3 de enero de 2014

SAN BERNARDO Y LOS SERMONES LITÚRGICOS


(TIEMPO DE NAVIDAD)
Introducción
         A San Bernardo se le llama el último de los Padres de la Iglesia, cerrando así dignísimamente la lista gloriosa de lumbreras en la fe y las buenas costumbres que comenzó desde los primeros días del cristianismo y continúa sin interrupción durante más de diez siglos. La influencia de su doctrina en la vida íntima espiritual de la Iglesia es muy superior, a partir del siglo XII, a la de todos los Padres, si se exceptúa a San Agustín, en lo que se refiere a la mentalidad de profesores de escuelas, oradores y escritores místicos[1]. San Bernardo, en lenguaje de Benedicto XVI, es uno de aquellos que no sólo han enseñado en la Iglesia, sino también y sobre todo a la Iglesia[2]. 

            A partir del siglo XII, la predicación se impuso en todos los monasterios. El Cister la adoptó desde sus orígenes y la revistió de modalidades nuevas. Todo abad cisterciense estaba obligado a reunir diariamente el capítulo conventual[3], además de explicar la Regla. Los textos eran tomados de la Sagrada Escritura, pero se comentaban desde el punto de vista de los monjes. Los sermones de esta época pueden considerarse, no sólo como verdaderos tratados apologéticos, dogmáticos y exegéticos, sino como una mina de valor doctrinal copiosísima e inapreciable en lo concerniente a los elementos constitutivos del monacato: vida de recogimiento y soledad, oficio divino, meditación, lectura, contemplación, mortificación, trabajo. 

La obra más extensa de San Bernardo es el “comentario al año litúrgico”. En él va exponiendo los misterios de la salvación mediante una serie de textos bíblicos ofrecidos por la misma liturgia. Y como para Bernardo la Biblia es vida litúrgica y tradición patrística, suele citar estos textos según la versión que le dan los Padres de la Iglesia, leídos o escuchados personalmente en la celebración del oficio litúrgico de la noche. Por ello, la exégesis de ellos es la suya, y por eso quizá ha llegado a ser él como el representante más eminente de la patrística medieval[4].
1. Características de la cristología bernardiana
            El decurso del año litúrgico está centrado en el misterio de Cristo, por eso necesitamos destacar la persona y la obra de Cristo mismo para sentir con la lectura de los textos la riqueza de inspiración y de vivencia que animaban las fibras más profundas del mismo Bernardo.

            A raíz del Concilio Vaticano II se ha ido acentuando el giro antropológico de la cristología. La antropología es el terreno y el marco de la cristología[5], y en este trasfondo nos movemos. Cristo vino a nosotros como hombre y para los hombres. Vino para mí, dirá San Bernardo. Por eso el hombre ya no podrá encontrar el sentido de su vida más que en Cristo. Desde ahora será imposible una antropología integral sin un substrato cristológico. Pero tampoco puede concebirse una cristología  viva sin ser soteriológica (La soteriología es la rama de la teología que estudia la salvación). Es el gran mensaje que nos comunica Bernardo de Claraval. 
            Bernardo contrasta a todas luces con una mentalidad escolástica[6] y se asemeja más, si cabe, a ciertas corrientes actuales de sesgo marcadamente existencial y vital asumidas en la teología, que se preocupan más por lo que Cristo es para nosotros que lo que pueda ser para él mismo. 
            Es inconcebible para Bernardo una cristología antropológica o una soteriología sin un correspondiente encuadramiento litúrgico[7]. La cristología o soteriología es nuestro misterio antropológico vivido en Iglesia, y la vida concreta que la Iglesia transmite a sus miembros se verifica en el dinamismo de la liturgia mediante unos signos o símbolos sacramentales. Bernardo, en su vida claustral, es muy sensible a estos signos y símbolos, centrados en el misterio mismo de la revelación y de la salvación a través de la Palabra de Dios, leída, escuchada y “rumiada” en el ejercicio asiduo de la lectio divina y en las celebraciones cíclicas del misterio de Cristo Salvador a lo largo del año litúrgico. 
2. ¿A quién van dirigidos estos sermones litúrgicos?
            Los sermones de San Bernardo van dirigidos a sus monjes. Son las pláticas que les dirigió siendo abad de Claraval. Algunos los compuso para otros monasterios, sin que él los predicara a sus monjes. En unos y en otros se revela más místico y contemplativo que historiador y teólogo. Sus sermones revelan al hombre interior, en la estrechez de la celda, que promueve los intereses de los hermanos con su ardiente palabra y, a la vez, no descuida los de la Iglesia. Ellos son el fruto sazonado de una lectura y meditación profundas y de una docta experiencia personal. Estos sermones le colocan entre los escritores más destacados de la espiritualidad cristiana. Son la obra que más celebridad le ha conquistado y la que mejor define la faceta predominante de su gigantesca personalidad: el celo devorador por la difusión del reinado de Cristo en las almas.

            San Bernardo solía predicar más días de los que ordenaban las constituciones. Había recibido autorización expresa del capítulo general por causa de su resentida salud, que no le permitía entregarse al trabajo manual, y por el provecho espiritual que proporcionaba con sus enseñanzas, no sólo al propio monasterio, sino a otros muchos[8]. Las pláticas tenían lugar, una, por la mañana después de prima o antes de la misa conventual, y otra, antes de completas.

