14 de julio de 2012

ESTABILIDAD EN LA REGLA BENEDICTINA

LA STABILITAS: ¿ESTANCAMIENTO (INMOVILISMO) O EXPERIENCIA DE COMUNIÓN?




      
           El tema de la “estabilidad” entiendo que está poco considerado y estudiado  porque realmente en general no se aprecia en su justo valor dentro de la vida monástica. De los otros dos votos –obediencia pobreza, castidad  e incluso  conversión de costumbres- se habla y estudia mucho, pero la estabilidad es una cuestión de la que sólo hemos rozado la superficie la mayoría de los monjes y monjas; ¿sabemos realmente todo lo que implica este voto? Debemos advertir que la estabilidad no significa un “estar” sin más, es algo más, se debe ir realizando y debe llevar a la comunión con Dios y a los hermanos, no a la soledad o a la apatía y falta de dinamismo.

I- Algunas notas sobre la estabilidad en San Benito

            El término “stabilitas” en la RB hace mención a la perseverancia del postulante a quien se le ha hecho conocer la “dureza” del comino que conduce a Dios: “El que va a ser admitido, prometa delante de todos en el oratorio estabilidad… De esta promesa redactará un documento…” (RB 58, 17. 19). El clérigo que desee ser monje, está también obligado a este compromiso (RB 60, 8-9). También, otro monje benedictino puede fijar su estabilidad en otro monasterio benedictino con permiso de su propio abad (RB 61, 13). El capítulo dedicado a los instrumentos de las buenas obras, termina así: “Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad” (RB 4, 78). Lo que reprocha San Benito de los monjes giróvagos, es precisamente que: “Siempre están errantes y nunca estables…” (RB 1, 10).

            Por el voto de estabilidad San Benito reacciona contra la “girovancia”. La estabilidad tiene por tanto el sentido preciso de una permanencia en el monasterio de la profesión. Pero la estabilidad debe concebirse como el lazo que une al monje con su abad y a la comunidad de sus hermanos, más bien que como un lazo local en un lugar determinado.

            El voto de estabilidad no pone fin al éxodo, puesto que el monje que lo practica no ha llegado todavía a la tierra Prometida.

            Contrariamente a lo que se ha querido dar a entender, la promesa de estabilidad no es una innovación en San Benito, ya que encontramos que en las reglas latinas del siglo VI, ya prescriben que el monje debe permanecer ligado a su comunidad durante toda la vida. En la Regla de San Benito, se observan varias condiciones para el que quiera ser monje: vivir habitualmente en el monasterio y reducir las salidas; perseverar en la comunidad y ser en ella obediente hasta la muerte: Es en este último punto donde recae la promesa de estabilidad: es un compromiso relativo a una promesa especificada en el tiempo –para siempre- y en el espacio: el cenobita no practica la obediencia en cualquier lugar, sino en el coenobium.

            San Benito manda que el neoprofeso prometa expresamente: “su estabilidad, la conversatio morum suorum, y la obediencia” (RB 58, 17).

            Son tres aspectos de ese votum global, que el santo Legislador considera muy importante para conseguir una vida auténticamente monástico-cenobita; son tres actitudes que él quiere ver aseguradas y profundamente enraizadas desde el principio y para toda la vida en el alma del candidato.

            En la estabilidad benedictina se pueden distinguir tres modalidades:
-La estabilidad fundamental o primaria, que exige perseverar en el monasterio hasta la muerte en la vida monástica bajo la Regla y el abad.
-La estabilidad material, que significa vivir la vocación monástica dentro del monasterio.
-La estabilidad formal, donde el monje queda vinculado voluntariamente a la comunidad a la cual fue agregado el día de su profesión.
-En realidad, estas tres modalidades deben darse conjuntamente pues en realidad, son interdependientes y no pueden darse la una sin la otra.


II- Contenido de la estabilidad

            Se trata ante todo, de permanecer con los miembros de una comunidad, y no solamente de mantenerse espiritualmente unido con ellos, aceptando su mismo ideal de vida, pero realizándolo en otro lugar diferente de donde ellos se encuentran. Precisamente es aquí, donde el monacato cenobita se distingue de las formas de vida religiosa que han surgido más tarde, y en las que se sigue la misma observancia pero fuera de la casa en la que ha sido admitido y formado.

