Introducción
Guerrico de Igny nace en 1070
en Tournai (Bélgica). Recibe su formación intelectual y ascética en la escuela
catedralicia dirigida por el célebre canónigo Odón. Probablemente él había oído
hablar de San Bernardo a dos de sus amigos, Hugo y Ogerio. Quizá entonces se
despertó en el joven el deseo de visitar a tan renombrado personaje. Hacia 1122
visita Claraval únicamente con la finalidad de conocer a Bernardo y expresarle
sus proyectos de comprometerse con la vida eremítica; por tanto con ninguna
intención de quedarse en el monasterio. Pero Bernardo logra persuadirlo a
quedarse con él, e ingresa en Claraval.
Con la
recomendación de Bernardo es elegido abad de Igny en 1138, en sustitución de
Humberto que, renunciando a su cargo, se retira a Claraval. Sus sermones
capitulares desarrollan el tiempo y las festividades litúrgicas desde una
perspectiva ascético-mística. Falleció en su monasterio probablemente un 19 de
agosto de 1157.
León XIII
aprobó el culto inmemorial que se venía tributando al beato Guerrico por medio
de un decreto expedido el 24 de enero de 1889[1].
Guerrico es
casi un desconocido. Pero afortunadamente su alma se nos transparenta en su
predicación. Os equivocáis, hermanos,
respecto a mí, pero pienso que más por amor o por humildad que por temeridad.
Creéis que tengo la ciencia de las Escrituras, cuando apenas he alcanzado el
umbral de la ciencia… Refiriéndose claramente a S. Bernardo continúa: A esto debo añadir que nuestro maestro,
intérprete del Espíritu Santo, ha emprendido el cometario de todo ese cántico
nupcial[2], y por lo que ya ha escrito, nos da la
esperanza de que, cuando lleguemos al pasaje cuya explicación deseáis: Hasta que aparezca el día y se inclinen las
sombras, él mismo ilumine el sentido de esas sombras, diciéndonos en la luz lo
que le fue o le será dicho en las tinieblas… Cuanto más insulsas y rancias sean nuestras cosas viejas, tanto más
sabrosas serán sus cosas nuevas… Pero
me obligáis a ello, pues os veo impacientes ante mi demora, y la esperanza
incierta del futuro no es capaz de satisfacer vuestro deseo presente, y os voy
a complacer como de costumbre…[3].
En el texto
anterior y en otros parecidos, está contenida toda el alma de Guerrico. Él era
así: humilde, bondadoso y complaciente.
Sus escritos
se reducen a sus sermones, cincuenta y cuatro de ellos, dados a sus monjes con
ocasión de las festividades del año litúrgico. Al redactarlos medita en los
textos que le ofrece la
Liturgia y brinda a sus monjes las reflexiones que le brotan,
sin pretender hacer un comentario a los mismos textos.
La obra de
Guerrico acaso refleje mejor que otra fuente alguna las charlas reales que
pronunciaban los Padres cistercienses en el capítulo de sus respectivos
monasterios[4].
André Fracheboud ha sabido captar el encanto de esas pequeñas obras maestras de
oratoria[5].
En ellos domina siempre la claridad y el rigor, y no imitan la abundancia más
barroca de San Bernardo. No son nunca retumbantes; no contienen los truenos y
relámpagos que estallan en los de su maestro, el Abad de Claraval. En vano se
buscaría en ellas las largas digresiones acerca de enredos políticos ni las
denuncias tremendas sobre la corrupción en las altas esferas que se hallan en
los sermones de Bernardo y Elredo. ¿Qué
nos importa a nosotros los que están afuera? Mi discurso se dirige a vosotros,
los monjes de Igny[6].
1.
Legado literario
Su legado
literario es modesto. Sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en que merece
el lugar que ocupa al lado de Bernardo de Claraval, Guillermo de Saint Thierry
y Elredo de Rievaulx, los más grandes entre los cistercienses[7].
Lo que domina en sus sermones es una delicadeza que resalta más su ternura y
una dulzura que procede de la solicitud de su corazón por el bien espiritual de
sus hermanos.
Artista de
la palabra, Guerrico usa la mayor parte de los artificios entonces en boga
entre sus contemporáneos, especialmente las aliteraciones y las inversiones.
Raramente el juicio dependerá del modo personal de considerarlo, hasta el
aburrimiento.
Su estilo es
elegante, sin llegar a ser nunca complicado u oscuro, y podemos pensar como
decía Conrado de Eberbach, que sus
sermones son riquísimos y delicadísimos, y verdaderamente espirituales[8].
Guerrico no
tenía necesidad de acudir a relatos fantásticos para cautivar la atención de su
auditorio, ya que su genio no carece de poesía e imaginación.
Sus
sermones, como hemos dicho ya, los compone para sus monjes de Igny, no desdicen
en pureza literaria y profundidad teológica de quien él señala como su Padre y
Maestro, Bernardo de Claraval. Rezuman el encanto de un alma sencilla que busca
realmente a Dios, y siguen valiendo para los monjes del siglo XXI y para todo
cristiano que tenga y quiera vivir la experiencia de Dios en nuestros días.
