18 de marzo de 2017

CUSTODIOS COMO JOSÉ

 CADA DÍA SU AFÁN 
          El Papa Francisco celebró el inicio de su ministerio petrino el día 19 de marzo de 2013, solemnidad de San José. Es bueno recordar esa fecha para dar gracias por este servicio que está haciendo a la Iglesia y al mundo entero.
En aquella ocasión comenzó su homilia recordando la figura de san José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal. Citando unas palabras del evangelio según san Mateo, el Papa subrayó  que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado y recibió a su mujer” (Mt 1,24).
Y continuó exponiendo la misión encomendada a José de Nazaret. Él fue llamado por Dios para ser “custos”, es decir custodio de María y de José. Una custodia que él ejerció “con discrecion, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y con fidelidad total”, aun cuando a veces no comprendiera su tarea.
José de Nazaret fue un buen custodio de María y de José, precisamente porque supo escuchar a Dios. Porque supo prestar atención a los signos con los que Dios se comunica. Y porque se mantuvo siempre disponible a aceptar el proyecto de Dios, aunque no coincidiera con su propio proyecto.
Como era de esperar, el papa Francisco pasó inmediatamente a reflexionar sobre la responsabilidad del ser humano, reflejada en cuatro puntos:
• Cada uno de nosotros ha recibido una misión semejante a la de José de Nazaret. A todos se nos ha confiado la custodia del ser humano. La custodia de su vida, de su dignidad y de sus derechos.
• Nos ha sido confiada la custodia de la casa común. No podemos destruir la naturaleza. Tampoco debemos adorarla.  No hay una salvación sin un Salvador. Esta naturaleza es creación. Tiene un autor que nos ha llamado a colaborar en su obra.
• Además, se nos ha confiado la custodia de nosotros mismos. Somos una hermosa y fragil unidad de cuerpo y espíritu. Y hemos de custodiar ese conjunto precioso y armónico que somos.
• Tambien se nos ha confiado la custodia del mismo Dios. Dios es omnipotente, pero ha querido entregarse a nosotros, ponerse en nuestras manos. De nosotros depende que brille en el mundo la  misericordia de nuestro Padre.  
Finalmente, el papa añadió unas palabras sorprendentes: “En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura”.
Es esta una buena reflexión para meditar en la festividad de san José, esposo de santa María. Ejercer la misión de custodiar con responsabilidad y con ternura es un buen mensaje para esta sociedad nuestra que vive en la indiferencia y la insolidaridad.


José-Román Flecha Andrés




26 de febrero de 2017

PREPARÁNDONOS PARA VIVIR LA CUARESMA

 

 En la mentalidad común la cuaresma es considerada como el clásico tiempo penitencial, pero esta característica no es prioritaria y menos exclusiva. La Cuaresma no es por tanto un tiempo cerrado en sí mismo, o un tiempo "fuerte" o importante en sí mismo, sino que depende esencialmente de la Pascua por éso es un tiempo de preparación para la Pascua. Se puede definir como camino hacia la Pascua”.  Es el tiempo de la salvación, porque estamos viviendo el misterio del Hijo de Dios que muere por nosotros sobre la Cruz. Cada uno de nosotros en estos días, tenemos ocasión especialmente propicia para crecer en una conciencia más profunda de nuestra participación en la gran obra de redención del mundo, emprendida por Cristo.
 
                Viviendo la cuaresma en su sentido más profundo vivimos la realidad de nuestro bautismo en el cual hemos muerto con Cristo y en él, y como consecuencia con él hemos resucitado a una nueva vida, hemos alcanzado verdaderamente la salvación. De este modo la cuaresma se convierte en un período de salvación, que desde los primeros tiempos se nutre abundantemente de la Palabra de Dios, del pan que viene de la boca de Dios, para reforzar nuestra fe como único medio capaz de introducirnos en la VIDA DIVINA.

            La gracia de tiempo litúrgico también nos hace muy presente, que la salvación de Dios es accesible a cada hombre y la potencia de la redención de Cristo puede abrazar a cada uno, pero se requiere la apertura del corazón, la disponibilidad para acoger el don del cielo, la respuesta decidida.

            El combate espiritual, que exige la cooperación activa con la gracia en orden a morir al hombre viejo y al propio pecado para dar paso a la realidad del hombre nuevo en Cristo. En otras palabras, la lucha por la santidad, exigencia que hemos recibido en el Bautismo. Es un gozo enorme ser conscientes de que esta realidad, está al alcance de todos y cada uno, desde los que solo participan en la misa dominical a los que participamos diariamente de la eucaristía. Con intensidades diversas, pero con un contenido fundamentalmente idéntico, todos bebemos, a través de la liturgia cuaresmal, que es una fuente que nos invita a la conversión bajo todos sus aspectos.

