13 de enero de 2011

DIOS SIGUE LLAMANDO (Testimonio)

DIOS SIGUE LLAMANDO 

Dios sigue llamando en el siglo XXI
            Me llamo Marina, y soy monja en el monasterio Cisterciense de la Santa Cruz, en un pueblo de la provincia de Toledo.

            Me han pedido que explique como percibí la llamada de Dios a la vida monástica o cómo experimenté la acción amorosamente transformadora de Él en mi vida, para ir dirigiendo mis pasos al monasterio, no sólo sin miedos sino dándole gracias por lo que percibo como un inmenso regalo de su bondad misericordiosa.

            Nací en el seno de una familia cristiana y era la pequeña, sólo tengo un hermano mayor que yo. Estudié en el colegio de las Carmelitas de la Caridad, donde me dieron una sólida formación cristiana que fue la semilla que  poco a poco, fue creciendo hasta hacerse grande. Para mí, Dios nunca ha sido algo lejano ni inaccesible y que además está siempre ocupado en cosas muy importantes para fijarse en mí. Él era y es un Alguien, no un algo, un Alguien que me ama y que siempre está conmigo, en mí.

            Cuando llegué a la adolescencia, seguí mi vida normal, estudiando y saliendo con los amigos, viajando siempre que podía etc.  No pensaba para nada en  ser monja, aunque nunca me alejado de Dios y que seguía formando parte importante de mi vida.
En las fiestas del Rocío

A los 16 años entré en el grupo de “Misiones de mi Parroquia”, y fue en este medio, donde sin darme cuenta, empecé a pensar que quizá yo, podría ser misionera. Fue allí y en ese momento cuando conocí a unas monjas  misioneras a las que expuse mis dudas. Cuando hablaba con ellas, prendía en mí el entusiasmo y decidía que sí, que ése era el camino que Dios en Su amorosa Providencia había elegido para mí. Pero al cabo de pocos días, comenzaba a dudar, y el entusiasmo se apagaba.

            Pasaba el tiempo y yo no terminaba de aclararme y esperaba que un día el Señor me diese a entender de algún modo muy claro y concreto, lo que quería de mí. Mientras tanto, yo ya había empezado a estudiar Derecho en la Universidad y también pensaba a que rama del Derecho me dedicaría una vez finalizada la Carrera. También comencé a salir con un chico y entonces tenía más claro que de ser misionera nada de nada

            Por éso y por otros motivos que no viene al caso explicar, ya creía tener claro mi futuro: no sería misionera sino una madre de familia y ejercería mi profesión de abogado tratando de ayudar a los demás por este medio.

 Mas, esa claridad en mis expectativas duró poco. Un día cayó en mis manos un libro en el cual, unas jóvenes hablaban de su vocación a la vida contemplativa; por ese entonces, el ser monja de clausura me parecía algo horrible, negativo y sin sentido; eso de vivir encerrada entre cuatro paredes, ¡con lo que a mí me gustaba salir y divertirme! Pensaba que las monjas eran mujeres serias y tristes. Fue por ese motivo, por el que yo empecé a leer ese libro, por pura curiosidad, pues quería ver por qué unas jóvenes en apariencia como las demás jóvenes de nuestra época, eran capaces de decidirse por algo así.

En realidad el libro no explica lo que es esa vida, sino la experiencia de las jóvenes, pero al leerlo, empecé a intuir  que esa vida que tan espantosa consideraba, era otra cosa, no lo que yo creía, sino algo bello y con sentido. Y ¿qué fue lo que hice? Pues lo primero que hice, fue ir a ver a las monjas misioneras que ya conocía y contarles lo que me pasaba. Una de ellas (con la que yo había tenido más relación en el pasado) conocía a chicas que habían tenido inquietud misionera y luego habían entrado en un monasterio de vida contemplativa. Así que empezamos un discernimiento vocacional, y también estuve escribiéndome con una joven que la misionera conocía y que era de votos temporales, en este monasterio.

            Yo seguía estudiando en la Universidad y cada vez me atraía más fuertemente esta vocación, pero las monjas me dijeron que debía esperar a finalizar la Carrera. Así que no tuve más remedio que esperar, pero pensé que si un día me hacía cisterciense puede que tuviera dudas de no haber optado por una vida menos directamente  contemplativa. Cerca de mi casa había una Residencia de mayores que era llevada por Hijas de la Caridad y decidí ir a ayudar allí y de paso conocer la vida de las Hijas de la Caridad.
Con una de sus compañera 
de noviciado

            Me gustó tanto la experiencia con las Hijas de la Caridad que ya pensé en algún momento, -o quería pensar, no lo sé-,  que ése era mi camino. Me sentía como una más de ellas.