            En la RM (Regla del Maestro) se habla de firmitas y de stabilitas en la RB y tienen el sentido moral de “perseverancia”. En la RM, los que quieran agrgarse a la comunidad, deben aceptar esta forma de perseverancia o de estabilidad que les liga a pertenecer toda la vida al monasterio. En la RB, el principal término que está asociado a la idea de permanencia es el de stare: el monje es aquel que, por oposición al monje itinerante, quiere permanecer toda la vida, en un mismo monasterio. Por lo tanto, la estabilidad se especifica por un elemento de tiempo –la perpetuidad- , y una circunstancia de espacio o lugar: permanecer en el mismo sitio: que es el de una comunidad. Pero no se trata de una permanencia material solamente; la noción de estabilidad implica adaptarse a la regla de vida de una comunidad y esto es más importante que el hecho de estar allí; la RB habla más de esta obligación que del detalle de las salidas y de las ausencias.

            La estabilidad no recae sobre tres objetos distintos, que constituirían la materia de los tres “votos”: la estabilidad, la coversatio moruno conversión de costumbres, y la obediencia. La profesión no tiene más que una finalidad: la conversión; los otros dos términos no hacen más que explicar su contenido; la estabilidad incluye la obediencia y la conversión, incluye a las dos. Pero la estabilidad añade la idea de que la obediencia y la obediencia se viven habitualmente en un monasterio.

            Tanto la stabilitas loci (residir en un mismo lugar) como la stabilitas congregatione (estatuto de pertenecer a la comunidad que vive en ese lugar), responden a la idea de San Benito. No se puede disociar la comunidad del lugar. Sería contrario a la intención de San Benito comprometerse en una comunidad, haciendo abstracción  de un lugar, y de uno solo.

La Regla provee para que se encuentre en el monasterio todo lo es necesario para la vida cotidiana. Y en esta forma, la estabilidad de la comunidad se apoya en la estabilidad en la estabilidad de cada uno de los miembros, la cual consiste en residir realmente en el monasterio toda la vida.

III- Tentaciones y peligros de la estabilidad

            III.1- Las tentaciones

            Pueden ser de dos tipos opuestos: deseo de un mayor silencio, de una soledad total, o, por el contrario, deseo de un apostolado, de un ministerio, de más amplia apertura al mundo.
            En los dos casos, es la misma tentación de partir, la atracción por “lo de afuera”, el atractivo por lo de allá lejos, que es un sucedáneo del más allá y traduce una búsqueda del absoluto, pero acaba en la inestabilidad. La estabilidad protege contra la tentación de buscar un bien superior en otro lugar o monasterio.

           
III.2- Los peligros

            El inmovilismo, la inercia, la costumbre, pueden camuflarse tras el hermoso vocablo de estabilidad. Casiano, en la conferencia del Abad Teodoro, señala que la estabilidad constituye un factor de progreso: la última frase del capítulo XIV: “Cuando se extingue el deseo de avanzar, está próximo el peligro de retroceder”, se encadena con la primera frase del capítulo XV: “Pero para ello es necesario estarse siempre en su celda”. Es decir, uno no puede conservar su estabilidad y su equilibrio sino progresando; y la inestabilidad es frecuentemente un indicio de rechazo del progreso.

            La estabilidad no es un bien en sí; practicad por sí misma, puede llegar a ser un defecto. Por lo tanto, la estabilidad no es un bien sino cuando sigue siendo un medio: sólo se la debe practicar en la medida en que favorezca la búsqueda de Dios, pero no se la debe abandonar sin razón grave.

            El pensar que hay otras maneras de santificarse. El exilio voluntario para vivir desconocido  e ignorado, porque se es demasiado honrado en el lugar donde se vive. Pero la estabilidad es uno de los sellos distintivos de la orden benedictina, un elemento nuevo con relación a los monacatos precedentes, objeto de un voto. Por eso, Dom  Guéranger decía en su comentario inédito a la Regla: “La estabilidad conforma toda la institución benedictina”.

