INTRODUCCIÓN
Dom Columba Marmion, ha sido un personaje muy importante
tanto en lo concerniente a la liturgia como en la espiritualidad monástica,
influyendo notablemente en la espiritualidad de la Iglesia. Y como nos decía el
Abad de Samos, Mauro, en 1956, fue un “gran monje y gran plasmador de monjes,
gran asceta, gran teólogo, celoso director de almas, grande e insuperable
maestro de ascetismo, apóstol del verbo y de la pluma, desapareció, con sus
deficiencias humanas, del escenario de la vida. Pero, aun así, sobrevive y
perdurará mucho tiempo en la tierra”.
Supo desarrollar en la espiritualidad moderna la persona y
misterio de Jesús, junto con una “enorme desenvoltura con la que nos presenta
las verdades más elevadas como las más simples del mundo” (Dom Capelle). De
este modo, el influjo de su doctrina y ciencia llegó más allá del ámbito
benedictino, llegando hasta Papas, gente sencilla, protestantes, ateos y gentes
de diversas culturas. El Papa Benedicto XV, refiriéndose a la obra de “Jesucristo,
vida del alma” (libro que utilizaba para su meditación cotidiana), dijo al
metropolitano de Lwow, Andrés Szeptickij: “Lea esto, es la doctrina de la Iglesia ”.
Como bien ha afirmado el P. Dom Manuel Garrido Boñano[1]:
“Sobre todo dom Marmion fue teólogo, un teólogo de la liturgia y de la vida
espiritual, que él vivía plenamente. Un teólogo de fe ardiente, que poseía la
virtud de convertir la teología en vida sobrenatural, que a todos cuantos le
escuchaban encantaba y les hacía un bien inmenso”.
1. BIOGRAFÍA
1.1. Infancia y juventud
Joseph-Aloysius Marmion, nace en Dublín (Irlanda) el 1 de
abril de 1858 (Jueves Santo). Su padre, William Marmion, era irlandés, y su
madre, Herminie Cordier, era francesa. Él se consideró, y le consideraron como
un irlandés de pura cepa. Tres de sus hermanas fueron religiosas en “las
Hermanas de la
Misericordia ”.
Su primera formación cristiana fue guiada por los Padres
Agustinos, pasando a los 10 años a un centro regentado por la Compañía de Jesús. Cuando
finaliza sus estudios secundarios, José toma la decisión de entrar en el
seminario, sin embargo es tentado violentamente contra su vocación sacerdotal. Acude
en busca de uno de sus amigos, buscando ayuda y consuelo, pero aquel amigo,
superficial y mundano, no habría hecho más que disuadirlo de entrar en el
seminario; no encuentra a su amigo y, en su lugar, se topa con otro amigo,
ferviente católico, que le descubre la trampa del demonio y le alienta en su
deseo de entregarse a Dios. José ve en esas circunstancias la mano de la Providencia. Ingresó
en el seminario diocesano de Dublín a la edad de 16 años (1874), y acabará
brillantemente sus estudios de Teología en el Colegio de Propaganda Fide de
Roma. Será ordenado sacerdote el 16 de junio de 1881.
Soñaba con ser monje-misionero en Australia, pero quedó
fascinado de la liturgia de la
Abadía benedictina de Maredsous (Bélgica), fundada por el
monasterio de Beuron[2]
(Almania) en 1872 por los hermanos Wolter. El Abad dom Plácido Wolter, dirigía
este monasterio según los principios de la tradición benedictina, muy semejante
a Solesmes fundada por dom Próspero Guéranger. Deseaba entrar en esta abadía,
pero su Obispo le convence para que espere y le nombra Vicario en Dundrun, y se
dedica también varios años a la docencia siendo profesor de filosofía en el
Seminario Mayor de Clondiffe (1882-1886). Fue capellán de las monjas
Redentoristas y de una prisión femenina, y así es como aprende a guiar las
almas, a confesar, a aconsejar y hasta ayudar a las moribundas.
