23 de enero de 2016

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


            “Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. San Pablo invita hoy a considerar la realidad de la Iglesia de la que formamos parte, y verla no como simple organización humana, sino como realidad espiritual de comunión con el mismo Jesús y también con los demás hombres. La realidad de nuestra participación en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la expresamos de modo especial al reunirnos el domingo para celebrar la Eucaristía, que no es únicamente un acto oficial, un gesto formal de protocolo, sino un momento de encuentro con Jesús, realmente presente entre nosotros, para llevar a término su obra de redención.

            Cada uno de los que venimos a la reunión del domingo somos personas libres, cada uno con su historia, sus circunstancias propias y sus necesidades. La escucha de la Palabra y la participación al único Pan eucarístico quieren realizar la unidad entre quienes, a pesar de ser muchos y diferentes, somos un solo cuerpo en Cristo Jesús, que es la Iglesia, en la que hemos recibido un único bautismo, hemos sido enriquecidos con un mismo Espíritu, y participamos de un único pan y de un único cáliz. Aunque en la Iglesia, no todos tengamos la misma función, ni hayamos recibido el mismo carisma, con todo estamos llamados a trabajar según la vocación recibida para bien de nuestros hermanos.

            Las lecturas de este domingo invitan a considerar de modo especial una de las características de nuestras reuniones. En efecto, a partir de la experiencia de Pascua, los creyentes en Jesús se reunen periódicamente para repetir el gesto del pan y del vino, recibido del Maestro en la noche del Jueves Santo, inmediatamente antes de la Pasión. Esta práctica cultual de los cristianos desde sus comienzos aparece íntimamente enlazada con la lectura y comentario de la Escritura. Ya el autor de los Hechos de los Apóstoles, al esbozar la primera comunidad de Jerusalén, afirma que los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones. Es el esquema más antiguo de nuestras celebraciones.

            La primera lectura de hoy hablaba de la celebración que tuvo lugar en Jerusalén en los momentos de restauración a la vuelta del destierro a Babilonia. El pueblo se reúne para escuchar la lectura de la Ley, de la Palabra de Dios contenida en la Escritura. El sacerdote Esdras, desde un púlpito, leía el texto sagrado y el pueblo, llorando, expresaba sus sentimientos al recordar la voluntad de Dios y también sus propias debilidades. La lectura de la Escritura, al decir de los sacerdotes y levitas, ha de ser motivo de alegría, pues Dios quiere la salvación de su pueblo y el gozo en el Señor es la fortaleza de su pueblo.

            En esta misma linea va el evangelio de hoy. Jesús participa en una asamblea, en una reunión del pueblo, en la sinagoga de Nazaret. Hombres, mujeres y niños se sienten unidos por el deseo de escuchar la lectura del texto sagrado y, sobre todo, el comentario que iba a pronunciar su compatriota, un maestro que iba adquiriendo fama por sus enseñanzas y por los signos que realizaba. Jesús recibe de pie, en signo de veneración, el libro del profeta Isaías y lee: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido, me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres, para anunciar el año de gracia del Señor”. Las palabras del profeta se refieren al Mesías y a su actividad.


            La lectura de la Escritura en nuestras celebraciones litúrgicas no es un elemento decorativo y mucho menos un lujo. Cuando los lectores proclaman la Palabra, es el mismo Espíritu que vivifica aquellos textos antiguos y, a través de ellos, hace resonar de nuevo la voz de Dios que nos interpela, que solicita nuestra atención y espera nuestra respuesta. Conviene tener presente que quien no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, y de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo. 

20 de enero de 2016

S. BASILIO MAGNO (1ª parte)

PADRE DE LA IGLESIA, OBISPO, TEÓLOGO, PATRIARCA DEL MONACATO ORIENTAL

      1-INTRODUCCIÓN
      Basilio de Cesarea (329-379), dotado de capacidad política, genial en el reflexión teológica, excelente escritor y predicador, capitanea la guerra contra el arrianismo entre el 370-378 y propone soluciones teológicas que son aplicadas por el Primer Concilio de Constantinopla del 381[1].

