“Oh Dios, por la Concepción
Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada y, en
previsión de la muerte de este mismo Hijo preservaste a María de todo pecado”. La
colecta que inicia la celebración de esta solemnidad alude claramente al
designio de Dios que, en su voluntad de salvar a la humanidad, quiso enviar a
su Hijo para que se hiciese hombre entre los hombres. Pero dado que todo hombre
nace naturalmente de mujer, puso especial interés en preparar a la mujer destinada
a ser madre de su hijo. La encarnación del Hijo de Dios y el papel de María en
este misterio son los dos aspectos que esta celebración propone a nuestra
consideración.
La primera lectura ha recordado cómo Dios llamó a la vida
a Adán, el primer hombre, y que el hombre no supo o no quiso responder a la
llamada divina. El diálogo de Dios con Adán y Eva en el paraíso después de la
transgresión, permite comprender la triste condición en la que el hombre vino a
encontrarse por su desobediencia. El autor del libro del Génesis describe al
hombre como escondiéndose de Dios, consciente de su desnudez, por haber perdido
la comunión vital que lo ligaba a Dios. Pero con su falta perdió también la comunión
que le ligaba a su misma compañera. Al serle reprochada su desobediencia el
hombre, incapaz de asumir la responsabilidad de su acto, descarga el peso de lo
acaecido en la mujer. Y ésta, para no ser menos, acusa a la serpiente. Triste
conclusión para aquellos a los que la serpiente prometía ser como dioses. Pero
Dios no deja a la humanidad sumida en el pecado que conduce a la muerte: esta
página ya deja entrever al nuevo Adán, nacido de la estirpe de la mujer, que
con su fidelidad reanudará la relación de la familia humana con Dios, venciendo
así al pecado y a la muerte.
El evangelio ha evocado el momento preciso en que el Hijo
de Dios, la Palabra del Padre, se prepara para entrar en el mundo. Dios, que de
infinitas maneras muestra su respeto por la persona humana, antes de asumir
nuestra carne en el seno de la mujer que se ha escogido, pide con sencillez su
consentimiento. María, escogida por Dios, ha recibido el favor divino con la
plenitud con que puede acogerlo una criatura, y está preparada para la misión a
que se le ha destinado: pero antes se le pide su consentimiento. Dios no
fuerza. Ella colabora con generosidad: «Aquí está la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra». María, por gracia de Dios fue concebida sin pecado y,
generosa en su disponibilidad total, puede acoger a la Palabra hecha carne y
asegurar así la salvación de toda la familia de los hombres.
El relato de Lucas queda completado con la exposición que
en la segunda lectura ha hecho el apóstol Pablo. Desde antes de la creación del
mundo, Dios ha escogido, en la persona de Jesús, a todos los hombres para que
fuesen sus hijos, santos e irreprochables ante él por el amor, para participar
de su misma vida divina. Este designio de Dios sin embargo no priva al hombre
de la prerrogativa de su libertad. Lo que Dios ofrece al hombre queda siempre
supeditado de alguna manera a que éste lo acepte libremente. Así Dios al
comienzo de la obra de redención quiso contar con la colaboración de la estirpe
humana, representada en la figura de María, escogida por Dios para ser Madre de
su Hijo unigénito.