“Todo lo que
es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o
mérito, tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y
visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros”. El
apóstol Pablo invita así a sus discípulos de Filipos a comportarse como
verdaderos seguidores de Jesús. Porque en efecto, no son las palabras sino las
obras las que muestran la disposición real de cada una de las personas. Es en
este sentido que hay que entender las palabras de Jesús: “Por sus frutos los
conoceréis”. No por sus palabras, por elegantes y rebuscadas que sean, sino por
sus frutos, por sus obras. Y este criterio es válido tanto para quienes ocupan
los puestos más elevados de la Iglesia y de la sociedad como para los que pasan
desapercibidos, dedicados a hacer el bien en la humildad de la existencia de
cada día. El mundo, los hombres, estamos cansados de discursos y de teorías:
queremos actitudes claras, que no dejen lugar a dudas, obras y acciones que
convenzan. Ahí radica la importancia del programa delineado por Pablo a los
cristianos de Filipos.
“Por sus frutos los conoceréis”. En la
primera lectura ha sido leído el célebre canto de la viña del profeta Isaías. Se
trata de un antiguo canto popular, que expresa el amargo lamento de un hombre
enamorado ante la infidelidad de la mujer amada. El texto habla de los
esfuerzos redoblados de un hombre hacia su viña, deseoso de obtener de ella
frutos óptimos y abundantes. Pero la espera anhelante de los frutos como
respuesta a sus desvelos, termina en el fracaso, pues la viña sólo saber dar
agraces. Isaías se sirve del poema para reprochar a los habitantes de Jerusalén
su infidelidad hacia Dios. La viña del Señor de los ejércitos, dice el profeta,
es la casa de Israel. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó
justicia y ahí tanéis: lamentos. Israel, el pueblo escogido por Dios, no se
mantuvo fiel al Dios que lo había amado.
La parábola que Jesús cuenta en el
evangelio es muy afín al poema de Isaías. El texto evangélico describe con más
realismo si cabe las torpezas de los hombres que no quieren someterse a Dios,
más aún que casi intentan corregir el mismo plan de salvación. La falta de
fruto en el momento de la cosecha queda subrayada de modo patente con el
comportamiento desacertado de los labradores hacia los enviados por el amo de
la viña, y sobre todo hacia su propio hijo. Si sabemos interpretar las palabras
de Jesús, nos recuerda la suerte corrida por los profetas del antiguo
testamento, así como lo que estaba por sucederle a él mismo.
Pero no sería justo criticar al pueblo
judío, echándole en cara su infidelidad. Si somos sinceros hemos de reconocer
que nosotros, los cristianos que formamos la Iglesia, el nuevo Israel de Dios,
tampoco hemos sido siempre fieles, y que a menudo hemos actuado en contra de la
voluntad de Dios. Las palabras del profeta insinuando que el amor decepcionado
puede abandonar, aún con pesar, a la viña a su propia suerte, lo que supone la
ruina, valen también para nosotros. La alianza que Dios ofrece a su pueblo
exige hacer de la vida un servicio constante a Dios. La alianza de Dios con
Israel no dió el fruto que se esperaba. La alianza de Dios con el nuevo Israel,
la Iglesia, que tiene como piedra angular al mismo Jesús, debería dar el fruto
esperado, pero también puede decepcionar, puede ser infiel a la llamada
recibida.
Si no damos fruto, podemos perder lo
que tenemos. No se puede vivir de renta en el campo del espíritu. La historia
de la salvación, personal o comunitaria, es una delicada, larga, difícil y
trágica contienda entre el amor de Dios, siempre fiel a sus promesas, y la
veleidad de los hombres, siempre fáciles a dejarnos llevar por el capricho, por
los propios criterios y principios, hijos de nuestra poca disponibilidad en
reconcernos criaturas de Dios. Urge pues disponer nuestro espíritu para poner
en obra, según la palabra del apóstol, todo lo que aprendimos, recibimos, oímos
y vimos en aquellos que nos iniciaron a la fe. Con oración incesante, supliquemos
a Dios que nos conceda que nuestra vida responda a sus cuidados y podamos dar
el fruto que espera de nosotros.