10 de febrero de 2013

CONSAGRADAS: LA MUJER


            Cuando una joven decide entregar a Dios su vida, no por ello pierde su feminidad, al contrario, es más mujer si cabe decirlo así. La mujer consagrada dona su amor a Dios a través del Hombre-Dios, Jesucristo. Su amor va dirigido a este “Hombre” y se realiza de forma más esponsal. La consagrada es la “mujer” que se enamora de Jesús.

            El mejor modelo en el que se puede fundar la vida de las consagradas, es María, la mujer por excelencia y que viviendo su condición de mujer, se entregó por entero al plan de Dios sobre Ella, confiando totalmente a pesar de las incertidumbres que pesan sobre Ella a partir del anuncio del Arcángel Gabriel. La mujer que permaneciendo virgen según el proyecto de Dios, se vuelve la más fecunda de todas las mujeres. ¿La Virgen María, Madre de Dios y Madre de los hombres! ¿Cabe una fecundidad más grande?

            Toda mujer, por el hecho de serlo tiene una misión especial; portadora de ternura, es el rostro más humano de Dios y de Su Presencia en el mundo. Cuando la mujer decide donarse, sabe darse plenamente a Dios y por Él, a los hombres. Portadora y transmisora de vida, la feminidad se hace más viva y se realiza más plenamente en la mujer consagrada que debe llevar a un mundo donde impera la muerte, la vida nueva que Dios nos ha regalado en Su Hijo Jesucristo. “La fuerza moral  de la mujer, su fuerza espiritual se une con la consciencia de que Dios le confía de modo especial al hombre, al ser humano…precisamente debido a su feminidad… Nuestro días atienden la manifestación de la “genialidad” de la mujer que asegura la sensibilidad por el hombre en cada circunstancia: por el hecho de que es hombre”.[1]  Y, resumiendo, podemos desplegar esta misión especial de la que acabamos de hablar, en dos misiones:

La mujer, es por excelencia el ser de la dulzura y la tolerancia, posee un alma fuerte. Mediante su feminidad, equilibra y humaniza el mundo; y además, tiene la misión de ser esposa y madre en el sentido físico de la palabra o en otro más espiritual y elevado, aunque no por eso menos real. Es un ser que vive en estado de disponibilidad y de don; todo en ella ha sido ordenado por el Creador a tal fin. Cuanto más completa y profundamente sea mujer, tanto más fiel será su misión.

            El campo en el que ha de desarrollar su misión la mujer no tiene límites extendiéndose desde el estrecho círculo de su familia hasta la entera sociedad y especialmente, la Iglesia.Hoy día, se habla de “mujeres fuertes”, pero la mujer fuerte no es la mujer viril, sino la que es tan fuerte que no renuncia a su propia naturaleza y que adquiere precisamente la máxima perfección de la femineidad.

Por estar llamada a cumplir una misión especial, ante todo en el orden emotivo, la mujer es extremadamente sensible a las emociones alterocéntricas. De entre las mujeres, están las consagradas, consagradas de modo exclusivo al servicio de Dios, y éstas, no por eso, conservan – como ya hemos dicho antes – en grado menor el carácter femenino.

La perfección de la mujer es la femineidad, que es la realización total de la naturaleza de una mujer, y por tanto, de una monja. Lo más contrario a una vocación religiosa, es el olvido, la destrucción del propio carácter femenino. La religiosa puede destruir aquello que podría glorificar mejor a Dios en ella. Dios creó a la mujer para amar y ser amada. Le dio una naturaleza rica, ardiente, una capacidad de sufrimiento que le es absolutamente peculiar.

La auténtica razón de ser de la mujer es el amor. Esposa de Dios, tal es realmente, la religiosa que ama a Dios y a su inmensa familia de almas con todo el inmenso amor que ha contenido en su corazón de mujer. Una mujer consagrada a Dios, no pierde ninguna de sus cualidades femeninas naturales.