1.2. Ingreso en el Monasterio de Maredsous
En el 86 ingresa en Maredsous, alejándose voluntariamente
de una prometedora carrera eclesiástica, y pasando por encima de la decepción
que ese nuevo rumbó causó a su familia y amigos; más tarde, explicará: “Antes
de hacerme monje, no podía, a los ojos del mundo, hacer más bien del que hacía
donde me encontraba. Pero he reflexionado y he rezado, y he comprendido que
solamente estaré seguro de cumplir siempre la voluntad de Dios si practico la
obediencia religiosa. Tenía todo lo necesario para alcanzar mi santificación, a
excepción de un único bien: el de la obediencia. Ese fue el motivo por el que
abandoné mi patria, renuncié a mi libertad y a todo... Era profesor; aunque era
muy joven, tenía lo que suele llamarse una buena situación, éxito y amigos que
me apreciaban mucho; pero no tenía ocasión de obedecer. Me hice monje porque
Dios me reveló la belleza y la grandeza de la obediencia”. Ahí es acogido por
dom Plácido Wolter, primer abad de este monasterio, adoptando el nombre de
Columba (viene del latín: Aquel que es símbolo de reconciliación), y se dedicó
a impartir filosofía a los monjes más jóvenes del monasterio. Su Maestro de
Novicios (P. Benito d’Hont) fue un monje severo y exigente. Su noviciado fue
duro, incluso él calificaba la experiencia de traumática, pues con 27 años,
siendo ya un respetado sacerdote y profesor, se encontró con un grupo de
novicios bastante más jóvenes que él, además, tuvo que cambiar costumbres,
cultura e idioma. Sin embargo, él ya intuía lo que le esperaba, pues a un joven
al que él dirigía, le escribió: “El que entra en la vida religiosa ha de ser
para glorificar a Dios y para disponerse a la obediencia, a la cruz, y a las
humillaciones hasta la muerte”. Dom Thibaut nos relata como “… los superiores
del monasterio no se esforzaron en hacer más llevadera la vida del joven
sacerdote irlandés”, joven sensible, de temperamento desbordante, lleno de buen
humor, alegre y comunicativo, que contrastaba con el carácter flamenco que no
captaba el humor de Columba. Diez años más tarde, escribe: “Había tenido yo a
lo largo de diez años un vivo deseo de ser monje. Era mi sueño, mi ideal. Pero
nada más entrar, todo se me volvió oscuro. Me veía como suspendido en el vacío,
privado de todo cuanto amaba. Esto es precisamente lo que da mérito a nuestras
palabras: Señor, lo hemos dejado todo y
te hemos seguido”. A pesar de todo, escribe en su diario: “Por ti, Señor,
estoy aquí y aquí me he de quedar”. “Por nada del mundo abandonaré el
monasterio”. Sin embargo, recibió “luces” sobre el misterio de Cristo y todo lo concerniente a la vida interior. Se
introdujo paso a paso en el camino de la contemplación, no por caminos fáciles,
sino a través de la desolación y de las pruebas cotidianas. De este período de
su vida monástica, es la toma de conciencia de sentirse y saberse hijo de Dios
en Jesús, sabiendo que Dios Padre no le abandonará nunca, y esto es lo que le
da fuerzas y le mantiene firme en su fe y en su vocación. En esta época, ora,
medita y lee mucho profundizando sobre todo en la teología espiritual, la
liturgia y la
Sagrada Escritura. El 10 de febrero de 1891, hace la Profesión Solemne
y ya desde entonces, ayuda al Maestro de Novicios, da clases en el colegio y
comienza a predicar con gran éxito cuando ayuda al clero de las parroquias
vecinas a la Abadía. De
1891 a 1899 es el período de plena madurez espiritual de Dom Columba, creció y
desarrolló virtudes como la humildad, obediencia[3],
fe, esperanza y caridad.
1.3. Sus años transcurridos en Mont César. Predicador
Al fundarse en 1899 la Abadía de Mont César (casa de estudios para los
monjes de Maredsous), cerca de Lovaina (Bélgica), Dom Columba fue elegido para
formar parte del grupo fundador bajo la dirección de dom Robert de Kerchove,
primer abad. Dom Columba fue Prior, Maestro de estudiantes y profesor de
Teología Dogmática, ejerciendo los tres cargos con gran solicitud. Fue muy
apreciado por sus alumnos, uno de los cuales, dom Pío de Hemptinne, fue quien
mejor captó la doctrina tanto teológica como espiritual del Dom Columba; murió con
27 años en Maredsous con fama de santidad. Como profesor de teología, enseñaba
que ésta era un camino excepcional para la unión con Dios. Además, en estos
diez años de permanencia en Lovaina, fue director espiritual de las monjas
carmelitas, dio retiros en Bélgica, Inglaterra, Francia y fue también confesor
de Desiré Mercier, el futuro cardenal de Malinas, quien llegó a afirmar de él,
que era “el teólogo viviente más notable de toda Bélgica”. Dirigió a cardenales
(como hemos visto), obispos, superiores mayores, humildes hermanos, sacerdotes,
seminaristas, universitarios, amas de casa, obreros…, en fin, un gran número de
almas que quieren ser guiadas por él en su vida interior.
Veamos cómo concibe él mismo lo que debe ser la
“dirección” espiritual; se lo explica en una carta a una religiosa inglesa en
1906: “Soy enemigo mortal de eso que llaman dirección.
Sólo el Espíritu puede formar a las almas, y el director no tiene más que
indicar a su hijo espiritual el camino por el que Dios le lleva, darle algunas reglas
generales para su conducta y controlar sus progresos, responder a sus
dificultades, si las tiene, a intervalos distanciados…”. Su modo de considerar
lo que es un director espiritual, adelantándose a su época, ha prevalecido en
el tiempo.
En esta época, se dedicará también a la asistencia
espiritual a los enfermos. En Lovaina se encontraban médicos de alto prestigio
a donde acudían enfermos que venían del
extranjero, muchos de ellos, protestantes. Dom Columba, era un gran
conocedor de las diversas Iglesias de la Reforma , y de las sectas,
y siendo un gran maestro y guía espiritual, consiguió atraer a muchas al redil
de la Iglesia Católica.
También preparaba a bien morir a aquellos enfermos incurables.
Toda su fama de predicador y de guía espiritual, no se
debe a su simpatía y don de gentes que sin duda poseía, ni tampoco sólo a su
gran capacidad de trabajo, o al interés que mostraba por cada persona en
particular, sino a su experiencia interior, la de un alma llena de Dios y
volcada sobre el prójimo, lo que San Pablo expresa en su Carta a los
Colosenses: “vuestra nueva vida está escondida con Cristo en Dios”[4].
Precisamente esto será para él, el centro, lo nuclear y sustancial de su
vocación benedictina.
Toda esta faceta de monje, predicador y director espiritual,
la podemos sintetizar utilizando las palabras del monje de Maredsous, dom
Delforge, cuarenta años después de la muerte de Don Columba Marmion: “Al estilo
de aquellos maestros vistos por Séneca que aprendían enseñando, él completó la
constitución de su doctrina difundiéndola a su alrededor, profundizó en su vida
espiritual dirigiendo a otros y sembró gérmenes de santidad en muchas almas.
