6 de julio de 2011

ORACIONES DE AUTORES MONASTICOS

PLEGARIA (San Anselmo)

            Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti las inquietudes trabajosas. Descansa siquiera un momento en la presencia de Dios. Entra en el aposento de tu alma; y así cerradas todas las puertas ven en pos de Dios. Di, pues, alma mía, di a Dios: “Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro”. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde o cómo encontrarte.

          Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando tú ausente?
            Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
          Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa claridad inaccesible?, ¿cómo me acercaré a ella?, ¿quién me conducirá hasta ahí para verte en ella?
          ¿Con qué señales, bajo que rasgo te buscaré?
          Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

          ¿Qué haré lejos de ti?
          ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro?
          Anhelo verte y tu rostro está muy lejos de mí.
          Deseo acercarme a ti y tu morada es inaccesible.
          Ardo en el deseo de encontrarte e ignoro dónde vives.
          No suspiro más que por ti y jamás he visto tu rostro.

          Señor, tú eres mi Dios, mi dueño y sin embargo nunca te he visto.
          Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
          Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

          ¿Hasta cuando?
          ¿Hasta cuando te olvidarás de nosotros y nos mostrarás tu rostro?
          ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás?
          ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro?
          ¿Cuándo volverás a nosotros?

          Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros.
          Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo.
          Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

          Enséñanos a buscarte y muéstrate a quien te busca;
          porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
          y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.
          DESEANDO te buscaré
          BUSCANDO te DESEARÉ
          AMANDO te hallaré
          Y hallándote te AMARÉ…

                                                                                           (San Anselmo, Proslogion, 1)
         



¡Oh Espíritu Santo, nosotros te invocamos!
Llénanos de tu amor, oh Amor,
para que comprendamos el cántico de amor.

Asócianos también a nosotros,
aunque solo sea un poco,
al santo coloquio del Esposo y de la Esposa;
y que se cumpla en nuestros corazones
aquello que contemplan o leen nuestros ojos.

Atráenos hacia Vos, oh Santo Espíritu,
santo Paráclito, santo Consolador,
consuela la indigencia y desnudez de nuestra soledad:
no busca otros consuelos, fuera de Vos.

Iluminad, vivificad, el deseo de quien suspira,
 para que venga a ser amor de un amante saciado.
Venid, para que amemos de verdad;
pues de la fuente de vuestro amor
brotan todos nuestros sentimientos y palabras.

Que podamos comprender tan perfectamente
el cántico de vuestro amor
que ilumine en nosotros el amor
y que este amor se convierta
a favor nuestro
en el intérprete de su cántico.
Amén

     (Guillermo de Saint-Thierry, Comentario al Cantar de los Cantares, 4)




 Te amaré, ¡Oh buen Jesús!

Te amaré, a Ti que eres mi fuerza,

A Ti, a quien yo no logro amar gratuitamente,

A quien jamás podré querer a límite.

Que hacia Ti se dirijan todos mis anhelos,

Que ningún otro amor venga

A desviarlos o distraerlos.

Pero cuán poco es todo, Señor,

Aun cuando todo te lo consagro enteramente.

Que todo mi ser, ¡Oh mi Dios!

Sea para Ti.

¡Atráeme!

Que no aflore en mí temor alguno,

Sino que la perfecta caridad

Lo ahuyente de mí.
  (San Bernardo)



 

Arráncame, Señor, este corazón de piedra.
¡Dame un corazón nuevo, un corazón puro!
Aduéñate de mi corazón.
¡Habítalo! ¡Arrópalo! ¡Llénalo!
Modelo de belleza, sello de santidad,
imprime tu imagen en mi corazón,
grava en él el sello de tu misericordia,
oh Dios de mi alma,
mi porción por toda la eternmidad
 (Balduino de Ford (1190)