            Como buen pastor que se desvela por el cuidado de sus ovejas y como fiel discípulo de San Benito, quien exhorta en su Regla al abad a instruir a los monjes, San Bernardo, siempre que se lo permitan las múltiples ocupaciones en que estaba enredado, no deja de dirigir la palabra a sus hijos. Y consideraba la conferencia espiritual (el sermón) como el verdadero pan del alma que fortifica el corazón y hace perseverar en la senda de la virtud[9]. Oíasele lamentar cuando se veía en la imposibilidad de cumplir con este deber sagrado de su ministerio[10].

            Un índice muy significativo de cuánto le preocupaba la instrucción de los monjes es el hecho de que robaba tiempo al sueño para preparar las pláticas, pues no le bastaba el tiempo que tenía señalado en su horario particular, que era mientras los monjes estaban en el trabajo[11]. Sin embargo, según se desprende de muchos pasajes de sus escritos, frecuentemente se veía precisado a improvisar. Esto acontecía cuando los monjes, cansados por el trabajo manual, le rogaban les comentase algún trozo de las Sagradas Escrituras en donde pudieran distraer su espíritu y aliviar la fatiga del cuerpo[12]. 
3. La celebración litúrgica de la encarnación
            La protología[13] trágica, con el pecado y sus consecuencias, se arrastra en el tiempo, en el hic y en el nunc[14] de la dura y amarga existencia. La vida es un exilio aquí, en Babilonia; y a orillas de sus canales lloramos y nos lamentamos[15], tomando conciencia de lo que somos y de lo que queremos ser. 
            Pero esta protología trágica no nos aplasta irremediablemente, sino que ante tal situación, digna de lástima, Bernardo despliega el dinamismo protológico liberador, una alegoría forcejeante de singular belleza entre “la Misericordia y la Verdad”[16]. Introduciendo así a Cristo en las raíces mismas de la historia humana, amenazada entre el desamparo y la desesperación. Cristo preexiste ya desde ese comienzo trágico, Christus heri, para acompañar al hombre por los avatares de su historia y salvarlo. Cristo se hace historia, se hace “Jesús”, y acompaña al monje como “Cristo-Jesús” o “Jesu-Cristo”[17]. Esto es, que se introduce en el cuerpo-de-muerte y en la carne-de-pecado del hombre[18]; se despoja de su belleza y adopta la deformidad, la forma de no-belleza:

   “(El profeta) vio lo mismo que vieron los apóstoles y de la misma manera: una visión totalmente espiritual y nada corporal. No lo vio como aquel que dijo: lo vimos sin aspecto atrayente, sin    figura ni belleza. Lo vio transfigurado y el más hermoso de los hijos de los hombres. Por eso             dice transportado de gozo como los apóstoles: ¡qué bien estamos aquí”[19].

            La misericordia se hace miseria[20]. Y la belleza de la gloria queda oculta (el misterio) en la corteza (sacramento) de la deformidad de una carne-de-pecado y de un cuerpo-de-muerte. En esto consiste la encarnación para Bernardo y la clave de la vida litúrgica, en un participación ab intus en la gloria del Señor Jesús[21]. Jesucristo es un ser paradójico por su sacramento/misterio, sólo comprensible a los ojos de la fe. Pero gracias a esta paradoja personal se convierte en mediador[22], introduciendo en esa carne-de-pecado y en ese cuerpo-de-muerte el fermento[23] de la restauración del género humano. El kairós de la encarnación transforma la existencia dramáticamente ruinosa de la vida en una existencia numinosa y de combate. 
            No deja de ser algo incomprensible la forma como se realiza en la persona de Cristo la unión entre una naturaleza divina y una naturaleza humana[24]. Por eso el sacramento de la divina dispensación, el cuerpo animado que encierra el misterio de la divinidad, es sombra[25]. Y su vida, como la nuestra, es una peregrinación en la sombra. 
            Bernardo acentúa la unión de las dos naturalezas en una especie de contracción en la persona misma de Jesús el Cristo, el Verbum abbreviatum, la Palabra concisa: 

“Por eso se contrajo la majestad y lo mejor de ella, la misma divinidad, aglutinándose a nuestro barro. Con el fin de que en una sola persona se uniese entre sí Dios y el barro, la majestad y la debilidad, la degradación y la sublimidad. Nada hay tan sublime como Dios y nada tan degradante como el barro. Y a pesar de todo, dios descendió al barro, y el barro, en su insoslayable menosprecio, subió hasta Dios. Así, la obra de Dios brilla en el barro como la obra del mismo barro”[26]. 

            Era imprescindible la kénosis de Cristo en Jesús, su abajamiento por la humanidad para reparar el primer pecado de soberbia[27].La kénosis de Cristo es un interim, que es combate. Bernardo describe con refinadas y opuestas asonancias el asedio y el forcejeo en la vida de Cristo, su interim, su spaciolum[28]. En este trabajo y combate en la miseria nos abrazó a cada uno de nosotros y nos facilitó la unión con él[29]. Pero hay algo más: el anonadamiento de Cristo es la clave de la victoria sobre el pecado, e introduce por la moral, cuya virtud esencial es la humildad, las realidades del ésjaton en la protología, en la raíz misma de la deformidad.