Vamos a ver primeramente este sentimiento alteroemotivo que caracteriza al alma femenina.

 En el alma femenina, por regla general, domina de modo especial un sentimiento, la emoción. La emotividad femenina permite a la mujer una participación más rica de las cualidades de las personas, de las cosas y de las situaciones.

La mujer sitúa infaliblemente en otro el centro de sus pensamientos, de sus ambiciones, de sus actividades, de su dicha y perpetuamente se encuentra lanzada fuera de sí hacia quienes puede amar y ayudar. El prójimo es su razón de ser y el objeto de su vida.

Por ser alterocéntrica, la mujer siente más vivamente las alegrías y los dolores ajenos, más todavía que los suyos propios. Su lema es proporcionar alegría y calmar pesares.

Su característica más visible es tender hacia las personas mucho más que hacia las cosas. “Jesucristo demostró conocer muy bien esta orientación de la mujer hacia las personas. A dos hombres que le seguían, preguntó: ¿Qué buscáis?.  Pero a una mujer que lloraba, le preguntaría: ¿A quién buscas?[2].

El sentimiento alteroemotivo que domina en la mujer es, por consiguiente, la íntima reacción que le induce a situar el centro de su afectividad en los seres que ama y de los que puede recibir amor. Ese sentimiento es, pues, la base del alterocentrismo, la clave del alma femenina.

Y es que la mujer, y cuánto más cuando es una mujer consagrada, está abierta a cuanto pertenece al alma de los demás; puede decirse que interioriza la que su sensibilidad capta del mundo exterior.

La mujer ha recibido el don de esparcir en torno suyo encanto y dulzura, como afirmó el Papa Pío XII al decir: “Con el sentido de la gracia y de la belleza, Dios ha dado a la mujer, más que al hombre, el don de hacer amables y familiares las cosas más sencillas”[3].

La vida religiosa en virtud de la cual la virgen consagrada a Dios se entrega plenamente a Su Amor dentro del servicio a la humanidad, ocupa un lugar preeminente entre las vocaciones de la mujer. Y no es cierto que la vida religiosa mate en la mujer sus dones o el patrimonio de su viva sensibilidad. Sino que lo afina, lo libera de egoísmos, y lo impulsa hacia los demás con un movimiento que no deja nada para ella.

La religiosa es consciente  de que la entrega para la que está hecha la mujer no tiene sentido para ella si no es para una donación  total a un Amor más total. Establece  su centro de gravedad en una relación amorosa con Cristo, y es ahí, donde ella encuentra el equilibrio natural de su personalidad. En consecuencia, para que la religiosa se expansione normalmente en su vocación, tiene que estar en ella lo espiritual profundamente marcado por el sello de la unión mística con Cristo.

Es a partir del Concilio Vaticano II, cuando en el ámbito eclesial y gracias a las indicaciones ofrecidas por Juan XXIII, se ha comenzado a reflexionar en términos innovadores sobre la identidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, ofreciendo pistas de reflexión y acción, que hoy en día, todavía no se han asimilado adecuadamente.

Juan Pablo II en Vita Consecrata, nos da unas indicaciones sobre el papel de la mujer consagrada y su importancia vital:

“… Las mujeres consagradas están llamadas a ser de una manera muy especial, y a través de su dedicación, vivida con plenitud y con alegría, un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre…. Es obligado reconocer igualmente que la nueva conciencia femenina  ayuda también a los hombres a revisar sus esquemas mentales, su manera de auto-comprenderse, de situarse en la historia e interpretarla, y de organizar la vida social, política, económica, religiosa y eclesial”[4].

Sin embargo, no podemos olvidar el papel que las mujeres consagradas han tenido  a lo largo de la historia y no sólo en esta época actual, aunque en tiempos anteriores, su labor no fuera reconocida. Por tanto, podemos afirmar que a partir de los mártires y luego de las vírgenes de la Iglesia, inauguraron un nuevo estilo de vida, que resultó contestatario de la reducción de la mujer a las funciones domésticas y de su supuesta subordinación a la autoridad masculina, paterna o marital.

