1 de agosto de 2015

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)


“Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Jesús dirige estas palabras a la multitud que lo busca, después de que ha comido y se ha saciado con la multiplicación de los panes y de los peces, pero que no ha entendido el significado del signo. Porque Jesús no ha venido para resolver concretos  problemas materiales, - precisamente para esto ha dado inteligencia a los hombres -, sino para ofrecerles un mensaje de salvación. Jesús invita a la gente a adaptarse a la nueva perspectiva que, como Hijo del hombre, ha venido a proponer a la humanidad.
Domingo

          Por esto, Jesús les propone hacer un esfuerzo para obtener un alimento que no perece, es decir trabajar en la obra de Dios, que no es otra cosa que creer en el enviado de Dios, Jesús el Cristo. Jesús no ha venido para pedir oraciones, abstinencias, mortificaciones u otras prácticas por el estilo, porque no busca una religiosidad externa, sino que quiere penetrar hasta el fondo del hombre. El evangelista Juan, al hablar de la necesidad de creer, precisa que creer es trabajar y esforzarse, porque la fe no siempre es fácil. Creer no consiste simplemente en una adhesión de la mente a unas verdades formuladas más o menos de modo abstracto: creer es aceptar la persona de Jesús, ponerse en sus manos, renunciar a todo para dejarse guiar e iluminar por Él.

Se ha dicho que creer es dar la mano, poniéndose a disposición de Dios. Para ello es preciso estar seguros de que Dios nos ama y que sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y necesitamos. Por otra parte, creer no es renunciar a la razón, no es abandonarse a un pasivismo fatalista, a un conformismo cómodo que evita asumir responsabilidades, con la excusa de que Dios correrá con la iniciativa. De hecho, sólo puede creer quien es consciente de su propia pobreza, de su indigencia, de sus propios límites, de las tinieblas que lo sumergen. Por eso creer es un trabajo y un trabajo no fácil. La experiencia personal lo enseña.

          “¿Qué signo haces?” le dicen a Jesús. Acaban de comer hasta saciarse y piden un signo. Y se les ocurre evocar al maná, al alimento que Israel recibió de la mano de Dios durante la travesía del desierto, mientras se iba formando como pueblo escogido. Es el tema que ha sido recordado en el fragmento del libro del Éxodo de la primera lectura. Con paciencia, Jesús  explica que el maná, llamado también pan del cielo, no era más que un signo que anunciaba el verdadero pan del cielo, que es Jesús: “Yo soy el verdadero pan de vida, que baja del cielo y da vida al mundo. El que viene a mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará nunca sed”.

          Es fácil juzgar a aquella gente que pide signos, pero que apenas obtienen uno, ya piden otro nuevo. También nosotros tenemos signos que nos invitan a la fe, pero no nos bastan, y buscamos algo más tangible, algo que nos convenza. En el fondo es que tenemos miedo de caer en manos de Dios, de dejarnos a nosotros mismos para ser de él, para dejar que conduzca nuestra vida, no según su antojo, sino en la medida de su amor, del amor de aquél que por nosotros no dudó en entregar a su propio Hijo, que acabó en la cruz, para nuestra salvación.


          El evangelista pone en labios de la multitud, como colofón del diálogo sostenido con Jesús, una magnífica plegaria: “Señor danos siempre de ese pan”. Probablemente aquella gente no era plenamente consciente de lo que significaban aquellas palabras, pero nosotros hemos de serlo. Este pan que necesitamos lo describe hoy San Pablo en el fragmento de la carta a los Efesios: Si hemos aprendido a Cristo, nos decía, si creemos en Él, no podemos seguir comportándonos como gentiles. Es necesario no dejarnos dominar por la vaciedad de criterios ni por el hombre viejo, que nos hace buscar únicamente el placer. Urge pues  abandonar el anterior modo de vivir, para renovarnos en la mente y en el espíritu, vestirnos de la nueva condición humana, creada por Jesús a imagen de Dios, según la justicia y la santidad verdaderas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario