19 de abril de 2025

SABADO SANTO

 

El silencio del Sábado Santo no es un silencio escénico, es decir, uno de esos silencios que se utilizan en el teatro como tiempo técnico para cambiar el decorado, o para montar una nueva escena. Demasiado a menudo, como cristianos, estamos acostumbrados a utilizar el Sábado Santo simplemente como ese momento en el que desmontamos los altares de las liturgias del Viernes Santo, y montamos todo lo necesario para la gran Vigilia Pascual. Pero el Sábado Santo es el gran silencio que realmente nos prepara para celebrar la Pascua, porque es el silencio de las mujeres que, ignorantes de lo que iba a sucederles a ellas y a toda la humanidad, se afanan en preparar los aromas perfumados con los que ungirían el cadáver de un ser querido. Toda su energía se concentra en un cadáver, pero nunca podrían imaginar que todo ese trabajo sería completamente inútil. Nunca usarían esos ungüentos, porque nunca encontrarían ese cadáver. «No busquéis entre los muertos al que está vivo». Pero la verdad es que no saben nada. La Pascua pasa siempre sin que nos demos cuenta, y nos damos cuenta más tarde, con el tiempo. Durante días, y durante mucho tiempo, malgastamos energías tratando de averiguar cómo mover el peñasco frente a la tumba de nuestros problemas, nuestras cruces, nuestra desesperación. Pero eran preocupaciones inútiles, porque Dios siempre interviene donde acaban nuestras fuerzas y nuestras capacidades. Sin embargo, bastaría un poco más de confianza, un poco más de dependencia. El silencio del Sábado Santo es el preludio de la conversión. Ya no hay palabras porque la Cruz se las ha llevado todas. Pero justo donde han terminado las palabras, comienzan los hechos. La Pascua es un hecho, ya no es una mera palabra, una mera promesa. Los hechos son superiores a las palabras, por eso el silencio de este Sábado Santo es una profesión de fe inconsciente que sólo más tarde se comprenderá



16 de abril de 2025

JUEVES SANTO

       

         El Jueves Santo nos introduce en el corazón del Triduo Santo, y lo hace a través de dos gestos simbólicos que nos hacen comprender el significado de lo que estamos a punto de celebrar. En primer lugar, la Misa Crismal, en la que el obispo junto con sus sacerdotes celebra, reza y consagra los santos óleos que se utilizarán a lo largo del año litúrgico siguiente. La función del aceite es precisamente la de ungir, es decir, dejar una huella que no desaparece, sino que permanece como testimonio de una Gracia difícil de quitar si se la acoge con el corazón abierto. Somos ungidos el día de nuestro bautismo, el día de nuestra confirmación, en momentos de dificultad física o espiritual, o como signo particular de una vocación específica, como la consagración sacerdotal.

      En cualquier caso, el Jueves Santo es un día imborrable y los óleos son prueba de ello. Pero hay una segunda cosa que es imborrable en este Jueves Santo, y es la presencia real de Jesús en la Eucaristía. En la Misa de la Cena del Señor conmemoramos la institución de la Eucaristía. Pero lo más llamativo es que la liturgia nos hace leer no lo que sucede en la mesa, sino lo que sucede fuera de esa mesa en preparación para esa comida. Es el gesto de lavar los pies lo que tanto escandaliza a los discípulos, pero que en realidad les proporciona la gran clave para comprender el amor de Jesús. 

      No es un amo que ejerce su poder sobre sus súbditos, sino que es quien demuestra que el verdadero poder es el poder del amor y de amar. Y uno ama verdaderamente sólo cuando está dispuesto a amar al otro, especialmente en su parte menos conveniente. En el fondo, nuestros pies representan esto: nuestra miseria, nuestras contradicciones, las cicatrices de nuestra vida pasada, nuestra debilidad. Jesús nos ama donde somos menos amables y nos recuerda que un verdadero discípulo debe aprender a amar como él amó.

     Éste es el Jueves Santo: es el recuerdo imborrable de un amor que deja huella, que sabe perfumar la cabeza con el crisma y sabe lavar los pies sucios de nuestra humanidad. Sí, estamos dispuestos a entrar con Jesús en el Huerto de los Olivos, a subir con Él al Calvario, a atravesar el jardín del sepulcro vacío.