Por su parte, el monaquismo , primero oriental y luego occidental, evidencia los caminos emancipadores de la fe, a disposición de las mujeres como de los hombres. Las bibliotecas de los monasterios femeninos se convierten en veneros de obras de arte, donde se conservan bordados, miniaturas, pinturas, esculturas y códigos antiguos copiados con el cuidado de amanuenses inteligentes.

El breve itinerario recorrido ha puesto de manifiesto la exigencia de una nueva identidad femenina, y la urgencia de tematizar esa identidad con el fin también de promover nuevos perfiles humanos que respeten más la nueva conciencia madurada por las mujeres y por los hombres.

Las mujeres consagradas están hoy particularmente interesadas en el desarrollo de esta tarea histórica. Hoy son más sensibles a las instancias y exigencias provenientes de ese movimiento cultural y están abiertas a la confrontación con otras mujeres en orden a un enriquecimiento recíproco y a trabajar juntas en la promoción del crecimiento de una humanidad más solidaria.

 La mujer consagrada, precisamente por ser mujer es imprescindible en los ámbitos eclesiales y sociales: “La Iglesia que ha recibido de Cristo un mensaje de liberación, tiene la misión de difundirlo  proféticamente, promoviendo una mentalidad y una conducta conformes a las intenciones del Señor. En este contexto la mujer consagrada, a partir de su experiencia de Iglesia y de mujer en la Iglesia, puede contribuir a eliminar ciertas visiones unilaterales, que no se ajustan al pleno reconocimiento de su dignidad, de su aportación específica a la vida y a la acción pastoral y misionera de la Iglesia. Por ello es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión, su responsabilidad, tanto en la conciencia  eclesial como en la vida cotidiana.

También el futuro  de la nueva evangelización, come de las otras formas de acción misionera, es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas”[5].

Las mujeres consagradas postulan en particular una teología de la vida consagrada apostólica femenina, pues advierten el malestar de una teología circunscrita quizás a la experiencia monástica masculina, aplicada sin tener en cuenta su vivencia particular.

La indicación teológica que debería dar la Iglesia, y, en ella sobre todo las mujeres consagradas, es el testimonio de nuestro optimismo religioso, y consiguientemente el anuncio existencial de la alegría cristiana. Sabemos que Dios está presente en la historia, y que lleva a cabo nuestra salvación.

La consagración es el signo de este advenimiento salvífico de Dios, de este hoy Suyo. Las mujeres consagradas proclaman con alegría: “¡Cuánta suerte hemos tenido! ¡Cristo nos ha encontrado y nos ha llamado a Su seguimiento!”. Prolongan el Magnificat de María, el saltar de Su corazón por la enorme satisfacción de estar con el Señor, a Su servicio en el servicio de sus hermanos. Es la “exultatio” eucarística traducida en vida. Por algo en la vida consagrada ocupan un puesto particular la presencia de la Eucaristía y de la Virgen María.

En la “Lumen Pentium” 65 se subraya que “la Virgen en su vida fue modelo  de aquel amor materno del que deben estar animados todos aquellos que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan a la regeneración del mundo”. En la Iglesia no existe servicio que no brote del ágape; toda vocación y ministerio nacen de la Eucaristía, donde la comunión cristiana nace continuamente y madura en su identidad de esposa fecunda del Señor, que conserva íntegra y virgen su fe. “Mulieris dignitatem” subraya el papel peculiar de la mujer en el testimonio del amor, presentando a María como la patentización del misterio femenino. Son dos indicaciones interesantes, porque indican un sendero por el cual las mujeres consagradas han desarrollado con audacia y creatividad su misión en beneficio de toda la humanidad, especialmente de la doliente.

