Desde que el monje se levanta hasta que se entrega al reposo, no deja de
escuchar y leer casi continuamente, Palabra de Dios.
El dinamismo de la
Palabra de Dios, arranca de su encuadre litúrgico. En la Liturgia se realiza la
obra de nuestra redención; se hace actual el misterio salvífico en cada hombre,
pero para ello, Dios necesita nuestra colaboración, el encuentro tiene que ser
de dos y existir el diálogo, es decir, Palabra y respuesta a la Palabra. Por
esto, necesitamos sintonizar con la acción de Dios que se realiza en nosotros,
escuchar Su Palabra que nos dirige y meditarla y poder de este modo, responderle.
La dinámica de esta Palabra, Su autoridad y virtud, se revela sobre todo
en la acción litúrgica. Si la lectura del Antiguo Testamento en la sinagoga,
preparaba a la venida del Mesías, la lectura del Antiguo y Nuevo Testamento en
la liturgia, está orientada a desplegar todas las virtualidades del día
inaugurado por Cristo, de la realidad, que comenzando en Él, terminará su
función en el último día, en que vendrá por segunda vez. En este día el Cuerpo
Místico de Cristo alcanzará su plenitud y la humanidad redimida será ya una
sola cosa en Cristo[4].
“La Iglesia
–y también cada uno de sus miembros- camina a través de los siglos hacia la
plenitud de la verdad, hasta que se cumpla en ella las palabras de Dios”[5]. Si
escuchamos, meditamos, oramos con la
Palabra de Dios, Ésta nos hará crecer y progresar
interiormente “hasta alcanzar la medida de Cristo en Su plenitud”[6], y es
que esta Palabra revitaliza toda la persona, produce en nosotras y en cada
hombre que la interiorice una transformación radical en todo el ser humano.
I-ORACIÓN, CORAZÓN DE LA ESPIRITUALIDA
MONÁSTICA
Como para tantos otros
aspectos de la espiritualidad monástica, así para el específico de la oración,
los monjes no nos han dejado –por lo menos hasta el siglo XII- en relación con
la importancia que tuvo en sus vidas, exposiciones sistemáticas ni tratados
doctrinales. Sin embargo, estudiando la oración en la tradición monástica,
observamos la centralidad de la
Palabra de Dios en ella y la importancia de la Palabra en la vida de los
monjes[7]. Y
ésta es la herencia que nos han dejado y que nosotras, custodiamos. A esta
forma de vivir y experimentar lo que la Palabra de Dios nos dice, se le ha
llamado “Teología Monástica”; es decir, ese modo de vivir escuchando,
meditando, acogiendo la Palabra de Dios que se hace vida, y todo esto, en el
claustro monástico. Es lo que yo llamo “Teología Vivida”, o “Teología de la Experiencia”.
I.1- Oración y Palabra de Dios
Un elemento primordial de la oración está
constituido por la memorización de muchos pasajes de la Escritura.
Las frecuentes citas, alusiones y
resonancias bíblicas que se encuentran en gran parte de las antiguas fuentes
monásticas, muestran la centralidad de la Palabra de Dios en la formación espiritual de los
primeros monjes. Particularmente la oración de éstos, y la nuestra hoy en día
está totalmente penetrada por la
Palabra de Dios.
La oración profunda con la Palabra,
supone:
-Dios que busca al hombre a través de Su
Palabra, es decir, es el Señor el que sale a nuestro encuentro, Aquel que “nos ha
amado primero”[8].
-El hombre busca a Dios, lo que constituye
una exigencia profunda de nuestro corazón. “Buscar a Dios” es precisamente
parte importante de nuestro carisma benedictino-cisterciense; y esa “búsqueda”
se realiza mediante la Palabra que el Señor nos ha dado.
-La consecuencia: Es una vida de diálogo
entre Dios y el hombre, entre la Palabra de Dios, el Señor Jesús, y esa misma
Palabra inscrita en el corazón. Se culmina en una común-unión entre el espíritu
de la Palabra Encarnada (Cristo Resucitado por Su Espíritu) y el corazón humano.
En la oración el monje está en continua
escucha de la Palabra
de Dios y en ella toma conciencia de su vida de fe, de esperanza y de caridad[9],
engloba todo su ser.
Nosotros que no sabemos rezar (como nos
dice San Pablo), rezamos utilizando la misma Palabra de Dios que nos permite
entender de qué está hecho nuestro, “mi” corazón, pues nadie mejor que Él para
saber, mejor que yo, lo que llevo dentro de mi interior. Esta Palabra de Dios
en mí, me enseña a aprender la forma de ver de Dios y a la vez, se aprende lo
que debe decirse a Dios.