            El interim como el “hoy” litúrgico no es un combate en la humildad. La encarnación no es simplemente para nosotros una contemplación de la realidad misma del misterio. La encarnación nos supone imitación, que es seguimiento de las huellas de Cristo Jesús[30]. Así, el interim ya tiene un sentido para el hombre. Es la forma de asimilarse a Cristo. Conquistemos el paraíso escatológico a través del paraíso crístico[31]. Ahora la escatología supera ya a aquella protología metahistórica, la que no conocía el pecado, cuando el hombre era conciudadano de los ángeles. 
            La celebración litúrgica del misterio de la encarnación es la clave en Bernardo no tanto de la llamada “devoción a la humanidad de Cristo”, cuanto de los restantes misterios litúrgicos, incluso de la resurrección. Sin la encarnación, la resurrección carece de fundamento. Porque este misterio es el comienzo de un fin que llegará como mero precipitado. La encarnación, como la resurrección y la ascensión, forman en conjunto esa figura geométrica parabólica, porque suponen en abatimiento y una exaltación subsiguiente.

-Adviento: Los siete primeros sermones de los dedicados al ciclo litúrgico son una explanación histórica y mística del primer período: el Adviento. Trata de explicar el por qué ha sido Dios-Hijo, quién se ha encarnado y no Dios-Padre o el Espíritu Santo. San Bernardo da también normas concretas sobre la manera de celebrar los misterios que la santa madre Iglesia propone a nuestra consideración; se lamenta de los abusos que los cristianos cometen en este sagrado tiempo y del poco cuidado que tienen en preparar una limpia morada al Señor para cuando llegue en la noche de Navidad[32]. 
Distingue tres clases de venidas: la primera la hace Jesucristo en carne mortal; la segunda, en espíritu y virtud; la tercera la hará en la gloria y majestad al final de los tiempos. Según él, sin la venida de Cristo a la tierra, el género humano habría perecido irremisiblemente. Era la oveja descarriada que el Buen Pastor se dignó colocar sobre sus hombros y conducirla al redil. “Maravillosa dignación de Dios, exclama, que así busca al hombre; dignidad grande del hombre, así buscado de Dios”[33].

            -Navidad: En seis sermones sobre la vigilia de Navidad pone San Bernardo todo el afecto de sus más delicados sentimientos. El objeto principal de estos sermones es enseñar cómo hay que prepararse a la fiesta de Navidad, “fuente de vida que, cuanto más se saca de ella, más rebosa y nunca se agota”[34]. 
            Los sermones sobre la fiesta de Navidad son seis también, contado el que dedica a los Santos Inocentes. El lugar, el tiempo y las circunstancias del nacimiento de Cristo le suministran minuciosas reflexiones acerca de la creación, redención y glorificación, las obras ad extra principales de Dios. En el sermón que dedica a los Santos Inocentes estudia los tres diversos modos de confesar también a Cristo San Esteban, San Juan y los Santos Inocentes, y concluye que la muerte de estos últimos, aunque inconsciente, fue un verdadero martirio. Al mismo tiempo defiende la doctrina de que los niños de la antigua ley se salvaban por la circuncisión, lo mismo que ahora en la nueva por el bautismo[35].

            -Circuncisión: A la fiesta de la Circuncisión dedica tres sermones. Lo más notable en ellos es la explicación que da de los distintos nombres con que la Sagrada Escritura y la Iglesia llaman al Verbo encarnado.

            -Epifanía: De la Epifanía del Señor habla en seis sermones; tres solamente tratan de la fiesta misma, su objeto histórico y simbólico; uno de la circuncisión y del bautismo; dos (domingo primero) de las bodas de Caná y de las bodas espirituales, de las que aquella son tipo. 
4. Contenido teológico de estos sermones
            El ciclo de la Navidad con su preparación, el Adviento, y su prolongación, los misterios de la Epifanía, estimulan a Bernardo a presentar el misterio de Dios en Cristo Jesús frente a la trágica situación del hombre en su urdimbre y en su historia. Confrontación de Cristo Jesús, Dios y hombre, con el hombre, mediante la antropología asumida por Cristo y clave, al mismo tiempo, de toda la historia de la salvación. 
            Bernardo se remonta a los albores de la historia de la salvación. Hay una protología bien marcada por los acontecimientos de un Lucifer-Satanás que, cayendo en desgracia, configura al hombre mediante el pecado en un “cuerpo de muerte”[36]. El hombre es aherrojado del paraíso adámico y encerrado en una cárcel. El hombre histórico es noche y sombra: es mazmorra. Tocamos de lleno la antropología de pecado, la única real que conoce la persona humana y hace de su existencia una dolorosa y amalgamada experiencia de separación y de deseo; separación en sí misma de Dios, y deseo de un liberador y mediador[37]. Es el doble sesgo que anima la vida de nuestros Padres hasta la venida de Cristo en el tiempo para remontarse a la escatología[38]. Protología, escatología y kairología están inseparablemente unidas en la teología monástica de Bernardo, que es fundamentalmente tropología o moral. Y se explica en cuanto experiencia de vida en la liturgia y por la liturgia. La liturgia actualiza en superposición de planos esos tres momentos históricamente sucesivos: la protología y la escatología en la kairología. 
            El hodie litúrgico es esa kairología, que connota hondas exigencias morales[39]. Cristo es nuestro paraíso[40] con sus cuatro fuentes[41]. Es el que viene de arriba para transformar nuestro hombre de muerte[42]. Se amolda a la historia, al hombre[43]. Su majestad se vuelve humildad; y aparece como “Palabra concisa”, “Palabra aniñada y sin voz”[44]. Su cercanía y su presencia avivan el deseo de la “Visión de paz”, Jerusalén de arriba, la realidad del ésjaton[45]. Pero es una Palabra viva que suscita en el corazón del hombre una transformación El homo-caro se transforma así en homo-spiritus[46].