            Al comenzar el nuevo curso de la Universidad, quizá intentando huir de aquello que experimentaba interiormente, me propuse disfrutar, sanamente de todo lo bueno y bello que la vida me ofrecía: salía mucho, alternaba, viajaba mucho más de lo que lo había hecho hasta entonces, y tanto el pensamiento  de  vocación de cisterciense como la de Hija de la Caridad lo aparqué. Digo que lo aparqué porque no pude quitármelo de encima, aunque en algún momento creí que lo había conseguido. Nada más lejos, a Dios le gusta insistir, no se da por vencido fácilmente, e ello tengo mucha experiencia.

 Al final del penúltimo curso del la Universidad, ya pensaba poco sobre el tema de la vocación y me preguntaba más por lo que iba a hacer una vez acabado Derecho: buscar trabajo, sacar el doctorado o continuar estudiando para Juez, como quería mi padre.

 Pero aquél pensamiento “vida monástica”  a mitad del último curso, resurgió con tanta fuerza que no lo pude resistir. Me sentía por dentro como una joven recién enamorada, pero en este caso era de Dios. Mi deseo, o necesidad, de vivir en el monasterio se volvió tan intenso que me resultaba penoso pensar que todavía me quedaban varios meses para acabar la Carrera.

Eso sí, me di cuenta otra vez que mi deseo era ser cisterciense aunque no por eso dejaba de parecerme maravillosa la vida de las Hijas de la Caridad. Está claro, Dios tiene ya preparado unos planes para cada uno de nosotros, y seguirlos es lo que nos realiza y nos hace verdaderamente felices, y éso a estas alturas, para mi era evidente.  Lo que Dios quería de mí era lo que verdaderamente me iba a hacer feliz y además, yo quería seguir la voluntad de Dios fuese lo que fuese, aunque no lo entendiera del todo.

 Tampoco por experimentar ese atractivo tan grande ignoraba lo difícil que  me resultaría adaptarme a la vida de comunidad,  me parecía que me iba a resultar  imposible entrar en un monasterio para estar callada y sin apenas salir de a lacalle; pero confiaba  en que Él me daría fuerza,   ya que era Él mismo, quien me llamaba a la vida monástica.

Profesión
            Al fin terminé la Universidad que para mi constituyó una experiencia muy positiva e inolvidable. Pero había dos problemas: el primero era que de repente me veía con toda la vida por delante para hacer lo que quisiera y disfrutar de ella plenamente, con múltiples expectativas profesionales. Sin embargo esta valoración la superé rápido, lo peor fue el otro problema: decírselo a mis padres, ya que aunque cristianos, esperaban mucho de mí, en el sentido humano, por el éxito que había  tenido en mis estudios de Derecho. Mi madre me preocupaba especialmente, ya está enferma de artritis y temía que el disgusto le desencadenara una crisis de este tipo. Además, ellos tenían una visión tan negativa de la vida contemplativa como la tenía yo antes de conocerla, aunque no sabían que su enfoque era totalmente falso.

            Me hizo sufrir muchísimo la oposición de mis padres y mi hermano. Hicieron todo lo imposible para convencerme de que ésa no era mi vida, de que por ser muy caprichosa y estar muy consentida yo no iba aguantar, y además de que esa vida era totalmente opuesta a mi forma de ser…  Me hacían chantaje emocional: mi madre decía que si entraba de monja no era buena hija por dejarla abandonada, estando ella enferma y otras muchas razones de las que ahora nos reímos cuando las recordamos. Total que hubo momentos que estuve a punto de sucumbir.

            Al final entré, pese a la oposición de mis padres  y pese a su enfado que duró muy poco, casi sólo hasta que conocieron a la Comunidad. Ahora están encantados con su hija monja.  Por  mi parte, creo que di un gran salto en el vacío, porque me doy cuenta que no dediqué los dos años de espera que me impusieron las monjas para que estudiase y madurase mi vocación, a hacerlo. Pero en los más de diez años que llevo en el monasterio, aún no me he arrepentido de haberlo dado.

            Mentiría si dijera que todo ha sido fácil, pero nada que valga la pena  es fácil y sí, puedo decir con verdad, que durante este tiempo he sido  muy feliz y lo sigo siendo.

Procesión:  Corpus Cristi
            A las jóvenes que se sientan llamadas, desde mi experiencia de vida,  os puedo  gritar con toda la fuerza, que no tengáis miedo de responder positivamente al Señor, porque os aseguro que en esa respuesta, encontrareis la felicidad que buscáis y lograréis llenar de sentido y hacer fecunda vuestra vida. Es una forma muy eficaz de   colaborar con el Señor en su Obra Redentora de la humanidad,  de cada hombre en particular, pues Él quiere servirse de nosotros para salvar a las almas por las que tanta sangre le han costado.

            No quiero terminar sin hablar de lo importante que ha sido la figura de la Virgen María en mi vida y en mi vocación, sin Ella, ¿hubiera sido incapaz de decir “Fiat” a Dios como Ella lo hizo siempre? En cualquier duda, pena, tentación o peligro en que os encontréis Ella siempre estará a vuestro lado y nunca, nunca os dejará.
            Así que mucho ánimo, y no le neguéis al Señor lo que os pida, os aseguro que como yo, no os arrepentiréis.