2.
La Sagrada Escritura
Guerrico de
Igny no pretende en ningún momento hacer un comentario de la Sagrada Escritura ,
no obstante, podemos decir que sus escritos no sólo están plagados de citas de la Escritura , sino que no
puede pensar ni hablar si no es refiriéndose a ella. A juicio de J. De
Ghellinck, de un modo más tangible y más claro que los demás escritores
cistercienses, Guerrico nos da un elegante comentario de la Sagrada Escritura
a través de la liturgia, o mejor, una ilustración de la liturgia en el plano
bíblico que ésta evoca[9].
Guerrico,
como Bernardo y todos los autores cistercienses -al menos los de las primeras
generaciones- están impregnados de la Escritura.
La han hecho vida de su vida y la transmiten como
espontáneamente. Son para nosotros, un ejemplo viviente de lo que debe ser la Lectio Divina , pues se ciñen
al texto de la Escritura
enunciado al principio, generalmente breve e incluso brevísimo, de cada sermón
y lo desarrollan escuetamente, con claridad, solidez y gracia.
Las
digresiones son breves y encantadoras. A veces constan de unas pocas líneas: los sabios de este mundo que más
acertadamente trataron sobre la ciencia consideraron que el primer grado de la
ciencia es saber que no se sabe nada[10].
Otras veces son observaciones más largas y finamente irónicas; así, después de
describir las austeridades de Juan Bautista, añade: Pero ahora demos gracias a Dios que nos dio -si es que nos la dio- la
victoria sin el combate, el perdón sin la penitencia, la justicia sin las
obras, la santidad sin la fatiga y, al mismo tiempo, la abundancia de las
delicias tanto carnales como espirituales. Nos vestimos, si no con púrpura y el
lino finísimo, ciertamente con algo más suave y caliente que la púrpura y el
lino, y a diario banqueteamos espléndidamente. Así, ahítos de manjares y
entorpecidos por la bebida, ¿reposaremos acaso con Lázaro, en otro tiempo
pobre, en el seno de Abrahán o en el seno de Cristo con Juan?[11]
Nunca se
queja Guerrico, como lo hace Bernardo, de que algún oyente se le ha dormido.
Porque sabe que una de las virtudes de un buen sermón es su brevedad: Un banquete demasiado prolongado y variado
se torna fastidioso[12].
Él, no tenía necesidad de acudir a relatos fantásticos para cautivar la
atención de su auditorio: su genio no carece de poesía e imaginación. Domina la
técnica del lenguaje, y nada tiene que envidiar a Bernardo ni a ningún otro por
lo que se refiere al dominio de la Escritura.
En el sermón
a sus monjes que les dirige sobre la salmodia: La ley del Señor es un jardín: si no me equivoco, vosotros que meditáis
en la Ley del
Señor día y noche sois los que vivís en jardines. Los libros que leéis son
otros tantos jardines por los que os paseáis, y las frases que tomáis son otros
tantos frutos que cogéis[13]... Pero
nuestra lectura no será provechosa si no es asidua y perseverante[14].
Es en el
silencio donde la Palabra
omnipotente de Dios nos visitará: Si
esperas en el silencio la salvación del Señor, en medio del silencio en secreto
descenderá a ti la Palabra
omnipotente[15]. También los profetas personifican la Palabra de Dios, el
decreto o plan de Dios para con esto, dar realce a su energía omnipotente. El
Libro de la Sabiduría
nos lo dice con expresiones muy gráficas: Tu
Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono
real, empuñando como cortante espada tu decreto irrevocable[16]
. Es otro símbolo en el que muy al vivo se nos expresa la infalible seguridad
de la Palabra
de Dios: su vigor omnipotente, su eficacia, que es presencia entre nosotros.
Según
Guerrico, Cuando Dios nos visita en su Adviento
intermedio, que puede darse en cualquier momento, cualquier pasaje de la Escritura , que antes nos
parecía seco y estéril, puede dar una abundante cosecha[17].
Jesús acompaña y se hace presente con su visita en el momento más inesperado: No sólo a los que se dedican a la
contemplación, sino también a los que viven piadosa y rectamente en la vida
activa, Jesús se digna visitarlos y manifestarse[18],
da por hecho que los hermanos habrán experimentado que, incluso cuando están
trabajando, Jesús se digna a veces venir a manifestarles las Escrituras, de
modo que entonces entienden lo que hasta entonces estaba oscuro.
3.
Misterio y sacramento
En palabras
de Henri de Lubac, el sentido alegórico, o místico es el que se refiere al misterio, que es una realidad oculta primero en Dios y luego revelada a los
hombres al realizarse en Jesucristo[19].
El mayor misterio o sacramento que se dio en otro tiempo a Ajaz y que ahora se
nos da a nosotros: Cristo concebido de
una virgen[20]. Aquél que nació en la eternidad para gozo de
los ángeles, nace en el tiempo, no para ellos, sino para hacernos nuevos a
nosotros[21].