Conclusión
         Después de ver a grandes rasgos lo que nos dice San Bernardo respecto al Adviento y la Navidad, podemos preguntarnos ¿cómo vivió él este tiempo de preparación y de gracia? Lo vivió meditando sin descanso, el misterio más grande que hemos conocido: “Dios hecho hombre, Dios hecho un niño”. ¡Misterio inefable! Pero no sólo meditó sino que comunicó su experiencia vivencial a sus hermanos, a los que el Señor le había encomendado, alimentándolos espiritualmente para que se llenasen ellos también de la “sabiduría de Dios”, que él había meditado, asimilado, lo que él había hecho ya vida. ¡La Vida de Dios, hecha carne-humanidad! 
            Bernardo encuentra en la meditación de los misterios, el fuego que enciende el corazón del hombre, el camino seguro que conduce al AMOR y a la unión de Dios, y atribuye a los sagrados misterios que se celebran a través del ciclo litúrgico una virtud sacramental que se ordena con fines a la santificación. 
            Estos sermones, son un guión litúrgico, un depósito espiritual de doctrina, siempre antigua y siempre nueva, para las almas ansiosas de vida interior que quieren sentir y vivir con la Iglesia. 
Contemplemos con gozo la Caridad-Amor que Dios ha tenido con nosotros, “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida.” (1 Jn 1,1). Mediante Su humanidad conectamos con el sacramento de la divinidad de Cristo. 
La Virgen Madre nos guiará. La Palabra produjo en Ella la Encarnación del Verbo. En la Iglesia de hoy no deja de dar nuevos frutos. Fecunda, santifica, permite dar testimonio. Pero la Iglesia, son en primer lugar, los corazones de los creyentes verdaderamente entregados a la Palabra. Los monjes quisieran ser uno de esos lugares donde la Palabra de Dios irrumpe libremente en el mundo.
            Que tengamos un “un corazón preñado de la Palabra”. Esta expresión la aplica el beato Guerrico a la Virgen María y al monje, pues él también concibe al Verbo en el prolongado contacto con la Palabra de Dios[47]. Durante nueve meses maduró lentamente la Palabra de Dios en el seno de la Virgen María. Durante años y siglos continúa madurando en el corazón del mundo, sembrada incesantemente por la Iglesia en el corazón del hombre que la escucha y pone en ella toda su esperanza de vivir. El monje, a su vez, lleva la vida de Dios en lo más profundo de su corazón: una vida que se desarrolla lentamente para tomar cuerpo en él. 
            El monje se recoge amorosamente en torno al germen de la vida de Dios, y haciéndolo así, lleva el mundo futuro en lo más profundo de su corazón. El germen no procede de él, nace de Dios, pero igual que la Virgen María, el monje le presta su corazón y su cuerpo. Está todo entero en esta espera y en este anuncio. Es su guía y su guardián. Que María, patrona del Cister, bajo cuya protección están todos los monasterios de la Orden, nos acompañe en el adviento y que Ella nos lleve junto al que “viene a salvarnos, Dios-con-nosotros”.
Hna. Florinda Panizo 
BIBLIOGRAFÍA
Acebal Luján J. L., Obras completas de San Bernardo T. III: Sermones litúrgicos I, Editorial BAC, Madrid 1985.
Diez Ramos Gregorio, Obras completas de San Bernardo T. I .Editorial BAC, Madrid 1953.
González de Cardedal O., Cristología y liturgia. Reflexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18 (1978).
De Igny Guerrico, Camino de Luz: Sermones litúrgicos I, Editorial Monte, Burgos 2004.
Bosch Van den A., Le mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.