        Teodoro Balsamone, canonista bizantino del S. XII, dice que Basilio de Cesarea es “el más grande de los Padres, la gloria de los habitantes de Cesarea, el maestro del orbe terrestre con sus discursos inspirados por Dios, en los que enseñaba la vida ascética”[2].

      Benedicto XVI, nos dice que San Basilio “Fue un gran obispo del siglo IV, por el que siente admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente por su santidad de vida, por la excelencia de su doctrina y por la síntesis armoniosa de capacidades especulativas y prácticas”[3]

      Según Santiago Morillo, fue la admiración de los intelectuales por su elocuencia, asombro de los teólogos por su actuación en las controversias dogmáticas. Asceta por vocación, fue el gran legislador de la vida monástica. Merece un puesto de honor entre los grandes obispos. Hombre de acción por temperamento, gobernó una vastísima provincia eclesiástica; de una personalidad rica espiritualmente, reformó valerosamente a su pueblo, siendo así el exponente de la misión práctica y pastoral de la Iglesia.

      Por su profundidad de pensamiento, su arrebatadora elocuencia, su dinamismo y por su bellísimo estilo, fue llamado por sus compatriotas, “el Grande".

      La belleza de Basilio es la virtud, su grandeza es la teología, su fuerza es la palabra que lleva a los demás, su vida es un movimiento hacia Dios. Su voz ha tocado el corazón de muchos, aportando material suficiente a quien se dedica con diligencia a la cultura.
                      
2- HEREJÍAS PRINCIPALES

      Durante el S. IV, en la Iglesia hubo varias herejías, entre ellas, la herejía por antonomasia, fue el arrianismo. Mas en el seno de la Iglesia aparecieron otras que hicieron que le dieron ocasión para que se determinara el dogma en una forma clara y definitiva. En la lucha contra estas herejías el Espíritu Santo asistió a la Iglesia que salió siempre victoriosa.     

      Las herejías fueron:
      *El Arrianismo: herejía Trinitaria que consideraba que Jesús no era Dios sino una criatura.
      *El Anomeísmo: Sostiene la absoluta diferencia sobre la naturaleza de las tres Personas divinas.
    *El Eunomianismo: Como las “operaciones” de las Personas divinas, son diferentes, así se demuestra también la diferencia de la sustancia de las Personas mismas. Jesús es sacado de la nada por  la voluntad del Padre.

      *El Macedonianismo o Pneumatología: donde el Espíritu Santo sería una criatura de Dios y subordinado al Padre. Herejía Trinitaria.

        *El Monarquianismo Moralista: negaba las distinción personal en favor de la unidad, dando lugar al “sabelianismo” —el Hijo y el Espíritu Santo son modos del Padre, único Dios—; al “adopcionismo” —el Hijo es un hombre elevado a la dignidad de Hijo adoptivo de Dios—; y al “dinamismo” —Cristo es un hombre dotado de una dinamismo “fuerza divina” que le empuja a actuar—. Y el “subordinacionismo” consideraba que el Hijo y el Espíritu Santo eran entidades diferentes, subordinadas, y que no participaban de la Esencia divina del Padre.

      *El Apolinarismo: fue el principio de las herejías cristológicas. Fue una reacción exagerada contra el error de Arrio. Apolinar piensa en un Cristo que no es plenamente humano, ni únicamente Dios, sino un ser intermedio derivado de la unión substancial entre Dios, el Hijo, y un cuerpo inanimado.

      *Nestorianismo: herejía cristológica. Nestorio, patriarca de Constantinopla, fue más bien el propagador y sostenedor de la herejía que lleva su nombre. María, decía en sustancia Nestorio, no es Madre de Dios sino de Cristo, puesto que la persona de Cristo, nacida de María, no es idéntica a la persona del Verbo engendrado por el Padre; o sea, que las dos naturalezas en Cristo están unidas en una nueva persona que no es ni la persona del Verbo ni la persona del hombre, sino la persona del compuesto. Por consiguiente, en Cristo, no se pueden atribuir las propiedades divinas al hombre ni las propiedades humanas a Dios (comunicatio idiomatum).