Para un monje benedictino, cuya divisa tradicional es el ora
et labora, no hay mayor fortuna que la de conocer por propia experiencia
que su trabajo tiene el mismo objeto inmediato que su oración”.
1.4. Abad de San Benito de Maredsous
Dom Hildebrand de Hemptinne, segundo abad de Maredsosus
fue nombrado por el Papa León XIII en 1893, Abad Primado de la Orden Benedictina , y por
petición del Papá, siguió siendo Abad de Maredsous. En 1905, Dom Hildebrand
había pensado en renunciar como Abad de Maredsous para dedicarse con mayor
intensidad a su cargo como Abad de la Confederación de los monasterios benedictinos,
cada día más floreciente. Además, en esa misma época, el Papa San Pío X,
deseaba que Dom Hildebrand residiera en San Anselmo de Roma de modo definitivo,
y el Abad Primado, accedió, y en 1909, Dom Hildebrand, terminará pidiendo su
sustitución como Abad de Maredsous.
De este modo, Dom Columba, con 51 años, fue elegido tercer
Abad de Maredsous el 28 de septiembre de 1909 y bendecido el 3 de octubre de
ese mismo año. Se encuentra con una comunidad que compuesta por más de cien
monjes, con dos escuelas, una granja y con varias publicaciones, él mismo fue
el editor de La Revue Bénédictine.
Ante la noticia de su posible elección como Abad, dom
Columba escribe a una religiosa: “…, creo sinceramente que el cargo es muy
superior a mis fuerzas y talento; pero si la obediencia habla no rehúso ese
trabajo”.
Escogió como lema: “Servir más que presidir”[5].
Y va a cumplir con gran fidelidad, este lema, sobre todo al exponer y enseñar a
sus monjes la doctrina cristocéntrica contenida en la Regla de San Benito. Todas
estas enseñanzas fueron recogidas por un monje suyo, dom Thibaut, y luego
fueron publicadas en la “trilogía marmoniana”: Jesucristo, vida del alma
(1917); Jesucristo en sus misterios (1919); Jesucristo, ideal del monje (1922).
Nunca olvidó una frase de Dom Mauro Wolter, el fundador de
Beuron y Maredsous: “La misión del abad consiste en derramar alegría en torno
suyo”; y también hizo suya la consigna de San Benito en su Regla: “Que nadie se
contriste en la casa de Dios”. Él mismo decía que “podemos gobernar las almas
por la fuerza y la autoridad, pero únicamente con dulzura y amor se las gana
para Dios”[6].
Aunque prudente y con gran penetración psicológica, era
todo bondad y esto hizo que en ocasiones sufriera desengaños que le causaron
una profunda tristeza. Bondadoso, benevolente, natural franco, con facilidad
para la comunicación, y su simpatía, hicieron que fuera muy querido por sus
monjes que le admiraban y no se cansaban de escucharle. Sabía dar a cada uno el
tiempo que necesitaba y los escuchaba con atención, siempre estaba pronto para
ayudarles. Alegre y divertido, hizo del tiempo de recreación, un acto
obligatorio al que debían acudir todos los monjes, algo criticado por los
trapenses. “Su imaginación y su charla jovial contagiaban a todo el mundo. El
recreo se había convertido en el mejor de los medios para promover la unidad de
la comunidad monástica”[7].
Fue un gran maestro espiritual y director de almas, además
de un buen monje, ejemplo de observancia regular, distinguiéndose por la
práctica de las virtudes. En una de sus cartas expresa: “Pido a Jesús que cada
mañana gobierne el monasterio a través de mí, y Él lo hace admirablemente a
pesar de mis infidelidades y errores. Mis monjes son sumamente dóciles y hacen
cuanto pueden para ayudarme y sostenerme. Pero, pese a todo, son muchas las
cruces y las graves responsabilidades”.
Solicitado por obispos y superiores de religiosos, salía
continuamente del monasterio y por demasiado tiempo, y sus monjes se lamentaban
de este hecho. Sensible y bondadoso, Dom Columba no podía dejar sin respuesta
la llamada de todos aquellos que le reclamaban[8].
En el año 1909, el gobierno belga pidió a Maredsous la
fundación de un monasterio benedictino en Kananga, que en aquel tiempo era
llamado el Congo Belga[9].
La comunidad no estaba preparada para esta fundación, y prefería dedicarse a la
investigación y al fomento de las obras de la fe, a pesar de todo, Dom Columba
ayudó considerablemente a esta misión, que fue asumida por la abadía de San
Andrés en Brujas.
Existían comunidades anglicanas[10]
que vivían la vida monástica basadas en una Regla católica. El paso del
anglicanismo al catolicismo de estas comunidades, contó con la ayuda
inestimable del Abad Dom Columba, concluyéndose en 1913. En este año, el día
que se celebra San Pedro y San Pablo, Marmion los incorporaba, durante la Misa conventual, a la Orden Benedictina.
