16 de junio de 2019

LA Sma. TRINIDAS EN LOS EVANGELIOS Y EN S. PABLO



Los estudios de Teología Trinitaria han distinguido entre Trinidad Económica (la proyección trinitaria “ad extra”) y la Trinidad Inmanente (la vida íntima  interpersonal “ad intra” de la Trinidad, sus relaciones y procesiones etc.) Creemos que es un buen punto de partida para estudiar el tema que se nos propone.

En los escritos del Nuevo Testamento, apreciamos una cierta progresión desde los Evangelios de Marcos y Mateo, pasando por el Corpus Lucano y las Cartas Paulinas, hasta llegar al Corpus Joánico. Veamos dicha cuestión.

EL ESPÍRITU SANTO EN MARCOS-MATEO

Dimensión trinitario-económica del Espíritu en Marcos -Mateo, con preferencia sobre su dimensión trinitario-inmanente. En los Evangelios de Marcos y Mateo, hay pocas referencias a la Tercera Persona de la Trinidad en el relato general sobre el Jesús histórico. Al Espíritu se le describe en su obrar, es decir en su “misión”-lo cual muestra indirectamente su carácter de Persona Divina-. No hay todavía testimonios en cuanto a su ser íntimo, y además, las relaciones de reciprocidad-distinción con las otras Personas aparecen de una forma muy implícita e indirecta: El Espíritu Santo es el poder con el que actúa Jesús, expulsando a los demonios (Mt 12, 28); el Espíritu asiste a los fieles en las persecuciones Mc 13,11).

EL ESPÍRITU SANTO EN EL CORPUS LUCANO Y EN LAS CARTAS DE SAN PABLO.

Dimensión trinitario-económica y dimensión trinitario-inmanente. En el Corpus Lucano y en el Corpus Paulino hay un paso adelante importante respecto a los dos primeros evangelistas: el Espíritu actúa plenamente, y en tal actuación, en tal “misión ad extra”, manifiesta indirectamente su carácter personal positivo. Es Alguno que actúa amistosamente: quien distribuye los carismas en la Iglesia a su voluntad (1 Cor 12,11); quien acude en ayuda de nuestra debilidad (Rom 8,26); aquel que tiene criterio para juzgar, (1 Cor 2,14) e inspira las palabras de los Apóstoles (Hech 4,8); aquel que decide junto con ellos Hech 15,28.

Pero junto con estos rasgos “trinitario-económicos”, por primera vez encontramos también otros de índole “trinitario-inmanente”, aunque ciertamente no son demasiado abundantes: el Espíritu conoce lo íntimo de Dios, lo que significa una presencia de reciprocidad-unidad con las otras Personas (1 Co 2,11); Cristo está lleno del Espíritu Santo (Lc 4,1), es decir unido a Él en vinculación de actuación-unión vital.

EL ESPÍRITU SANTO EN EL CORPUS JOÁNICO.

Dimensión trinitario-económica y dimensión trinitario-inmanente bien desarrolladas y en un equilibrio y coordinación eficaces. El trabajo de San Juan Evangelista supone un paso adelante muy importante. En su obra, especialmente en su Evangelio, aparece la actuación ad extra del Espíritu, su misión entre los hombres, con bastante más abundancia que en los otros evangelios.

Dimensión trinitario-económica. Al igual que en los otros evangelios, e incluso al igual que en Pablo y Lucas el Espíritu actúa plenamente, y en tal actuación, en tal “misión ad extra”, manifiesta una proyección decidida y muy favorecedora de los hombres: como un maestro, de quien se dice educará amablemente: Él os lo enseñará todo (Jn 14, 26); dará testimonio de Jesús (Jn 15, 26). Los rasgos pues, son muy claros y distintos.

Dimensión trinitario-inmanente. Pero la gran novedad de Juan es su capacidad de dibujar mejor la figura del Espíritu, que aparece con rasgos más claramente personales. Efectivamente, si en Pablo y Lucas, le veíamos con criterio para juzgar, con capacidad de distribuir carismas, con voluntad de interceder por nosotros, es decir, como Uno capaz de un amplio haz de acciones bienhechoras, ahora, en Juan, ese perfil personal se singulariza y “concretiza”. Nos encontramos en presencia de Alguien con nombre propio: el Abogado, El Paráclito, el Otro Defensor, paralelo a Jesús. Esta dimensión está mucho mejor lograda que en los otros autores neotestamentarios; es, como decimos, más explícita y desarrollada. El Espíritu es llamado Otro Defensor, Otro Consolador[1], enviado por el Padre y el Hijo Resucitado (Jn 14,16) lo cual habla ya de unas fórmulas explícitas y elaboradas de reciprocidad/distinción y de unidad. Tales fórmulas se explicitan claramente: No hablará por cuenta propia sino que hablará de lo que oye; glorificará al Hijo, y lo anunciará (Jn 16,13-14).

El Nuevo Testamento, en una palabra, tiene testimonios y rasgos que permiten una Teología del Espíritu, la cual fue ampliamente utilizada en el siglo IV para elaborar el dogma en torno a la Tercera Persona de la Trinidad, y defender la fe frente a teologías pneumatómacas.

Hna. Florinda




[1] Cf. Jn 14,16-17.26; Jn 15,26; Jn 16,7-15.

3 de mayo de 2019

Colegio de niñas: Monasterio de la Santa Cruz de Casarrubios


María Elena Aguado

A principios del siglo XIX la sociedad dejó de invertir en piedad. Los regulares considerados inútiles e improductivos tuvieron que optar entre adaptarse a los cambios o morir anquilosados en su glorioso pasado. En consecuencia, la comunidad cisterciense de Casarrubios del Monte inició una nueva etapa con la implantación de un colegio para niñas de honor. Este trabajo presenta los inicios de la institución y forma de vida de educandas y maestras a través de sus constituciones.

Palabras clave
Educación; Ilustración; Niñas de honor; Monasterio; Bernardas, siglo XIX; Casarrubios del Monte

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8 de marzo de 2019

Cuaresma tiempo de conversión

 

El amor restablecido

            En la Cuaresma suena una palabra con insistencia: ¡conversión! ¿Qué significa esta palabra que martilleará nuestros oídos a lo largo del tiempo cuaresmal? Significa, ante todo, volver nuestros pasos hacia otra dirección. Si el pecado nos aleja de Dios, la conversión nos hace añorar su amor y contemplarle como la meta de nuestros pasos. “Sí, me levantaré y volveré junto a mi Padre”, es el inicio de la conversión del famoso hijo de la parábola y el primer sentimiento que debemos provocar y alimentar en este tiempo de Cuaresma. Pero ¿por qué queremos volver a la casa del Padre? ¿Cuál es nuestra intención más profunda? Conviene distinguir: “no es lo mismo conciencia de pecado que sentimiento de culpabilidad”. Esto es, no es lo mismo “arrepentirme de mis pecados” que "tener remordimiento de los mismos”. En la práctica nunca van disociados y en estado puro. Vamos a distinguir entre arrepentimiento y remordimiento para poder purificar nuestro corazón en nuestro deseo de volver a la casa del Padre. “Sí, me levantaré y volveré junto a mi Padre”.
Benedicto XVI