En toda la tradición monástica, emerge de
forma clara la gran importancia de los salmos, ya que es una parte
sobresaliente en el rezo del Oficio cotidiano, pero la Escritura está presente
en todas sus partes. Está es acogida en su unidad, que culmina y se realiza en
Cristo. Los salmos nos ayudan a encontrar para revivir, reexperimentar en
nosotros lo que sucedió en Él: encontrarlo, recibir Su Espíritu, entrar en
comunión con Su Cuerpo Místico todo entero. Esta unidad de la Escritura es también
vista, en íntima relación con la vida de la Iglesia. A este criterio debe
reducirse el valor teológico de la lectio
divina, tan fundamental dentro de la tradición monástica y un elemento
retomado y primordial en San Benito, y que con Gregorio Magno llega a ser un
método de la teología espiritual según la cual, la Biblia se lee en sentido
objetivo, es decir, con los ojos iluminados por el carisma profético o por el
Misterio de la Historia Sagrada
que tendrá que cumplirse hasta el regreso glorioso de Cristo[10].
I.2- La “lectio divina”
Es una lectura espiritual de la Escritura , lectura
sapiencial, sin prisas; el que la practica escucha, saborea y admira. Es una
gracia de Dios que da y que es necesario pedir, ya que es Él el que abre
nuestra mente a la comprensión de la Escritura[11].
Una
buena definición de ésta, nos la da Bouyer al decir que es “una lectura
personal de la Palabra
de Dios, durante la cual uno se esfuerza por asimilar la sustancia; una lectura
en la fe, en espíritu de oración creyendo en la presencia actual de Dios, que
nos habla en el texto sagrado, mientras el monje se esfuerza por estar también
él presente, en espíritu de obediencia, de completo abandono tanto a las promesas
como a las exigencias divinas”[12].
“Debemos intentar penetrar en la Palabra de Dios y comprenderla de tal modo,
que se nos presente como nueva y cargada de fruto cada día”[13].
En la oración el monje, como ya apunté,
está en continua escucha de la
Palabra de Dios y en ella toma conciencia de su vida de fe,
de esperanza y de caridad[14].
“Desbordante de acción de gracias, el corazón consagrado por la Palabra es
santuario de oración y de eucaristía perpetuas”[15].
Una lectio
divina asiduamente practicada, lleva al alma que la realiza a obtener una
cultura que no es para nada superficial, sino que es completa, perfecta,
profunda, divina y sin más límites que la infinita ciencia y sabiduría de Dios[16].
Propiamente en el contexto monástico
benedictino-cisterciense, el monje benedictino Dom García Colombás, escribiendo
sobre San Benito y la lectio, dice al
respecto: “…La Lectio divina es, ante
todo, el estudio atento de la ciencia espiritual; tiene su fin en la propia
formación del monje, es el alimento de su entendimiento y de su corazón, el
medio más adecuado de mantener en él, siempre encendido, el entusiasmo por la
vida espiritual, mas al propio tiempo que estudio, es según la tradición, una
verdadera meditación y la más alta contemplación”[17]. Por
eso mismo, San Benito nos exhorta a consagrarnos a la lectura varias horas al
día.
II- ORACIÓN MONÁSTICA, PALABRA DE DIOS, S. BENITO
Al hablar de oración monástica, no nos
referimos necesariamente a una oración distinta que la que hace cualquier otro
cristiano. El monaquismo, tiene como un fin primordial, la vida contemplativa,
y hasta tal punto es esencial la oración en nuestra vida, que constituye
nuestra razón de ser en la
Iglesia.
Nosotras escuchamos a Dios, vivimos de Su
Palabra, es decir, es una actitud contemplativa que nace del amor, de un
intenso y continuo deseo de Dios, de escucha amorosa al Señor. Y esto trae como consecuencia, una
mayor sensibilidad a la
Palabra , y, por eso, al mismo Dios. Es esta precisamente la
primera palabra de S. Benito en su Regla: “Ausculta”[18].
(“Escucha hijo, los preceptos del Maestro”[19], y
el Maestro es el Señor a través de Su Palabra).
En la oración monástica, la oración
auténtica es la que celebra la
Palabra de Dios, sea en la liturgia o en lo más hondo del
corazón. Orar sin la Palabra
es una ilusión. La relación entre Palabra y oración nos hacen constatar lo que
el monje vive en su búsqueda de Dios[20].
El ejemplo de S. Benito y la Regla , nos ofrecen
indicaciones para dar un testimonio de fidelidad inquebrantable a la Palabra de Dios, meditada
acogida y hecha oración. Esto exige conservar silencio y una actitud de
adoración en presencia del Señor. Así es, la Palabra de Dios revela Sus profundidades a quien
está atento a la acción misteriosa del Espíritu.
