29 de mayo de 2012

VIDA CONSAGRADA

Nuestras hermanas Florinda y Marina participando
en la "44 SEMANA DE VIDA CONSAGRADA"
IMPRONTA DEL CONCILIO VATICANO II EN LA VIDA CONSAGRADA

I-     El Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II fue un concilio ecuménico de la Iglesia católica siendo uno de los eventos históricos más representativos del siglo XX. Fue convocado por el Papa Juan XXIII, quien ya lo anuncio en enero de 1959.
      La lengua del Concilio fue la lengua latina y ha contado con una media de asistencia de unos dos mil padres conciliares. Además asistieron miembros de otras confesiones cristianas.

I.1- Antecedentes

      A lo largo de los años 1950, la investigación teológica y bíblica católica había empezado a apartarse del neoescolasticismo y el literalismo bíblico que la reacción del modernismo había impuesto desde el Concilio Vaticano I. Esta evolución puede apreciarse en teólogos como los jesuitas Karl Rahner o John Courtney Murray, cuyos esfuerzos se habían encaminado a integrar la experiencia humana moderna con el dogma cristiano, así como otros como Yves Congar, Joseph Ratzinger (ahora el Papa Benedicto XVI) y Henri de Lubac que buscaban lo que veían como una comprensión más ajustada de la Escritura y de los Santos Padres, un retorno a las fuentes (ressourcement) y una actualización (aggiornamento).

      Al mismo tiempo los obispos de todo Edmundo venían afrontando tremendos desafíos asociados al cambio político, social, económico y tecnológico. Algunos de ellos aspiraban a formas nuevas de responder a esos cambios. El Concilio Vaticano I, desarrollado casi un siglo antes, fue interrumpido cuando el ejército italiano entró en Roma en los últimos momentos de la unificación italiana. Sólo habían concluido las deliberaciones relativas al papel del papado, dejando sin resolver los aspectos pastorales y dogmáticos concernientes al conjunto de la Iglesia.

      El Papa Juan XXIII manifestó su intención de convocar el Concilio el 25 de enero de 1959, tres meses después de su elección. Una de las respuestas que dio cunado se le preguntó el por qué de un concilio, fue: “Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia fuera y los fieles puedan ver hacia el interior”. Invitó a otras iglesias a enviar observadores al concilio, aceptándolo tanto iglesias protestantes como ortodoxas.

I.2- Objetivos


      Si por un lado el Concilio debía responder a tres preguntas fundamentales: la relación entre la fe y las ciencias modernas; la relación entre la Iglesia y el Estado moderno; el problema de la tolerancia religiosa. Por otro lado debía mantenerse fiel al depósito de la fe, como ha sido siempre su tarea a lo largo de los siglos y transmitirlo intacto, pero fresco, con una reflexión de acuerdo a las necesidades de los tiempos, al hombre actual.

      Los objetivos se pueden resumir en estos:

      -Promover el desarrollo  de la fe católica.

      -Lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles.

      -Adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo.

      Trató de la Ig lesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa…, siendo sus características más importantes la renovación y la tradición.

I.3- Repercusiones del Concilio en la vida consagrada

La Iglesia tenía que darse a la tarea de reflexionar sobre los elementos esenciales que la componían, y entre ellos se encontraba la vida consagrada. La labor del Concilio era la de reflexionar sobre esta realidad, confrontarse con ella y aportar al hombre actual los frutos de esta reflexión, en términos que pudieran ser significativos a las nuevas realidades por las que ahora debía transcurrir su vida. Se trataba entonces, de ir a lo esencial, descubrir los elementos esenciales que siempre habían pertenecido a la vida consagrada y ofrecerlos al hombre de hoy, de acuerdo a las exigencias de su tiempo.

Así, la vida consagrada vino a conocer con mayor profundidad lo que desde siempre había conformado su identidad: una llamada, una persona que llama, una respuesta, un compromiso y unos votos. Todo los cual se puede sintetizar en el seguimiento más cercano de Cristo, al estilo y según el carisma del Fundador.

