AUTOR: GUILLERMO DE SAINT-
THIERRY
Con 20 años, ingresó en el monasterio de San Nicasio de
Reims, después de vivir allí cerca de 30 años, fue elegido abad del monasterio
de Saint-Thierry. Quiso realizar una reforma para mejorar la observancia, pero
no obtuvo éxito. Entonces, pensó en ingresar en la observancia cisterciense.
En 1118 conoce a San Bernardo y se crea entre ellos una
gran amistad que siempre perdurará.
Guillermo ingresa en Císter y con 60 años sufre la dureza
de la vida cisterciense y en 1148 le llega el tránsito a la vida, la Pascua,
contando unos 75 años.
“Debido a esto u según
vuestra forma de vida, moráis más en el cielo que en las celdas; arrojando de
vosotros todo lo mundano, os habéis encerrado totalmente con Dios. En efecto,
morar en la “celda” y en el “cielo” tienen el mismo parentesco; y si cielo y
celda guardan entre sí cierta relación en el nombre, lo mismo en el amor. Ahora
bien, cielo y celda parece que reciben el nombre de celar (guardar escondido) y lo que se guarda en el cielo se guarda
también en las celdas; lo que se hace en el cielo se hace también en las
celdas. ¿Qué se hace? Dedicarse a Dios, gozar de Dios. Cuando esto se hace en
las celdas con fidelidad y devoción, cumpliendo lo establecido, me atreveré a
decirlo: los mismos ángeles de Dios convierten las celdas en cielo, y se
regocijan tanto en ellas como en el cielo.
Porque
cuando en la celda se vive ininterrumpidamente las realidades celestiales, el
cielo se aproxima a la celda por la semejanza del misterio, por el afecto del
amor, por la similitud de lo que se hace. Desde ese momento ya no será largo ni
difícil el camino de la celda al cielo para el que ora o incluso sale de esta
vida, porque hay un movimiento frecuente de la celda al cielo, y casi nunca se
desciende de la celda al infierno, a no ser, como dice el salmo: Desciendan en vida, para que no desciendan
al morir[2].
Si comenzamos con el análisis
lingüístico, podemos observar, el juego de palabras que hay en el texto: cella,
coelum. En español, también es aplicable este juego de palabras: celda,
cielo. Lo hace para demostrar la similitud que hay entre estos dos
conceptos, similitud no sólo lingüística, sino, podríamos decir, “vital”.
Estos
términos son los que más aparecen en este fragmento escogido; en efecto, el
término de “cielo”, aparece once veces, y “celda”, doce veces. Así, desea casi
igualar estos conceptos a través de la repetición continuada de estos dos
sustantivos. Relaciona las realidades celestiales con las terrenales y parece
que de este modo, la vida del cielo se puede vivir ya en la Tierra , correspondencia de
funciones angelicales y monacales.
Más
en todo el fragmento, sólo hay una cita de la Sagrada Escritura :
“Desciendan en vida, para que no desciendan al morir”. (Sal 54, 16); y
que puede servir de resumen para la idea o enseñanza que nos quiere transmitir,
porque no podemos olvidar, que las Sagradas Escrituras para los cistercienses
eran un verdadero tesoro de sabiduría celestial, y no escribían ni meditaban en
nada que no se encontrara en Ellas, y por esta razón, su lenguaje suele ser, en
la mayoría de los casos, bíblico.
Los
cistercienses utilizan un lenguaje muy diferente al escolástico que es muy
conceptual, frío, aséptico diría yo, donde parece que se mete a Dios en un
laboratorio para experimentar científicamente y conocerlo así. El lenguaje de
los Cistercienses de los primeros tiempos, ha sido más afectivo, cálido y
espiritual en un intento de llevar al corazón del hombre a Dios. Por eso, en
este texto, vemos palabras que se refieren a una experiencia interior, a algo
que llega más al hombre: gozar; dedicarse a; fidelidad; ángeles; devoción;
regocijan; mundano (en su aspecto más simbólico, donde lo mundano es lo
contrario a lo espiritual); realidades celestiales; misterio; afecto del amor;
ora; morir. Como vemos, existen un gran número de palabras en este texto que
nos acercan a un contexto de calidez, experiencial, vivo y palpitante,
espiritual.
Al
hablar de la vivencia que se debe gozar en la celda, no habla en sentido
alegórico, no; habla en un sentido muy realista: se debe vivir en la celda como
en el cielo.
Veamos
ahora, que nos quiere enseñar Guillermo: Claramente se observa que es una
reflexión hecha par monjes, y más que nada, par los novicios que se inician en
la vida del monasterio.
Estos dos párrafos que he elegido,
quieren mostrar que la celda del monje debe ser un lugar para el encuentro
íntimo y profundo con Dios. Estar y actuar en la celda igual que si ya se
estuviese en el cielo, salvando las diferencias, claro.