            Un núcleo relativamente importante de comunidades monásticas de la Alta Edad Media nació al elevar la paternidad espiritual personalizada a una dimensión comunitaria. Al hacerlo se corría un peligro: el peligro de falsear dicha paternidad estandarizando las relaciones maestro-discípulo, transportándolas al plano social y vaciándolas de su contenido personal e íntimo. En cuyo supuesto, el abad sentirá viva la tentación de convertirse en el hombre de la Regla y del reglamento, siendo éste último considerado menos como método de educación personal, que como salvaguarda del grupo, ley de la sociedad monástica y expresión del bien común. Pero si la comunidad sabe hacer la adecuada transposición, viendo en la Regla una expresión de la voluntad de Dios transmitida por medio de un prestigioso legislador, la Regla se le manifestará sobre todo como una preciada herencia de comunidad en función del bien común. Lejos de de un vaciado de contenido real, lo que se ha operado ha sido un cambio en plenitud: de la dirección espiritual personalizada se ha pasado al discipulado comunitario en la escuela del servicio divino.

            Pues bien, San Benito introduce en su Regla un doble elemento de enorme alcance, expresivo de la estabilidad y el dinamismo: la Regla y el abad.

IV- Nivel espiritual

            Hay una expresión en RB que connota estabilidad disciplinar: observar la Regla, guardar la Regla. Es una condición sine qua non para la admisión de cualquier candidato: ha de prometer respetar las reglas de juego vigentes en el monasterio; observarlas en su integridad será condición indispensable para la admisión de los posibles candidatos a la vida monástica (RB 58, 14; 60, 3). Lo mismo se les exige a los monjes sacerdotes que viven ya en el monasterio (RB 62, 7), al mismo prior (RB 65, 17) e incluso al abad, quien debe hacerlo todo según las prescripciones de la Regla (RB 3, 11). Y, en general, los monjes demostrarán una cierta honradez y una elemental vivencia monástica observando puntualmente la Regla (RB 73, 1).

            Como se ve, todo este conjunto de prescripciones se inscribe en el marco de la observancia de las buenas obras, que con la fe, será el ceñidor que permitirá al monje caminar holgadamente por los caminos del Evangelio hasta llegar a la meta: la patria definitiva (Pról 21).

            Esta profunda fe y esta cotidiana práctica de las buenas obras, han de ejercitarse en el marco monasterial –elemento material de estabilización- . No es extraño, en consecuencia, que a los tres tipos de posibles candidatos a la vida monástica: seglares, clérigos o sacerdotes, se les exija la promesa de estabilidad comunitaria como condición previa a su admisión (RB 58, 17: seglares, RB 60, 9: clérigos; RB 61, 5: sacerdotes). Es decir, que para San Benito la condición irrenunciable para que un candidato se integre en una comunidad monástica es la promesa de estabilidad, y de estabilidad precisamente en la comunidad que acoge (RB 58, 14. 23; 59, 1; 61, 8) y a la que se acoge (RB 60, 1. 8).

            Y en esa comunidad habrá que perseverar hasta la muerte (Pról 50). La estabilidad fija al monje en una familia monástica, en un monasterio; la perseverancia le fija en el ideal, de ahí que ambos sean conceptos complementarios. Y vemos también un texto del abad en donde engloba ambos aspectos y nos habla de “perseverancia en la estabilidad” (RB 58, 9), lo cual indica que la perseverancia en el ideal, es una condición indispensable para mantener la estabilidad en una Comunidad. Por eso, San Benito nos repite: “De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte –estabilidad- , participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo –perseverancia- , para que podamos compartir con él también su reino. Amén” (Pról 50). Y en lo más arduo de esta participación en los sufrimientos de Cristo (4º grado de humildad), San Benito nos recuerda la frase evangélica: “el que persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10, 22: RB 7, 36).

            Tan convencido está Benito de la necesidad de un compromiso de estabilidad para construir comunidades estables  que recalca su pensamiento acuñando la expresión firmare stabilitatem: fijar la estabilidad (RB 61, 5). Expresión del carácter inmutable –inmutabilidad humana- de la incardinación monástica en el monasterio y con los miembros de esa comunidad.

            Para expresar esta forma de vida monástica, San Benito acude a este término estabilizador: habitator, habitare; es el vocabulario propio de este tipo de monaquismo estable. San Benito utiliza nueve veces el verbo habitare y el sustantivo habitator: tres, refiriéndose a la morada definitiva: la vida eterna (Pról. 22. 23. 39) y seis en relación con el monasterio que, en su calidad de “Casa de Dios” (RB 31, 19; 53, 22), es preludio de la estabilidad propia de la Patria definitiva (Pról. 39; 40, 8; 55, 1; 60 tit; 61,1. 13).