¡Oh Jesús, amadísimo de mi corazón!,
ningún fruto espiritual puede hacerse firme
si no está empapado por el rocío de tu Espíritu,
si no lo nutre el vigor de tu amor.
Que te agrade, pues, tener piedad de mí,
para que me recibas en los brazos de tu amor
y me caldees por completo con tu Espíritu.
Mira mi cuerpo y mi alma:
te los entrego, para que los poseas.
¡Amado mío, Amado mío,
derrama tu bendición sobre mí!
Ábreme e introdúceme
en la plenitud de tu suavidad.
Te deseo con toda el alma
y con todo el corazón
y te suplico que sólo Tú me poseas.
¡Ah, yo soy tuya y Tú eres mío!
Haz que con fervor
de espíritu siempre renovado
crezca en tu amor viviente y, por tu gracia,
florezca como los lirios del valle
al borde de las corrientes de agua.

_______________
Permitid, Jesús mío, que adore las llagas de vuestras manos y pies,
y haced que la sangre preciosa que de ellas mana,
cayendo sobre mí, me comunique la santidad,
y me preserve del pecado.
Dejadme también contemplar la llaga de vuestro santo costado
 como la puerta de mi salvación;
y puesto que por mí se abre vuestro Corazón,
permitid que penetre en este santuario de la caridad,
permanezca en él todos los días de mi vida,
 y os ame eternamente.
Llagas sagradas, prendas del amor infinito de mi Dios,
 sois otras tantas bocas que para mí pedís misericordia,
 y otros tantos puros manantiales donde puedo lavarme
de todas mis manchas.
(Gertrudis de Helfta (1256-1302)   


                                
Desearía decirte, Dios mío,
que, para gloria tuya,
yo quisiera ser santa,
pero prefiero dejar a Ti mismo
este mi deseo,
para no tener otra voluntas
que perderme en la tuya,
y que Tú hagas en mí
lo que a ti te plazca,
de suerte que tus deseos
se cumplan absolutamente en esta tu pobre criatura
de la que puedes disponer enteramente.
Luisa de Ballon (1591-1668)

 
Oraciónes a la Stma. Virgen
Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!
que jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestro auxilio,
haya sido desamparado.
Animado por esta confianza,
a Vos también acudo,
oh Madre, Virgen de las vírgenes,
y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados
me atrevo a comparecer ante Vos.
Oh madre de Dios,
no desechéis mis súplicas, antes bien,
escuchadlas y acogedlas favorablemente. Amén.

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¡Mira a la Estrella, invoca a María!

"¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado
por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de
las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos
de la luz de esta Estrella, invoca a María!.

"Si se levantan los vientos de las tentaciones,
si tropiezas en los escollos de las tribulaciones,
mira a la Estrella, llama a María.

"Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

"Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente
la navecilla de tu alma, mira a María.

"Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes,
confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia,
aterrado a la idea del horror del juicio,
comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza,
 en los abismos de la desesperación, piensa en María.

"En los peligros, en las angustias, en las dudas,
 piensa en María, invoca a María.
No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón;
y para conseguir los sufragios
de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

"No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas,
no te perderás si en Ella piensas.
Si Ella te tiende su mano, no caerás;
si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás,
si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.

(San Bernardo



¡Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus perfumes!...
Estoy cansado, me he agotado, no me abandones,
atráeme en pos de ti,
no sea que intente andar errante tras otros amantes,
no sea que corra sin rumbo fijo.

Atráeme en pos de ti, pues más me vale que me atraigas
y me provoques como sea, aterrándome con tus amenazas
o probándome con castigos,
que dejarme en mi frialdad, abandonada en mi falsa seguridad.
Atrae a la que no quiere y hazla voluntaria,
 atrae al paralítico y hazlo capaz de correr.

            Algún día no necesitaré que me atraigas,
porque correremos amorosamente y con toda presteza.
No correré yo sola, aunque haya pedido que me atraigas a mí sola,
también correrán conmigo las doncellas.

Correremos juntas, correremos a la par;
yo por el aroma de tus perfumes y ellas movidas por mi ejemplo
y mis insistencias. Sí, correremos todas al olor de tus aromas.