El Anciano de días se ha hecho un niño pequeño; Anciano porque es la Palabra , Eterno e
Incomprensible. De él se dice: La Palabra se ha abreviado, de tal modo que en él se
ha cumplido toda palabra de salvación, puesto que él es la palabra que realiza
y abrevia[22].
Guerrico
sigue afirmando en otro sermón que ahora Jesús es el Príncipe que está en el
seno de la Virgen
comiendo el pan de la Palabra
en presencia del Señor, pero “de otro modo, y no obstante, con una dicha
indescriptible”: algo admirable, ya que
el que cena es lo que se cena, y el que come es el mismo pan que él come. Algo
realmente admirable, pero verdadero, ya que Cristo no se alimenta con otro pan
que Él mismo. Él es todo pan: Palabra por sí, carne por la unión con la Palabra[23].
Como Cristo
nació para renovarnos, igualmente fue crucificado para que en nosotros fuese
crucificado en nosotros el hombre de pecado, y Cristo colgado en la cruz ha de
ser modelo para nuestra vida de crucifixión: Por eso eligió el Redentor este género de pasión: para llevar a cabo
nuestra salvación de modo que el misterio de la justificación fuese también
modelo[24].
Del mismo modo su resurrección es causa y modelo de lo que realiza en nosotros,
primero en nuestra alma y luego en nuestro cuerpo: Cristo en el misterio de su Resurrección ha realizado en nosotros la
resurrección primera, y a ejemplo de la misma realizará nuestra segunda
resurrección[25].
4.
Forma, formare, informare
Estos
términos aparecen en los escritos de Guerrico sugeridos por el texto de San
Pablo: Hijitos míos a quienes de nuevo
doy a luz hasta que Cristo se forme en vosotros[26].
En la pluma de Guerrico se convierten en términos clave y sin duda significan
algo más que una simple causalidad ejemplar, como podemos ver examinando un
poco sus sermones.
Por ejemplo,
en el sermón segundo para la
Natividad de María, ésta conoció a su Hijo primeramente bajo
la “forma” en la que le dio a luz. Tal
conocimiento estaba muy lejos de aquel con el que se le conoce bajo forma en la
que es engendrado por el Padre[27].
Entre esta forma carnal y la forma del Verbo existe otra: la forma espiritual
revelada en su carne: Entre la forma
de la carne y la forma del Verbo hay un grado que es como intermedio,
verdaderamente espiritual, pero que manifestó en la carne, quiero decir la forma
de vida que llevó en su cuerpo para informar a los que habían de creer[28].
En el número
siguiente expone que esta forma, que él llama moral, Cristo la tomó para darnos
ejemplo: En Cristo hay una forma
corporal, otra moral, y una tercera intelectual. Por la corporal es nuestro
hermano, por la moral, maestro, y en la intelectual, nuestro Dios. Aceptó la
corporal para realizar el misterio, presentó la moral para darnos ejemplo, y revelará
la intelectual o divina como premio[29].
Sin embargo,
esta ejemplaridad no se reduce a un simple modelo que se ha de copiar, sino que
lleva consigo una entidad, algo que ha de ser realizado en nosotros para
conformarnos con este modelo, como se deduce del empleo del término “formar”: Si Cristo fuere formado en nosotros según el
ejemplo de vida y costumbres que se nos ha mostrado en él, entonces estaremos
preparados, no sólo para ver la forma que ha sido formada por nosotros, sino
también aquella que nos formó a nosotros[30].
Los
misterios de la vida de Cristo: Nacimiento, Pasión, Resurrección y Ascensión,
son un ejemplo para nosotros. Pero son mucho más, y tenemos que preguntarnos
qué quiere decir Guerrico cuando afirma, la vida de Cristo es una “forma”.
La fuente de
la terminología que utiliza Guerrico, debemos buscarla, en las palabras de San
Pablo a los Filipenses: cum in forma Dei
esset (siendo de condición divina)… formam servi accipiens (Tomó la condición
de siervo)[31].
En el latín occidental, que es el que conoció Guerrico, el sentido de la
palabra ha sido determinado sobre todo por San Agustín. Para éste, las palabras
forma y formare comprenden toda la causalidad divina: La
Palabra de Dios es
una forma no formada: forma sin tiempo ni falta… Forma de todos los formados (creados,
hechos a su imagen); forma inmutable, sin
espacio, ni tiempo, ni lugar; que está por encima de todas las cosas, que está
en todos y es como el fundamento en el que están… En él están todas las cosas,
y por ser Dios, todas las cosas dependen de él[32].
Guerrico
emplea los términos “forma” y “exemplum” (ejemplo), que puede ser que no
quieran decir nada más que un modelo al que se debe uno conformar o al que se
ha de imitar. Sin embargo, los emplea en un contexto y siguiendo una tradición
que sugieren una causalidad mucho mayor. Por eso podemos pensar que para él
todas las acciones de Cristo son eficaces en virtud de su unión con los
principales acontecimientos de su vida, y que como tales son sacramentos o
misterios, que pueden realizar en nosotros aquello que representan.