Esta es La vivencia del Misterio Pascual como culminación de esta historia santa: debemos "convertirnos" de la visión de un Dios común a todo ser humano, a la visión del “Dios vivo y verdadero” que se ha revelado plenamente en su único Hijo, Cristo Jesús y en su victoria pascual, presente en los sacramentos de su Iglesia: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna"(Jn 3,16).

H. María J.


17 de febrero de 2017

VII domingo del T.O. - Ciclo A

          

            Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Jesús proclama hoy un aspecto típico, característico de la fe cristiana, como es el amor a los enemigos. Es éste uno de los puntos más difíciles del mensaje del Evangelio, porque, en efecto, todos llevamos escrito en las fibras de nuestro ser el instinto de la defensa, que nos lleva a reaccionar vivamente delante de la injusticia de cualquier tipo que se nos puede hacer. A veces, los que queremos considerarnos cristianos, tratamos de acomodar de alguna manera la exigencia de Jesús, cuando, ante una realidad de ofensa o de injusticia, afirmamos, creyendo ser verdaderamente generosos: Yo perdono, pero no olvido. Pero si somos sinceros con nosotros mismos, hemos de reconocer que esta actitud no va de acuerdo con lo que dice Jesús, que  invita a hacer el bien e incluso a orar por quienes nos hacen sufrir. Jesús no sólo nos lo ha enseñado con sus palabras, sino sobre todo con su ejemplo: clavado en la cruz, decía al Padre: “Perdónalos, que no saben lo que hacen”.

            La reacción violenta, expresada por el odio y la venganza, ante una ofensa recibida, aparece en la historia del hombre desde sus comienzos. Para poner un cierto freno a la venganza incontrolada, aparece ya en la antiguedad una ley, la ley del talión, universal en el mundo de entonces y recogida en casi todas las legislaciones de aquel tiempo, que la misma Biblia expresa con la frase famosa: “Ojo por ojo, diente por diente”. Una ley dura, si se quiere, pero que intentaba moderar la crueldad innata en el hombre.

            La primera lectura de hoy, sacada del libro del Levítico, que recoge la legislación más antigua  de Israel, propone con toda claridad el precepto del amor al hermano, es decir a todos los miembros del pueblo de Israel. Este precepto intentaba educar al hombre de cara a las ofensas que la vida pueda ofrecer. La tendencia humana a la rebaja, en la tradición rabínica, completó el precepto divino con un complemento humano: amarás al prójimo y aborrecerás al enemigo.

            Ante esta situación, que podemos decir de sentido común, Jesús proclama solemnemente: “Yo, en cambio, os digo”. Y razona de manera irrefutable: “Si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? Los paganos, los que no creen en Dios, hacen ya ésto”. En cambio, nosotros, si de veras queremos seguir a Jesús, hemos de ser diferentes. Y la razón es, sencillamente, porque estamos llamados a ser hijos de Padre que está en el cielo, que hace salir su sol y manda su lluvia, a todos, buenos y malos. Hemos de ser perfectos como nuestro Padre es perfecto.

San Pablo, en la segunda lectura, abundando en el mismo sentido, afirma que, por el hecho de haber sido bautizados, somos templo de Dios, que el Espíritu de Dios vive, actúa en nosotros. Destruir o profanar un templo, morada de la divinidad, se ha considerado siempre un delito enorme. Si acogemos en nuestro corazón el odio, el aborrecimiento, el desprecio, o incluso la indiferencia hacia aquellas personas que nos han ofendido, maltratado, calumniado, ponemos en entredicho nuestra condición de hijos de Dios, expulsamos de nosotros el Espíritu de Dios, profanamos su templo, que somos nosotros.


Es dura esta doctrina, dijeron una vez los judíos, al escuchar a Jesús. Quizá también en nosotros apunta un razonamiento semejante. Es dura ciertamente la invitación a amar a quien nos ha ofendido, pero Jesús nos ha dejado, en primer lugar, su ejemplo y nos da en sus sacramentos la fuerza necesaria para imitarle y para enseñar a aquellos que no creen la fuerza del Evangelio. Mirad como aman, se decía de los primeros cristianos, cuando eran perseguidos y maltratados. Ojalá en un mundo en el que no falta la injusticia y el odio pueda decirse lo mismo de nosotros, que pretendemos ser cristianos: que sabemos amar como Jesús nos enseñó.