V- Actualidad y sentido de este voto

            El voto de estabilidad en una comunidad adquiere hoy, un gran valor y es de evidente actualidad.

            Se ha extendido por el mundo de las almas consagradas el relativismo imperante en estos tiempos y que vicia de raíz todo compromiso ante Dios. Se siente horror a hipotecar la libertad humana, se discute la conveniencia de los compromisos religiosos de por vida...

            Un compromiso serio de estabilizar la consagración a Dios en una comunidad cristiana libremente elegida es, pues, hoy, más oportuno que nunca.
            Otros efectos negativos que vemos, es la profunda inestabilidad e inseguridad. Vivimos en un mundo donde reina la movilidad. Todo cambia a una velocidad de vértigo. Las personas nos sentimos cada vez menos afincadas a un lugar determinado. Así, nuestra caridad tiende a universalizarse, a salir de las fronteras de nuestro pequeño mundo, pero también, esta caridad corre el riesgo de despersonalizarse, de perder contacto con el hombre concreto. De ahí, la conveniencia de formar comunidades cristianas estables, cuyos miembros se comprometan a permanecer unidos de por vida.

            Pero la estabilidad benedictina, posee aspectos tendentes a crear una auténtica vida en comunión de fe y de amor.

            En el capítulo 58: Del modo de recibir a los hermanos, nos dice que la ceremonia debe concluir con un rito muy expresivo: el neoprofeso debe postrarse a los pies de cada uno de los miembros de la comunidad, quienes le reciben como a un nuevo hermano, “...y ya desde ese día debe ser considerado como miembro de la comunidad” (RB 58, 23). Es decir, que su vida queda establemente unida a esa comunidad cristiana, cuyo ideal y marco de vida acepta. La misma idea se halla expresada, con más fuerza si cabe, en las palabras que cierran el capítulo cuarto sobre los instrumentos de las buenas obras: “Pero el taller donde hemos de trabajar incansablemente en todo esto es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad” (stabilitas in congregatione; San benito utiliza el término de congregatione para referirse a la comunidad) (RB 4, 78).

            El monje, según esto, se compromete por el voto de estabilidad a santificarse formando un todo con sus hermanos.

            El dinamismo de este voto se halla magistralmente expresado en el párrafo que cierra el Prólogo de la Regla: “ De esta manera, si no nos desviamos jamás del magisterio divino y perseveramos en su doctrina y en el monasterio hasta la muerte, participaremos con nuestra paciencia en los sufrimientos de Cristo, para que podamos compartir también con él su reino. Amén” (Pról. 50).

            El postulante solicita ser admitido en una comunidad cristiana cuyas características ha conocido durante un año de prueba. La comunidad le admite. Un juramento de mutua fidelidad estabiliza esa situación. Ahora bien, el ingreso en una comunidad lleva inevitablemente anejo el compromiso de entrar en el dinamismo espiritual propio de esa comunidad, de compartir con los hermanos la ruta que conduce  a la casa del Padre común. Se pondrán en común los bienes espirituales y materiales, las alegrías y los sufrimientos, los éxitos y los fracasos para que la comunión sea plena.

VI- Efectos de la estabilidad

            Estabiliza en la práctica del bien costoso: La vida estable compartida con un grupo de hermanos, convocados por Cristo, ayuda a conjurar la tentación de la inconstancia y cansancio que amenazan siempre a todo ideal subido. Sentir firmemente comprometida su suerte en una comunidad determinada amortigua el afán de zafarse de las dificultades y estabiliza en la práctica del bien costoso.

            La comunidad monástica tiene su origen en una alianza. Es un pacto entre hermanos ante Dios y con Dios. Espontáneamente se hermanan y libremente se obligan a ser fieles a Dios, amándose y amándole. Esta comunidad ha sido fruto de la gracia divina, es el amor de Dios el que los ha congregado in unum. Así, como ecclesiola in Ecclesia, la comunidad monástica es fruto de una alianza de hermanos con Dios en Cristo: “ El que va ser admitido, prometa delante de todos en el oratorio... ante Dios y sus santos, para que, si alguna vez cambiara de conducta, sepa que ha de ser juzgado por Aquel de quien se burla” (RB 58, 17-18).