[1] E. Vacandard: Dictionnaire de Theologie Catholique, palabra “Bernard”, Col, 784.
[2] Ibid., col. 783.
[3] Consuetudines, Monasticon Cisterciense (Solesmes 1892), c. 70, p. 146.
[4] Id., Ser.mones per annum, en Sancti Bernardi Opera IV p. 119-159; Id., Inédits bernardiens dans un manuscrit d’Engelberg, en Recueil d’études sur Saint Bernard et ses écrits II (Roma 1966) p. 185ss; Id., La traduction des sermons liturgiques de St. Bernard p. 203ss.
[5] O. González de Cardedal, Jesús de Nazaret. Aproximación a la Cristología (Madrid) 1975) p. 282 s.
[6] La escolástica fue la corriente teológico-filosófica dominante del pensamiento medieval, tras la patrística de la Antigüedad tardía, y se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación de la razón a la fe.
[7] Toda cristología desconectada de la vida litúrgica es fugaz por estar radicalmente enferma. Cf. O. González de Cardedal, Cristología y liturgia. Reflexión en torno a los ensayos cristológicos contemporáneos: Phase 18 (1978).
[8] Serm. 1 de Septuagésima, n. 2; cf. Serm. 10 sobre el salmo 90, n. 6, y Serm. 1 de San Malaquías, n. 1.
[9] Serm. 2 de la Anunciación, n. 4.
[10] Serm. 5 de Cuaresma, n. 1; cf. Serm. 8 sobre el salmo 90, n. 1.
[11] Serm. 1 de Todos los Santos, n. 3.
[12] Prólogo al salmo 90, n. 2.
[13] Del griego protos (primero) y lógos (saber), indica en el ámbito de la teología contemporánea la doctrina que estudia las afirmaciones dogmáticas relativas a los orígenes, al “principio”. la creación del universo en general y del hombre en particular, su elevación al orden sobrenatural, la caída del pecado original. El término protología se acuñó en analogía con el término escatología, que estudia las realidades últimas, no ya como término, sino como consumación. Entre la protología y la escatología se da una íntima conexión, en cuanto que Dios llevará finalmente a su plenitud todo lo que estableció desde el principio.
[14] Cf. IEpfn 2,6; véase El carisma cisterciense y bernardiano p. 70.
[15] Sal 136,1. Citado en Adv 7,10: Babilonia-confusión; VigNav 6,8: Babilonia-crueldad; Epf 3,3; SIXC 7,5; 7,14; Asun 1,1: Babilonia-aspiración.
[16] Anun 1,9-14.
[17] Es el nombre completo que hay que conocer para salvarse; VigNav 6,1; Circ 2,2: Jesús es verdad, no sombra, como hijo que es de Abraham; VigNav 6,3: Cristo, el preexistente antes de la creación.
[18] La kénosis de Cristo según Fil 2,5-7, lugar teológico en la soteriología bernardiana: Adv 1,2; 4,4; VigNav 4,6; Nav 1,1; Cir 3,3; Epf 1,6; SlXC 17,6; Anun 3,10; MiercS 4; 10; Re 4,1; OPasc 1,1; 2,1; Asc 6,15; TSS 4,2; Mart 8; SVM 3,12.
[19] Cf. Asc 4,9; Mart 5.
[20] MiercS 8; 10: y nos besa con el beso de su boca; Nav 5,4; Epf 1,1; Cuar 2,2; SlXC 11,8.
[21] Cf. IEpf 2,1; Asun 2,9.
[22] Cf. Asc 6,11; Anun 2,5; IEpfn 2,1; Asun 2,9; TSS 1,4.
[23] Cf. VigNav 3,7-10; Nav 2,2-4.
[24] SVM 4,4; cf. A. Van den Bosch, Le mystère de l’Incarnation chez St. Bernard: Cîteaux 10 (1959) 88.
[25] Asc 3,3; 6,11; Pent 2,3: “umbra corporis”; Adv 7,1: “umbra mortis, infirmitas carnis”; VigNav 3,6; 6,3; Adv 1,10. cf. A. Van Den Bosch, a. c., p. 89.
[26] VigNav 3,7.
[27] CalNov 2,3-5; Cuar 2,1-2: humildad en cuanto condescendencia privación de belleza; MierS 13: sacramento paradójico de humildad; MiercS 3: María, modelo de humildad; Nav 1,1: fundamento de todas las virtudes; Nav 2,6: única para reparar la caridad; Asun 4,7; OAsun 11,13.
[28] MiercS 6: “in illa brevitate appetitus insidiis, interrogatus contumeliis, pulsatus iniuriis, vexatus supliciis lacessitus”. El interim de Cristo como combate, véase en MIercS 11.
[29] MiercS 11-12.
[30] JuevS 5; cf. J. Leclercq, Imitation du Crhist et sacrments chez St. Bernard: Collect. Cist. 38 (1976) 263-282.
[31] Nav 1,6: Christus, Paradisus noster; Adv 8,1; Ded 6,3; NatVM 3; Anun 3,2.
[32] Sem. 3 de Adviento, n.2.
[33] Serm. 1 de Adviento, n. 7.
[34] Serm. 4 de la Vigilia de Navidad, n.1.
[35] Serm. De los Santos Inocentes, n. 2.
[36] Adv 1,2-5; 6,1; Adv 8,1; VigNav 4,2; IEpf 1,3; VigNav 4,2.
[37] Adv 8,1; VigNav 3,2; Epf 1,3.
[38] VarNav 3,2; Epf 1,3.
[39] VigNav 5,3; 6,1-11; Epf 1,5; Pur 1,1; 2,1.
[40] Nav 1,6.
[41] Nav 1,5-8.
[42] Adv 6,5; 7,1.
[43] VigNav 6,3.
[44] VigNav 1,1; 5,3; Nav 1,1,3; 5,1; Cir 1,1; 2,3; ConP 1,6; ConP 2,1.
[45] VigNav 2,1,6.
[46] Nav 2,10; 3,3; Epf 2,2; IEpf 2,2,3.
[47] Guerrico De Igny, Sermones sobre la anunciación, II, 4-5. Cf. Camino de luz, II, 273-277.

24 de diciembre de 2013

MISTERIO DE LA NAVIDAD, MISTERIO DE LA SALVACION


Dios realiza la salvación del hombre a través de la  historia del hombre, comienza con Adán y Eva y culmina con el nacimiento del Verbo de Dios que viene  en el silencio para que el hombre lo escuche y reciba. 
Dios, después de haber hablado muchas veces y en diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por quien hizo también el universo [1]. 