La
celda es para estar con Dios y su función más importante es ésta; habitar en la
celda es como habitar en un santuario donde se hace presente el Señor, o mejor
dicho, es vivir ya en el cielo, gozar de Dios, de Su Amor.
Quien
hace esto con verdadero interés y amor, este amor vence todas las dificultades
existentes y permite al monje ascender hasta el cielo, pues su actividad en la
celda es la misma que se hará en el cielo.
El
monje está dedicado a Dios, toda su persona ya no le pertenece, por tanto,
cuando vive en su celda, sigue siendo “de” y “para” Dios y no debe dispersarse
de esta atención, contemplación amorosa, de esta oración que le hace subir a
las más altas realidades espirituales. La celda debe servir para subir al
cielo, pero hay que tener cuidado, porque y aunque sea poco probable, también
puede llevar a lo contrario, es decir, a descender al infierno y para que esto
no nos ocurra, Guillermo, no impone su autoridad, sino que cita un pasaje de la Sagrada Escritura ,
del libro de los Salmos para que se vea que su enseñanza no es subjetiva ni
falsa, sino sacada, extraída de la sabiduría divina que contiene la Escritura , la Palabra de Dios. Y así,
inserta esta cita al final, para cerrar su exposición con la Palabra de Dios.
Se
manifiesta en este pasaje, lo que Leclercq, llama “devoción al cielo”, y que es
uno de los primeros y más importantes temas que han desarrollado literariamente
los monjes del medievo. Y sólo se puede aspirar a esta “devoción” si ya se
ansía el cielo y para esto, es menester vivir contemplando las realidades del
cielo, suspirando por ellas, acercándose a Dios por medio de la oración y que
nada nos distraiga de esta actividad.
Para
mí, este texto también puede insertarse en mi propia vida, porque me habla de
la importancia de la unidad de la persona, de mi propia unidad, es decir, soy
monja en todo momento y no sólo cuando estoy en el coro rezando. No se puede
decir que yo sea una trabajadora, una profesional cuando trabajo en el taller y
que cuando estoy en la Iglesia
soy “más monja” y luego en mi tiempo libre soy lo que decida, no; en toda
ocasión soy una monja que se mueve en las realidades de esta vida, pero que no
debo perder el Norte; toda mi vida ha de estar fundamentada en Cristo, la Roca Angular , y en Él
y desde Él debo vivir. Por eso, no debo ver mi celda, sólo como mi “habitación”
que utilizo para dormir. Es un espacio donde puedo permanece sola, en soledad y
por tanto, un lugar adecuado para el encuentro con Dios, debe convertirse en un
espacio eficaz de santificación y no debe dejar lugar al pecado. Desde el
concepto material de “espacio” (Mi celda tiene pocos metros cuadrados), debo
ascender y tocar lo espiritual e inmaterial, de modo que dentro de un espacio
limitado “los mismos ángeles de Dios conviertan las celdas en cielo, y se
regocijan tanto en ellas como en el cielo”.
¿Tiene
este pasaje algo que decir a los hombres de nuestro tiempo? Puede parecer que
no, pues se trata de un escrito del siglo XII escrito para novicios y refleja
un ambiente que nada tiene que ver con la actualidad de hoy en día. Pero no
debemos quedarnos sólo en lo exterior y podemos ver que posee una gran carga
significativa en la actualidad, pues las realidades espirituales que
encontramos - y en realidad, cualquier
realidad espiritual - son inmutables,
permanecen a lo largo de los siglos.
La
persona debe formar una unidad aunque deba desenvolverse en muchos y diferente
ámbitos (el trabajo, el ocio, el amor, la política...), y en todos estos
aspectos debe actuar con coherencia y poniendo todo su yo. Todos sus actos,
derivan de lo que es, de su propia personalidad, de su propia realidad vital.
Y
el hombre debe averiguar, convencerse que esta vida material, mortal no es la
única existente y debe por tanto, fijar sus objetivos hacia algo más alto y
duradero. Debe dedicar tiempo a Dios, como dice Guillermo: “Dedicarse a
Dios, gozar de Dios”. Ha de buscar tiempo para la soledad y encontrarse
consigo mismo para encontrase con Dios, y ésta es una idea muy utilizada por
San Bernardo. Y la consecuencia que debe derivarse de este encuentro
interpersonal y amoroso, es una vida orientada al Señor y desde él. La celda es
ese lugar adecuado donde uno puede entrar en comunión con Dios en soledad.
Los
monjes somos cristianos y los medios que tenemos para ir hacia el Señor no
deben ser ocultados a los demás cristianos, todos estamos llamados a la
santidad y a vivir la plenitud de la vida que Dios por Jesús y a través de Su
Espíritu, nos tiene preparada.
Hna.
Marina Medina
gracias.
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