            Todos hemos corrido detrás de ti, Señor Jesús,
por la mansedumbre que descuella en ti,
al oír que no desprecias al pobre ni te horroriza el pecador.

            No te horrorizó el ladrón cuando te confesó,
ni la pecadora  cuando lloraba, ni la cananea cuando te suplicaba,
 ni la mujer sorprendida en adulterio,
ni el que se sentaba en el mostrador de los impuestos,
 ni el publicano cuando oraba, ni el discípulo cuado te negaba,
ni el perseguido de tus discípulos,
ni los mismos que te crucificaron.

            Correremos al olor de todos estos perfumes.
Es más, hemos percibido la fragancia
de tu sabiduría por lo hemos oído,
y si alguien  se ve falto de sabiduría que la pida y
se la darás.
Porque dicen que se la comunicas a todos en abundancia
y no lo echas en cara…
            Da luz a mis ojos, Señor, para que vea lo que a ti
te agrada en cada momento,
 y seré un hombre sabio.

            No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud,
y seré justo. Guíame por tu camino y seré santo.
Guillermo de Saint-Thierry

                                                  
   

21 de mayo de 2011

Sermón 20 de S. Bernardo de Claraval


 BERNARDO DE CLARAVAL
         Bernardo de Claraval nació en Borgoña, Francia -cerca de Suiza- en el año 1090. Llamado el doctor melifluo por su elocuencia. Famoso por su gran amor a la Virgen María, compuso muchas oraciones marianas. Fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval y muchos otros. San Bernardo abad es, cronológicamente, el último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido. Con sus siete hermanos recibió una excelente formación en religión, latín y literatura. Descollaba poderosamente entre todos sus contemporáneos como oráculo, árbitro y guía de la Iglesia y la sociedad.
         Bernardo murió el 21 de agosto de 1153, tenía entonces 73 años y había sido abad durante 38. San Bernardo "llevó sobre los hombros el siglo XII y no pudo menos de sufrir bajo ese peso enorme". En vida fue el "oráculo" de la Iglesia, reformador de la disciplina y, después de su muerte, no ha dejado de instruir y vigorizar a la Iglesia con sus escritos. Los monjes de Claraval habían fundado ya 78 monasterios. Fue canonizado en 1174 y proclamado Doctor en 1899.