En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial que
desestabilizó la vida del monasterio de Maredsous, cercano a la frontera con
Alemania. Varios monjes, tuvieron que marchar a la guerra, unos como
capellanes, y otros como simples soldados. Dom Columba buscó refugio para los
novicios y estudiantes profesos, y para desplazarse tuvo que ir disfrazado de
comerciante de ganado, desde Bélgica hasta Inglaterra y sin pasaporte, ni
ningún otro tipo de documentos. La casa irlandesa (situada en Edermine) “se
parece más a un albergue de vacaciones para estudiantes que a un monasterio”[11],
acerca de este hecho, marmion escribe: “Necesito vuestras oraciones porque
algunos de los jóvenes padres, aquí en Edermine, me han afligido a causa de su
estudiada actitud de fría indiferencia hacia mí... He intentado atraerlos
mediante la constancia y la oración, pero sin éxito hasta ahora. Son buenos,
pero demasiado llenos de confianza en sí mismos... Oponen la letra del Derecho
Canónico al espíritu de la
Sagrada Regla ”. El asunto llega a Roma y se encarga de ello la Congregación romana
para los Religiosos, y la casa de Edermine, finalmente será cerrada en 1920.
Pudieron finalmente regresar a Maredsous en 1916, y después del armisticio en
1918, la vida del monasterio, volvía florecer como en los tiempos pasados.
Durante la guerra, continuó su trabajo de director de
almas, dictando conferencias y escribiendo cartas, precisamente en 1915,
escribió a un joven que se preparaba para su Ordenación: “El mejor de todos los
preparativos para el sacerdocio es vivir cada día con amor, donde la obediencia
y la Providencia
nos ponen”.
Después de finalizada la guerra, se necesitaban reemplazos
para los monjes alemanes de la
Congregación de Beuron, expulsados del Monasterio Benedictino
de la Dormición ,
en Monte Sión, Jerusalén. Dom Columba intentó realizar una fundación de
Maredsous en Tierra Santa, sin embargo y pese a todos los esfuerzos empelados
por el Abad Marmion, no pudo ser y los monjes regresaron a la Abadía de la Dormición.
1.5. Últimos años
En 1920, y dado el crecimiento benedictino en Bélgica, la
Santa Sede erigía la nueva Congregación
belga que contaba con los monasterios de Maredsous, Mont Caesar[12]
y San Andrés de Brujas. La expansión de esta Congregación fue notable, hubo un
gran progreso en la vida monástica, en el apostolado litúrgico y en las labores
científicas, llegando hasta implantar el monacato benedictino en África, Asia y
también, en parte de América, hecho éste de su internacionalización, que hizo la Congregación pasara a
denominarse “de la
Anunciación ”.
La influencia de Dom Columba Marmion seguía creciendo a la
par que menguaba su salud, y en septiembre del año 1922, tomó el lugar del
Obispo de Namur como líder de la peregrinación diocesana a Lourdes.
La celebridad de marmion crecía y se había convertido en
el predicador y escritor espiritual más valioso de su tiempo: “nada hay mío en
esos libros. Tan sólo he hecho hablar a Nuestro Señor y a S. Pablo; uno de mis
monjes ha escrito lo que dictaba y se ha puesto mi nombre al final”. Comentaba
también a un amigo, obispo en Australia, Vicent Dwyer: “La razón del éxito está
precisamente en que no hay prácticamente nada de mí en esas obras…”.
En octubre de 1922 se celebraron las Bodas de Oro de del
monasterio de San Benito de Maredsous. Dom Columba y su amigo el Cardenal
Mercier, presidieron las festividades junto con toda la Congregación.
En 1923, la gripe golpeó a la comunidad de Maredsous, él
mismo visitaba a los enfermos a pesar de estar él mismo griposo. La gripe
degeneró en una neumonía bronquial, y el 26 de enero recibió el sacramento de la Unción. El Prior que le
administraba tal sacramento, le preguntó si aceptaba la voluntad de Dios, y él
respondió con un contundente: “enteramente”. Y, ¿cómo no debía ser así, si él
siempre había aceptado el yugo de la obediencia monástica y tanto había
enseñado sobre esta virtud? Durante su enfermedad, repetía frecuentemente:
“Dios mío, Tú eres mi misericordia”. Estando ya muy debilitado, recibió la
visita de su anterior abad de Mont Caesar, Dom Roberto de Kerchove. Poco antes
de las 10 de la noche, el 30 de enero de 1923, martes, Dom Columba Marmion
entregó su alma a Dios. Un nuevo monasterio toma su nombre ya en 1933: Marmion
Abbey (U.S.A.). Una
anécdota referida a esto últimos años de su vida, nos relata que en esta época
vivía un dura prueba en lo interior y lo exterior, y tuvo la gracia de una
audiencia privada y extensa con el Papa San Pío X. Al terminar, el Abad pidió
al Papa un consejo para su vida espiritual que se desarrollaba en la oscuridad,
entonces, el Papa, en un papel escribió: In
cunctis rerum angustiis, hoc cogita: “Dominus est”. Et Deus erit tibi adiutor
fortis. Es decir: En todos los
momentos angustiosos, piensa esto: “Es el Señor”. Y Dios será tu poderoso
auxilio. Estas palabras se grabaron fuertemente en el alma de Dom Columba y
ya hasta el final de su vida, se convertirán para él, en una fuente de paz y de
fortaleza espiritual, ya que en ellas, veía que era El Señor el cual estaba
detrás de los acontecimientos en entretejen nuestra vida, “y esto es ver la
verdad, con la certeza que nos da la fe”[13].