5.
La obra de María en nosotros
Cristo es el
centro de los sermones de Guerrico pero el Padre y el Espíritu Santo no son
olvidados en ninguna ocasión, antes bien se subraya su acción en la obra
salvadora. Y tampoco se descuida el papel eminente que en ella representa la Virgen María , madre de Cristo y
de los cristianos, tanto en el decurso de la vida de Jesús como en calidad de
figura de la Iglesia[33].
María, figura de la Iglesia
y Madre de todos los que renacen a la vida[34],
desea formar a su Hijo único en todos
aquellos que son hijos por adopción[35];
Eva es madre de la prevaricación y
María madre de la redención[36].
De este modo contribuyó Guerrico a preparar el camino a los teólogos que
atribuirán a María una acción real y actual en la comunicación de la gracia.
Es probable
que Guerrico conociera las palabras dirigidas a María en un sermón atribuido a
San Agustín: Si te llamare forma
(reproducción) de Dios, eres realmente digna de ello. Él dice a este
respecto: Ella es la que realizó el
misterio (significado con el nombre de Eva, “madre de los vivientes”), ya que
ella, lo mismo que la Iglesia
de la que es figura (forma), es la madre de todos los que renacen a la vida[37].
Cualquiera
que sea la causalidad expresada con la palabra forma, y expresada también con los verbos formare, informare, en
todo caso podemos decir que se trata de una causalidad comunicada por Cristo a
María. El significado de las tres formas
nos lo da con ocasión de un sermón en su Natividad. A continuación leemos que
su deseo es formar a su Hijo único en todos aquellos que son hijos por
adopción: Ella desea formar a su Hijo
único en todos los hijos de adopción, pues aunque hayan sido engendrados por la
palabra de la verdad, sin embargo ella los da a luz cada día por el deseo y el
cuidado de su ternura hasta que lleguen al estado de hombre perfecto, a la
medida de la plenitud de la edad de su Hijo, a quien engendró y dio a luz una
sola vez[38].
El primer
sermón para la misma fiesta del nacimiento de María, comienza también por la
antítesis clásica entre María y Eva. Este párrafo depende del mismo modo de un
sermón atribuido a San Agustín, que se leía en el oficio del día y que
desarrollaba ampliamente el tema de la nueva Eva[39].
En él, Guerrico felicita a María como la nueva madre que ha comunicado una vida
nueva a los que habían envejecido en el pecado: Madre verdaderamente nueva que trajo la novedad a los hijos envejecidos
y sanó el mal de una vejez innata y añadida[40].
Otras veces
llama a Eva madre de la prevaricación y
a María Madre de la redención[41].
El título de madre de todos los
vivientes, dado a Eva pertenece por derecho a María[42],
y nos explica por qué: Pues es la Madre de la vida por la que
todos viven, que al darla a luz realmente regeneró a todos los que habían de
vivir por ella. Uno era el que nacía, pero todos nosotros renacíamos, ya que
todos nosotros estábamos en la semilla por la que se propaga la nueva
descendencia[43].
San Pablo
daba a luz sin cesar a sus hijos predicándoles la palabra de la verdad hasta que
Cristo fuese formado en ellos. María hace lo mismo, pero de un modo más
admirable y que la acerca más a Dios, dando a luz al Verbo mismo.
Esta idea
que María nos regenera al dar a luz a Cristo podría ser la fuente de muchas
meditaciones. Para nosotros bástenos notar lo que es explícito en Guerrico.
San Bernardo
limita la acción de María respecto de nosotros a su intercesión mediadora, y
Guerrico, en cambio, después de haber hablado claramente de su maternidad
espiritual[44],
dice que desea dar forma en nosotros a su Hijo único y engendrarnos día a día: Desea formar a su Hijo único en todos los
hijos de adopción, los cuales, aunque engendrados por la palabra de la verdad,
no obstante, ella los da a luz día a día por el deseo y la solicitud de su ternura[45].
Lo menos que
se puede decir, al leer estas palabras de Guerrico, es que así prepara el
camino para una teología que atribuirá a María una actividad real y actual en
la comunicación de la gracia.
5.
1 Su maternidad
Sobre la
maternidad de María Guerrico escribe: El
mismo Esposo tiene unos pechos mejores que el vino, es decir, la doctrina de la
ley o el gozo del mundo. El Esposo, lo repito, tiene pechos de modo que no
falte a ninguno de los oficios y títulos de los padres. Él, que ya es padre por
la creación de la naturaleza y la regeneración de la gracia, así como por la
autoridad de la educación, es también madre por el sentimiento de clemencia, y
nodriza por la asiduidad en su dedicación y cuidados[46].