Con decisión, y a veces incluso sin ayudas espirituales suficientes, las mujeres consagradas profundizan  su realidad no de modo intimista, sino situándose en relación. En particular advierten la exigencia de la escucha asidua de la Palabra, de la vuelta a los fundadores, de la apertura al mundo, y en concreto al mundo femenino.

Son conscientes de su responsabilidad histórica, y por tanto de la necesidad de una nueva comprensión de las exigencias de la llamada, y de traducirlas en nuevos perfiles femeninos más coherentes con la fuerza liberadora del Evangelio y, en consecuencia, más legibles en su carga profética. Las mujeres consagradas pueden crear hilos y tejer relaciones entre la Iglesia, - acusada a menudo por el mundo laico de machismo – y el mundo femenino.

Podemos recapitular recogiendo un texto de “Vita Consecrata”: “Hay  motivos para esperar que un reconocimiento más hondo de la misión de la mujer provocará cada vez más en la vida consagrada femenina una mayor conciencia del propio papel, y una creciente dedicación a la causa del Reino de Dios. Esto podrá traducirse en numerosas actividades, como el compromiso por la evangelización, la misión educativa, la participación en la formación de los futuros sacerdotes y de las personas consagradas, la animación de las comunidades cristianas, el acompañamiento espiritual y la promoción de los bienes fundamentales de la vida y de la paz. Reitero de nuevo a las mujeres consagradas y a su extraordinaria capacidad de entrega, la admiración y el reconocimiento de toda la Iglesia, que las sostiene para que vivan en plenitud y con alegría su vocación, y se sientan interpeladas por la insigne tarea de ayudar a formar la mujer de hoy”[6].

 Hna. marina Medina
 

[1] Juan pablo ii, Mulieris dignitatem 31
[2] P. Panici, Jesús y el alma de la mujer, Ediciones Paulinas, p. 31.
[3] pío XII y los recién casados, Ediciones Paulinas, p. 31.
[4] Juan pablo II, Vita consecrata, 57.
[5] Juan pablo II, Vita consecrata, 57.
[6] Juan Pablo II, Vita consecrata, 58.

