1 de abril de 2017

Cuaresma V domingo. C.A


          “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor”. El profeta Ezequiel, con la imagen de la resurrección de los muertos, se dirigía a Israel recordando que, en su amor, no abandonaba a su pueblo a pesar de sus pecados y que el momento justo le devolvería su favor. Esta página puede ayudar a entender el mensaje de Jesús cuando proclama con énfasis: “Yo soy la resurrección y la vida”, palabras que quedan confirmadas con el gesto de devolver a la vida a su amigo Lázaro.
            La larga página del evangelio de San Juan que se proclama en este domingo tiene como protagonista no el difunto Lázaro, devuelto a la vida después de estar cuatro días en el sepulcro, sino Jesús mismo, aquel en quién hemos de creer si queremos poseer la vida. De hecho, la amistad de Jesús hacia los tres hermanos, Marta, María y Lázaro, la enfermedad y de la muerte de éste último, la angustia y el dolor de sus hermanas, la misma emoción y llanto de Jesús ante la realidad de la muerte, tienen una importancia relativa en la mente del evangelista, preocupado sobre todo en mostrar la glorificación que Dios está a punto de llevar a cabo en su Hijo predilecto, en la Pascua. En efecto, San Juan presenta el regreso de Lázaro a la vida como una preparación a la  próxima celebración del misterio de la muerte y de la resurreción de Jesús. Es precisamente este signo que lleva a sus enemigos a decidir su condena a muerte.
En efecto, una lectura atenta de los diálogos de Jesús con sus apóstoles y con las hermanas del difunto, muestran que la muerte de Lázaro es simplemente la ocasión destinada a manifiestar la potencia de Dios, que actúa en Jesús, a fin de fortalecer su fe para cuando llegue la hora decisiva, la hora de la muerte y de la resurrección de Jesús. Con los discípulos habla de la enfermedad y muerte de Lázaro desde la perspectiva de la manifestación de la gloria de Dios y de su Hijo. La conversación con Marta insiste en el progreso de la fe de la mujer, que inicia con el reconocimiento genérico del poder de Jesús, sigue con la confesión de la resurrección final que se espera, para terminar con la solemne proclamación: “Tú el Mesías, el Hijo de Dios”.
            Estos diálogos encuadran la enseñanza que Jesús propone y que nos asegura que Él es la resurrección y la vida; el que cree en Él, ya desde ahora posee la vida, no puede morir, y si muere, - como en el caso de Lázaro -, permanece viva la promesa de la victoria sobre la muerte. Y para confirmar sus palabras, tiene lugar el signo: Lázaro es despertado del sueño, vuelve a la vida. Si bien habitualmente se habla de la resurrección de Lázaro, no se trata de una verdadera resurrección, ya que Lázaro tendrá que morir otra vez. Es simplemente un signo que quiere dejar claro que si Jesús puede devolver a la existencia mortal a uno que estuvo cuatro días en su sepulcro, podrá él mismo, cuando llegue su hora, vencer definitivamente a la muerte e iniciar una nueva vida, que no tendrá fin, que es definitiva.
            San Pablo, en la segunda lectura, ofrece un complemento al mensaje del Evangelio: Dios, que, por el Espíritu, resucitó a Jesús de entre los muertos, por medio de los sacramentos del bautismo y de la confirmación nos ha dado a nosotros este mismo Espíritu, el cual está ya operando: nos libra del pecado, nos hace hijos de Dios y nos asegura la vida verdadera. El cristiano, en la medida en que cree ha recibido el Espíritu, no teme a la muerte, sino que espera poder participar con Jesús en la victoria que El ha obtenido.
            Vale la pena reflexionar en las palabras que el evangelista añade como colofón al signo que acaba de realizarse:: “Y muchos, al ver lo que había hecho Jesús creyeron en él”. No es sólo una constatación de lo que acababan de presenciar en aquel momento, sino una invitación que  hace también a cada uno de nosotros para que sepamos abrirnos a la acción del Espíritu, de manera que podamos celebrar la resurrección de Jesús no con palabras vacías, sino con una profunda y sincera renovación de nuestra vida cristiana.

 J.G.