Guerrico
pone en Dios el atributo de la maternidad. Y ya que la Escritura nos revela que
esta maternidad ha sido comunicada al pueblo de Dios y a la Iglesia de Cristo[47],
era de esperar que esta maternidad de la Iglesia haya sido reconocida desde el principio
por la tradición cristina[48].
Podemos
reconocer a María como madre nuestra -y en cuanto tal, como tipo de la Iglesia- en Caná, en el
Calvario, en el Apocalipsis. Así en el más antiguo comentario sobre la Mujer revestida del sol, San
Hipólito aplica a la Iglesia
expresiones que, en sentido literal no pueden valer más que a María. Esta
tradición de María tipo de la
Iglesia se continuó a lo largo de la
Edad Media , o bien fue redescubierta por
ella.
Guerrico
dice de María que: Ella, lo mismo que la Iglesia de la que es
figura (forma), es la madre de todos los que renacen a la vida[49].
La misma idea introduce una exhortación a unirse a Simeón para acoger en el
templo a Jesús llevado por María, que aquí es figura de la Iglesia y de la gracia: Venga al templo con Simeón y reciba en los
brazos al Niño que trae María, la Madre. Es
decir, abrace con amor a la
Palabra de Dios que ofrece la madre Iglesia… No sólo te dará
al Niño la Iglesia
madre para que lo abraces cuando escuchas, sino mucho más la gracia madre en la
oración… Pues Aquel a quien la
Iglesia ofrece a los oídos con la predicación, la gracia lo
introduce en los corazones por la iluminación, y lo hace tanto más presente y
suave en las almas. Pues la
Iglesia revestida por la palabra, y por la gracia desnuda
para que la abracemos por la infusión del Espíritu[50].
Sobre este
tema de la maternidad de María, y quizá lo más extraño, es que nosotros podemos
compartir con Ella la maternidad de Cristo; es el término de una antigua y
larga tradición[51].
Si María es figura de la
Iglesia , es figura del alma. Esta idea nunca ha sido tan desarrollada
y con unos acentos tan vivos como por Guerrico. Esto lo vemos en el juicio de
Salomón sobre las dos prostitutas: hemos de imitar a la que fue reconocida como
la verdadera madre. Y, nosotros somos madres del niño que ha nacido, no sólo
por nosotros sino en nosotros: Vosotros
también sois madres del Niño, que ha nacido para vosotros y en vosotros… Vela,
pues, madre santa, vela con cuidado del recién nacido hasta que se forme en ti
Cristo, que ha nacido para ti, ya que cuanto más tierno es tanto más fácilmente
puede perecer para ti el que nunca perece para sí[52].
Hemos de
concebir a Dios en nuestro corazón, como nos dice el Apóstol Pablo, que hemos
de llevarlo en nuestro cuerpo[53]:
¡Oh alma fiel! Abre tus entrañas, dilata
tu seno, agranda tu afecto, no estés con estrechez dentro de ti misma, concibe
a Aquel a quien no puede contener criatura alguna[54].
También vosotras, madres dichosas de una
prole tan gloriosa, velad sobre vosotras mismas hasta que Cristo se forme en
vosotras[55].
6.
Guerrico: Testigo de la “teología
de la luz y de la Liturgia ”
Guerrico es
un testigo importante de la “teología de la luz”, tan característica de la
espiritualidad cisterciense y también de la “teología de la liturgia” que los
Padre cistercienses supieron extraer de los textos que iban comentando a lo
largo del ciclo anual. Así lo ha puesto de relieve San Delgadillo[56].
Cristo con sus misterios -la
Encarnación , el nacimiento, la Presentación al
Templo, la Epifanía ,
la muerte y resurrección, la
Ascensión y Pentecostés- destaca poderosamente en su
predicación, cuyo fin principal era formar a Cristo en el corazón de sus
oyentes y sus lectores.
La teología
de la luz de Guerrico se completa con lo que dice sobre la venida intermedia. Es una idea que comparte con San Bernardo y
muchos otros.
6.
1 Purificación - luz - contemplación
Estas tres
vías, no las menciona nunca Guerrico. No obstante, dice con claridad que la
iluminación de Dios aparece después de nuestra humilde sumisión a los que nos
enseñan, y la corrección de nuestras faltas: Si has llegado tan alto que ya has alcanzado una voluntad recta y la
mansedumbre, sin duda que has progresado, pero no has llegado a la perfección
si la palabra de Dios no es lámpara para tus pasos y luz en tu sendero[57].
Para Guerrico estos dos procesos van muy unidos, no se sucede un grado a otro
en el tiempo. Lo expresa muy bien en el texto siguiente: El precepto es lámpara y la ley, luz, y el camino de la vida la
corrección de la disciplina… Si eres sabio no serás tu propio guía y maestro en
el camino por el que nunca has andado, sino que escucharás a tus maestros,
acogerás sus correcciones y consejos, y te darás al estudio y a la lectura… El
estudio de la ley libra de los peligros[58].
Como alumnos
que somos, hemos de recibir la corrección y la enseñanza. La expresión que usa
Guerrico en otra parte: Aprendizaje de la
sabiduría y escuela cristiana[59],
corresponde al vocabulario de una larga tradición cristiana.