El Concilio no ha cambiado o redimensionado el concepto de vida consagrada, sino que ha realizado una síntesis de fidelidad y de dinamicidad, ha sabido reflexionar, profundizar y dar a conocer al mundo de hoy cuál es la identidad y el modo en que ha estado presentada. La identidad sigue siendo la misma, la novedad es la reflexión que ha hecho de esta identidad y el modo en que la ha presentado.

Esta identidad ha sido definida a la luz de las vocaciones que se dan en la Iglesia. Si antes se hablaba de estado de perfección, ahora ésta se debería ver junto con las demás vocaciones en la Iglesia, en la caridad: “La identidad de la vida religiosa y de su papel específico recibe una nueva luz a través de la pluriformidad y complementariedad de vocaciones y ministerios existentes en la Iglesia. Por eso es necesario conocer y dar su justo valor a las funciones que competen a cada uno de los componentes eclesiales: ministerio jerárquico, vida consagrada en sus diversas formas, laicado.

De esta forma el ejercicio de la función propia de cada uno se realiza en una búsqueda constante de convergencia fraterna y de complemento mutuo que es, al mismo tiempo, afirmación de la identidad propia y de la comunión eclesial”. Una identidad que esta conformada sobre todo por el carisma de cada Instituto religioso. Carisma que el documento Mutuae relaciones definió como “experiencia del Espíritu”.

Y con el andar del tiempo, la reflexión teológica a la que había invitado Pablo VI, fue dando sus frutos cuando en 1983 quedan definidos los elementos esenciales que constituyen la identidad de la vida consagrada: una forma de particular consagración a Dios, a través de la vivencia de los votos, la vida fraterna en comunidad, la misión evangélica, la oración, el ascetismo, el testimonio público, las relaciones con la Iglesia, la formación, el gobierno.

La labor de salvaguardar la identidad de la vida consagrada es una labor que no se reserva a unas personas en particular, sino a todos los miembros del Instituto, lo cual viene recogido en el canon 578 del Código de Derecho Canónico: “La naturaleza, fin, espíritu y carácter del Instituto, como fueron establecidos por el fundado o fundadora y aprobados por la Iglesia, deben ser salvaguardados por todos, junto con las sanas tradiciones del Instituto”.

Los cambios propuestos por el Concilio en la vida consagrada, se han dado en la forma y no en el cambio, ya que el fondo debe mantenerse para logra vivir la novedad en la continuidad.

Las directrices de estos cambios se hallan señaladas en el Decreto Perfectae Caritatis, del 28 de octubre de 1965. Las repercusiones en la vida consagrada por parte del Concilio han dependido fundamentalmente de la forma en que se han acogido las directrices emanadas en el Decreto que hemos acabado de citar. De la forma de lectura –hermenéutica, la llamará el Papa-, dependen las aplicaciones  prácticas que la vida consagrada ha hecho de las directrices (artículo 2 del decreto) para la renovación.

Los documentos del Vaticano II que más han influido en la renovación de la vida consagrada han sido:

-Dei Verbum (Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación), para los fundamentos bíblicos.

-Lumen Gentium (Constitución Dogmática sobre la Iglesia), para el fundamento y el marco teológico-eclesiológico.

-Sacrosanctum Concilium (Constitución sobre la Sagrada Liturgia), para la vivencia espiritual y litúrgica.

-Gaudium et Spes (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual), para la relación de la vida consagrada con el mundo.

En el Concilio, la renovación de la vida religiosa se advertía como absolutamente necesaria, quizás más que en ningún otro estamento eclesial. El Perfectae Caritatis dio normas justas y adecuadas para emprender esta tarea de renovación. En su número dos se establece un doble principio que después se irá explicitando a lo largo de todo el Decreto:

“La renovación adecuada de la vida religiosa abarca a un tiempo, por una parte, la vuelta a las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva inspiración de los Institutos y, por otra, una adaptación de los mismos a las diversas condiciones de los tiempos”.


