voz de Dios: …la Iglesia , la enseñanza y
las exhortaciones del sumo Pontífice, de la Santa Sede , de los
obispos y de los abades,…además, los
movimientos carismáticos…renuevan también nuestra vida monástica. En el
art. 53, considera además de la
Regla las Constituciones, y concluye expresando que la obediencia religiosa no disminuye la
dignidad de la persona sino que la conduce hacia la madurez y libertad de los
hijos de Dios. La diferencia está en lo exterior, porque en lo esencial, todo
esto que añade la
Declaración es, una adaptación a las necesidades de los
tiempos actuales.
- El
capítulo sesenta y ocho de la RB :
Si a un hermano le mandan cosas
imposibles, se corresponde con los artículos de la Declaración 54-55. La RB con este capítulo completa
el capítulo 5º y los grados tercero y cuarto de humildad, y es al mismo tiempo
la expresión espontánea de los grados sexto y séptimo. La Declaración , nos dice,
que la obediencia religiosa…está siempre
dirigida a Dios, y es un acto libre y personal que comporta una decisión madura
y responsable (art. 54). Exigir al monje que vaya contra si mismo, es no
tenerle en cuenta como persona, y la voluntad de Dios es que el hombre sea cada
vez más feliz y más completo. Pedir a alguien algo difícil, reclamar una
obediencia basada sobre el mandato es cada día más insoportable. Se debe buscar
siempre el bien de la persona, porque es lo que Dios quiere. Autonomía personal
abierta a los deseos de Dios, lo que a él le agrade, será un bien para mí. La
obediencia responsable tiene su norma no en el propio criterio, sino en el de
Dios. Y la voluntad de Dios se conoce con los criterios de Jesús de Nazaret.
Hacer personas responsables que tienen la voluntad de Dios y el bien de la Comunidad como criterio
de actuación. En los dos textos se pone de manifiesto la obediencia al superior, pero en la Declaración , insiste
más en la colaboración responsable de
todos para el bien del monasterio, de la Orden y de la Iglesia[13].
- El
capítulo setenta y uno de la RB : que se
obedezcan unos a otros, se corresponde con el artículo de la Declaración nº 33. En la RB , este capítulo aparece dividido
en dos párrafos, uno en positivo y otro en negativo. El bien de la obediencia
es para todos, también para el abad, y los hermanos deben obedecerse unos a
otros, no sólo a los que tienen una autoridad. El abad es un padre y maestro, el monje es un hijo.
La Declaración
nos dice que, en nuestra época…se profesa
gran estima por las formas comunitarias…la eclesiología contemporánea indica
con claridad la naturaleza comunitaria
de la salvación… En la
Regla , se pone de manifiesto que la obediencia puede crear
entre los hermanos -vida comunitaria- una atmósfera saludable de caridad y
acrecentar la unidad y armonía de toda la familia cenobítica, y en la Declaración , también
aparece de forma implícita este bien de la obediencia, y subraya cómo une íntimamente, cuando existen unas
relaciones verdaderas y sinceras en orden a una vida más comunitaria[14]
- El
capítulo setenta y dos de la RB :
del buen celo que deben tener los monjes. Este capítulo, habla de la obediencia en el versículo sexto: “…. Préstense obediencia a porfía
mutuamente…”; y esto es hoy tan pertinente y apropiado como cuando se
escribió. Tiene su correspondiente con los artículos 57-58 de la Declaración. En
el artículo 57 nos dice: Ha de procurarse
que la vida común no se convierta en una carga pesada o en una ocasión de
faltar a la caridad; es necesario que se viva realmente, y con agrado nos obedezcamos los unos a los otros. Como
afirma San Pablo en Gál 5, 14: La
plenitud de la ley es el amor. Recoge la tradición cenobítica de Pacomio, y
San Benito nos ha dejado en su Regla un camino, una escuela para aprender, para
alcanzar el amor, para obedecer en el amor.