1.6. Beatificación y Canonización
Treinta y dos años después de su muerte, en 1955, el Padre
Abad de Maredsous, don Godofredo Dayez, daba la noticia, el 15 de agosto, de
que debido a los numerosos ruegos dirigidos al Abad Primado de los
benedictinos, se daban los primeros pasos para introducir el proceso de
beatificación del tercer Abad de Maredsous, Dom Columba Marmion. Proceso que se
inició en 1957, el 7 de febrero, y concluyó el 28 de noviembre de 1961. Los
expedientes se enviaron a Roma, quien debía juzgar si Dom Columba había sido un
santo. “El historiador puede constatar que así lo creyeron sus contemporáneos;
que, apasionado por el amor de Cristo, removió al mundo como Pablo de Tarso,
del que tomó la palabra encendida; que su vida personal dominada por la fe, la
renuncia y la humildad que tanto amaba San Benito, pudo servir de ejemplo al
pueblo cristiano”[14].
Los favores y milagros atribuidos a la intercesión de
Columba Marmion, justificaron la transferencia de su cuerpo, desde el
cementerio de la comunidad a la iglesia abacial en 1963. La curación de un
cáncer de una mujer de St. Cloud, en Minnesota, que visitó su tumba en 1966,
fue investigado por la Iglesia. La
curación se consideró milagrosa en el 2000, siendo beatificado ese mismo año,
el 3 de septiembre, por el Papa San Juan Pablo II, junto con el Papa Juan XIII,
el Papa Pío IX. El arzobispo de Génova Tommaso Regio y Guillermo Chaminade. Su
memoria se celebra el 30 de enero, ya que fue su “dies natalis”. En la beatificación, el
Papa Juan Pablo II, apuntó: “Él nos dejó un auténtico tesoro de enseñanza
espiritual para la Iglesia
de nuestro tiempo. En sus escritos enseña un camino de santidad, sencillo y a
la vez exigente, para todos los fieles, a quien Dios, por amor, ha llamado a
ser Sus hijos en Cristo Jesús… Que un gran redescubrimiento de los escritos
espirituales del beato Columba Marmion ayude a los sacerdotes, religiosos y
laicos a crecer en unión con Cristo y dar un testimonio fiel de él por medio
del amor ferviente a Dios y el servicio generoso a sus hermanos. Que el beato
Columba Marmion nos ayude a vivir cada vez más intensamente, para comprender
cada vez más profundamente, nuestra pertenencia a la Iglesia , el Cuerpo Místico
de Cristo”.
“Después de la
beatificación de Dom Marmion, se ha abierto y está muy activa su causa de
canonización. Recientemente, en 2009 en
la Arquidiócesis
de Vancouver, Canadá, se comenzó una investigación de una curación de un hombre
azotado con fascitis necrotizante. Pensaban
que se iba a morir en cuestión de horas;
sin embargo hasta hoy está vivo y con una vida activa”[15].
2. SUS ESCRITOS
Las obras de Dom
Columba, publicadas pro “Ediciones de Maredsous”, son:
-Jesucristo, vida del
alma, 1917.
-Jesucristo en sus
Misterios, 1919.
- Jesucristo, ideal del
monje, 1922.
-Jesucristo, ideal del
sacerdote, 1951 (póstuma).
-Sponsa Verbi, 1923.
-La unión con Dios en
Cristo, según las cartas de dirección espiritual, 1934.
-Sin olvidar más de
1700 cartas, y un retiro espiritual dirigido a religiosas contemplativas.
En realidad, Dom
Columba, no escribió ninguna de las obras citadas, pues “ni sintió ganas de
hacerlo, ni disponía de tiempo para ello”. Dom Raymond Thibaut, quien si
explícitamente decir que fue él, dijo que las obras de Dom Marmion fueron
escritas por “uno de sus monjes…, bien preparado para semejante labor.
Discípulo de Dom Marmion en filosofía y teología, oyente regular de sus conferencias
espirituales en Lovaina a lo largo de cuatro años, estaba familiarizado con la
doctrina y estilo de Dom Columba. Tuvo a sus disposición gran cantidad de notas
de las conferencias espirituales, unas tomadas taquigráficamente por él mismo,
recogidas otras con gran cuidado por oyentes atentos”.
Dom Thibaut, hizo que
fuera el mismo Dom Columba Marmion quien corrigiera y rectificara cuanto fuera
necesario, quien lo hizo con lápiz en mano. Ordenada y recopilada la obra de
Columba por Thibaut, su estructuración hace que el pensamiento del abad se perciba con claridad.
A Dom Columba Marmion,
se le ha denominado “teólogo de la liturgia”, ya que extrae su doctrina
fundamentalmente de la Sagrada Escritura
–sobre todo de las Cartas de San Pablo[16]
y del Evangelio de San Juan-, la liturgia, la Regla de San Benito, y de su propia experiencia.
Se le puede considerar dentro de los grandes maestros de la espiritualidad
benedictina de finales del siglo XIX y comienzos del XX, entre ellos: Cutberto
Butles (1858-1934), Saviniano Louismet (1858-1926); Paolo Delatee (1848-1937)…
Dom Columba y todos estos autores, se dirigen en sus escritos, a una renovada
espiritualidad bíblica y litúrgica, inspirada en los Padres de la Iglesia y la tradición
benedictina. Su empresa es el “ideal monástico” orientado hacia la búsqueda
contemplativa de Dios a través de la participación en la liturgia y la asidua lectio divina que no es otra cosa sino
la profundización en el Evangelio y en San Pablo[17].
Podemos realmente decir que “toda la doctrina de Dom Columba se encuentra
sintetizada en Ef 1, 5: Dios nos
predestinó de antemano a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo[18].