      En este número del Decreto, el Concilio impone a los religiosos un reencuentro con el “Evangelio” y con la “Historia”, y, al mismo tiempo, una proyección hacia el presente y hacia el futuro.

      Los cauces para la aplicación concreta de esos principios fundamentales de renovación fueron posteriormente objeto del motu proprio Ecclesiae Sanctae (6 de agosto de 1966) en el cual se invitaba a todos los Institutos religiosos a llevar a cabo una leal, sincera y pronta adaptación de las Constituciones, de los Directorios y demás libros de costumbres a las disposiciones conciliares. En los siguientes años aparecieron documentos de la Santa Sede por los cuales se ha prestado  una valiosa aportación para la renovación en la vida religiosa. Por su importancia jurídica y doctrinal merecen destacarse:

      -Cum Admotae (6 de noviembre de 1965) y Religionum Laicalium (31 de mayo de 1966) por los que se conceden a los Superiores Generales de Institutos religiosos clericales y laicales, respectivamente, algunas facultades para el régimen interno de los religiosos.

      -Renovationis Causam (6 de enero de 1969) y es una instrucción en la que se aborda de un modo directo la adaptación de la formación en la vida religiosa.

      -Evangelica Testificatio (29 de junio de 1971), es una exhortación de Pablo VI a los religiosos y religiosas. Ha sido calificada como la “Carta de la vida religiosa”. En ella el Papa reemprendía las enseñanzas del Concilio Vaticano II tocando los puntos esenciales del aggiornamento de los religiosos.

      -Mutuae Relationes (14 de mayo de 1978), se trata de un documento conjunto de las Sagradas Congregaciones para los obispos y los religiosos e Insitutos Seculares en el que se imparten los criterios pastorales que han de presidir las relaciones entre los obispos y los religiosos.

      A estas intervenciones de la Santa Sede hay que añadir el frecuente magisterio de los últimos Pontífices en torno a la vida religiosa con ocasión de Audiencias Generales y más particularmente en presencia de Capítulos Generales de Congregaciones y Órdenes religiosas y monásticas.

      Sin embargo también merece destacarse la Exhortación Apostólica Postsinodal de Juan Pablo II al Episcopado y al Clero, a las Órdenes y Congregaciones Religiosas, a las Sociedades de Vida Apostólica, a los Institutos Seculares y a todos los fieles sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996). Sin olvidar tampoco otras enseñanzas del Magisterio de la Iglesia muy importantes como son: Vida Fraterna en Comunidad (1994); la Instrucción Caminar desde Cristo (2002); y la Instrucción el servicio de la autoridad y la obediencia (2008).

II- LUMEN GENTIUM Y LA VIDA CONSAGRADA

Para ver los preceptos de la vida religiosa en la Constitución Dogmática Lumen Gentium (Luz de las Gentes), nos debemos trasladar al Capítulo VI: “Los religiosos”, cuyos artículos van del 43 al 47 inclusive.

Lumen Gentium del Concilio Vaticano II pone de relieve  la idea según  la  cual, la Vida Religiosa  en  general  y  cada Instituto  Religioso en particular, es una donación de  gracia que ha  de  responder  a una concreta utilidad del Pueblo  de Dios. Es  decir,  ha de responder a las  circunstancias  de tiempo  y  de lugar en que se encuentra la concreta  comunidad eclesial  en  las  que  el  Espíritu  hace  surgir  una  forma determinada de vida.

Las diversas formas de Vida Religiosa no son islas, sino que están dependiendo del ambiente eclesial  y social en que surgen.

La  Vida Religiosa es parte de la Vida de la Iglesia y  ha ocupado  un  puesto dentro de ésta; no es un capítulo  aparte. Sin  un  conocimiento de la Iglesia en general,  no  se  podrá comprender  suficientemente la Vida Religiosa en sus  diversas formas.     Es  preciso analizar los puntos  de  contacto,  la evolución de las diversas formas de Vida Religiosa como  modos de  existencia  cristiana  dentro  de  la  Iglesia.   La  Vida Religiosa  surge de la Vida de la Iglesia y ha de redundar  en utilidad de la misma Iglesia.

