HOMILIA EN
EL MONASTERIO CISTERCIENSE CASARRUBIOS DEL MONTE
Miguel Ángel Díez Madroñero
Su familia. Su
infancia.
Tescelín el
Moreno, oficial del duque de Borgoña, y la dulce y encantadora Aleta o Alicia
fueron bendecidos por el Señor con siete hijos: Guido, Gerardo, Bernardo, Humbelina,
Andrés, Bartolomé y Nivardo. Todos serán santos o
beatos.
Este santo
matrimonio – los dos son venerables y beatos- supieron educar cristianamente a
sus hijos: el primero en ser llamado a la vocación fue
Bernardo. De ellos aprendió el niño aquel amor a Jesús y a María, de
cuyas dulzuras había después de empapar sus admirables escritos. Pero le faltó
su madre cuando más necesitaba de ella. Él fue quien, uno a uno, fue
arrastrando a todos hacia el claustro.
Bernardo
estaba dotado con todos los dones que puede envidiar una persona: tipo
elegante, inteligencia despierta, simpatía arrolladora, corazón ardiente. Su
hermosura juvenil, su esbelta y varonil estatura, su rostro perfectamente
perfilado, con ojos azules en los que, al decir de sus biógrafos,
"resplandecía una pureza angelical" por donde asomaba la belleza y el
encanto de su alma, fueron todos estos atractivos un constante peligro para su
virtud. Así juzgó necesario dar un adiós al mundo y encerrarse en el
nuevo monasterio del Cister, recién fundado por San Roberto.
Su vocación
al Claustro.
Bernardo fue el verdadero reformador de la vida religiosa y hasta
cristiana de la Edad Media. Llevaba catorce años aquel monasterio, fundado
por San Roberto con veintiún compañeros en 1098, sin que ingresara en el
mismo ni un solo monje, cuando San Bernardo se presenta al frente de aquellos
fervorosos novicios a acrecentar la nueva familia cisterciense, y si esto
sucedió al principio no es extraño que cuando, a los veinticinco años de edad,
y tan sólo dos de monje, fuera nombrado abad fundador del Claraval,
consiguiera que durante los treinta y ocho años que duró su prelacía llegara la
Orden a contar hasta 343 monasterios, de los cuales 63 fueron derivaciones del
mismo Claraval, y que llegaran a más de 900 los monjes que hicieron en sus
manos la perpetua profesión.
“Aquí estarás encerrado hasta que pase Bernardo”, “escóndete, que no
te vea Bernardo”. Así hablaba la esposa a su marido, la joven a su novio y las
madres a sus hijos. Tal era el imán que despedían aquellos ojos grandes y
aquella palabra arrebatadora de corazón enamorado. A todos los arrastraba a su
monasterio. Arrastró a sus hermanos, a su sobrina, a su cuñada, a su madre…
“El hombre que se enamoró de Dios”, “el reformador del Císter”,
“el amado de María”, “el cantor de María”, “el ojos grandes”… Todo esto se ha
dicho y muchas más cosas de este gran hombre que influyó en la iglesia de
la Edad Media más que los reyes y papas de su tiempo.
Estos eran los lemas que eligió para sí y que encierran
toda su rica vida y espiritualidad:
- “Alcanzar a Cristo”: una vez que abandonó el mundo ya nada le
importaba más que esto, ser todo de Cristo y sólo para Él.
-“Absortos en Cristo”: Era un
alma profundamente contemplativa. Pasaba horas y horas ensimismado en Dios
y en las obras de la naturaleza que le llevaban a Dios.
-“Pendientes de Cristo”;
“conscientes de Cristo”.
Estos lemas
eran guías para él y para su hermana Humbelina a quien
amaba con toda su alma. Él sabía muy bien que su misión no era otra que la de
continuar la obra comenzada por Cristo en su alma al abrazar la vida del
Císter. Estos lemas le servían como espuelas para amar más y más al Señor y
servir a los hermanos.
Su acción y su influencia.
La acción de Bernardo no se limitó a sus monasterios (fundó casi de
350; y atrajo al seguimiento de Cristo en la vocación del claustro más de 900
vocaciones, como hemos dicho), sino que llamó la atención a reyes, príncipes y
papas cuando vio que no iban por buen camino. Estos mismos jerarcas
acudían a él sabedores de que siempre les diría la verdad.
El siglo XII es turbulento de herejías y cismas, que llegan a producir
tal confusión que aun las almas de buena voluntad no aciertan a saber dónde
está la verdad. No puede ante esto permanecer encerrado en su claustro
manejando la pala y el azadón, cuando lo que se necesitaba era el manejo de la
pluma y de la palabra, y por eso salta San Bernardo a la acción, decidido a
atajar aquel incendio que amenazaba destruir la casa del Señor. Es el
árbitro de su siglo, buscado y solicitado, para intervenir y aminorar las
frecuentes contiendas que en aquella tan agitada época sin cesar existían, y el
monje tan recogido y silencioso que después de muchos años no sabrá cómo es la
techumbre de la iglesia del Cister.