El misterio de salvación entreteje las páginas de la Biblia, los siglos de la tradición y los documentos del Magisterio de la Iglesia, a través de sus múltiples tradiciones, en ellos recogidas, y en su numerosa y rica variedad de géneros literarios y de autores, cuyo objetivo no es otro que el de manifestar la acción de Dios en la historia del hombre mismo, en sus propias vidas. 


Su intervención va dirigida siempre a sacarlos de la situación penosa en que se encuentran; a librarlos de la condición de esclavitud en que viven como herencia de su misma existencia humana, como consecuencia de su propia equivocación y malicia a lo largo de la historia; a hacerlos salir de su desesperada condición de hombres abocados a la muerte y a la ruina total. Esta es la intención primera y última del Dios que se revela y actúa en Jesucristo, que es el que pone en marcha toda la acción salvífica en la historia.  


Los acontecimientos y hechos concretos de la historia de los hombres, en grupos humanos, en comunidades o pueblos, han sido vividos, vistos y experimentados como acontecimientos salvíficos, como verdaderas intervenciones salvadoras de Dios. Y como tales han sido transmitidas, de palabra y por escrito, en la predicación y en la oración, como objeto de confesión de fe o motivos para la alabanza, la bendición y la súplica. 


Así ocurrió con la emigración de los patriarcas, con la salida de los descendientes de Jacob de Egipto, con la alianza del Sinaí, la peregrinación por el desierto, la entrada en Canaán, la instauración de la monarquía en David y su posterior destrucción; con la existencia de esos voceros de Dios que han sido los profetas, con el destierro a Babilonia y su retorno del mismo. 


Así aconteció también con el nacimiento de Jesús de Nazaret, su manifestación como pregonero de la llegada del reino de Dios, con su pasión y muerte bajo Poncio Pilato y con su resurrección de entre los muertos. Así como en el envío y recepción del Espíritu Santo a la comunidad de discípulos, la transformación de los mismos en testigos de Cristo vivo y resucitado; la del envío de estos testigos hasta los confines de la tierra, guiados por el mismo Espíritu, para anunciar a los hombres esa salvación obrada por Cristo que los incorpora a su Obra redentora.   


Así, pues, las intervenciones salvíficas de Dios en la historia de los hombres tienen su centro y culmen en Cristo. La salvación, en efecto, se orienta a “recapitular todas las cosas en Cristo”, a hacer de todos los hombres una sola familia, la familia de Dios, haciéndolos “hijos en el Hijo”, insertándolos íntimamente en él, incorporándolos a él[2]. 


ORIGEN DE LAS FIESTAS DE NAVIDAD 


Los primeros cristianos en los tres primeros siglos no celebraban esta fiesta Navidad el 25 diciembre. Primero era conmemorado en Oriente, y más tarde pasó también en Occidente, el día 6 de enero quizá porque el 25 de diciembre en el Imperio Romano se celebraba la fiesta del Sol y los cristianos por prudencia prefirieron relativizar la fecha concreta, no el acontecimiento. Tampoco hay documentos que atestigüen claramente que fuera ese día. Pero no es esto lo fundamental de esta celebración ni lo que ahora nos atañe.


Lo que realmente nos importa es saber que Dios y su amor infinito al hombre se da a conocer en los acontecimientos de la historia de la salvación. La luz de la fe permite descubrir la verdadera profundidad de los hechos e interpretarlos auténticamente. Con el Nacimiento de Jesús se cumple el anuncio del profeta Isaías: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y es su nombre ‘Mensajero del designio divino[3]. 

La noticia de su nacimiento es una proclamación de alegría porque en Él, en Jesús, Dios ha venido para consolar a su pueblo, para iniciar su Reino[4]. Nadie puede, en consecuencia, sentirse al margen de este evento: “Los confines de la tierra han proclamado la victoria de nuestro Dios[5].

La Liturgia nos prepara para vivir el acontecimiento de la Venida del Señor. En la Primera Lectura del día 24 de diciembre,  el Profeta Isaías, nos estimula a espabilarnos, a despertar y a tener conciencia de lo grandioso del acontecimiento: ¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalén, Ciudad Santa! ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: Ya reina tu Dios! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha desnudado Yahveh su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y han visto todos los cabos de la tierra la salvación de nuestro Dios[6].
 El profeta transmite el deseo ardiente de su Dios por hacer real y efectiva la salvación en favor del pueblo, y para ello hay que espabilar a Jerusalén. Ahora la Iglesia, Nueva Jerusalén, que yace, en muchos de sus sectores y en cada uno de nosotros, vencida por un profundo sopor, dormida, como anestesiada, insensible e inconsciente de la Buena noticia de la Salvación. 


        En la Segunda Lectura de mismo día 24, San Agustín se hace eco de las advertencias del Profeta Isaías y dice: Despierta, hombre, por ti, Dios se hizo hombre. Despierta, tú que duermes, surge de entre los muertos y Cristo con su luz  te alumbrará.

        Estarías muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca hubieras sido librado de la carne del pecado, si él no hubiera asumido una carne semejante a la del pecado. Estarías condenado a una miseria eterna, si no hubieras recibido tan gran misericordia. Nunca hubieras vuelto a la vida, si él no se hubiera sometido voluntariamente a tu muerte. Hubieras perecido, si él no te hubiera auxiliado. Estarías perdido sin remedio, si él no hubiera venido a salvarte[7].
 