      *Monofisisimo o Eutiquianismo: Herejía cristológica. El monofisismo o doctrina de la unidad física entre la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo, tuvo como primer promotor a Eutiques, monje archimandrita de un gran monasterio de Constantinopla. Había sido Eutiques un decidido adversario de Nestorio, pero empeñado en querer interpretar al pie de la letra, sostuvo que, antes de la Encarnación, había dos naturalezas en Cristo; en la encarnación la naturaleza humana fue absorbida por la naturaleza divina. 

      *El Priscilianismo, surgido en España pero que tuvo un alcance universal. Constituyó un rebrote de las falsas concepciones gnósticas y maniqueas.

      Hubo además en esta época, otros errores o desviaciones como: el donatismo; el cisma del antipapa Félix; la cuestión promovida por Lucifer de Cagliari, cuyos partidarios fueron llamados “luciferianos”.           
           
      3-LOS PADRES CAPADOCIOS

      La Capadocia (actual Turquía) es una región en el interior de la península de Anatolia y marginal respecto a los grandes centros como Alejandría, Antioquia y la provincia de Asia.

      Junto a San Atanasio, lucharon en Oriente, entre otros, los conocidos como los tres grandes capadocios: San Basilio el Grande; su hermano San Gregorio de Nisa, tipo de filósofo cristiano; y el gran amigo de Basilio, San Gregorio Nacianceno, modelo de asceta y apóstol, y gran teólogo[4].

      Los tres tienen en común una formación clásico-pagana indispensable para el estudio de la Sagrada Escritura. Cultivaban el ideal monástico aun desarrollando diversos cargos eclesiales. Se realiza el binomio: cultura y vida de fe. Personalidades diferentes, pero que fueron capaces de incidir en el ámbito político y cultural, oponiéndose contra el arrianismo, difundiendo el monacato y elevando la cultura teológica.

      Los tres capadocios expusieron sus enseñanzas sobre este tema siguiendo la dirección especulativa de la Escuela de Alejandría: ésta ha estudiado intensamente la cultura profana, en particular el platonismo, re-elaborando un sistema teológico y cosmológico válido para la doctrina cristiana, donde la especulación racional, no siempre en armonía con el Evangelio, certifica la pertenencia a la Iglesia. Aunque Orígenes fuese el modelo para los capadocios, se hace necesario una nueva elaboración.

      La aportación teológica de los Padres Capadocios: Basilio el Grande (330-379), Gregorio de Nisa (331?-400?), y Gregorio Nacianceno (329-389), resultó decisiva en la solución de la controversia arriana (el problema de la Trinidad), en el desarrollo del monaquismo y en la liturgia (Bautismo, Eucaristía y Penitencia).

       4-PERÍODO HISTÓRICO

El período en que San Basilio vivió, fue marcado por una fuerte controversia entre varias corrientes de pensamiento dentro del cristianismo. De ser una religión perseguida por los emperadores romanos, a partir del Edicto de Milán (313), el Emperador Constantino permite a los cristianos el derecho de gozar de la libertad religiosa establecida. Lo que entonces se trataba era “la Creación, la naturaleza de Cristo y su relación con el Padre y el Espíritu Santo; es decir: el cimiento del cristianismo, la Santísima Trinidad”[5]. En el año 325, El Concilio de Nicea, convocado por Constantino, condenó las ideas de Arrio (260-336), Obispo de Alejandría, ya que afirmaba que Dios y Cristo no poseían la misma substancia (ousía), es decir, el Hijo sería inferior al Padre, diferente en substancia, aunque hubiese sido creado antes del tiempo y fuese superior al resto de la Creación. En Nicea se adoptó el concepto de homousios (de substancia idéntica) para establecer la relación entre Padre e Hijo, y así se describió en el Credo de Nicea.