Cristo: sacerdote-víctima
         Pero hay algo que me conmueve más, me apremia más y me inflama más: es, buen Jesús, el cáliz que bebiste; la obra de nuestra redención. Ella reclama, sin duda, espontáneamente, todo nuestro amor. Cautiva toda la dulzura de nuestro corazón, lo exige con la justicia más estricta, le compromete con mayor rigor y le afecta con mayor vehemencia. Porque le exigió muchos sufrimientos al salvador. No le costó tanto la creación del universo entero: él lo dijo y existió; él lo mandó y surgió. Pero ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte. Mira cómo amó. No olvides que su amor no es mera devolución, sino una entrega total[1].
         Los autores místicos medievales no son preponderadamente intelectuales sino afectivos. Así, San Bernardo llevado de su piedad, ha aprendido a considerar amorosamente todos y cada uno de los aspectos de la persona de Cristo, y a meditar sobre todos los instantes de su vida y a derramar lágrimas por cada una de las heridas. Es natural, por tanto, que en su teología mística se vea obligado a considerar el papel de este amor sufriente a la persona de Cristo.
El Cantar de los Cantares ha sido uno de los libros favoritos de los místicos medievales, pero dentro del ámbito cisterciense es, entre todos los libros de la Biblia, la composición que más configura el carisma cisterciense en su raíz.
San Bernardo en este texto nos estimula al amor de Cristo, recordándonos “el cáliz que bebió”, su Pasión redentora.
Comenzamos el análisis lingüístico de este párrafo y observamos que abundan en él los verbos: conmueve, apremia, inflama, reclama, exige, cautiva, insultan, compromete, soportar,  oponen, espían, amó, olvides, devolución, vituperan, entrega. En total dieciséis verbos cuya finalidad es enternecernos, producir en nosotros una emoción intensa, sentir pena y dolor de ver lo que Él ha padecido por cada hombre; movernos fuertemente a compasión; encendernos en llamas de amor, excitar nuestros ánimos en deseos de sufrir por la Persona de Jesús. Nos apremia y obliga a devolverle tanto amor, AMOR que se desprende de la fuerza de su pasión y se derrama en cada alma para imitarle. Algo nos compele a amar prontamente a Cristo, para que nuestro corazón arda con facilidad, desprendiendo el mismo fuego de caridad que Jesús tuvo al beber el amargo cáliz para salvarnos del pecado. El adverbio: espontáneamente redunda en esta misma idea. ¡Cómo no amarle espontáneamente! y ¡cómo no vernos afectados con la mayor vehemencia, con el mayor ímpetu...y con la mayor dulzura, y amabilidad!
En este extracto hay solamente una cita de la Sagrada Escritura: “él lo dijo, y existió; él lo mandó y surgió” (Sal 32,9).
El amor de Dios es -dice San Bernardo- creador del amor del hombre: Él hace que le amemos (AmD. 22[2]) Nada más entrañable para él, que esta dependencia esencial y vital del amor humano para con el amor de Dios, del que es la creación, y de la que habla al comienzo de este sermón. La creación es una obra de salvación. Pero lo es, mucho más, buen Jesús, el cáliz que bebiste. Me lo exige a mí (nos lo exige a todos) con la justicia más estricta: es tanto lo que Él hizo por mí… (por cada hombre).
En el texto San Bernardo hace referencia a lo que tendrá que soportar, porque amándonos tanto, lo que le es más preciado, las almas humanas, se opongan a su amor, a su obra de Redención. Delata como un reproche solapado, un recuerdo triste que parece oscurecer su alegría ante el triunfo de su pasión, ante los que no le reconocen o se apartan de Él.
Pero también podemos destacar otra conclusión en estas palabras: Pero ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte, haciendo alusión a que siempre habrá almas que no verán el amor de Dios, porque sus pecados pasados o presentes se lo impiden.
Este texto de San Bernardo, es un gran estímulo para mi alma, comprometiéndome a sufrir con Él por tantas personas alejadas de su amor. Cristo, que padeció y sigue padeciendo en sus miembros por ser Él la cabeza, salvará a esas almas en el momento adecuado.
Para mí, monja contemplativa, en mi estado de intimidad con Dios he de buscar con la oración y los sacrificios, acercar a Cristo a esas almas alejadas de Él por sus pecados, para que abran sus corazones al don infinito de su AMOR, y no opongan ya resistencia a su Pasión salvadora; y, mientras se da en ellas esa conversión, o reconocimiento de su amor, intentar reparar... “Misterio profundo -como decía D. José Rivera, sacerdote en proceso de beatificación- que la salvación de muchos dependa sólo de unos pocos”.
Este texto de San Bernardo es de viva actualidad, no porque el mundo esté dispuesto a escucharlo, ya que: Ahora tendrá que soportar a cuantos se oponen a su doctrina, a los que espían sus obras, a los que le insultan entre tormentos y lo vituperan por su muerte, sino por la inmensa necesidad que tenemos de Él. Dios, dueño y Señor de la historia, ha de suscitar en nosotros y recordarnos en este momento concreto, la sabiduría de la cruz: «necedad para los que se pierden, fuerza de Dios para los que se salvan» (1Co 1, 17-18). La experiencia del misterio de la Cruz inflamó en amor a San Bernardo y también hoy está destinada a ser un mensaje para los demás.
En la cruz se ha manifestado el amor gratuito y misericordioso de todo un Dios: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20), por cada hombre, por todos las personas. La imitación de Cristo es auténtica cuando incluye el asumir con Él el sufrimiento por amor (1P 4,14).
A todos los cristianos este: pero hay algo que conmueve..., nos tiene que mover a reparar y expiar por un grado más fuerte de justicia y de amor, para así padecer con Cristo paciente y “saturado de oprobios”, y proporcionarle, según nuestra pequeñez, algo de consuelo. Como decía San Pablo en Col 1, 24. 29: ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros. Nos lo exige “con la justicia más estricta” a todos los mortales. Si en la historia humana está presente el dolor y el sufrimiento, se entiende entonces por qué su omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la cruz. Si no hubiese existido esa agonía, si no hubiese bebido ese cáliz, la verdad de que Dios es Amor estaría por demostrar.
Este texto, que refleja el Evangelio del sufrimiento, sigue siendo para el hombre de hoy un escándalo y una locura, porque el hombre naturalmente no capta las cosas del espíritu. (1Co 1,14). En la pasión y en la cruz de Cristo se condensa la historia larga y dramática de las infidelidades de los hombres al designio divino. Ya que la pasión nos lleva a meditar -como le ocurrió a San Bernardo- el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad a lo largo de la historia; no menos hoy, al contrario. Pero los sufrimientos de Cristo expían este mal y la luz de un Amor, el de Dios, es más fuerte que el pecado y el rechazo de ese amor infinito del que sufrió por todos los hombres.
Con este: pero hay algo que me conmueve más, me apremia más y me inflama más..., se esclarece la relación en que se encuentra el hombre con Dios. La revelación de Cristo sufriente es, a la vez, revelación de la lejanía y la desobediencia del hombre respecto a Dios. Lo que ahora es conocido es SU AMOR SIN MEDIDA: buen Jesús, el cáliz que bebiste, que puede ser al mismo tiempo causa de rechazo o de aceptación por parte del hombre. Es lo que sucedió con la obra de Jesús: perdonó los pecados que fueron reconocidos por los hombres, pero desveló también el pecado de incredulidad, que no fue admitido por los mismos pecadores. Siervo doliente e inocente -como nos dice Isaías- que se dejó llevar en silencio al patíbulo, abrumado por el pesado fardo de nuestros crímenes.
Al leer este texto de San Bernardo, podemos suplicarle, llenos de confianza y abiertos a la esperanza: ¡Señor, ten piedad! ¡Señor, escucha y ten piedad!
                          S. Florinda panizo -O.Cist-