Si  como dice la Lumen Gentium, la Vida Religiosa surge de la  vida  misma  de la Iglesia, solamente podrá  alcanzar  una inteligibilidad  cumplida si se explica  dentro  del  contexto eclesial  en que viene a la existencia.  El ser y el hacer  de la  Vida Religiosa no pueden estar disociados, ni mucho  menos enfrentados,  al  ser  y al hacer de los restantes  estamentos del Pueblo de Dios.

La  Vida  Religiosa  es  una  realidad  teológica,  porque solamente  se  puede  conocer en toda  su  hondura  desde  una perspectiva de fe, porque su origen y desarrollo está bajo  la constante  acción  del  Espíritu Santo  hasta  la  consumación escatológica.  De la Vida Religiosa dice expresamente la Lumen Gentium  que es un don concedido por el espíritu a su Iglesia. La Vida Religiosa es una parcela de la Iglesia.

La  Vida  Religiosa debe al Concilio Vaticano  II  el  don inapreciable  de haber sido, por primera vez en  la  historia, introducida  como   parte  integrante  de  una   Constitución Dogmática.   La  Vida Religiosa, en efecto, es objeto  de  las reflexiones  eclesiológicas en el  Capítulo  VI  de  la  Lumen Gentium, como ya hemos indicado, lo cual significa, que la Vida Religiosa,  participa de la naturaleza teológica de la Iglesia.

De  la doctrina Conciliar del Capítulo VI de la Lumen Gentium se pueden deducir las  siguientes conclusiones:

  a)    La  Vida Religiosa es una donación de gracia de  Dios  concedida a su Iglesia: «Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia... son un don divino que la Iglesia recibe de su Señor y que con su gracia conserva siempre» L.G.43.

  b)    La Vida Religiosa se inserta siempre en la dimensión de vida    y   santidad  de  la  Iglesia,  no  en  su  estructura jerárquica:

"El  estado  constituido por la profesión de los  consejos evangélicos,   aunque  no  pertenece   a   la   estructura jerárquica de la Iglesia, sin embargo, pertenece de manera indiscutible a su vida y santidad" LG 44.

  c)    La  finalidad  de  la  Vida Religiosa  es  siempre  una utilidad para el Pueblo de Dios:

«...  algunos cristianos son llamados por Dios para  poseer un  don  particular  en la vida de la Iglesia  y  para  que contribuyan a la misión salvífica de ésta, cada cual  según su modo» LG 43

«La  misma  Jerarquía, siguiendo dócilmente el impulso  del Espíritu..., asiste con su autoridad vigilante y protectora a los Institutos erigidos por todas partes para edificación del  cuerpo  de  Cristo, con el fin de  que  en  todo  caso crezcan y florezcan según el espíritu de los Fundadores» LG 45.

  Vamos a presentar un poco más desarrollados algunos de los artículos del Capítulo VI:

-El número 43 es una presentación de la vida religiosa.

*Consejos Evangélicos: Se identifica la vida religiosa con la profesión de los Consejos Evangélicos. La iglesia ven en estos Consejos una forma de seguir el estilo de vida de Jesús mientras vivió entre nosotros.

*La Consagración: La consagración a Dios según el Concilio, es el modo más singular y específico del seguimiento propio de la vida religiosa. El Concilio dio primacía a la consagración pública sobre la privada.

*El Fundamento: es el mismo Señor: “fundados en las palabras y ejemplos del Señor” (Perfectae Caritatis 1; y Vita consecrata 14).

El verdadero fundamento por tanto, es el Señor Jesús, con su modo de vida, con sus palabras, su voluntaria y amada vivencia de la castidad, pobreza y obediencia al Padre. La vida consagrada es seguir a Cristo según el ejemplo que Él nos dio con su vida.