14 de enero de 2013

LA FUENTE DE ESPIRITUALIDAD MONÁSTICA EN CASIANO

 1.   Distinguir entre la vida práctica y la vida contemplativa

Casiano escribió con idea de que su texto fuera un guía espiritual. Las dos obras: Instituciones y Conferencias, corresponden a la división entre vida práctica y vida contemplativa. Estas dos obras van dirigidas a todos los monjes, cenobitas y eremitas. Casiano se interesaba, sobre todo, por la vida interior, por el hombre interior y esto vale para ambas formas de vida monástica.
Los nombres que Casiano da a Jacob e Israel: Jacob, representa a la persona que lucha contra los vicios para obtener la virtud práctica; Israel, representa la vida contemplativa. Es la misma persona con dos nombres. Cuando Jacob realiza un progreso, recibe el nombre de Israel. Estos nombres se remiten a Filón de Alejandría. Jacob es el suplantador, el que lucha contra los vicios para alcanzar las virtudes (se dice que el origen de este nombre fue, porque Jacob nació cogiendo el talón de Esaú, que representa el vicio; ya desde el principio, nació luchando contra el vicio)
Israel (el que ve a Dios), vida contemplativa. En la lucha contra el vicio tiene como premio de victoria la contemplación.
Jacob e Israel, dos puntos de la vida espiritual. Estas ideas también las encontramos en la tradición filosófica. Ascesis (askesis), ejercicios que realizan los atletas para lograr el premio en la competición. La palabra tiene un sentido muy positivo. Estas palabras ya sobre el siglo IV a. de C. se usaban en sentido espiritual. Lucha contra los razonamientos. Razonamiento, logismoi[1]. Casiano traduce esta palabra con la palabra Cogitaciones, pensamientos. Estos pensamientos son los ocho vicios principales.
Para Casiano esta descripción de las dos fases de la vida espiritual, es muy importante porque todo lo que enseña, parte de estas dos fases entre vida práctica y vida contemplativa.
La diferencia entre la vida práctica y la vida contemplativa: viene de Filón y también lo encontramos en Orígenes Homilía 27, 6, sobre el libro de los Números. Para salir de Egipto, que representa el cuerpo humano como sede de las pasiones, se necesita la mano de Moisés y también la de Aarón. Moisés, representa la ciencia de la ley; Aarón, representa la pericia en sacrificar e inmolar a Dios, fruto de las obras con las que se complace a Dios. En las manos debemos ver las obras.
Para salir de Egipto se necesitan las dos manos para tener la perfección de la ciencia y la perfección de las obras. Pero estas dos manos son una sola mano, y todo es cumplimiento de perfección. El autor usa “la mano” de Moisés o de Aarón y lo hace en singular, es una figura retórica de la antigüedad. Él, pretende usar el singular para que veamos que la vida práctica y la vida contemplativa van juntas.
No se puede gozar de la vida contemplativa sin progresar en la vida práctica. En la Conferencia 14, Casiano explica la diferencia entre la vida práctica y la vida contemplativa. Si uno quiere alcanzar la vida contemplativa deberá dedicarse con empeño a la vida activa. Con todo empeño, la idea es la de los ejercicios espirituales, que son parte fundamental en la vida práctica. Antes ya de Casiano se traduce el concepto griego de ascesis.
La ciencia activa se funda en dos principios, conocer bien la naturaleza de los vicios y el modo de subsanarlos; conocer el orden de las virtudes y que la mente no esté sometida a una violenta impetuosidad, sino reposada en un bien que lleva a lograr las virtudes. ¿Cómo alcanzar las virtudes y conocer los misterios de las cosas espirituales si no se comprende antes la naturaleza de los vicios y no se ha preocupado de extirparlos?
Los últimos ocho libros de las Instituciones: ocho vicios (es diferente a los siete vicios capitales). Esta idea de luchar contra los pensamientos, se encuentra en el texto de Mt 15,19. Casiano lo cita en las Instituciones 6, 2; y también encontramos estos pensamientos en la vida de Antonio. ¿Por qué ocho? A partir de Evagrio, son ocho los vicios que hacen la guerra al monje. Egipto es el primer vicio del que ya nos hemos librado, los otros siete vienen representados por los siete pueblos que lucharon contra Israel en el desierto. Lucas 11,24, habla del espíritu malo que vuelve al alma acompañado de otros siete.
En el quinto libro de las Instituciones, lucha contra la gula, es también una introducción a la vida práctica, y contiene unas indicaciones más generales. Tres etapas: investigar la naturaleza de los vicios, luego sus causas y en seguida, cuidados y remedios contra los vicios. Aquí cita a Antonio y su intención cenobítica. Quiere usar esta idea de Antonio como abeja prudente. No deberá recordar el ejemplo sólo de uno para adquirir virtudes. Un monje, se distingue por la virtud de la sencillez, el otro se distingue por su misericordia, el otro por su continencia. El que quiera llegar a la vida espiritual deberá portarse como una abeja prudente y elegir entre quien tiene tal virtud de una forma segura.
Subraya Casiano la moderación de los alimentos. En la tradición filosófica encontramos lo de los ejercicios espirituales, porque la tradición filosófica era un estilo de vida. Casiano dice, que el vientre llenado de alimentos, alimenta la lujuria. El objeto de la moderación es mantener la capacidad de discernimiento. El comer mucho, embota la mente e impide el discernimiento, comer sólo por necesidad. La debilidad del cuerpo consigue la victoria de la continencia.
Casiano introduce en occidente la corriente culturalizante de Evagrio sobre la vida monástica, aunque en forma un tanto desordenada. Por eso, su doctrina ascético-mística descansa en una antropología muy evagriana: el hombre es su propia alma. La oposición alma/carne debe considerarse desde un ángulo más profundo, dividiendo la actividad humana en dos campos bien definidos: la vida práctica o activa[2], en la que predomina el combate contra el mal de las pasiones, y la vida contemplativa, el ámbito de la apatheia, del ocio y de la tranquilidad espiritual, plataforma humana de la contemplación (theoría)[3]. El desorden de los tres estados de alma entre si: carnal, animal, y espiritual. La prevalencia de lo carnal o de lo animal sobre lo espiritual es el origen del cuerpo del pecado[4]; porque en estos dos estados inferiores del alma radican los ocho vicios capitales.
Se precisa una ascesis bien atinada[5] para restablecer el orden y dar preeminencia a lo que el hombre es, lo racional[6]. De aquí, el sentido de la vida monástica como combate[7], de hecho una psicomaquia; y a su vez medio para descubrir la naturaleza del alma racional, corazón puro[8], capacidad de amor[9], de oración íntima[10] y de la sabiduría. De este modo progresará en el conocimiento y en la asimilación del misterio de la Palabra de Dios[11]. La expresión vital de esta vida transformada ya en contemplación[12], se traduce en el recuerdo continuo de Dios[13].