      Mas no hubo unanimidad en Nicea, y después del Concilio, el arrianismo siguió su andadura durante sesenta años más, que junto a las persecuciones imperiales a los cristianos de Oriente van a ser el telón de fondo en la redacción de la vida de Basilio.

       5-SAN BASILIO

      5.1 La familia de Annesi[6]
San Basilio es nieto de Santa Macrina la Antigua; ésta fue discípula de San Gregorio Taumaturgo (siglo III). Cuando el emperador Maximino Galerio decretó una persecución contra la Iglesia, Macrina la antigua y su esposo huyeron al desierto abandonando todas sus riquezas. Hacia el 313, regresaron a la ciudad pero el marido murió en la persecución de Maximino Daia.

Fallecida Macrina la Antigua, hacia el año 350, quizás un poco más tarde, encontramos a miembros de su familia viviendo en Annesi, una posesión que se alzaba a la orilla del río Iris, en el Ponto -riberas del Mar Negro-. Annesi quedaba cercana a la ciudad de Neocesárea.

Aquí nos encontramos con una familia compuesta por la madre, Emelia, su hija Macrina y sus dos hermanos Naucracio y Pedro y compartían una vida ascética bajo la dirección de Eustacio o Eusebio de Sebaste.

Emelia y su marido tuvieron diez hijos; la mayor, Macrina, nació sobre el 327 y fue prometida con doce años a un joven capadocio que murió. Y ante tal desgracia, Macrina decidió permanecer fiel al recuerdo de su prometido y consagrar su virginidad al Esposo inmortal manteniendo una piedad profunda y una gran ascesis. Macrina fue de gran ayuda a su madre en la educación de sus hermanos; tres de ellos, Basilio de Cesarea, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, fueron santos y obispos. Naucracio, destacó por su piedad y su vida de gran ascesis y murió siendo joven todavía.

Pedro, el menor, fue educado íntegramente por Macrina. Dirigió algunos años un monasterio en el Ponto antes de ser nombrado obispo de Sebaste. Este hermano hizo una inteligente defensa del Espíritu Santo en el primer Concilio ecuménico de Constantinopla.

Gregorio, debido a sus triunfos, había entibiado su fervor religioso y a los veinte años, siendo lector, abandonó el ministerio y quizás, contrajo matrimonio. Pero debido a la educación de sus padres y a la influencia ejercida por sus hermanos Macrina y Basilio, tomó la resolución de consagrarse a Dios. El joven volvió a Annesi para ejercitarse como monje antes de ser obispo de Nisa. Es elocuente el influjo de su hermana en la vida y escritos de Gregorio y también escribió una Vida de su hermana

Naucracio, gracias a la educación recibida por Macrina, dio abundante frutos de virtudes cristianas en su joven existencia. Era considerado por un ángel por quienes le conocían y murió debido a un accidente de caza. Poseía una profunda vida interior y un fuerte espíritu de renuncia a favor de los pobres ancianos que recogía en un edificio construido en el bosque. De él, Gregorio escribe: “…era superior a los demás por la bondad de su carácter y belleza física, por su complexión atlética, capacidad de trabajo y por sus muchas habilidades… Atraído por Dios, despreció un porvenir halagüeño, y siguiendo los impulsos de su corazón se retiró a una vida solitaria e indigente sin llevar consigo más que así mismo…; cuidaba a unos ancianos enfermos y pobres en extremo… Era solícito y obediente a cuanto su madre pudiera mandarle”.

Es posible que Basilio, ante el ejemplo de la vida de su hermano Naucracio, se inspirara para en el 366 construir una ciudad que él llamo Basilíades, en donde hallaban cobijo y caridad cristiana  los peregrinos, enfermos e incluso leprosos, a quienes besaba el santo; también había alojamiento para miembros del clero y obispos de Cesarea[7].