*Don: Los Consejos Evangélicos son un don divino que la Iglesia ha recibido del Señor.

*Los Consejos Evangélicos no pertenecen a la estructura jerárquica de la Iglesia, pero pertencen a su vida y santidad como nos dice el artículo 44.
-Artículo 44: “Naturaleza e importancia del estado religioso en la iglesia”.

Este artículo nos indica que:

*La consagración es a Dios y de ahí la dimensión teologal de la vida consagrada.

*Es una consagración que se debe a una relación personal, íntima y entrañable con la Persona amada que en este caso es Dios.

*El amor a Dios es principal en los religiosos.

*Con la consagración se adquiere una realidad nueva por “un título nuevo y especial” (VC: 30-31), que da lugar a un tipo nuevo de vivencia cristiana.

*Está relacionada con el Bautismo, la vida religiosa encarna una consagración más plena y tiene su culmen en la Eucaristía.

-El artículo 44 nos presenta algunas dimensiones básicas de la vida consagrada:

a) La vida consagrada aparece con un cierto carácter sacramental pues es como un signo o símbolo, es decir, una realidad que hace visible rasgos importantes de la vida cristiana y el misterio de Cristo.

b) Dimensión escatológica: Es la más apta para expresar la primacía de la vida en Cristo (VC 16).
c) Identidad teológica:

*Existe un plus cristológico.

*Presenta la forma de vida en la que vivió Cristo.

*camino propuesto a los discípulos (VC 14, 17).

-el número 46 de la Lumen Gentium, en su primer párrafo nos habla del papel de la vida consagrada en la misión de la Iglesia y cada Instituto debe hacer una lectura cristológica sobre las actitudes y actividades de Cristo hechas durante su vida terrena: contemplación; anuncia del Reino de Dios; opción por los más pequeños y desfavorecidos; obras de caridad.

En su segundo párrafo, el artículo 46, nos habla de la excelencia de los Consejos Evangélicos y nos ofrece una verdadera antropología sobre ella:

*Por su misma naturaleza, los Consejos favorecen el desarrollo de la persona humana.

*Aceptados voluntariamente, purifican el corazón, ayudan a la verdadera libertad de los hijos de Dios (obediencia) y estimulan la caridad (virginidad).

Dice el mismo texto: “Los Consejos son capaces de asemejar mejor la vida del hombre cristiano con la vida virginal y pobre que para Sí escogió Cristo Nuestro Señor y abrazó Su madre la Virgen”.

Los consagrados –sigue diciendo el artículo 46-, no se mantienen alejados de la vida humana, no están lejos ni son extraños a la humanidad y cooperan a que la ciudad terrena se edifique fundamentada en Cristo.