6.
2 Iluminación
El tema de
la iluminación domina en los temas de la Epifanía : El
Niño recién nacido da vagidos en la tierra y crea una estrella nueva en las
alturas, de modo que la luz da testimonio de la Luz , y la estrella del Sol[60].
En el
segundo sermón de la Epifanía
la Iglesia es considerada, como obediente a la llamada divina: Levántate, resplandece, Jerusalén, porque
viene tu luz; viene para ser iluminada en su fe [61].
Después Guerrico, desarrolla un pensamiento de San Pablo: esta Iglesia es madre
de los gentiles; esta Jerusalén así
iluminada debe dar a luz para Dios hijos de la luz[62].
Esta luz,
procedente del Padre de la luz resplandece en el rostro de Cristo, es el inicio
de la vida eterna, y que consiste en el conocimiento del verdadero Dios y de su
enviado Jesucristo. Conocimiento que tenemos nosotros ahora en la fe, y
garantía de lo venidero: Te conocemos
porque conocemos a Jesús, ya que el Padre y el Hijo son una misma cosa.
Realmente conocemos por la fe, teniéndola como arras seguras de que conoceremos
por visión[63].
En el mismo
sermón segundo en la Epifanía
tiene una oración que comienza con el término “interim” (mientras tanto), que
emplea con frecuencia para designar la vida presente, tiempo de espera de la
plenitud. En esta oración pide, no solo la fe, el conocimiento y la caridad que
es su término: Mientras tanto aumenta en
nosotros la fe, llévanos de fe en fe, de caridad en caridad, como movidos por
tu Espíritu para que cada día profundicemos más y más en los tesoros de la luz,
de modo que la fe se haga mayor, la ciencia más plena, y la caridad más
ferviente y amplia, hasta que por la fe lleguemos a la visita…[64]
Guerrico nos
habla de cuatro grados de progreso espiritual, y a los cuales llama luz,
proponiendo la luz de la fe como el primero, y los demás a las tradicionales
vías purgativa, iluminativa y unitiva: Nos
has dado la luz de la fe, danos también la de la justicia, la de la ciencia, y
la de la sabiduría. Por estos grados pienso que has de progresar, alma fiel;
este es el camino que has de recorrer[65]. El alma fiel, llegará por este camino
al término: Así, despojada de las
tinieblas de este mundo, llegarás a la patria de la luz eterna, en la que tus
tinieblas serán como la luz del mediodía, y la noche resplandecerá como el día.
Entonces, cuando veas y reboses en la abundancia, se admirará y se dilatará tu
corazón; cuando toda la tierra se llene de la majestad de la luz sin límites[66].
Después
detalla el progreso de los cuatro grados: Nosotros
que ya estamos en la luz por la fe avancemos desde ella y por ella a una luz
mayor y más clara, en primer lugar a la de la justicia, luego a la ciencia, y
finalmente a la de la sabiduría, pues lo que creemos por la fe hemos de hacerlo
o merecerlo por la justicia, para entenderlo después por la ciencia y
finalmente contemplarlo por la sabiduría[67].
Hemos de
creer, obrar, comprender, contemplar, porque si la fe es luz, como debe ser, no
soportará el pecado, ya que las obras cuando son llevadas a cabo bajo la luz
son “obras de la luz”: Las obras buenas…
son obras de la luz, lámparas encendidas en manos de los que las realizan y
esperan la venida del Esposo[68].
6.
3 Contemplación
Es dichoso
el hombre a quien se le concede llegar aun más lejos: Si uno llega a la sabiduría, quiero decir, a gustar y saborear las
cosas eternas, de modo que pueda descansar y ver, y viendo gustar qué dulce es
el Señor, y que el Espíritu le revele lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni
ha llegado al corazón del hombre, realmente yo diría que ese tal ha sido
iluminado de un modo maravilloso y glorioso como el que contempla la gloria del
Señor a rostro descubierto, y la gloria del Señor resplandece frecuentemente en
él[69].
En un hombre así se realiza lo que el Espíritu dice por el profeta en el texto
que Guerrico ha escogido como tema de este sermón: Levántate, resplandece, Jerusalén, porque viene tu luz y la gloria del
Señor amanece sobre ti[70].
Nadie nos
puede reprochar no haber recibido este don, y no tenemos excusa si no lo
deseamos. Pero aunque es un don, exige una preparación por nuestra parte. Lo
mismo que la luz del conocimiento crece con una lectura asidua, si se hace a la
luz de las buenas obras, igualmente la luz de la sabiduría se enciende en la
oración. Esta luz de la sabiduría se
enciende con una oración ferviente, lo mismo que la luz de la ciencia con una
asidua lectura, con tal que para leer emplees la lámpara ardiente, la justicia
de las obras y la experiencia del sentido espiritual[71].