Además de estos capítulos, se hace mención de la
obediencia en la Regla ,
de una forma implícita, en otros muchos capítulos. Por ello, se podría afirmar
que en la Regla
podemos hallar, en buena parte de ella, una enseñanza referida a la obediencia,
que comentándolos y relacionándolos con la Declaración , excedería
con mucho, el espacio exigido para este trabajo.
6.
Jesucristo, exigente
pero atractivo a la vez, nos renueva por su Espíritu
San Benito, como Jesús, resulta tan interesante,
porque exige mucho. Todos los santos han cautivado a los hombres por sus
profundísimas aspiraciones. Y todos nos hemos sentido atraídos a la vida
monástica porque queríamos entregarnos totalmente para responder a la llamada
de Dios. Nos comprometimos en un misterio de fe y de esperanza, y anhelando la Pascua eterna, sellamos con
Dios una alianza con la seguridad de no quedar defraudados. Sólo la fe y la
esperanza pueden alimentar nuestro amor.
“La obediencia”, es el misterio de la
expansión de la naturaleza humana. En la viña del Señor, los sarmientos que no
dan fruto son arrojados al fuego, mientras que los otros son podados para que
den en abundancia. La obediencia es la poda de los sarmientos, el verdadero
tesoro del monje, quien mediante ella entra en los planes de Dios, y cuanto más
se entrega a ella, tanto más se dilata en el terreno natural y sobrenatural.
Cuando la obediencia es tal como la
quiere San Benito, nuestra imitación de Cristo es perfecta. No he venido para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me envió (Jn 6, 38). Todas las victorias de Dios son
consecuencia de actitudes obedienciales: la victoria de que el arcángel San
Miguel fue el instrumento, la de la Encarnación considerada tanto de parte del Señor
como desde la perspectiva de Nuestra Señora, la de la Redención , y en la Eucaristía el Señor
halló el secreto de ser obediente hasta el fin. Los obedientes gozan de buena
compañía.
Renovados
por su Espíritu, siendo obedientes. Nuestra
aportación a la sociedad y a la
Iglesia es: la
autenticidad de nuestra vida en obediencia, un servicio concreto que los
monjes estamos llamados a prestar a la sociedad en la que se debe encarnar.
Nuestro humilde servicio, desde una búsqueda sincera de Dios en la obediencia,
y mediante el testimonio de una auténtica fraternidad, en una comunidad
dispuesta al sacrificio y a la superación de los egoísmos, con la alegría de
quien se siente colmado y desea comunicar a los demás el gozo de “ser
obediente”, obediente por amor a Cristo.
Ya que la Regla se trata de una norma
de vida, la fidelidad al espíritu no deja de implicar una cierta observancia de
la letra. Pensamos que el camino de la verdadera renovación no puede ser más
que el de un literalismo inteligente, iluminado por el discernimiento
espiritual.
Si la vida del creyente, y mucho más la
del monje, es toda ella una búsqueda de Dios, entonces cada día de nuestra
existencia se convierte en un continuo aprender el arte de escuchar su voz para
seguir su voluntad. Se trata de una escuela en verdad exigente, una pugna entre
el yo que tiende a ser dueño de sí y de su historia y el de Dios que es el Señor de toda historia; una escuela
en la que uno aprende a fiarse tanto de Dios y de su paternidad que confía
también en los hombres, sus hijos y hermanos nuestros. De esta forma crece la
certeza de que el Padre no abandona nunca, ni siquiera cuando hay que poner
cuidado de la propia vida en manos de los hermanos, en los cuales debemos
reconocer la señal de su presencia y la medicación de su voluntad.
7.
Conclusión
La
Declaración, como hemos visto, no es sino una adaptación a los tiempos actuales
de la Regla de
San. Benito.
Para llegar a Jesucristo, que es el TODO, no se consigue sino es por la
obediencia. Para llenar nuestro corazón de Dios, es preciso estar dispuesto a
despojarse de todo aquello que pudiere impedirlo: fama, comodidades, planes,
dinero, criterios mundanos, etc. En resumen, estar preparado para obedecer.