Bernardo supo hermanar en sí mismo como pocos a María y a Marta
del evangelio. Así es San Bernardo, la vida activa más agitada con la
contemplación más encumbrada de la mística. Es un soldado, un guerrero, un
político y a la vez un asceta rígido, un director espiritual de conciencias y
un formador y fundador de monasterios. Era contemplativo donde los haya y
celoso apóstol como ninguno.; predicó Cruzadas, dirigió batallas, pasaba largas
horas en oración.
Asiste a concilios, aconseja a los Pontífices, disputa con los
herejes; estaba tan firme y animoso, que no dudó en aceptar el encargo que
le confiara el papa Eugenio III de predicar la segunda Cruzada para libertar a
los Santos Lugares del poder musulmán. Cincuenta y seis años de edad tenía
entonces San Bernardo, colectando triunfos contra la herejía y el
cisma, por su palabra eficaz y su santidad.
Bien ganado tenía el descanso por el que tanto suspiraba en su
monasterio del Claraval, de donde nunca hubiera salido a no ser forzado
por la obediencia y por su ardiente amor a Cristo y a su Iglesia, pero la
voluntad divina dispuso que fuera precisamente entonces cuando
emprendiera una muy larga peregrinación, acompañada de una actividad
prodigiosa y totalmente inexplicable dado el estado tan precario de su
salud, tan minada hacía años por la austeridad y penitencia con que
trataba a su cuerpo, que estaba tan quebrantada que muchos de sus
hijos creían que su vida tocaba a su fin. He aquí la severidad del asceta
que se tomaba rigurosa cuenta a sí mismo y se pregunta incesantemente:
"Bernardo, ¿a qué has venido a la Religión? ¿Por qué has abandonado el
siglo?"
Y con la antorcha encendida de la Palabra de Cristo, recorre toda Francia, Alemania y Flandes, y donde no puede
resonar su voz serán sus cartas y emisarios en Inglaterra, España, Italia,
Hungría, Polonia y, en fin, en Europa entera. Las ciudades en masa salen a su
paso para escuchar su palabra, presenciar y admirar los milagros que sin cesar
hacía, sanando un sinnúmero de enfermos y alistándose en la cruzada en tal cantidad,
que pudo escribir al Papa: "Las ciudades y castillos quedan vacíos, y
difícilmente se encontrará un hombre por cada siete mujeres".
Su amor a la Santísima Virgen
Amaba a Jesús con toda su alma: “Jesús es miel en la boca, melodía al
oído y júbilo en el corazón”, con frecuencia decía. En fin, de modo
asombroso y sorprendente admiramos en él la dulcísima miel de su bondad y
caridad sin límites, que se paladea sin llegar nunca a cansar, de sus
sermones, sobre todo cuando habla o escribe sobre la Santísima
Virgen.
Se le llama a San Bernardo el último de los Padres de la Iglesia,
pero sólo en el orden cronológico no en el teológico y doctrinal,
y menos aún en lo que toca a la Mariología. En esto no hay
quien le aventaje. No se puede dar un solo paso sin contar con
San Bernardo o citar sus escritos.
Sirva como ejemplo la fórmula de estos tiempos en la que escritores
piadosos y directores de almas coinciden con unanimidad: "A Jesús por
María", en la que se quiere condensar la Mediación universal de la Santísima
Virgen como Madre de Jesús y nuestra, y Corredentora de los hombres. Pues bien;
esta fórmula precisamente está inspirada en San Bernardo, ya que viene a
ser la doctrina fundamental tantas veces repetida en sus escritos.
Explica, por ejemplo, el trascendental consentimiento de la
Virgen a las palabras del ángel en la Anunciación, o del sermón de la Natividad
de María, llamado del "Acueducto" por presentar a María como
verdadero acueducto de la vida de Dios para los hombres; o de los sermones
de la Presentación y Purificación,
Anunciación, Asunción… Es necesario
leer los sermones y saborearlos en toda su integridad.
Los que quieren progresar en su amor a la Madre de Dios,
necesariamente tienen que leer los escritos de San Bernardo por la claridad y
el amor con que habla de ella.
De su corazón brotaron el Acordáos,
el final de la Salve, el “en las
angustias invoco a María”, siendo cantor como pocos de las glorias de la Madre del cielo."Acuérdate oh Madre Santa, que jamás se oyó
decir, que alguno a Ti haya acudido, sin tu auxilio recibir". El
pueblo vibraba de emoción cuando le oía clamar desde el púlpito con su voz
sonora e impresionante.
“Si se levantan las tempestades
de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus
muchos pecados quiere lanzarte a la desesperación, lánzale una mirada a la
Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en
el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás
seguramente al Puerto Celestial”.
Sus bellísimos
sermones son leídos hoy, después de varios siglos, con verdadera satisfacción y
gran provecho. Amó tiernamente a María como pocos lo hayan hecho, concluyendo
su devoción a la Madre de Dios con esta
frase:
“NO ERES MAS SANTO PORQUE NO ERES MAS DEVOTO DE MARÍA”
Moría el 1.1153. Había nacido
el 1.090. 63 años de santidad y ejemplo indescriptible e inabarcable para
la Iglesia y todos sus hijos.