En 1895, Dom Columba
dio un retiro a un grupo de monjas, la semilla contenida en estas pláticas fue
desarrollada en la oración y otros retiros en los siguientes veinte años, dando
lugar a una de sus obras más célebres: “Jesucristo,
vida del alma” (1917). En este momento, la literatura católica eran
simplemente pensamientos “piadosos”, sentimentales, con una tendencia hacia el
“refinamiento interior”, y sin prestarla debida atención hacia la Sagrada Escritura
y los Padres de la Iglesia
y otros maestros de la vida espiritual. Este hecho convirtió a D. Columba en un
gran renovador que influenció y enriqueció considerablemente la espiritualidad
católica. Su renovación no fue otra cosa que “un retorno a lo fundamental”. El
centro de la obra de Marmion es sin duda Cristo, Cristo como centro. Cristo es
“el fundamento de todo mérito, la causa eficiente de la plenitud de gracias. Todo
nos viene del Padre por él, y todo vuelve al Padre por él: el culto divino y el
esfuerzo ascético del monje, su oración, su trabajo, su caridad”[19]. El P. Philipon, dominico, escribe
que “la misión providencial de Marmion, estuvo en devolver a la espiritualidad
moderna su fuente: la persona de Cristo”. La santidad es obra de Dios en
nosotros, obra del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, aunque siempre
contando con la colaboración libre del hombre. Otro tema fundamental en las
obras de Marmion es la filiación divina en Cristo. Doctrina sin embargo, que
encontramos en el Nuevo Testamento, sobre todo en las Cartas de San Pablo, y
que para Dom Columba esta doctrina se traducía en una “verdad viviente que
actúa directamente sobre el alma”.
“Jesucristo en sus Misterios”, En un tono coloquial, junto con
ciertas insistencias y la frecuente transición entre los pasajes expositivos y
exhortaciones espirituales, el autor se propone plasmar "la vida de
Cristo", ejemplar divino y, al mismo tiempo, accesible para la vida
cristiana, que se ha manifestado a nuestras miradas mediante los estados y
misterios, las virtudes y las obras de su gran humanidad: A través de dos
conferencias preliminares nos muestra de qué manera los misterios de Cristo son
nuestros, y cómo podemos, de modo general, asimilar sus frutos. Para comprender
bien el valor trascendente de dichos misterios, es necesario considerar antes a
aquél que los ha vivido por nosotros. Por eso, en la primera parte se explican
los rasgos esenciales de la persona de Jesús. La segunda parte está consagrada
a la contemplación de los misterios del Hombre-Dios. Finalmente, con los datos
que nos suministran los Evangelios y los textos litúrgicos, el autor ha
procurado probar la realidad a la vez divina y humana de estos misterios,
marcar su importancia e indicar su aplicación al alma del creyente[20].
El mismo Marmion nos dice: “Las obras realizadas por Cristo durante su vida en
este mundo son a la vez modelo que imitar y fuente de santidad. De ellas fluye
constantemente una virtud poderosa y eficaz que sana, ilumina y santifica a
quienes se ponen en contacto con los misterios de Jesús, animados del sincero
deseo de ir siguiendo sus huellas”[21].
Para sus charlas
sobre “Jesucristo, ideal del monje”,
se basó en su Regla, la Regla
benedictina, de hecho es una síntesis entre la espiritualidad de la Regla y la de las grandes
corrientes religiosas de los últimos siglos, de modo particular, de la Escuela francesa del siglo
XVII[22]. Se puede decir sin miedo a equivocarnos, que
la Regla de San
Benito es la base, el fundamento, la raíz de muchas reglas posteriores que se
han dejado influenciar positivamente por esta Regla que resiste el paso del
tiempo y sigue siendo tan actual como en el siglo VI en el que fue escrita. No
pasa en tiempo para ella porque se cimentó sobre el Evangelio, siempre vivo;
como bien dice Bossuet, San Benito hizo el mejor compendio del Evangelio
conocido en la Iglesia. En
la Introducción
de esta obra, Dom Columba, nos ilustra sobre lo que él va a desarrollar a
continuación: “Esto es lo que vamos a exponer en el presente volumen:
presentar la divina figura de Jesús como el espejo en que deben mirarse las
almas privilegiadas llamadas a seguir la vida de los consejos evangélicos…”[23], y continúa más adelante: “Mucho de lo que
vamos a decir explica la vida religiosa, cual la entendía san Benito; pero es
de saber que para el gran Patriarca, la vida religiosa, en lo esencial, no es
una forma peculiar de vida al margen del Cristianismo: es el mismo
Cristianismo, sentido y vivido en toda su plenitud, según la luz del Evangelio”[24]. Para Marmion como para San Benito, Jesús es
el ideal del monje porque es “el sublime ideal de toda santidad… La santidad
cristiana consiste en una sincera y completa adhesión a Cristo por la fe, y en
el desarrollo de esta fe mediante la esperanza y la caridad” [25]
es decir, y el monje, es un hombre como los demás: un cristiano, un hijo
adoptivo de Dios que debe vivir en fe, esperanza y caridad, los votos
religiosos le ayudan a aprovecharse con mayor amplitud de los bienes del
cristianismo y deben ayudarle a convertirse en un cristiano perfecto, es decir,
“agradar al Padre celestial, viviendo habitual y totalmente según la gracia de
la adopción sobrenatural” [26].
Esta obra considerada
como un manual o un comentario a la
Regla benedictina, fue escrita con la finalidad de alimentar
espiritualmente a sus monjes, y como una reflexión teológica sobre el monacato.