 No podemos dejar de sentirnos invitados a reflexionar sobre el amor de Dios que viene a los hombres. El Cristo que tomó parte en la historia de los hombres, hace dos mil años, vive y continúa su misión salvadora dentro de la misma historia humana. Por eso, la Navidad es un acontecimiento divino y humano, que será siempre actual, mientras haya un hombre en la tierra.  


La Navidad enriquece la visión del plan salvífico de Dios y lo hace más humano y, en cierto sentido, más hogareño. Aunque esta fiesta apunta también directamente a la celebración de la Pascua.  


Es el Dios inmenso y eterno que desciende a tomar la condición humana e irrumpe en el tiempo del hombre para que éste pueda alcanzarlo. Nadie, aunque quiera, puede permanecer al margen de este misterio. El mundo entero acepta el acontecimiento del nacimiento del Señor, como la fecha central de la historia de la humanidad: antes de Cristo, o después de Cristo. 


           Celebremos, pues, con alegría la venida de nuestra salvación y redención. Acoger ahora al Señor que quiere nacer en el corazón del hombre, de cada uno de nosotros.

Hna. LMJP




[1] Heb 1,1-2
[2] cf Ef 1,3-10; Col 1,13-20
[3] Is 9,5
[4] cf Is 52,7-10
[5] Sal 97
[6] Is 52,1.7-9
[7] Sermón 185: PL 38, 997-999

1 de diciembre de 2013

TIEMPO DE ADVIENTO TIEMPO DE GRACIA



          El tiempo de Adviento nos quiere ejercitar en una virtud cristiana básica: la esperanza. Debemos aprender a “esperar” y nos sentiremos más pacificados.
            Cada año cobra actualidad el Adviento, porque siempre necesitamos la venida de Dios a nosotros. Sería señal de debilidad o de muerte si nos encontráramos satisfechos con lo que ya tenemos.
           Esta oportunidad de renovación cristiana que nos ofrecen los “Tiempos litúrgicos”  nos ayuda a mantener o recuperar la sensibilidad de lo divino, que  podemos ir perdiendo  a causa de las actividades puramente humanas si no se ofrecen a Dios, a lo largo del año. Nos conviene que el Adviento comience a despertar en nosotros el apetito de los bienes que verdaderamente valen la pena. En esta sociedad en la que nos toca vivir, los que nos consideramos cristianos, debemos ser el CORAZÓN que la mueva por caminos de esperanza.
          Las personas que nos rodean deben ver en nosotros unos valores evangélicos claros: justicia, servicio, generosidad etc. evitando todos aquellos valores que pro­mulga la sociedad de consumo: tener más, ser el más poderoso, más sabio, mas famoso.


          1. ¿QUÉ ESPERAMOS?

            El pueblo de Israel estuvo durante siglos y siglos esperando al Mesías. Pero nosotros vivimos en el Nuevo Testamento: Cristo nació de María Virgen y apareció entre nosotros. Desde que El llegó todo ha cambiado en la historia: vivimos el tiempo de Cristo.  Si Jesús ya ha venido ¿qué esperamos?
            Esperamos la venida gloriosa de Cristo al fin de los tiempos, para establecer definitivamente su Reino. Desde que llegó Cristo a nuestra historia, la plenitud de los tiempos está ya comenzada. Después de Cristo no esperamos a nadie más. El inauguró ya su reino: este irá creciendo y madurando a lo largo de los siglos, hacia la plenitud final.
            Mientras tanto recordamos gozosamente el nacimiento de Jesús en Belén, celebramos su aniversario y aprendemos las entrañables lecciones que sus protagonistas nos dieron.

 II.- HISTORIA DEL ADVIENTO

 La Fiesta de la navidad se comenzó a  celebrar  en la primera mitad el siglo IV. Era una celebración nueva, en esa época, pues antes de ella sólo se celebraba la Pascua del Señor, cada domingo. Surge la fiesta de la Navidad para celebrar el aniversario de la venida del Señor y también como ocasión para combatir las fiestas paganas -que se celebran el 25 de Diciembre en Roma y para los egipcios el 6 de Enero- proclamando la fe de la Iglesia en la Encarnación y Nacimiento del Verbo.
 Hasta el siglo VI no señaló litúrgicamente el tiempo de preparación para la navidad. Esta  práctica de la preparación, comenzó en Francia y España; y en el siglo VII, aproximadamente, se extiende a Roma  y con esto, nace el tiempo litúrgico de “Adviento”. Es así, cómo la palabra latina “Adviento” (venida) pasó a designar “el período  precedente a la Navidad del Señor”.
            Ya desde los orígenes, el Adviento se descubre con carácter escatológico a la vez que de preparación a la Navidad, lo cual ha llevado a la discusión sobre el sentido su verdadero sentido  originario. En estas discusiones unos han optado por la tesis del adviento orientado a la Navidad, mientras otros preparación a la venida escatológica.