La familiaridad con la Palabra , que la Regla garantiza,
reservándole un amplio espacio en el horario cotidiano, crea confianza, excluye
falsas seguridades y arraiga en el alma el total señorío de Dios. Así, el monje
excluye interpretaciones de conveniencia o instrumentalizadas de la Escritura , y adquiere
una conciencia clara y profunda de la debilidad humana, en donde resplandece la
fuerza de Dios. Nosotras, monjas cistercienses, nos inspiramos en la Sagrada Escritura
para nuestro coloquio con Dios[21].
III- LA ORACIÓN EN
LA REGLA DE
S. BENITO
Según la Regla de S. Benito, la vida monástica se
equilibra y se desarrolla en torno a la escucha de la Palabra de Dios, a la
recitación de los salmos, oración interior, trabajo, relaciones fraternas… Toda
la organización de la jornada culmina en el Opus
Dei, al que “nada se debe anteponer”[23].
En la Regla vemos que el oratorio está pensado
solamente para la oración[24]; el
silencio debe reinar en él[25]; el
que lo desee puede permanecer en él después del Oficio[26] y
entrar durante la jornada[27].
Este clima de silencio y recogimiento favorece la escucha de la Palabra y de una vida en
presencia de Dios.
Benito pone en las manos del monje ese
gran libro de oración que es el Salterio, más aún, la Sagrada Escritura
en Su totalidad. Ella es la luz divina y divinizante[28], la
voz de Dios que nos llama[29], El
remedio[30], la
ley divina[31], es también una norma
rectísima que guía nuestra vida[32]. Por
tanto, la Palabra
es el primer elemento en la oración y en la lectio.
Las palabras que leemos en la
Escritura son un importante apoyo para entablar un diálogo
con el Señor. Ya sea en la liturgia o en la oración personal, el monje se deja
interpelar por la voz de Dios que le habla en la Escritura , que le
exhorta, le ilumina. El monje ora habitualmente
con la Palabra de Dios (según nos enseña el Catecismo Monástico Cisterciense). El
capítulo 7º de la Regla
nos describe este diálogo continuo con Dios al que la Escritura nos invita y
que Ella realiza en nosotros. Nuestra
vida y oración deben estar plenamente modelados por Ella, llegando
nosotros a ser “exégesis viva de la Palabra de Dios”[33].
El monje así, se impregna de las palabras
de la Escritura
y conserva en su memoria las palabras inspiradas (los términos de “acordarse”,
“pensar en”, está ligado a palabras de la Escritura ), permanece en diálogo con Dios y con
sus hermanos los hombres.
Cesáreo de Arlés (en su Sermón 7, 1), nos
dice que leyendo la Biblia ,
nos abrimos a la misericordia de Dios; esto nos vale sobre todo para los
salmos. Y nos recomienda después, meditar estos salmos en una oración
silenciosa e interior para que la misericordia de Dios pueda penetrar en
nuestro corazón (Sermón 76, 1).
En Benito la liturgia es nuclearmente,
alabanza (cinco veces en la
Regla ), la oración del corazón, debe expresarse tanto como por
la acción de gracias, como por la súplica. Pero esta oración personal debe ser
una prolongación de la liturgia y debe estar inspirada por la Escritura[39].
CONCLUSIÓN
S. Benito coloca unas bases sólidas para
la vida espiritual del monje. Insiste sobre la oración del corazón que nace y
se desarrolla en la liturgia y en la lectura de la Sagrada Escritura.
Podemos encontrar –entre otras muchas- una
serie de orientaciones útiles que existen en la Regla :
-Para nuestras comunidades, conviene, en
primer lugar, conceder a la liturgia y a la Escritura todo el lugar
que le corresponde.
-Valorizar la oración de los salmos como
lugar de la presencia de Cristo[40].
-Captar toda la importancia del lugar y
del momento –principalmente a continuación de la celebración del Oficio- para
meditar la Palabra
recibida y dejarse transformar por Ella.
-Recurrir a la oración breve sacada de la
liturgia y de la Escritura.
-Reconocer delante de Dios nuestra pobreza
y miseria y dejarnos guiar por la
Regla de S. Benito, para alcanzar, bajo la conducción de la Escritura , una profunda
vida espiritual.
Liturgia y Palabra de Dios se convierten
para nosotras mismas y para todos los buscadores de Dios, en lugares de intensa
experiencia espiritual y también en un lugar de encuentro con los demás hombres[41].
