“Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley,
habéis invalidado mi alianza con Leví —dice el Señor de los Ejércitos”. El
profeta Malaquías no duda en apostrofar a los sacerdotes de su tiempo, porque,
con su modo de obrar, han descuidando las
exigencias del propio ministerio, dejando de ser fieles a la enseñanza según la
Ley, no respetando las exigencias del culto que la santidad de Dios merece.
Esta lectura ayuda a entender mejor lo que Jesús propone en el evangelio.
Las polémicas de Jesús con
los grupos que guiaban el pueblo judío que han sido propuestas en los domingos
precedentes, manifestaban el drama, que
se repite a menudo a lo largo de la historia, del enfrentamiento del hombre con
Dios. El hombre, como si intentase defenderse de los constantes esfuerzos que
Dios hace para atraérselo, muchas veces se
da valor a aspectos parciales de la revelación, con el resultado de que en
lugar de «servir a Dios», se sirve de Dios para mantener su propia situación,
más o menos privilegiada. Contra un tal modo de actuar, Jesús reacciona
duramente para poner en guardia a las generaciones futuras.
Jesús no tiene dificultad en
reconocer el papel confiado legítimamente a los letrados y fariseos, cuando
afirma: “ En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos”.
Por lo tanto es necesario prestarles crédito y obediencia. Sin embargo estas
personas en su modo de comportarse demuestran una incoerencia deplorable que
obliga a Jesús a decir también: “No hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no
hacen lo que dicen”. Y da algunos ejemplos de este modo de proceder.
El primero es la no observancia de los mismos preceptos que enseñan a los
demás. El segundo es el egocentrismo que les lleva a actuar de tal manera que
sus actos suusciten admiración de los demás. Se trata siempre de usos de la
vida cotidiana de los judíos, que vienen esplotados en beneficio propio. Jesús
no critica los usos sino el espíritu con el que se ponen en práctica. Quién
actúa de tal manera, está lejos de haber entendido el contenido de la ley y de
los profetas, es decir la verdadera fidelidad a las exigencias de la Alianza, a
la renovación interior para recibir al Señor que viene. Esta página hay que
leerla no solamente desde una perspectiva histórica sino como una advertencia
siempre presente y actual. En efecto, las críticas de Jesús a los responsables
de su tiempo pueden merecerlas, con matices quizá algo diferentes, los
responsables de la comunidad eclesial, a los que dirigen hoy a la comunidad de
los creyentes en Jesús.
En la segunda parte del
evangelio Jesús recomienda a la comunidad a no buscar títulos: maestro, padre o
jefe, porque estos títulos y la realidad que suponen corresponden por derecho
al Padre o a Jesús. Con estas palabras, Jesús no excluye cualquier tipo de
jerarquía en la comunidad sino que señala el espíritu con que han de ejercer su
ministerio los que han sido designados para continuar su servicio. La comunidad
eclesial es una familia, congregada por el Padre por obra del único Maestro y
Jefe que es Jesús. Él es el único parámetro de cómo hay que actuar en la
comunidad: Él es el siervo por excelencia, que se ha rebajado hasta la muerte
de cruz, para ser exaltado como Señor y Mesías.
En la segunda lectura Pablo
ha recordado su ministerio en la comunidad de Tesalónica, indicando cual ha de
ser el comportamiento de los que anuncian el Evangelio. El apóstol recuerda sus
esfuerzos y fatigas para que su predicación no comportase un peso para sus
discípulos. Esto ha de entenderse como manifestación del amor que el ministro
de Jesús ha de tener y de manifestar sin cesar. Es cierto que en último término
es Dios que actúa, per esto no dispensa al ministro de determinadas
características que dejen claro que es testigo y portavoz de Dios. Comportarse
como una madre, estar dispuesto a dar incluso la vida indican las verdaderas
dimensiones del apóstol cristiano.
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