 CONTENIDO LITURGICO DEL ADVIENTO

Como hemos visto, el adviento tiene un significado preciso y por lo mismo tiene una estructura también precisa: su celebración del dura cuatro semanas que están divididas en dos etapas. Durante este tiempo se prepara la Venida del Señor contemplada en dos aspectos: la Venida escatológica y la venida histórica.
 La primera etapa (venida histórica) inaugura el tiempo de salvación. Empieza el primer domingo de Adviento y termina el día 16 de diciembre. En esta etapa la Venida del Señor es contemplada en sus dos dimensiones, los creyentes son invitados a prepararse para salir al encuentro del Señor y recibirlo en la existencia concreta.
 La segunda etapa (venida escatológica) será el cumplimiento. Esta etapa,  es como una "Semana Santa" que prepara la Navidad.
            De lo señalado hasta el momento se puede inducir en profundidad, cuál es el sentido del Adviento, lo más importante es que se trata de la Venida del Señor, el Señor vendrá y por eso hay que estar preparado; no de cualquier manera se puede recibir al Señor, es necesaria una preparación previa. Esta preparación es la conversión del corazón acompañada del gozo y la alegría, la esperanza y la oración. El tiempo de Adviento, por tanto, es el tiempo de la esperanza, de poner en ejercicio esta virtud que con la fe y el amor que constituyen la trama de la vida espiritual.
  Las lecturas de este tiempo también nos orientan en las dos dimensiones que hemos señalado ya. En la primera lectura se hablan a los profetas mesiánicos, especialmente Isaías, anunciando al Salvador y los tiempos nuevos y definitivos; en el Evangelio se oyen exhortaciones del Señor a la vigilancia y textos del Evangelio de la infancia.
            Este sentido ya indicado más arriba, de espera del Señor, se expresa en la liturgia mediante la supresión de los símbolos festivos, falta todavía algo para la fiesta pueda ser completa, porque ésta,  sólo llagará a su culmen de  alegría cuando el Señor llegue  y more en su pueblo.


 PERSONAJES DEL ADVIENTO

            El tiempo del Adviento nos presenta principalmente tres personajes que nos ayudan a preparanos para las fiestas de navidad.
            Isaías es el profeta del Adviento. En sus palabras resuena el eco de la gran esperanza que confortará al pueblo elegido en tiempos difíciles y trascendentales, en su actitud y sus palabras se manifiesta la espera, la venida del Rey Mesías. Él anuncia una esperanza para todos los tiempos. Debemos mirar la figura de Isaías y escuchar su mensaje que nos dice que no todo está perdido, porque el Dios Fiel y no solo no nos abandona sino que nos trae la salvación.
            Juan Bautista, el Precursor, es otro de los personajes del Adviento; con su testimonio y sus palabras prepara los caminos del Señor, anuncia la salvación nos invita a la conversión, él es el que señala a Cristo entre los hombres, nos invita a la penitencia, como ayuda a la preparación para recibir al Señor y nos enseña debemos  cambiar nuestra mentalidad engendradora de malas acciones.
 María, la Madre del Jesús, es el tercer personaje del Adviento. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. María espera al Señor y con su “Sí” coopera en la obra redentora. El Adviento es el mes litúrgico mariano ya que en este tiempo María aparece activa en los textos bíblicos, sobre todo en la última semana. Su actitud de confianza y esperanza es un modelo a seguir.


 ESPIRITUALIDAD DEL ADVIENTO

            Durante el tiempo del Adviento la liturgia pone a nuestra consideración al Dios Amor que se hace presente en la historia de los hombres. Dios salva al género humano por medio de Jesús de Nazaret en quien el Padre se revela.
            El Adviento nos debe hacer crecer en nuestra convicción de que Dios nos ama y nos quiere salvar, y debe acrecentar nuestro amor agradecido a Dios.
            Adviento es el tiempo litúrgico de dimensión escatológica, el tiempo que nos recuerda que la vida del cristiano no termina aquí, sino que Dios nos ha destinado a la eternidad, a la salvación. En este proyecto la historia es el lugar de las promesas de Dios.
            Dios anuncia y cumple sus promesas en nuestra historia. Adviento es el tiempo en que celebramos la dimensión escatológica de nuestra fe, pues nos presenta el plan divino de salvación con elementos ya realizados en Cristo y con otros elementos de plenitud que aún esperamos se cumplan.
 Esta esperanza escatológica supone una actitud de vigilancia, porque el Señor vendrá cuando menos lo pensamos. La vigilancia requiere la fidelidad, la espera ansiosa y también el sacrificio; la actitud radical del cristiano ante el retorno del Señor es el grito interior de: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!
            Esperar en el Señor supone estar convencido que sólo de Él viene la salvación, sólo Él puede liberarnos de nuestra miseria, de esa miseria que nos esclaviza e impide crecer.  El tiempo de Adviento nos recuerda que se acerca el Salvador, por eso la esperanza va unida a la alegría, el gozo y la confianza.
           Adviento es también, el tiempo del compromiso; la invitación del Bautista a preparar los caminos del Señor nos presenta como ideal una espera activa y eficaz. No podemos esperar al Señor que vendrá, con los brazos cruzados sino en esa tensión activa , en un esfuerzo sereno por contribuir a construir un mundo mejor, más justo, más pacífico, donde se viva la solidaridad y caridad fraterna.
 La espera del cielo nuevo y tierra nueva nos impulsa a esta acción transformante de nuestro mundo, pues así éste va madurando y preparándose positivamente para la transformación definitiva al final de los tiempos.
 El Adviento nos tiene que  hacer desear ardientemente el retorno de Cristo, pero la visión de nuestro mundo injusto, sembrado de odio y división, nos revela su falta de preparación para recibir al Señor. Los creyentes hemos de preparar el mundo, madurarlo para venida del Señor.

Hna. María josé P