El patriarca Fozio[8] defina a esta familia como un catálogo de héroes, cuya fe cristiana se transmite por vía femenina.

La familia llevó, en el bosque, una vida muy similar a la del futuro monaquismo.

5.2 Apuntes biográficos

Basilio, aristocrático por su cultura y sentido de la responsabilidad, además de por sus grandes posesiones territoriales en el Ponto y Armenia, nace en el año 329 en Cesarea de Capadocia.

 Realizó los estudios primarios en Cesarea, fue a perfeccionarse más en Constantinopla y después, pasó a Atenas, que era el centro más importante de estudios filosóficos. Aquí, fue donde Basilio estrechó su relación con Gregorio, el fututo Nacianceno, que ya había sido su compañero de estudios en Cesarea.

En el año 356, de nuevo ya en su patria, inició los estudios de retórica pero debido al influjo ejercido por su hermana Macrina,  abandona los estudios, se convierte a la vida ascética y pide el bautismo. Viaja a Egipto, Siria y Mesopotamia con la intención de conocer a los grandes ascetas que le llevó a fundar una comunidad de monjes en una propiedad familiar en el Ponto después de renunciar a todos sus bienes. Lo siguieron su hermano Gregorio (el futuro Gregorio de Nisa), y algunos discípulos de Gregorio de Nacianzo. Cuando le visitó Gregorio Nacianceno en el año 358,  compilaron una antología de escritos de Orígenes, la Philocalia, y las dos Reglas, que tuvieron una gran influencia en la expansión de la vida monástica en común, y le conquistaron el título de “legislador del monaquismo griego”. También llegó a este lugar, Eusebio de Sebaste, autor desde el 340 de un movimiento evangélico radical.

Basilio se distancia de Eusebio decidiéndose por un monacato equilibrado, fundado sobre una comunidad que ora, desarrolla trabajos manuales, y está abierta a los hermanos. Es importante la formación intelectual de los monjes: estudio de la Biblia; interés por los clásicos de la literatura y de la filosofía pagana.

El obispo de Cesarea, Dianio, lo desvió de la vida monástica y le nombró “lector” en su iglesia. A la muerte de Dianio, fue llamado a sucederle, Eusebio, un hombre que aunque era influyente, no estaba preparado para aquel cargo. Ordenó a Basilio, ya presbítero desde el año 364, que fuera su colaborador en el gobierno de la Iglesia. Sin embargo, las relaciones entre ambos, se deterioran muy pronto: el prestigio de Basilio hacía sombra a Eusebio, y el carácter fuerte de Basilio, hacía difícil ponerse de acuerdo con él. Toda esta situación, hizo que Basilio abandonara al obispo para dirigirse a su amada soledad, pero la intervención de Gregorio (Nacianceno), logró la reconciliación mutua, y Basilio volvió a su puesto. A la muerte de Eusebio, Basilio fue consagrado obispo de Cesarea en el año 370, dignidad que incluía el llamado “exarcado” (rango inmediatamente inferior al de patriarca), es decir,  una especie de gobernador del Ponto. “El 14 de junio tomó posesión, para gran contento de San Atanasio y una contrariedad igualmente grande para Valente, el emperador arriano. El puesto era muy importante y, en el caso de Basilio, muy difícil y erizado de peligros, porque al mismo tiempo que obispo de Cesarea, era exarca del Ponto y metropolitano de cincuenta sufragáneos, muchos de los cuales se habían opuesto a su elección y mantuvieron su hostilidad, hasta que Basilio, a fuerza de paciencia y caridad, se conquistó su confianza y su apoyo”[9]

Funda las Basilíades: complejo de instituciones y edificios para pobres y enfermos, de iglesias y de conventos; una ciudad con autonomía propia bajo la guía de un obispo y que suscita las críticas de la administración estatal. Gegorio Nacianceno, refiriéndose a ellas, habla de toda una “nueva ciudad”.

