“¿Eres tú el
que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Con esta pregunta Juan el
Bautista expresa su perplejidad ante el modo como Jesús está llevando a cabo su
misión. El Precursor, en efecto, desde que comenzó a predicar su bautismo de
penitencia, urgía a la conversión porque el juicio estaba a las puertas. El
domingo pasado nos decía que no era posible escapar de la ira inminente, ya que
estaba por llegar aquel que bautizaría no con agua, sino con fuego y Espíritu.
Pero en lugar de encontrarse con el que tiene el bieldo en la mano para aventar
su parva y quemar la paja en una hoguera después de haber recogido el trigo, -
son palabras del Bautista -, tenía delante la figura de Jesús, un hombre que
anunciaba el perdón, la reconciliación y la paz, que buscaba a los
descarriados, que acogía a pecadores, que se entretenía a curar a los enfermos,
a consolar a los pobres.
“¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?”. Quizás estas palabras, más que una duda planteada
en el espíritu del Bautista, expresan la sorpresa de quien ha creído sinceramente
en la llamada de Dios, que se ha puesto a escuchar con fidelidad la Palabra de
la Escritura, pero que al constatar que los acontecimientos siguen una ruta
diferente de la imaginada, trata de buscar la confirmación de que su esperanza
no quedará defraudada. Esta experiencia de Juan es un ejemplo más de las
paradojas de las intervenciones de Dios en la historia humana. Juan esperaba la
aplicación severa de la justicia y he aquí el amor. Esperaba la destrucción del
pecado y llega el perdón de los pecadores.
Para responder a Juan, Jesús
describe su misión diciendo: “Id a anunciar a Juan lo que veis: los ciegos ven
y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los
muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia”. Lo que Jesús
enumera es la constatación de que habían llegado los tiempos mesiánicos
anunciados por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura de hoy,
del libro del profeta Isaías. De esta forma, Jesús dice a Juan, y en él a todos
nosotros, que hay que leer la Biblia entera, evitando seleccionar los pasajes
que mejor se nos acomodan. Jesús quiere enseñar a Juan a abrir sus horizontes y
a acomodarse a la voluntad salvífica de Dios. El juicio tendrá lugar
ciertamente y conviene prepararse, pero no esta programado para la primera
venida sino en la segunda venida de Jesús.
“¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?”. La respuesta de Jesús a Juan no es del todo
aclaratoria. Los signos que Jesús realiza sólo serán comprendidos en su auténtica
dimensión después de Pascua. De alguna manera la sombra de la cruz que acompaña
a Jesús a lo largo de su ministerio, se extiende también sobre Juan, el cual ha
de evitar que su perplejidad se convierta en tentación y la tentación en
escándalo. Este peligro lo corría Juan, que no era una caña agitada por el
viento, ni un hombre seducido por el lujo y la comodidad, sino un auténtico
profeta que vivía en el desierto. Este peligro lo corremos constantemente
nosotros. Es posible que nos venga espontáneamente la cuestión: ¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro? Es posible que alguna vez el mensaje
del Evangelio o actuaciones de la historia de la Iglesia nos planteen
auténticos problemas de coherencia y fidelidad, que nos lleven a decirnos:
¿Vale la pena creer en Dios, en Jesús? ¿No existe la posibilidad de encontrar
otro Mesías, que facilite el camino, que haga menos duro nuestro diario
peregrinar en busca de la verdad, de la justicia y de la paz?
Podría ser una respuesta a esta
problemática lo que el apóstol Santiago afirma en la segunda lectura. Como
Juan, ha recordado que el juez está a la puerta, que la venida del Señor no
queda lejos. Pero al mismo tiempo recomienda paciencia: una paciencia que no
significa ni desánimo ni resignación, sino que es fuerza moral que domina, sin
ceder nunca, las reacciones instintivas suscitadas por la adversidad. Como el
agricultor que ha hecho cuanto podía por sus tierras y después aguarda paciente
la llegada de la cosecha, vivamos así esperando con paciencia la venida del
Señor cumpliendo nuestro deber, reprimiendo cualquier flexión en la fidelidad.