3 de noviembre de 2017

Meditando la Palabra de Dios. Domingo XXXI - A


“Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví —dice el Señor de los Ejércitos”. El profeta Malaquías no duda en apostrofar a los sacerdotes de su tiempo, porque, con su modo de obrar,  han descuidando las exigencias del propio ministerio, dejando de ser fieles a la enseñanza según la Ley, no respetando las exigencias del culto que la santidad de Dios merece. Esta lectura ayuda a entender mejor lo que Jesús propone en el evangelio.
         Las polémicas de Jesús con los grupos que guiaban el pueblo judío que han sido propuestas en los domingos precedentes,  manifestaban el drama, que se repite a menudo a lo largo de la historia, del enfrentamiento del hombre con Dios. El hombre, como si intentase defenderse de los constantes esfuerzos que Dios hace para atraérselo,  muchas veces se da valor a aspectos parciales de la revelación, con el resultado de que en lugar de «servir a Dios», se sirve de Dios para mantener su propia situación, más o menos privilegiada. Contra un tal modo de actuar, Jesús reacciona duramente para poner en guardia a las generaciones futuras.
         Jesús no tiene dificultad en reconocer el papel confiado legítimamente a los letrados y fariseos, cuando afirma: “ En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos”. Por lo tanto es necesario prestarles crédito y obediencia. Sin embargo estas personas en su modo de comportarse demuestran una incoerencia deplorable que obliga a Jesús a decir también: “No hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”. Y da algunos ejemplos de este modo de proceder.
El primero es la no observancia de los mismos preceptos que enseñan a los demás. El segundo es el egocentrismo que les lleva a actuar de tal manera que sus actos suusciten admiración de los demás. Se trata siempre de usos de la vida cotidiana de los judíos, que vienen esplotados en beneficio propio. Jesús no critica los usos sino el espíritu con el que se ponen en práctica. Quién actúa de tal manera, está lejos de haber entendido el contenido de la ley y de los profetas, es decir la verdadera fidelidad a las exigencias de la Alianza, a la renovación interior para recibir al Señor que viene. Esta página hay que leerla no solamente desde una perspectiva histórica sino como una advertencia siempre presente y actual. En efecto, las críticas de Jesús a los responsables de su tiempo pueden merecerlas, con matices quizá algo diferentes, los responsables de la comunidad eclesial, a los que dirigen hoy a la comunidad de los creyentes en Jesús.
         En la segunda parte del evangelio Jesús recomienda a la comunidad a no buscar títulos: maestro, padre o jefe, porque estos títulos y la realidad que suponen corresponden por derecho al Padre o a Jesús. Con estas palabras, Jesús no excluye cualquier tipo de jerarquía en la comunidad sino que señala el espíritu con que han de ejercer su ministerio los que han sido designados para continuar su servicio. La comunidad eclesial es una familia, congregada por el Padre por obra del único Maestro y Jefe que es Jesús. Él es el único parámetro de cómo hay que actuar en la comunidad: Él es el siervo por excelencia, que se ha rebajado hasta la muerte de cruz, para ser exaltado como Señor y Mesías.
         En la segunda lectura Pablo ha recordado su ministerio en la comunidad de Tesalónica, indicando cual ha de ser el comportamiento de los que anuncian el Evangelio. El apóstol recuerda sus esfuerzos y fatigas para que su predicación no comportase un peso para sus discípulos. Esto ha de entenderse como manifestación del amor que el ministro de Jesús ha de tener y de manifestar sin cesar. Es cierto que en último término es Dios que actúa, per esto no dispensa al ministro de determinadas características que dejen claro que es testigo y portavoz de Dios. Comportarse como una madre, estar dispuesto a dar incluso la vida indican las verdaderas dimensiones del apóstol cristiano.

         

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