III-  PERFECTAE CARITATIS Y LA VIDA CONSAGRADA

Pasados cuarenta años del Decreto Perfectae Caritatis, en el año 2005, nos comentó el Papa:
“Por último, me alegra constatar que la asamblea plenaria se enmarca en la solemne celebración que ha promovido el dicasterio del cuadragésimo aniversario de la promulgación del decreto conciliar «Perfectae Caritatis» sobre la renovación de la vida religiosa. Deseo que las indicaciones fundamentales ofrecidas entonces por los padres conciliares para el camino de la vida consagrada sigan siendo también hoy fuente de inspiración para quienes comprometen su existencia al servicio del Reino de Dios. Me refiero ante todo a esa que el decreto «Perfectae Caritatis» califica como «vitae religiosae ultima norma», «la suprema norma de vida religiosa», es decir, «el seguimiento de Cristo». No se puede lograr un auténtico relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de fundadora.   Otra indicación de fondo que dio el Concilio es la del generoso y creativo don de sí a los hermanos, sin ceder nunca a la tentación de replegarse en sí mismo, sin conformarse con lo ya hecho, sin caer en el pesimismo y el cansancio. El fuego del amor, que el Espíritu infunde en los corazones lleva a interrogarse constantemente sobre las necesidades de la humanidad y sobre cómo responder a ellas, sabiendo que sólo quien reconoce y vive la primacía de Dios puede realmente responder a las auténticas necesidades del hombre, imagen de Dios.  Quisiera recoger una indicación más entre las muchas y significativas ofrecidas por los padres conciliares en el decreto «Perfectae Caritatis»: el compromiso que la persona consagrada debe vivir para cultivar una sincera vida de comunión (Cf. n. 15), no sólo dentro de las diferentes fraternidades, sino con toda la Iglesia, pues los carismas han de ser custodiados, profundizados y constantemente desarrollados «en sintonía con el Cuerpo de Cristo en perenne crecimiento» «Mutuae relationes», n. 11)”.  (Carta de Benedicto XVI sobre la vida consagrada. Ciudad del Vaticano, 30 de septiembre del 2005).
Por primera vez en la Iglesia y en los Concilios, se trataba del aspecto teologal de la vida religiosa. Fueron necesarios cinco esquemas y se pasó de un planteamiento jurídico a uno teológico: Lumen Gentium en sus capítulos quinto y sexto que se resumen en el Perfectae Caritatis nº 1.

Este Decreto es el más práctico para la renovación de la vida religiosa; se dedicó a los principios de renovación y a los contenidos teológicos con problemas prácticos (formación, clausura…).

Los principios sobre la renovación se encuentran en el artículo 2º:
-Se habla de un regreso a las Fuentes: La palabra de Dios; el carisma del fundador o fundadora; y también el retorno animado por una auténtica conversión interior (la conversión es una palabra clave en el Evangelio y en la Regla de S. Benito).

-El Concilio pidió la adaptación conveniente a las exigencias de los nuevos tiempos y de cada lugar (PC 2-3).

-Todos somos necesarios en estos criterios de renovación de la vida religiosa (PC 4). Los valores de la vida monástica son los que más atraen.

IV- NUEVA FORMA DE INCULTURACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA

Entre el mundo de los religiosos y el mundo secularizado, existe una opacidad en las formas de expresión que imposibilitan la lectura del signo que la vida religiosa habría de ser para el hombre de hoy. Para que pueda existir ese diálogo preconizado por el Concilio entre vida religiosa y el mundo actual, es preciso que exista un lenguaje común, unas formas de expresión coincidentes.

¿Qué entiende la gente por pobreza? Simplemente privación de bienes materiales indispensables para la vida. Pero la opinión generalizada es que quien entra en un Instituto religioso empieza, por ello mismo, a formar parte de un clan rico y poderoso. Loas religiosos saben que esa opinión no responde a la verdad. Lo cual significa que hay en la vida religiosa algo que no funciona, porque se es una cosa y se transmite otra muy diferente. Y ese algo que no funciona es el lenguaje, son los signos. Los religiosos estarían empleando un lenguaje que significaría exactamente lo contrario de lo que ellos son y quieren significar.

Otro tanto se puede decir de las otras dos realidades fundamentales de la vida religiosa: la obediencia y la virginidad. Habrá que preguntarse si el dato esencial de la fraternidad evangélica podrá expresarse por una palabra que para el hombre de hoy tiene unas connotaciones de infantilismo y de dependencia y sujeción opresiva. Los religiosos saben que no es así; pero no acaben de expresarlo adecuadamente ni con sus palabras ni quizás tampoco con sus actitudes existenciales. La virginidad tampoco es significativa la actitud existencial de aquellos hombres y mujeres que han renunciado por el Reino de los cielos, a una concreta manifestación del amor humano en la relación matrimonial, pero que no pueden renunciar al amor humano en sí mismo, porque el ser humano quedaría destruido.

Las actitudes existenciales son fundamentales, pero también es necesario que esas actitudes se expresen en un lenguaje significativo de la profunda realidad interior. Los signos son una mediación entre los hombres. Los religiosos tienen una necesidad imperiosa de crear un nuevo lenguaje en que el hombre de hoy pueda captar, sin complicadas interpretaciones exegéticas, una referencia inmediata a Dios y a los valores Trascendentes.