En el
fondo, es la lucha contra la idolatría, para poder llegar al “sólo Dios”. Los
“ídolos”, no deben de ocupar en nuestro corazón el lugar central reservado para
Dios. Se trata de traducir a nuestra vida el pasaje evangélico del joven rico: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que
tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven y
sígueme[15].
Es el hombre entero el que debe
participar en la lucha: primero el corazón, el lugar central y secreto donde se
fraguan las grandes ideas y las firmes decisiones, ya que la vida monástica es
efectivamente una escuela de entrenamiento, por lo que antes de ingresar en
ella, es de hombres prudentes cerciorarse de su resolución. Así como nadie
puede, a su antojo, dotarse de genio literario ni añadir un codo a su estatura,
en el orden de las cosas morales al contrario, podemos lograr el valor y la
estatura que queremos. No se nos exigen esfuerzos musculares. Se nos dice: os
inclinaréis ante la santa obediencia de los preceptos, os ejercitaréis en el
exacto cumplimiento de una ley espiritual.
El fin último de nuestra obediencia es
agradar a Dios. Pero aun cuando esto sea lo esencial, San Benito en el v. 14, exige
algo más: y dulce a los hombres. Esta
espiritualidad dista mucho de ciertas concepciones modernas que, so pretexto de
no tener presente más que a Dios y de referirlo todo a él, pretende que el
placer ha de estar ausente del cumplimiento del deber y que buscar un gozo
personal es envilecer nuestra obediencia.
Si pasemos de la obediencia exterior a
la obediencia interior y la prestamos tanto al abad como a los hermanos, el
Espíritu Santo nos enseñará a descubrirle en todos y a no querer otra cosa que
cumplir su voluntad. Obedecer de veras sólo lo conseguiremos por Cristo, con él
y en él. Por esto, nuestra obediencia está estrechamente unida a nuestra vida
de oración, a nuestra unión con Cristo, y a su vez, la obediencia nos enseña a
orar.
S. Florinda Panizo
BIBLIOGRAFIA
- Dom
García M. Colombas, Dom Leon M. Sansegundo, Dom Odilon M. Cunill. San Benito, su vida y su Regla. B.A.C.,
Madrid 1954.
- Adalbert
De Vogüe. - I. DENIS HUERRE. Comentario espiritual sobre
- García M. Colombás.
- Augusto Pascual. El Compromiso cristiano del monje. Ediciones Monte Casino, Zamora 1977.
- Dom. Ursmer Berliere, La ascesis Benedictina, Col. Espiritualidad Monástica, Burgos 1988.
- P. Basilius Steidle,
- Santiago Cantera Montenegro, Descubriendo a San Benito, el hombre de Dios, Ediciones Monte Casino, Zamora 2006.
- Joan Chittister,
- Ildefonso M. Gómez, Relecturas de la «Regula Benedicti», Yermo 17 (1979) 139-162.
- Schola Caritatis. Órgano de
- Para conocer mejor
- Rb – Declaratio, REGLA DE NUESTRO PADRE SAN BENITO en concordancia con los artículos de la Declaración, del Capítulo General del año 2000.
[1] Cf. La vida Cisterciense actual nº 6. (Declaración del Capítulo General de la Orden Cisterciense
del año 2000).
[2] Cf. La vida Cisterciense actual nº 1. (Declaración del Capítulo General de la Orden Cisterciense
del año 2000).
[3] Cf. cap. IV, y especialmente el nº 44.
[4] Cf. Prólogo 2.
[5] S. BENITO, Reg. , Pról. c. 7
de la humildad.
[6] Cf. cap. 5, 16.
[7] Communauté, 461.
[8] RB 7, 35-37. Cf. Mt 10, 22; Sal 26, 14.
[9] H. U von Balthasar, Les thèmes, 6.
[10] J. E. Bamberger, Le chapitre 72 de la
Règle de Saint Benoît, en Régle, 103.
[11] Cf. Para conocer mejor la Orden Cisterciense ,
Pág. 100-103.
[12] Cf. Regla de San Benito, cap. 68,1.
[13] Cf. art.
55
[14] Cf. Declaración art. 33.
[15] Mt
19,21.