“Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad”. San Lucas a menudo presenta
a Jesús en movimiento, y una buena parte de su evangelio está organizada dentro
del esquema del viaje, de la subida de Jesús hacia Jerusalén, donde le espera
la consumación de su obra. Jesús camina, sube, pasa: Este aspecto dinámico de
Jesús no es una simple anécdota de su vida. Y en este pasar, Jesús arrastra,
lleva consigo a quien se deja arrastrar. Es en esta perspectiva que hemos de
leer el episodio de Zaqueo que recuerda el evangelio.
Jesús pasa por Jericó, y allí había
un hombre, Zaqueo, que a causa de su posición y actividad era objeto del desprecio
popular en cuanto publicano, es decir recaudador de impuestos. Más aún, era el
jefe de los recaudadores de impuestos de la región. La política tributaria de
los romanos no era un modelo de honestidad y Zaqueo no debía ser diferente del
resto de los recaudadores dependientes de los romanos. Se dice además que era
rico. Motivos suficientes para que no gozara del favor popular. Pero en medio
de este cuadro negativo, hay un aspecto que hace a Zaqueo más humano: siente
curiosidad por ver a Jesús. Por este resquicio Jesús podrá entrar en su vida:
Ante la curiosidad de Zaqueo cabe
preguntarse: ¿Por qué deseaba ver a Jesús? ¿Se trataba de una curiosidad
puramente anecdótica y superficial por ver el hombre del que todos hablaban? ¿O
dentro de su espíritu, aunque ahogado por su actividad y sus bienes materiales,
alumbraba débil la llama de una esperanza nueva, la de poder cambiar su vida?
En todo caso, Zaqueo encuentra dificultad para realizar su deseo, pues la
multitud que rodeaba a Jesús le impedía acercarse, y la situación se agravaba
por el hecho de ser bajo de estatura. Y así decide subirse a un árbol.
El gesto no pasa
desapercibido y Jesús le dice: “Baja del árbol, porque hoy tengo que alojarme
en tu casa”. La curiosidad de Zaqueo, el gesto ambiguo de subirse a un árbol
encuentran su contrapartida en el interés que Jesús tiene en quedarse en su
casa, en la casa de un pecador, de un pecador público. Pero Jesús no pasa en
vano, no entra en la casa de alguien sin provocar un cambio. Zaqueo, el
publicano al acoger en su casa a Jesús no puede seguir siendo el mismo: “La
mitad de mis bienes se la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le
restituiré cuatro veces más”. La conclusión es importante: “El Hijo del Hombre
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.
Esta frase del evangelio
es la plena realización de lo que el autor del libro de la Sabiduría nos decía
en la primera lectura: “Tú, Señor, te compadeces de todos, porque todo lo
puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan.
A todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida. Corriges poco a
poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado para que se
conviertan”.
Lo que aconteció en
Jericó, en la casa de Zaqueo, no es un hecho aislado: ha sucedido, sucede y
sucederá sin cesar, porque Dios es amigo de los hombres y los busca, quiere
hacerse cercano a ellos, quiere alojarse en su casa, ganar su corazón y obtener
su conversión. Todos somos hijos de Abrahán, a todos Jesús nos invita a abrir
las puertas de nuestra casa para que podamos acogerlo. Pero el gesto de Jesús
reclama una respuesta de parte nuestra, como la dió Zaqueo. La respuesta que Jesús
espera de nosotros no puede ser fruto de un entusiasmo pasajero: ha de ser el
resultado de un trabajo serio, hecho según los deseos de Dios a la luz de la fe
y contando con su fuerza como San Pablo
recordaba en la segunda lectura. Si lo pensamos bien hay muchas casas de
Zaqueo, o mejor, toda la Iglesia no es otra cosa que la casa de Zaqueo, donde
se celebra sin parar la liturgia de la misericordia y del perdón, que culmina
con el festivo banquete de la Eucaristía.