Guerrico
cita a San Pablo: Contemplando la gloria
del Señor, nos vamos transformando en la misma imagen de claridad en claridad
por el Espíritu del Señor[72].
Estas palabras son impresionantes y expresan el don que Dios concede al hombre
en esta vida. Así es cómo habla San Pablo respecto al conocimiento dado al
cristiano libre y transformado por el Espíritu en contraste con las tinieblas
de los judíos incrédulos, que ponen todavía su confianza en la Ley.
7.
Sobre la vida monástica
Sobre la
vida monástica, Guerrico tiene ideas muy fuertes, y dice que los monjes han
entablado combate con el ángel encargado
de custodiar el camino del árbol de la vida; por eso les es del todo punto necesario luchar
constantemente sin desfallecer… ¿Acaso no te parece estar luchando contra un
ángel, incluso contra Dios, cuando cada día, él resiste a tus más ardientes
deseos?[73].
El monje es el valiente morador del desierto. “Pienso” -dice en un sermón de
Adviento- que hemos de reflexionar en
primer lugar sobre la gracia del desierto, la felicidad del yermo que, desde
los albores de la era de la gracia, mereció ser consagrado al reposo de los
santos[74].
Juan
Bautista y el mismo Jesús, también se retiraron al desierto. Por más que te acometa la tempestad de las
guerras, por más que en el desierto padezcas escasez aun del sustento
necesario, no retornes a Egipto con el pensamiento. El desierto te alimentará
con el maná, con el pan de los ángeles[75].
Cristo ayunó en el desierto, pero también alimentó a la muchedumbre que le
seguía. Más a menudo y de modo más
admirable todavía te saciará a ti, que le seguiste voluntariamente. No pienses
que te haya olvidado. Te consolará, y el desierto se convertirá en tu paraíso
cuando cualquier pasaje de la Escritura que antes te
parecía árido y estéril, de pronto por la bendición de Dios rebosará de una
sobreabundante y admirable riqueza espiritual[76].
Conclusión
Para
concluir, Guerrico no se entrega a un
lector apresurado[77], como ha observado M.-A. Decabooter:
Sus sermones merecieron los máximos elogios de Conrado de Eberbach: “loculentissimi”, “discretissimi”, “vere
spirituales”[78],
se leen con agrado, pero tal vez con excesiva facilidad. Hay escritores que
tienen el arte de complicarlo todo, de embrollarlo todo, aun los temas más
sencillos. Pero Guerrico pertenece a la clase de los que poseen la gracia de
simplificarlo todo, clarificarlo todo, aun los temas más abstrusos.
Los lectores
de Guerrico corren el riesgo de no captar la profundidad de su doctrina, doctrina
que, por ser demasiado original, dista mucho de ser trivial. Sus sermones hay
que leerlos despacio, con atención, dejándose llevar del encanto de su prosa,
de sus ideas, de su sensibilidad exquisita. Posee el don de conmover al lector,
sobre todo cuando se refiere al inconmensurable amor de Dios que, por así
decirlo, se prodiga a sí mismo en un raudal de misericordia, y aún más, si
cabe, cuando toca el tema del amor de Cristo. E. Mikkers ha escrito que Guerrico es el autor que puede introducirnos
más fácilmente en el corazón de la espiritualidad cisterciense[79].
Toda su
doctrina puede centrarse en un solo tema: la imitación de Cristo para llegar a
ser conforme a él, de ahí su título de doctor
conformationis cum Christo. Guerrico no hace distinción entre Cristo como
persona histórica y Cristo como Verbo eterno.
Cristo ha
nacido no sólo para nosotros, sino también en nosotros. Por eso Guerrico puede
decir a sus monjes el día de Navidad: Sí,
también vosotros sois madres del Niño que ha nacido para vosotros y en
vosotros, en cuanto que por el temor del Señor habéis concebido y dado a luz el
Espíritu de la salvación. Vigila, pues, madre santa, vigila solícita sobre este
recién nacido, hasta que sea formado en ti Cristo, nacido para ti[80].
Lo único
realmente importante es que el Niño crezca y se fortalezca en el cristiano
hasta transformarle en si mismo. Si leemos con atención los sermones de
Guerrico -dice D. de Wilde-, se verá enseguida lo que se proponía era la formación de Cristo en las almas de
sus monjes. Él mismo lo afirma: En
verdad, es a Cristo a quien deseo entregaros con nuestras palabras,
cualesquiera que ellas sean, para que, como dice Pedro lo santifiquéis en
vuestros corazones[81].
Que cuando
venga el Señor, nosotros monjes/as lo acojamos de verdad, y nuestro corazón sea
todo para Él. Gustemos su sabiduría, sabor y gusto por las cosas eternas, que dejan ver y gustar qué dulce es el
Señor[82].
La unión e incluso la aparente identificación de la sabiduría y del amor es un
rasgo común a Guerrico.
Hna. Florinda Panizo
[1] Damián Yáñez Neira, El beato Guerrico, segundo Abad de Igny,
Cistercium 54 (1957) 274.