[1]Bernardo de Claraval, Cantar de los Cantares (V), Sermones sobre el Cantar de los Cantares, 20, Edición preparada por los monjes cistercienses de España, BAC, Madrid 1984, pág. 279
[2] Cf. SAN BERNARDO, tratado sobre el amor de Dios 22, pág.331.

14 de abril de 2011

El Sagrado Corazón de Jesús y los Cistercienses

          
        Cuando hablamos del Sagrado Corazón, inmediatamente lo asociamos con Santa Margarita María de Alacoque y San Claudio de la Colombière, entre otros.

            Pero, ¿debemos esperar hasta el siglo XVII para oír hablar del Sagrado Corazón?; ¿no tenemos noticias de este amable Corazón si volvemos la vista atrás a otros siglos?

            Si nos fijamos aunque sea mínimamente, podemos observar que el Corazón de Jesús era conocido y amado ya entre los primeros cistercienses.

            San Bernardo, el gran enamorado de Cristo y de Su Humanidad, también evoca el Corazón de Jesús, como lo vemos en el 7º sermón sobre el salmo “qui habitat”: ¡Ah, si pudiera ser esta paloma que anida en un agujero del lado derecho! Este agujero del lado derecho del costado de Cristo es la puerta que conduce a Su Corazón. Y en el 45º sermón sobre el Cantar de los Cantares nos revela: El secreto de Su Corazón se está viendo por las aberturas de Su Cuerpo; este gran secreto de ternura se revela, las entrañas de Dios se revelan.

            San Elredo, en la obra que escribe para su hermana  “La vida de reclusa”, comenta: Entonces uno del os soldados le abrió el costado con su lanza, y brotó sangre y agua. Date prisa, ve a comer el panal con su miel, ve a beber su vino con su leche…
Aquí vemos también una evocación al Corazón de Cristo.

