“No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis
como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y
resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con
él”. Hoy, el apóstol San Pablo invita a renovar nuestra fe en el misterio
pascual de Jesús, en su resurrección, que comporta como consecuencia la
resurrección de todos los que creen en él. Los cristianos hemos de vivir con
esta confianza, que permite superar cualquier temor o miedo, mientras esperamos
que llegue nuestra participación plena en el misterio pascual, manteniendo
nuestra relación con el Señor de tal manera que sea posible recibirle con
alegría, cuando llegue el momento de nuestro encuentro con Él.
Esta espera vigilante del
Señor es el tema del evangelio que leemos en este domingo. Una vez más, Jesús
se sirve de la imagen de las bodas para hablar acerca del Reino de los cielos.
La parábola de las diez doncellas que esperan al esposo está inspirada en la
celebración del matrimonio según las costumbres judías del tiempo de Jesús. Sin
embargo Jesús no desarrolla en todos sus detalles el tema, sino que utiliza
solamente aquellos elementos del mismo que sirven para proponer una actitud
precisa en los creyentes que esperan participar un día en la fiesta nupcial de
la vida eterna. Así, algunos aspectos - como la misma figura de la esposa, que
no es otra que el pueblo elegido, la Iglesia - no aparecen en absoluto, otros
son simplemente aludidos, mientras que otros reciben un desarrollo apropiado.
El centro de la atención está
ocupado por el esposo y, junto a él aparecen las doncellas que debían acompañar
a la esposa. La espera gozosa del esposo y también su retraso, entran en las
costumbres de la época. Jesús insiste en que la espera se prolonga
excesivamente, adquiriendo de esta manera un carácter alegórico que culmina con
la llegada que tiene lugar a media
noche, alusión cargada de sentido. En efecto, la llegada del esposo señala el
comienzo de la celebración nupcial, pero al mismo tiempo indica el término del
tiempo adecuado para prepararse a la misma. Para aquellos que no se han
dispuesto de modo conveniente se recuerda la imposibilidad de participar a la
fiesta: “Os lo aseguro: no os conozco”. El que no ha sabido aprovechar el
tiempo largo de espera no es digno de participar a la boda.
Cinco de las doncellas eran sensatas, es decir, no sólo juiciosas y
prudentes, sino llenas de aquella sabiduría que les permite comprender en el
modo adecuado el misterio divino, las exigencias del Reino. Por esta razón se
preparan, toman aceite junto con las lámparas, y así en el momento de la
llegada, podrán acoger al esposo. Las otras cinco doncellas, necias,
despreocupadas, superficiales, se pierden por falta de un cálculo adecuado acerca
de la llegada del esposo, y si bien con prisas en el último momento tratan de
hacer lo que era necesario, lo hacen fuera del tiempo y quedan excluidas de la
fiesta nupcial. No se critica el hecho del sueño y del dormirse. La espera es
en verdad larga y entra dentro de lo posible dormirse. Pero a pesar de todo,
hay que preveer esta posibilidad y estar preparados: hay que prevenir las
exigencias de lo que nos aguarda. La advertencia está dirigida a todos los
miembros de la comunidad: la espera, aunque sea larga, ha de ser vigilante.
La sabiduría demostrada por
las doncellas sensatas es el tema expuesto en la primera lectura. El autor del
libro de la Sabiduría expone como ésta se deja encontrar por los que la buscan,
más aún, ella misma va en busca de los que son dignos de poseerla. Esperar no
es una actitud pasiva, sino un esfuerzo para vivir en la sabiduría que Dios nos
ha comunicado, de manera que no nos encuentre distraidos.
No sabemos ni el día ni la
hora, nos dice el Señor. Con estas palabras no quiere infundir miedo o
inquietar los espíritus. En su amor quiere invitarnos a no perder nuestro
tiempo, a dejarnos llevar por la sabiduría y a velar, para que cuando llegue el
momento podamos salir al encuentro del Señor. Tengamos preparadas nuestras
lámparas, tengamos aceite de repuesto y velemos para que el Señor, cuando
venga, nos deje participar en el banquete de bodas.