Dios, en esta obra, es un Dios personal, amoroso, y reveló a los hombres por
medio de Su Hijo Jesucristo, Verbo encarnado, que es Padre, nuestro Padre,
“Padre de misericordia” que nos guía, nos ama, nos atrae, nos perdona, nos da
la felicidad. El hombre es un ser ignorante, mísero pero también, puede estar
lleno de buena voluntad y de ser santo. La fe en Dios y el formar parte del
Cuerpo místico de Cristo, libran al hombre del peso del pecado que arrastra.
Esta es la famosa
trilogía que se publicó en vida de Dom Columba: Jesucristo, vida del alma;
Jesucristo en sus Misterios; Jesucristo, ideal del monje. Aunque se pueden leer
perfectamente por separado, constituyen un único plan, bien estructurado y
desarrollado. El elemento central, el núcleo esencial de estas tres obras y que
confiere unidad a esta trilogía, es sin duda, la persona de Jesucristo. En
estas obras, se respira, desde la primera palabra hasta la última, el clima de
oración en el que el autor estaba sumergido, toda ella va enraizada en las
Sagradas Escrituras. Sin embargo, mientras las dos primeras, animan a la unión
con Cristo a través de la liturgia, la meditación de la Escritura , la oración y
la práctica de la caridad; la tercera, va dirigida a los monjes, y concibe el
monasterio como el lugar más a propósito para la unión de caridad con la
persona de Cristo, y esto, se realiza desprendiéndose de las criaturas y por la
oración.
El 25 de septiembre de
1918, Dom Columba escribía: “He empezado el cuarto volumen, destinado a los
sacerdote, según el siguiente plan: 1. Sacerdocio eterno; 2. La vocación
sacerdotal; 3. La Misa ;
4. El sacrificio de alabanza; 5. El sacrificio de acción de gracias; 6. La Propiciación ; 7. La
impetración[27]”.
Al morir Dom Columba en
1923, la famosa trilogía quedaba inacabada, ya que faltaba la parte dirigida
por Dom Columba a los sacerdotes. Las tres primeras partes, fueron editadas por
uno de sus monjes (R. Thibaut) a través de los apuntes que se recogían de las
conferencias del Abad, y todos estos apuntes, fueron revisados por el propio
autor, que corregía y añadía algunos textos litúrgicos o de la Escritura o también, de
los Santos Padres.
Después de su muerte,
se encontraron notas, legajos, escritos por Marmion, sobre el sacerdocio y la
santidad sacerdotal que él escribía para preparar sus conferencias
espirituales. Fue posible, extraer de todo ese material reunido a través de una
treintena de años, una obra homogénea y ordenada. Al no ser posible que Dom
Columba revisara esta obra, el editor, no se atrevía a publicar esta obra.
Sin embargo, este
obstáculo fue superado gracias a Dom Ryelandt, oyente atento y antiguo
discípulo de Marmion, el cual colaboró para ofrecer con la mayor exactitud
posible, la síntesis doctrina sobre el sacerdocio. Así, ahora contamos con la
famosa obra: “Jesucristo, ideal del
sacerdote”.
Hablar para los
sacerdotes, era la forma de apostolado que más le gustaba emplear a D. Columba,
ya que éstos, son los “amigos” de Cristo que se asocian a Su obra de redención.
Para Marmion, haciéndose eco de San Pablo, “la vida sacerdotal no llega a
comprenderse en toda su plenitud sino dominada por Cristo y en una continua
dependencia de sus méritos, de su gracia y de su acción… El sacerdote ha
recibido sus poderes sobrenaturales de un sacerdocio que sobrepuja
infinitamente al suyo: del sacerdocio del Verbo encarnado…, las virtudes
propias del sacerdote habrán de ser reproducción de las del divino modelo y,
entre los hombres, reflejo de las de Jesús”[28].
La obra “Sponsa Verbi” (La Virgen consagrada al
Señor), nace de una serie de conferencias que D. Columba sobre la virginidad,
resaltando el sentido que tiene para la virgen consagrada su unión con Cristo,
viviendo como esposa Suya. El Comentario al Cantar de los Cantares de San
Bernardo, le servirá como base de estas conferencias dadas a las monjas de
Maredret.
El libro titulado “La unión
con Dios”, son una serie de cartas de dirección espiritual. Dom Thibaut,
realizó una selección de las cartas de Dom Columba, haciendo un comentario
sobre esta serie de cartas y sobre su autor. Cartas dirigidas a una serie de
destinatarios que se encuentran en diferentes estados de vida, aunque la
mayoría son religiosos, mas D. Columba advierte que el estado religioso no es
otra cosa que vivir la vida cristiana en plenitud a la luz del Evangelio. En
estas cartas, como en todas aquellas que escribió, no es sólo doctrina sin más
lo que podemos hallar, sino la experiencia del autor, no hay nada que no halla
sido vivido o experimentado por él. Marmion, en estas cartas, nos dice ante
todo que siendo Dios el único autor del orden sobrenatural, sólo Él ha podido
indicar el camino que lleva a la santidad: “Busquemos a Dios de la manera como
quiere ser buscado; de otra suerte jamás le encontraremos”[29].
La idea fundamental en estas cartas, es la unión con Dios (de ahí el título), y
así, han sido colocadas de acuerdo a una estructura que permita llegar a este
fin, así, el esquema es: la concepción general de la unión del alma con Dios,
sus elementos constitutivos; las
condiciones de su progreso, y su desarrollo.