Los religiosos y religiosas ya no podrán contentarse con vivir en una forma de vida aceptada en el día de la Profesión. De ahora en adelante tendrán que ir ensayando, experimentando día a día, unas formas de vida y de acción que respondan al modo de ser y de sentir de los hombres para los cuales han de seguir siendo un “signo glorioso del Reino”, sin olvidar nunca lo que es esencial e inmutable en la vida religiosa, ni olvidar tampoco la relación íntima y enamorada con el Señor al que se está consagrado.

CONCLUSIÓN

A partir del Vaticano II, la vida religiosa entró en una positiva y sana tensión de búsqueda que, partiendo de las bases, alcanzó a las esferas más altas de los Institutos religiosos. Más importante aún que las directrices concretas de renovación dictadas por la Santa Sede, fue el mismo método decretado especialmente en el motu proprio Ecclesiae Sanctae. Por primera vez en la historia de la Iglesia, después del Concilio de Trento, no se dictaban normas pormenorizadas desde la cúspide eclesial, sino que se dejaba toda la tarea renovadora a la libre iniciativa de cada Instituto religioso, aunque se obligaba a establecer una amplia consulta a todos los religiosos, la cual habría de tener después ancho cauce de expresión en un “Capítulo General Especial” a celebrar dentro de un límite máximo de tres años desde la publicación del motu proprio Ecclesiae Sanctae[1]. Se concedía además a los Institutos un espacio de tiempo correspondiente a la celebración de dos Capítulos Generales más en los que se habría de poner a punto toda le legislación propia después de una adecuada y prudente experimentación de la misma.

El entusiasmo despertado inicialmente en los religiosos y religiosas por los respectivos Capítulos Generales de renovación, ha sido realmente espectacular. Impresionante también el cúmulo de energías desplegadas con miras a la adecuada renovación pedida por la Iglesia. Sin duda, la vida religiosa ha sido uno de los estamentos eclesiales más conmocionados por el Concilio. Quizás porque era también el que más urgente revisión y adaptación necesitaba. Ha sido un movimiento arrollador, lleno de vitalidad, que continúa todavía y más en estos tiempos de cambios tan rápido que apenas den tiempo de ser asimilados.

              Sin embargo no se puede cerrar los ojos a la actual crisis que resulta realmente preocupante. Si el Vaticano II reduce a dos las directrices fundamentales de la adecuada renovación de los institutos religiosos –retorno constante a las fuentes y adaptación a las cambiantes circunstancias del mundo y de la Iglesia (PC 2)- sin duda que es en esta doble dirección donde habrá que buscar las causas de las crisis.

      Si se analizan los programas elaborados en los Capítulos Generales Especiales, se advertirá que la capacidad de programar, de proponer y de constatar ha superado con mucho a la capacidad de compromiso concreto. Es decir, los religiosos han sido más rápidos en asumir el cambio de mentalidad en la realización práctica que esa nueva mentalidad debería llevar consigo.
      La causa de esa falta de adecuación entre el nuevo modo de pensar y el modo de actuar que sigue tan aferrado a los comportamientos tradicionales heredados del pasado, podría estar en aquello que decía Erich Fromm: “tener una opinión es una cosa, y otra muy distinta tener una convicción”. La convicción personal tropieza con muchos condicionamientos heredados del pasado; un pasado tan sacralizado que resulta muy difícil de desmantelar. Algunas de las causas de las dificultades que de hecho, tropieza la adecuada renovación, podrían ser estas:

      -Ruptura brusca, repentina, con modos de comportamiento anteriores, con los que los religiosos han estado identificados, hasta llega a ver en ellos el núcleo sustancial de su propia santificación personal y comunitaria.