Toda nuestra vida está impregnada por la Palabra de Dios que debe
ser nuestro alimento diario y cotidiano en donde debemos nutrirnos. Tanto en el
Oficio Divino como en la lectio, el
elemento principal es la
Palabra que Dios nos dirige a través de la Escritura. No
podemos buscarle en otro sitio o vanos serán nuestros esfuerzos, nuestra
oración personal debe ser animada por la Escritura que nos revela el verdadero rostro de
Dios, de un Dios que nos ama y quiere ser correspondido.
No
quiero olvidar hoy al grandísimo Cardenal Cisneros, ya que este año celebramos
el Quinto Centenario de su muerte.
La Biblia políglota complutense es el
nombre que recibe la primera edición políglota de
una Biblia
completa. Iniciada y financiada por el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517).
El nacimiento de
la imprenta en
la década de 1450 se aprovechó enseguida para la publicación de la Biblia. Con
grandes gastos personales, el cardenal Cisneros compró muchos manuscritos e
invitó a los mejores teólogos de la época para trabajar sobre la ambiciosa
tarea de compilar una enorme y completa Biblia políglota para «reavivar el decaído estudio de las
Sagradas Escrituras».
Marina Medina Postigo
Monasterio de la Santa Cruz
2017
[1] Cf. Dei Verbum, nº 1.
[2] Dei Verbum, nº 21.
[3] Agustín Romero, Cuadernos Monásticos 131 (1973) 231.
[4] Ibidem, 233.
[5] Dei Verbum, nº 8.
[6] Ef 4, 13.
[7]Cr. Cuadernos de “Vetera
Christanorum” 18, Istituto di Letteratura Cristiana Antica, Università degli
Studi, Bari 1982, p. 54.
[8] 1 Jn 4, 10.
[9] Cr. Cuadernos de “Vetera
Christanorum” 18, Istituto di Letteratura Cristiana Antica, Università degli
Studi, Bari 1982, p. 66.
[10] Cf. B. Calati, ¡Historia salutis! Saggio di metodologia Della spiritualità monastica,
Vita Monástica 13 (1959) 3-4; Id, La”
lectio divina” nella tradizione monastica benedettina, Benedictina 28
(1981) 407- 438.
[11] Cf. Lc 24, 45.
[12] L. Bouyer, Parola,
Chiesa e Sacramenti nel Protestantesimo en el Cattolicesimo, Ediciones
Morcelliana, Brescia 1962, p. 17.
[13] Conversaciones sobre Monaquismo, Edición de la Federación de Monjas
Cisterciense de España, Tarragona 1980, p. 41.
[14] Cr. Cuadernos de “Vetera
Christanorum” 18, Istituto di Letteratura Cristiana Antica, Università degli
Studi, Bari 1982, p. 66.
[15] Juan María De La Torre, Filocalía
de los Padres Népticos, Tomo I,
Ediciones Monte Casino, Zamora 2016, p. 85.
[16] Sighard Kleiner, En la unidad del Espíritu Santo. Conversaciones sobre la Regla de San
Benito, Ediciones Claretianas, Madrid 1997, p. 169.
17
Luis María de Lojendio, La oración benedictina, Ediciones Monte Casino,
Zamora 1983, p. 135.
[18]Cf. Ignacio Aranguren, Realización humana de una vida en exclusiva para la oración,
Cistercium 131 (1973) 182-183.
[19] Pról. 1.
[20] Cf. Jean DE La Croix Robert , Vida monástica: ¿Vida de oración?,
Cistercium 168 (1985) 58.
[21] Cf. Mensaje del Santo
Padre Juan Pablo II al Abad del monasterio de Subiaco con ocasión del XV
centenario de su fundación, Vaticano 1999.
[22] Cf. Juan María De La Torre, Filocalía de los Padres Népticos, Tomo I, Ediciones Monte Casino, Zamora
2016, p. 82. 83.
[23] RB 43, 3.
[24] RB 52, 2.
[25] RB 52, 2.
[26] RB 52, 3. 5.
[27] RB 52, 4.
[28] Pról. 9.
[29] Pról. 9.
[30] RB 28, 3.
[31] RB 53, 9; 64, 9.
[32] RB 73, 3.
[33] Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de
2010), 83: AAS 102 (2010), 754.
[34] RB 19, 9.
[35] RB 7, 50. 52. 54.
[36] RB 7, 38.
[37] RB 7, 11.
[38] RB 7, 18,
[39] Cf. Aquinata Böckmann, La oración según la Regla de San Benito, Cuadernos Monásticos 89
(1989) 198-207.
[40] Institutio Generalis Liturgiae Horarum, 19.
[41] Cf. Aquinata Böckmann, La oración según la Regla de San Benito, Cuadernos Monásticos 89
(1989) 207-208.