Ya que el partido arriano contaba con la protección del emperador arriano Valente, durante la controversia sobre el Espíritu Santo, Basilio adoptó una postura que buscara lo políticamente posible, más ventajosa que una postura imprudente que habría hecho caer la importante sede de Cesarea en manos de los arrianos. Por esta razón, no declaró explícitamente que el Espíritu Santo es Dios, pero incitó a sus amigos a que lo hicieran, y él mismo, empleó medios indirectos para hacerlo. Su actitud no se debió a la cobardía, ya que supo mostrarse tan firme a las amenazas del prefecto Modesto, que el emperador Valente renunció enviarle al exilio aunque dividió su diócesis civil con objeto de reducir su influencia. Basilio nombró obispo de Nisa a su hermano Gregorio y, a Gregorio Nacianceno, obispo de Sásima, dentro del territorio en litigio, para así, apoyar la causa de la ortodoxia, aunque Gregorio Nacianceno se mostró reacio a ser obispo de Sásima y nunca tomó posesión de la sede, actitud que decepcionó mucho a Basilio.

Basilio estuvo realmente preocupado por conseguir la unidad de la Iglesia, pues apenas existía entre los cristianos del Oriente y los obispos del Este y del Oeste. Escribió incluso una carta al Papa Dámaso. Estaba seguro que la ortodoxia triunfaría, pero existía un grave obstáculo entre la unidad del Este y del Oeste: la disputa entre Melecio y Paulino sobre cuál era el verdadero obispo de Antioquía. No se pudo lograr la unidad, porque él defendía a Melecio, y la jerarquía romana apoyaba a Paulino. Así es que las cartas que volvieron de Roma afirmaban la comunión de la fe, pero no ofrecieron ayuda alguna.
En el año 378 murió el emperador Valente, por lo que las condiciones para la paz se hicieron posibles. Basilio murió el 1 de enero del 379, con sólo 49 años.

Con San Gregorio Nacianceno y San Gregorio de Nisa contribuyó de manera decisiva a precisar el significado de los términos con que la Iglesia expone el dogma trinitario, preparando de esta manera el Concilio I de Constantinopla (año 381), que enunció de forma definitiva la doctrina de fe sobre la Santísima Trinidad. Basilio no pudo asistir a este Concilio pues como acabamos de apuntar, falleció en el año 379.
Hna. Marina Medina


CONTINÚA



[1] Primer Concilio de Constantinopla: II Concilio Ecuménico. Reunido durante el pontificado del Papa San Dámaso y el emperador Teodosio el Grande. Fue contra los macedonianos. Junto a los Concilios de Nicea, Éfeso y Calcedonia, fue determinante para establecer la cuestión Trinitaria y Cristológica.
[2] Adele Scarnera, San Basilio di Cesarea e il monachesimo: la vita trasfigurata novità del Battesimo, Curso de Formación Monástica de la Orden Cisterciense, Roma 2013, p.1.
[3] Benedicto XVI, Audiencia General en Roma, 4 de julio del 2007.
4 Juan Evangelista; Gregorio Nacianceno; Simeón.
[5] Adriana Zierer, Ricardo Da Costa, Vida de Macrina: Santidad, virginidad y ascetismo femenino cristiano en Asia Menor del s. IV, Revista de expresión de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales 6 (2001).
[6] Marina Medina Postigo, Madres del Desierto, Pontificio Ateneo de San Anselmo. Curso de Formación Monástica. Roma 2008, p.  12. 13-14.
[7] Sira Carrasquer Pedrós y Araceli De La Red Vega, Madres del Desierto, Matrología, T. 1, Col. Espiritualidad Monástica, Monasterio de las Huelgas, Burgos 1999. p. 150.
8 Focio I de Constantinopla, llamado el Grande (Constantinopla, 820 aproximadamente – Armenia, 6 de febrero 893), fue un bibliógrafo y patriarca bizantino. También enseñó filosofía en la Universidad Imperial de Constantinopla. Fue patriarca de Constantinopla por dos veces: la primera desde la Navidad del 858 al 867; la segunda vez desde el 877 al 886. Es venerado como santo por la Iglesia Ortodoxa.
 [9] Benedicto XVI, Audiencia General en Roma, 4 de julio del 2007.