Sin la santidad no se puede alcanzar el fin. Debemos poner la finalidad en la pureza de corazón para llegar al fin, el Reino de Dios, la “vida contemplativa”. Eliminar los vicios y adquirir las virtudes, es la finalidad y fin de la vida contemplativa. Contemplar el Reino de Dios, viene de Lc 17, 20-21, y dice que, el Reino de Dios está nosotros. Y para Evagrio y Casiano, el Reino de Dios, se identifica con la vida contemplativa, el desarrollo pleno de la vida espiritual en nosotros. No se puede gozar de la vida contemplativa sin el trabajo previo de eliminar los vicios y adquirir las virtudes.
Debemos ofrecer un corazón perfecto, custodiarlo y mantenerlo lejos de cualquier contaminación. Las virtudes secundarias (el ayuno, vigilias) son necesarias para llegar a la pureza de corazón a la caridad. A diferencia del amor pasional y egoísta, la caridad (ágape) es un amor de benevolencia que quiere el bien ajeno. Su fuente está en Dios que fue el primero en amar[14].
Vida contemplativa: Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios[15]. Este principio evangélico, nuestros monjes lo llevaron hasta las últimas consecuencias. La experiencia les confirmaba que cuanto más purificada está el alma, más ve y posee a Dios, más anticipa la visión celeste por la contemplación. Esta es y no otra la razón última de toda la disciplina monástica ut divinis rebus ac Deo mens semper inhaereat[16]. Ideal que une un concepto muy elevado de la divinidad, con la posibilidad de una divinización del hombre.
El intelectual no es tal mientras le dominan las pasiones, pues para ver claro es menester recobrar la naturaleza, la salud del espíritu. Entonces podrá percibir las realidades; mientras tanto sólo balbuceará meras palabras y conceptos abstractos. La verdadera gnosis de los Padres, es una percepción directa, una experiencia[17].
Aquí radica la necesidad de purificación, para llegar a la contemplación. El mundo moral, realidad más cierta e interesante que el mundo físico, es una participación del ser Supremo: Dios, su Verbo, Su Espíritu. El hombre participa de El, no tanto por su esse, cuanto por su bene esse. Echando mano de la expresión bíblica que hace del hombre la imagen y semejanza divina, se nos dirá que el alma es imagen de Dios por su cualidad espiritual, libre e inmortal; y semejante a El por la bondad de sus acciones Por el pecado han quedado ambas debilitadas y obscurecidas, no suprimidas, y desde entonces el espíritu humano está dividido en sí mismo y sometido a la esclavitud de los sentidos y realidades exteriores. Cristo, imagen perfecta y personal de Dios, se ha hecho semejante al hombre, y le ofrece, con su sangre, la renovación de su naturaleza espiritual. Siguiéndole, el hombre recobra su verdadera naturaleza, por la contemplación o conocimiento amoroso de Dios[18].
Con esto, Casiano abre al monje de par en par, las puertas de la más pura mística evangélica. Semejante a Dios, el monje tiende con todas sus fuerzas a la divinización, es decir, a un intercambio de amor con Dios; su amor, su celo, su deseo, sus trabajos, sus pensares, toda su vida respira Dios. Exactamente lo que pidió para nosotros el Salvador: para que el amor con que Tú, Padre, me has amado esté en ellos y ellos en nosotros[19]. Una intimidad donde han desaparecido el temor del esclavo y el interés del mercenario, sólo abundan los sentimientos de hijo a padre, de hermano a hermano, de amigo a amigo, de esposo a esposa[20].
Los canales que encauzan este torrente de vida divina, los resume en dos: la inteligencia espiritual de la Escritura y la oración. La inteligencia de la Biblia, es el verdadero alimento del hombre interior, es decir, del contemplativo. Es un vasto campo en el que cada uno cosecha en proporción a su trabajo[21].
Todo tiene valor en la profundidad del alma, cuando ya no hay vicios, se funda el Reino de Dios, este Reino que está dentro de nosotros[22]. Depende en parte de nosotros la calidad de pensamientos, y por esto es necesario practicar la lectura frecuente y la meditación continuada de las Escrituras para que nuestra memoria pueda llegar a la elevación espiritual.