El Arzobispo de
Hierápolis, A. Goodier, en la carta escrita a Dom Raymond Thibaut, en 1933, a
propósito de esta obra, le escribe: “La unión con Dios es el fin único al cual
deben tender nuestros deseos, y por este motivo Dom Columba lo señalaba desde
el principio a las almas que dirigía. Les explicaba en qué consistía, qué
señales la daban a conocer y cómo podía conseguirse… Me parece que hasta en el
mismo orden que sigue Ud. al estudiar a Dom Columba en sus cartas, hace notar
acertadamente el compendio y el coronamiento de su enseñanza… No creo que haga
falta decir más”[30].
No debemos olvidar que
D. Columba, como gran predicador que era y a la vez muy apreciado y solicitado,
escribió más de 1700 cartas de amistad o de dirección espiritual como las
recogidas en “La unión con Dios”, donde se nos muestra el más auténtico y
genuino Marmion.
Hna. Marina Medina
(Casarrubios)
[1] El P. Dom Manuel Garrido Bonaño, uno de los monjes más conocidos y
prestigiosos de la Abadía
de la Santa Cruz
del Valle de los Caídos. Falleció el 15 de septiembre del 2013.
[2] Dom Columba escribió: “Tengo la convicción profunda, confirmada
constantemente por la experiencia de nuestro propio monasterio y de otras abadías,
que las Constituciones de Beuron son la más perfecta adaptación del a Regla y
del Espíritu de San Benito a las necesidades y aspiraciones de nuestra época”.
R. Thibaud, Un maestro de la vida espiritual, dom Columba Marmion O.S.B., abad de
Maredsous (1858-1923), Buenos Aires 1946, p. 235.
[3] Tenía tan gran espíritu de fe en que el Abad es Cristo, que Dom
Columba se inclinaba con respeto ante su abad al mismo tiempo que en su
interior, decía: Ave, Christe.
[4] Col 3, 3.
[5] R.B. 64, 8.
[6] R. Thibaud, Un maestro de la vida espiritual, dom
Columba Marmion O.S.B., abad de Maredsous (1858-1923), Buenos Aires 1946,
p. 278.
[7] Ibid., 251-257.
[8] Ibid., 395: Viene una larga lista de comunidades religiosas que se
beneficiaron de sus conferencias.
[9] http://es.wikipedia.org/wiki/Congo_Belga.
[10] La comunidad masculina de la isla de Caldey, en la bahía de
Carmarthen; y la comunidad femenina asentada en Milford Haven.
[11] Antoine Marie, Carta espiritual, Abadía San José de
Claraval, Gijón 2002, p. 6.
[12] Gregorio Penco, Iniziative culturali e fermenti spirituali
nel mondo monastico contemporaneo, Studia Anselmiana 103 (1990) 183. En la
época de entreguerras, este monasterio contó con el Abad Bernard Capelle, el
cual contribuyó a que la Abadía
se pusiera a la vanguardia del despertar cultural en el ámbito monástico con
las investigaciones en Historia de la Teología
Moral de Dom Lottin, en Historia del Monaquismo antiguo de
Dom Boon, en Historia Litúrgica de Dom Bruylants, en Historia de la Espiritualidad de
Dom Vandenbroucke, al cual le debemos el amplio perfil de la Spiritualité du Moyen âge, sobre la Baja Edad Media,
completando a Leclercq.
[13] Dios será tu poderoso auxilio, San Pío X al beato Columba Marmion,
Schola Veritatis.
[14] T. Delforge, Dom Columba Marmion, Siervo de Dios,
Nova et Vetera 11 (1981) 73.
[16] Antonio Royo Marín, Los grandes maestros de la vida espiritual.
Historia de la espiritualidad cristiana, B.A.C., Madrid 1973, p. 433: “La
doctrina espiritual de Dom Marmion es eminentemente paulina: no hay santidad
posible fuera de nuestra perfecta configuración con Jesucristo. No seremos
santos sino en la medida en que vivamos la vida de Cristo o, quizá mejor, en la
medida en que Cristo viva su vida en
nosotros. El proceso de la santificación es un proceso de cristificación. El cristiano tiene que
convertirse en otro Cristo”.
[17] Álvaro Manuel Santos Iglesias,
Diccionario de los santos, volumen I,
Columba, Ediciones San Pablo, Madrid 1998, p. 558.
[18] Bernardo-Recaredo García
Pintado, Dom Columba Marmion y la
profesión monástica, Glosas Silenses Año XI. Nº 2 (2000) 324.
[19] Manuel Garrido Bonaño, Beato Columba Marmion. Abad benedictino,
Nuevo Año Cristiano, Ediciones Edibesa, Madrid
2003, p. 1.
[20] Sinopsis del libro.
[21] Columba Marmion, Jesucristo, ideal del monje, Les
Editions de Maredsous, a cargo de Mauro Díaz Pérez, Barcelona 1956, p. 7.
[22] Gregorio Penco, Iniziative culturali e fermenti spirituali
nel mondo monastico contemporaneo, Studia Anselmiana 103 (1990) 185.
[23] Columba Marmion, Jesucristo, ideal del monje, Les
Editions de Maredsous, a cargo de Mauro Díaz Pérez, Barcelona 1956, p. 8.
[24] Ibid., 8.
[25] Ibid., 7.
[26] Ibid., 49.
[27] R. Thibaud, Jesucristo, ideal del sacerdote,
Maredsous 1951, p. 1.
[28] Ibid., 3-4.
[29] Columba Marmion, Jesucristo, ideal del monje, Les
Editions de Maredsous, a cargo de Mauro Díaz Pérez, Barcelona 1956, p. 35.
[30] R. Thibaut, La unión con Dios en Jesucristo, según las
cartas de dirección espiritual, Editorial Difusión, Buenos Aires 1946, p.
12.