“El reino de
los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo”. Jesús, en su
actividad de predicador itinerante, preocupado en transmitir a los hombres el
mensaje del amor de Dios, que quiere salvar a todos y hacerles participar en su
vida, tuvo que se enfrentarse con la falta de interés, e incluso con la
oposición. En el evangelio numerosos
textos dejan entrever como Jesús tuvo conciencia del aparente fracaso que
suponía la actitud de su pueblo, y de ahí estas severas advertencias, para ver
si lograba hacerles reaccionar. Israel, en su condición de pueblo elegido, era
el invitado por excelencia a participar en la nueva comunión de vida que Dios
ofrece a los hombres, sin embargo, rechaza las constantes invitaciones de Dios
a la conversión, e incluso reacciona violentamente, como demuestra el trato que
da a los enviados del rey, que recuerda como han sido tratados los profetas,
primero y después Jesús mismo. Esta actitud negativa de los primeros invitados
hacia los siervos del rey, entraña la consecuencia de dejar su puesto en la
mesa a otros comensales.
Pero además de esta realidad, la
parábola evoca varios temas bíblicos, cargados de significado. El primero es el
del banquete preparado por Dios al final de los tiempos, banquete que reunirá alrededor
de la misma mesa a todos los fieles servidores de Dios. Este tema ha sido
evocado con la primera lectura. El hecho de reunirse alrededor de una mesa para
comer y beber juntos permite establecer entre los comensales una relación más
intensa y la posibilidad de mayor amistad. Dios, por medio de los autores de la
Biblia, haya utilizado esta imagen para recordar a los hombres su proyecto de
reunir a toda la humanidad y hacerla partícipe de su amor y de su vida.
El segundo tema es el de las bodas. La
Biblia, para evocar el gesto de Dios, que en su designio de salvación, busca al
hombre para introducirlo en su amor y en su vida, ha utilizado a menudo la
imagen nupcial en la que Dios actua como esposo y el pueblo com esposa. Así se
quiere indicar la relación estrecha que Dios quiere establecer con nosotros.
Otro tema que la parábola nos recuerda
es la gratuidad del amor de Dios para con nostros. El gesto del rey, que ante
la negativa de los convidados de la primera hora a participar en el festín,
hace salir a los criados por los caminos, para llamar a todos, buenos y malos
como precisa el evangelio, gratuitamente, sin limitaciones, muestra la fuerza
de su amor: la llamada es general y no presupone ningún requisito: malos y
buenos son llamados e introducidos en la sala del banquete, indicando así que
basta acoger la invitación.
Pero no podemos pasar por alto otro
tema insinuado en la parábola por la escena del invitado que no se ha vestido
de fiesta para participar en el festín. Es cierto que Dios llama a todos, sin
distinción, sin preferencias, pero quien ha acogido la invitación para
participar en el festín de Dios, ha de demostrar un mínimo de respeto, y no
desmerecer la llamada recibida. Hay que revestirse de Jesús para producir los
frutos del Espíritu.
Jesús en su parábola ha recogido estos
temas y les ha dado un significado muy concreto. Todos nosotros hemos sido
llamados por Dios para participar en su vida que no tiene fin. La vida
cotidiana, llena de angustias, tristezas, trabajos y pruebas, ha de quedar
iluminada por esta llamada a participar en el festín que Dios nos ha preparado.
Todo lo puedo en aquel que me conforta, ha dicho Pablo en la segunda lectura.
Esforcémonos también nosotros para responder debidamente y revestirnos con el
hábito nupcial que nos permita gozar con plenitud cuanto Dios nos ofrece.