9 de mayo de 2015

DOMINGO VI DE PASCUA (Ciclo B)



        “Como mi Padre me amó, así Yo os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que Yo, he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.  Os he dicho estas cosas, para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado”. 


        “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. Estas palabras que el libro de los Hechos de los Apóstoles pone en labios de San Pedro, señalan el momento en que la primera comunidad cristiana tuvo que abrirse, superando prejuicios y estrecheces de espíritu, para acoger a los no judíos a la promesa del Reino de Dios que Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, vino a anunciar a la humanidad entera, por encima de toda distinción de razas, lenguas y culturas. Esta nueva dimensión de acogida llegó a su plenitud cuando los discípulos de Jesús entendieron toda la dimensión de las palabras que el evangelio de hoy proclama con énfasis, es decir que todos los hombres y mujeres estamos llamados a ser en verdad los “amigos de Jesús”.

“Vosotros sois mis amigos”, dijo Jesús a sus discípulos. El testimonio de la literatura universal, antigua y moderna, religiosa o no, asegura que una amistad auténtica es uno de los mayores tesoros de que se puede disfrutar en esta vida. Por esta razón nunca agradeceremos bastante que Jesús se digne en llamar amigos a quienes él mismo escogió para hacerlos testigos destinados a transmitir el mensaje de salvación al resto de la humanidad. Con esta afirmación, Jesús invita a todos a mantener con él la relación que se acostumbra a tener entre amigos de verdad y no la que puede existir entre un amo y sus siervos, entre un señor y sus dependientes. 

Esta afirmación de Jesús la encontramos en el Evangelio en el conjunto de un discurso en el que aparecen entremezclados con insistencia dos conceptos que podrían parecer contradictorios: el concepto del amor, que dice relación espontanea entre personas libres, y el del cumplimiento de mandamientos o normas, que podría suponer sumisión u obligación. En efecto, cabe preguntarse si son realmente compatibles estas dos realidades del amor y de los mandamientos. Hay quien que no ha dudado en afirmar que un Dios, que es creador de los hombres, que es bueno y que realmente ama, no debería imponer preceptos y normas que pueden coartar la libertad. Conviene seguir con la lectura del texto para entender su mensaje y disipar dudas.

“Permaneced en mi amor”, propone Jesús. Y a continuación  añade: “El que quiera permanecer en el amor, ha de guardar los mandamientos”. Guardar los mandamientos aparece como el modo de permanecer en el amor. Y para salir al paso de posibles objeciones y mostrar que lo que pide no es absurdo o incoerente, Jesús se propone a sí mismo como ejemplo concreto y real, al decir: “Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Y si él puede hacerlo, no ha de ser imposible tampoco para nosotros. 

Y por si pudiera quedar aún alguna duda, y facilitar la aceptación de sus palabras, Jesús da un paso más y concluye: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Amor y mandamientos en la perspectiva de Jesús no pueden oponerse  porque el contenido de lo que llamamos “mandamientos” no es otra cosa que el amor, o mejor, el auténtico ejercicio del amor. Y como broche final añade: “Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Es decir, lo que él ha hecho, lo que explica el sentido de la venida del Hijo de Dios hecho hombre entre la humanidad. Jesús ha venido para amar, para amar a Dios, que le ha enviado, para amar a los hombres a los que ha sido enviado. Y pide de nosotros que nos dejemos arrastrar por esta corriente de amor, que nos abramos para recibir y para dar amor.


Reconozcamos, como decía el apóstol Juan en la segunda lectura, la iniciativa de amor que parte de Dios y se nos ofrece, y esforcémonos en amarnos unos a otros, demostrando así que conocemos de verdad a Dios y que tratamos de agradarle de todo corazón, para ser realmente sus amigos.

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