      -Es más fácil sustituir una estructura que ya no resulta útil, que cambiarla por otra más adecuada a la vivencia espiritual. Es mayor la capacidad de crítica que la de creación.

-En la actualidad los cambios son tan rápidos y profundos (GS 4), que apenas se ha intuido algo como valioso hay que empezar ya a actualizarlo porque si no, vuelve a quedar desfasado con la realidad del mundo.

-Las exigencias testimoniales de la vida religiosa se ven hoy con bastante claridad a nivel de teoría. El problema surge al tener que expresarlas en un lenguaje y en unos signos que sean fácilmente legibles para el hombre contemporáneo.

-Existe el peligro de muchos Capítulos Generales y literatura en orden a la renovación, pero sin una encarnación concreta en la realidad de la vida cotidiana. A fuerza de programar, se puede llegar a olvidar algo tan esencial y elemental como es el vivir.

La tarea de renovación impuesta a los religiosos por el Concilio Vaticano II ha dado lugar, sin duda, a ambivalencias y a ciertos peligros en los que a veces se ha caído. Pero, en realidad, no todo a quedado reducido a bellos programas. El rostro de los religiosos y religiosas postconciliares es muy diferente del que ofrecían antes del Vaticano II.

San Agustín decía: “Cuando preguntas a un hombre si es bueno, la respuesta no depende de aquello que él cree o espera, sino de lo que ama”. Pues bien, lo decisivo  no está en si los religiosos y religiosas han conseguido ya su renovación. Lo que importa es si ellos aman de verdad, si quieren su renovación. Y esto ha quedado bien demostrado en el despliegue de fuerzas y de energías que para lograrlo han hecho. El que no se haya llegado  aún al término de la renovación emprendida, y que ésta se pueda sentir incluso amenazada por ciertas desviaciones y por determinadas experiencias aventureras, no debería ser lo que en realidad preocupara tanto. Quien busca con afán, terminará por encontrar lo que busca. Para que los religiosos puedan ser ese “signo glorioso” del Reino del que habla el Concilio (LG 43), es preciso que sean conscientes de lo que aman.

El coraje con que los religiosos están afrontando situaciones totalmente nuevas para ellos, demuestra bien a las claras que la vida religiosa actual no está muerta ni agonizante. Un agonizante, en efecto, no hace tantos proyectos para el futuro como los realizados por todos los Institutos religiosos. Puede que, después, no todo se lleve a la práctica. Pero el mismo hecho de programar significa que se tiene una gran esperanza. Puede que, de momento, solamente una parte mínima se lleve a la realidad de la vida diaria; pero lo importante es empezar. El hecho mismo de que los religiosos hayan sido capaces de someterse a una tremenda autocrítica para determinar lo que son y lo que valen en el mundo y en la Iglesia, es el mejor síntoma de que han conseguido una plena mayoría de edad. En esta autocrítica cabe el peligro del desaliento por lo que se es y lo que estamos llamados a ser puesto de relieve por los programas de renovación. Sin embargo no debemos olvida que estamos llamados a ser fermento en la masa  que esto es tarea de cada día.

Se puede ver cómo los Documentos Conciliares no son el punto de llegada sino el punto de partida de la renovación de la Iglesia en general y de la vida religiosa en particular. Si los religiosos y religiosa quieren volver a ser lo que siempre debería haber sido, y fueron, de hecho, en muchos momentos de su historia –pioneros, profesionales en la disponibilidad incondicional- tendrán que expresar en formas nuevas, a la vez auténticas y eficaces para el mundo actual, el mismo mensaje de siempre, el mensaje evangélico del que quieren ser portadores, no solamente a través de lo que hacen, sino también, y sobre todo, de lo que son.

                                                               Hna. Marina Medina (O.Cist)


[1] En la Orden cisterciense, este Capítulo se celebró en los años 68-69 y fue realmente importante y fructífero.
Tampoco debemos olvidar que fue en la Orden Cisterciense donde nacieron los Capítulos Generales que han demostrado ser extraordinariamente útiles.


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