[2] El Cantar de los Cantares.
[4] ¿Fueron realmente
predicados? El sermón era en la Edad Media
un género literario como otro cualquiera: cualquier escrito podía redactarse y
publicarse en forma de Sermón. Los sermones de Guerrico, como en general los de
los Padre Cistercienses, probablemente fueron pronunciados en el capítulo y
luego retocados, expurgados, embellecidos y acaso enriquecidos con párrafos
nuevos. Se desprende a lo que creo, -nos dice García M. Colombás- de la misma
lectura de esos textos preciosos. Son demasiado elegantes para haber sido
pronunciados tal cual nos han llegado en una reunión familiar, como eran las
celebraciones en los capítulos conventuales, y contienen un montón de pequeños
datos acerca de la comunidad y otras menudencias que indican claramente su
origen hablado. Cf. G. M., Colombás, La Tradición benedictina T. IV 2, Ediciones Monte
Casino, Zamora 1994, p. 704.
[5] Le charme personnel du
bienheureux Guerric d’Igny, en COCR 19 (1957) 202-237.
[6] In Festo Pentecostes serm.
1,2.
[7] G. M., Colombás, La Tradición benedictina T. IV 2, Ediciones Monte
Casino, Zamora 1994, p. 700-701.
[8] Gran Exordio, parte
III,9.
[9] De Ghellinck, J., L’essor de la littérature latine au XIIe
siècle, t. 1, Bruselas-París 1946, pp. 189-219.
[14] SB I, 5.
[15] Ibid.
[17] Adv. IV,1. Cf. Is 7,14.
[18] Res I,4. Todo el número
es muy bello relatando las visitas inesperadas y gratuitas del Señor a sus
fieles servidores como en las apariciones después de la Resurrección a las
mujeres.
[19] H. de Lubac, Exégese medievale, parte I, II, p.
397.
[21] Na I, 1-4.
[22] Nt V,3
[23] An III,6.
[24] Ra II,5.
[25] Ibid II,1.
[26] Gál 4,19. Imagen
impresionante, que completa con la dimensión materna la relación entre Pablo y
sus cristianos, expresada en 1 Cor
4,14ss. desde la dimensión paterna.
[27] NM II,1.
[28] Ibid.
[29] NM, II.
[30] NM II,1.
[31] Fil 2,6-7.
[32] San Agustín, serm.
117,2; PL 38,662-663.
[33] San Delgadillo, María y la Iglesia en la historia de
la salvación. Datos de algunos sermones del beato Guerrico de Igny, en Marianum
48 (1986) 639-666.
[37] Pseudo Agustín, Serm. In Assumpt. B. M., 5; PL 39, 2131, ed. Migne
(París); Cf. Guerrico Asun I,2,
[38] NM II,3.
[39] Pseudo Agustín, De Ann. Dominica, 2,1-2; PL ed. Migne (
París) 39.
[40] NM I,1.
[41] Pur IV,1.
[42] Asum I,2.
[43] Ibid.
[44] NM I,1.
[45] NM II,3.
[46] PP II,2
[47] Is 54; Gál 5,26-27.
[48] San Hipólito, De Christo et Antichrito, 61; PG
10,780-781. San Cipriano, Ep. 8, A los mártires y confesores de Jesucristo
IV; BAC 241 p. 393.
[49] Asun I,2.
[50] Pur II,2.
[51] Se basa en pasajes como Mt 12,46-50; Lc 11,28. Orígenes, Selecta in Gen., PG 12, 124 C ; S.
Agustín, Serm. 192, en la Nat. 9,2; BAC 447 p. 39; Id. Sobre la santa Virginidad, 5; BAC 121
pp. 143-144; Beda, In Luc 11,28, liv 4; PL 92,480.
[52] Nat II,5.
[53] 1 Co 6,20.
[54] An II,4-5
[55] An II,5.
[56]
Guerrico
de Igny, El misterio de la salvación celebrado en el
año litúrgico (Roma 1985). Cf. G. M.,
Colombás, La Tradición benedictina T. IV 2, Ediciones Monte
Casino, Zamora 1994, 714.
[57] Adv IV,4.
[58] Ibid.
[76] Ibid.
[78] Conrado de
Eberbach, Exordium magnum
Cisterciense, sive narratio de initio Cisterciensis Ordinis, ed. B.
Griesser (Roma 1961) p. 26.
[79] E. Mikkers, La spiritualitè cistercienne: DS 13,
746.
[80] In Nativitate B.M.V. serm.2,3-3. La idea de que el cristiano es “madre” de Cristo, basada en pasajes
evangélicos como Mt 12,46-50 y Lc 11,28,se encuentra en Orígenes, Gregorio de
Nisa, Beda y otros.
[81] In Nativitate Domini serm.
3,5.
[82] Sal 33,9.
Luminoso, maravilloso! Gracias! Cómo buscar sus homilías? mi mail: mesarriegui2310gmail@gmail.com Dios los proteja y bendiga,
ResponderEliminarmaría elena