            Ahora bien, la permanencia de una alianza está supeditada a la fidelidad. La estabilidad tiende a reforzar esa fidelidad. La estabilidad obliga al monje “a perseverar en su doctrina (de Dios)... hasta la muerte” (Pról. 50), a no abandonar el monasterio ni sustraer su cerviz al yugo de la Regla (RB 58, 15-16).

            Estabiliza en el esfuerzo creciente por hacer una comunidad mejor: la estabilidad solidariza a un grupo de cristianos, uniéndolos codo con codo en un común esfuerzo par alcanzar la meta; nada más lejos de un estancamiento o inmovilidad sobre todo en el plano espiritual, sino que da lugar a una verdadera experiencia de comunión con Dios y de esta unión, nace la unión con los hermanos.

            La suerte de la comunidad es la suerte de cada uno de los hermanos y a su vez, la suerte de cada miembro es compartida por todos. La estabilidad incluye el compromiso de cooperar todos al mantenimiento y desarrollo del dinamismo pascual de la comunidad.

            La comunidad ha de ser objeto de una constante preocupación por parte de cada uno de los que la componen. El que ingresa ha de hacerlo  con espíritu de servicio, con la intención de darse a los hermanos, de ayudarles a buscar a Dios.
            Para todos, el primer cometido ha de ser fomentar la comunión con Dios y entre sí; un amor sincero e inquebrantable, capaz de resistir las más duras pruebas.

            El voto de estabilidad tiende a crear y potenciar al máximo una dinámica de comunión, a fomentar el espíritu de una auténtica y viva familia sobrenatural. Requiere un cultivo intenso y constante de aquellos medios que estabilizan  en la paz y caridad comunitarias, que hacen comunidad, que crean comunidad cristiana.

Conclusión

            Para conservar el equilibrio entre estabilidad y dinamismo que San Benito ha establecido en la Regla, sin dejarse arrastrar ni a un inmovilismo inerte y condenado de antemano al fracaso por una sociedad en perpetuo cambio, ni a una insensata movilidad que destruye al sujeto permanente y beneficiario del cambio, hace falta discretio y sapientia.

            Sin la discretio, dice San Benito, el abad se vería incapacitado para conservar la Regla en todos sus puntos (RB 64, 19-20), pues o bien se dejaría llevar por un literalismo a ultranza con detrimento del espíritu que anima las disposiciones regulares, o bien en aras del espíritu sacrificaría el cuerpo de observancias que el espíritu está llamado a vivificar.

            Sobre la sapientia, observamos que le capítulo 53, sobre el hospedero, nos dice nuestro abad: “... Y siempre esté administrada la casa de Dios sabiamente por personas poseídas por la sabiduría” (RB 53, 22). Y como el abad es el administrador in capite del monasterio, habrá de ser elegido teniendo como criterio el mérito de su vida y doctrina de “sabiduría” (RB 64, 2).

            Además de la discreción y la sabiduría, es necesario también, el zelus. San Benito quiere desterrar del monasterio el celo malo, que rezuma amargura, separa de  Dios y lleva al infierno (RB 4, 66; 65, 22; 72, 1), y promueve el celo bueno que aparta de los viciso, conduce a Dios y lleva a la vida eterna (RB 72, 2).

            Como conclusión, diremos que, según la Regla de San Benito, la estabilidad es:

1-     Un compromiso monástico total, al que no están obligados los que no sean monjes e incluye:
2-     Perseverancia en este propósito monástico hasta la muerte.
3-     Pertenencia a una comunidad, a diferencia de los ermitaños que viven solos.
4-     Permanencia habitual en la clausura del monasterio donde vive la comunidad.
5-     Aceptación y observancia de la Regla vigente en la comunidad, lo que incluye:
6-     La conversión de costumbres, por consiguiente, el celibato y la puesta en común de los bienes, y además:
7-     La obediencia, es decir, sumisión a la Regla y al abad.
San Benito u los antiguos concebían la estabilidad como un compromiso de carácter espiritual, poniendo a la persona, en su integridad, al servicio de Dios, de acuerdo con una Regla que engloba todas sus actividades.
En último análisis, la estabilidad, es comprometerse a participar en la paciencia, en la obediencia, en la perseverancia de Cristo, que en Él fueron totales, sin límites y que el Espíritu de Su Resurrección las actualiza en nosotros con el fin de que participemos también en Su gloria, en Su alegría y en Su libertad.



Hna. Marina Medina Postigo
                                                 

BIBLIOGRAFÍA

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