18 de marzo de 2017

CUSTODIOS COMO JOSÉ

 CADA DÍA SU AFÁN 
          El Papa Francisco celebró el inicio de su ministerio petrino el día 19 de marzo de 2013, solemnidad de San José. Es bueno recordar esa fecha para dar gracias por este servicio que está haciendo a la Iglesia y al mundo entero.
En aquella ocasión comenzó su homilia recordando la figura de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Citando unas palabras del evangelio según san Mateo, el Papa subrayó  que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer” (Mt 1,24).
Y continuó exponiendo la misión encomendada a José de Nazaret. Él fue llamado por Dios para ser “custos”, es decir custodio de María y de José. Una custodia que él ejerció “con discrecion, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y con fidelidad total”, aun cuando a veces no comprendiera su tarea.
José de Nazaret fue un buen custodio de María y de José, precisamente porque supo escuchar a Dios. Porque supo prestar atención a los signos con los que Dios se comunica. Y porque se mantuvo siempre disponible a aceptar el proyecto de Dios, aunque no coincidiera con su propio proyecto.
Como era de esperar, el papa Francisco pasó inmediatamente a reflexionar sobre la responsabilidad del ser humano, reflejada en cuatro puntos:
• Cada uno de nosotros ha recibido una misión semejante a la de José de Nazaret. A todos se nos ha confiado la custodia del ser humano. La custodia de su vida, de su dignidad y de sus derechos.
• Nos ha sido confiada la custodia de la casa común. No podemos destruir la naturaleza. Tampoco debemos adorarla.  No hay una salvación sin un Salvador. Esta naturaleza es creación. Tiene un autor que nos ha llamado a colaborar en su obra.
• Además, se nos ha confiado la custodia de nosotros mismos. Somos una hermosa y fragil unidad de cuerpo y espíritu. Y hemos de custodiar ese conjunto precioso y armónico que somos.
• Tambien se nos ha confiado la custodia del mismo Dios. Dios es omnipotente, pero ha querido entregarse a nosotros, ponerse en nuestras manos. De nosotros depende que brille en el mundo la  misericordia de nuestro Padre.  
Finalmente, el papa añadió unas palabras sorprendentes: “En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.
Es esta una buena reflexión para meditar en la festividad de san José, esposo de santa María. Ejercer la misión de custodiar con responsabilidad y con ternura es un buen mensaje para esta sociedad nuestra que vive en la indiferencia y la insolidaridad.


José-Román Flecha Andrés




26 de febrero de 2017

PREPARÁNDONOS PARA VIVIR LA CUARESMA

 

 En la mentalidad común la cuaresma es considerada como el clásico tiempo penitencial, pero esta característica no es prioritaria y menos exclusiva. La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo "fuerte" o importante en sí mismo, sino que depende esencialmente de la Pascua por éso es un tiempo de preparación para la Pascua. Se puede definir como camino hacia la Pascua”.  Es el tiempo de la salvación, porque estamos viviendo el misterio del Hijo de Dios que muere por nosotros sobre la Cruz. Cada uno de nosotros en estos días, tenemos ocasión especialmente propicia para crecer en una conciencia más profunda de nuestra participación en la gran obra de redención del mundo, emprendida por Cristo.
 
                Viviendo la cuaresma en su sentido más profundo vivimos la realidad de nuestro bautismo en el cual hemos muerto con Cristo y en él, y como consecuencia con él hemos resucitado a una nueva vida, hemos alcanzado verdaderamente la salvación. De este modo la cuaresma se convierte en un período de salvación, que desde los primeros tiempos se nutre abundantemente de la Palabra de Dios, del pan que viene de la boca de Dios, para reforzar nuestra fe como único medio capaz de introducirnos en la VIDA DIVINA.

            La gracia de tiempo litúrgico también nos hace muy presente, que la salvación de Dios es accesible a cada hombre y la potencia de la redención de Cristo puede abrazar a cada uno, pero se requiere la apertura del corazón, la disponibilidad para acoger el don del cielo, la respuesta decidida.

            El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia en orden a morir al hombre viejo y al propio pecado para dar paso a la realidad del hombre nuevo en Cristo. En otras palabras, la lucha por la santidad, exigencia que hemos recibido en el Bautismo. Es un gozo enorme ser conscientes de que esta realidad, está al alcance de todos y cada uno, desde los que solo participan en la misa dominical a los que participamos diariamente de la eucaristía. Con intensidades diversas, pero con un contenido fundamentalmente idéntico, todos bebemos, a través de la liturgia cuaresmal, que es una fuente que nos invita a la conversión bajo todos sus aspectos.

Esta es La vivencia del Misterio Pascual como culminación de esta historia santa: debemos "convertirnos" de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la visión del “Dios vivo y verdadero” que se ha revelado plenamente en su único Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual, presente en los sacramentos de su Iglesia: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn 3,16).

H. María J.