            Y si nos adentramos un poco más en nuestros Padres, podremos ver alusiones también en Gullermo de Saint-Thierry, en Gilberto de Hoyland, o en Guerrico de Igny.

            Sin embargo, donde podemos decir que es más fuerte este amor y este deseo hacia el Sagrado Corazón, es en las monjas cistercienses ya del siglo XIII. ¿Quién no ha visto alguna vez representado a Santa Gertrudis sujetando en su mano el mismo Corazón amado del Señor?

            Fijémonos en Santa Matilde de Hackeborn (1248-1299), en el libro que sus novicias escribieron de las experiencias espirituales que su Maestra les comentaba: “Libro de la gracia especial”, encontramos estos pasajes:

“Te entrego Mi Corazón como morada de refugio”. Este regalo fue uno de los primeros dones de Dios, desde entonces comenzó a sentir un afecto especial de devoción hacia el Corazón de Jesucristo. Casi siempre que se le presentaba el Señor recibía alguna gracia espiritual de Su Corazón… Ella misma solía decir: Si se escribieran todos los bienes que me ha concedido el benignísimo Corazón de Dios resultaría un libro más voluminoso que el de maitines”.

            ¿Hay acaso algún escrito de Santa Margarita de mayor amor hacia el Corazón de Cristo? Matilde, también al igual que Santa Margarita siente la llamada del Señor a extender el amor hacia Su Corazón entre todos los hombres, reparemos en otro pasaje de la misma obra:

Contempla el Corazón (de Cristo) abierto y dilatado como unos dos palmos, en llamas, pero sin tener figura de brasas. Su maravilloso color y su figura eran indescriptibles. Le dice el Señor: “Quiero que sean de este modo incendiados los corazones de todos los hombres con el fuego del amor”.
            Pero si nos detenemos más en esta obra, podremos espigar muchos más pasajes sobre este divino Corazón.

            Y ahora, nos toca hablar de Santa Lutgarda (1200-1246) en quien también se manifiesta un amor inefable hacia Cristo. Y es que ella ha sido considerada por la Iglesia como la Primera mística del Sagrado Corazón. En ella observamos una manifestación mística sin precedentes, como fue el intercambio de corazones. Lutarada poseía el don de curación y por eso muchos acudían a ella; esto le impedía tener tiempo para su oración y entonces, un día, le dijo a Jesús:

-“¿Cuál es la ventaja de mi don de curación si hace imposible mis visitas a Ti? Por favor tómalo, y dame en cambio algo mejor”. El Señor le respondió: -“¿Qué deseas?” Lutgarda hizo algunas peticiones a Su Señor y al final, Éste le volvió a preguntar: -“¿Qué más deseas?” Lutgarda le pidió Su Corazón. Y el Señor le respondió que Él también anhelaba vehementemente el corazón de ella. Lutgarda aceptó que fuera así: -“Tu amor y el mío; que sean uno y el mismo. Sólo entonces me sentiré a salvo”.

            Fue una “comunión de corazones” nunca antes vista ni después conocida con estas características.

            Realmente, podríamos añadir más ejemplos, pero creo que es suficiente esta pequeña selección de textos para ver la importancia que esta devoción al Sagrado Corazón tenía entre los cistercienses desde los primeros siglos. Por tanto, no es  una devoción que surgió también en nuestra  Orden  muy posteriormente a su fundación, sino una fuente donde bebieron otros santos posteriores

          Cuando el alma rebosa de amor a Cristo, es difícil que uno no se acerque a Su Corazón adorable, y en el Cister hubo muchos grandes enamorados de Cristo. San Bernardo fue un gran contemplativo de la humanidad de Cristo y a través de esta humanidad, los cistercienses entraron en lo más profundo y más íntimo del Señor y se adentraron en Su Corazón.

            Tomemos el ejemplo de nuestros santos para llegar  a las profundidades del Amor.

Marina Medina -O. Cist.-