16 de enero de 2016

II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (Ciclo C)


“Había una boda en Caná de Galilea: la madre de Jesús estaba allí y también Jesús y sus discípulos”. San Juan evoca un episodio de la vida de Jesús que deja entrever a la vez su dimensión humana y el anuncio de la obra de salvación que ha venido a realizar en el mundo. En una fiesta de bodas, que en aquellos tiempos duraban varios días y en las que el vino corría en abundancia, se llega a una situación desesperada: el vino empieza a faltar. Es la madre de Jesús que con femenina intuición advierte lo delicado de la situación. Para los novios y familiares se ciernen las críticas, el bochorno y la vergüenza. A menudo en la Biblia encontramos momentos parecidos: una situación límite, en la que parece que no hay salida desde el punto de vista humano, pero que generalmente se resuelve con una intervención de Dios.

A la constatación que hace María, Jesús responde de manera algo enigmática: “Todavía no ha llegado mi hora”. La falta de vino pasa de la dimensión de un problema doméstico que interesa a los que celebran la boda, a ser imagen de una realidad mucho más importante: la situación del hombre ante el misterio de la salvación. La hora de Jesús es, sin duda alguna, la hora de su entrega al Padre, de su sacrificio supremo que obtendrá para todos los que crean la plenitud de la vida, evocada por la imagen del vino. María, entrando de lleno en la intención de su Hijo, propone a los sirvientes y en ellos a todos nosotros, la actitud justa para aprovecharse de la hora de Jesús: “Haced todo lo que él diga”.

La transformación del agua en vino que sigue es un signo, como dice san Juan. Ciertamente, la abundancia de un vino nuevo y mejor saca del embarazo a los de la boda, pero sobre todo indica la salvación inesperada, excelente, copiosa que Jesús ha ofrecido cuando llegó su hora. Si el mayordomo puede felicitar al esposo por el vino nuevo que ha reservado para el final, nosotros podemos agradecer a Dios el amor que nos ha manifestado en Jesús y responder con una fe activa, como la de los discípulos, al signo que el Señor nos ofrece.

A los padres y exegetas que han comentado esta página no ha pasado desapercibido el significado de este banquete de bodas del que nada se nos dice de los interesados, ni del esposo ni de la esposa. De ahí que se ha querido entender la realidad significada por esta boda a un nivel más profundo: la relación entre Dios y su pueblo a menudo descrita como un matrimonio entre Dios e Israel, entre Dios y Sión, entre Dios y Jerusalén, que culminará en la intimidad entre Cristo y la Iglesia.

El tema aparece descrito en la primera lectura: El profeta, en los momentos delicados de la restauración después del destierro, quiere fortalecer la esperanza del pueblo y le invita a mirar hacia el futuro, en el que, por obra del mismo Dios, la salvación será una realidad. Si los judíos, incluso en los momentos de graves dificultades habían sabido conservar un amor tan vibrante hacía la ciudad de Jerusalén, confiando ver realizada en ella la salvación, cuanto más nosotros hemos de amar a la Iglesia, la esposa por la que Jesucristo se ha entregado, para purificarla de sus pecados e introducirla en la riqueza desbordante de su amor.


En la Iglesia, de la que formamos parte, encontramos el vino nuevo y óptimo que es el don del Espíritu, del que nos ha hablado san Pablo en la segunda lectura. El Espíritu se manifiesta por medio de diversos dones, servicios y funciones, todos orientados al bien común, para que Dios obre todo en todos. Cada uno de nosotros hemos de ser conscientes de la propia vocación, de la llamada recibida, para contribuir, con los carismas que se nos han confiado, al crecimiento de la Iglesia.