2. ¿Cuál es el papel de las Escrituras y cómo conviene explicarle?

No es una exageración decir que la espiritualidad monástica es eminentemente una experiencia religiosa, que nace del encuentro con la Palabra de Dios. Además de la lectura o la audición, el monje se dedicaba a la meditación de la Palabra de Dios, que no es un mero ejercicio mental o discursivo, sino una compleja operación que va desde la lectura, memorización, la intelección plena del sentido y el cumplimiento del contenido, la praxis cristiana. Para ello, el monje tenía tiempo disponible, porque esa tarea era lo principal de la jornada.
Anacoretas y cenobitas buscaron y hallaron en la Sagrada Biblia modelos y ejemplos que imitar y reproducir en sus propias vidas. Se diría que no le bastaban los dechados -los grandes héroes de los desiertos cristianos- salidos de sus mismas filas. Sentían la necesidad de referirse siempre a “la autoridad de las Escrituras”[23]. Su Regla, era la Palabra de Dios; sus modelos tenía que proponérselos también la Palabra de Dios. Y cuando escribían la semblanza de algún monje distinguido por sus virtudes y milagros, se esforzaban en poner de relieve que toda su vida se había desarrollado de acuerdo con los arquetipos de la Escritura.
El objetivo de la vida del monje, tal como lo ha expresado Casiano, es la oración continua, que él describe como una atención constante a la presencia de Dios, que se realiza a través de la pureza de corazón. A esta se llega, no a través de tal o cual observancia, tampoco a través de la lectura o la meditación de la Escritura, sino dejándose transformar por ella.
Por eso, el contacto con la Palabra de Dios, es el punto de partida de un diálogo con Dios, que se establece y se prosigue en la medida en que el monje ha alcanzado una cierta pureza de corazón, una simplicidad de corazón y de intención, y también en la medida en que ha puesto en práctica los medios para llegar a esta pureza de corazón y para mantenerla. Ese diálogo, en el curso del cual la Palabra interpela sin cesar al monje a la conversión, mantiene esa atención continua a Dios que los Padres consideran como una oración continua y que es el objetivo de su vida.
La clave de las obras de Casiano hay que buscarla en el uso frecuente de la Escritura[24] aplicada en un marcado trasfondo estoico[25] asimilado en el sistema evagriano, que asume. La Biblia es el libro y el material de lectura por excelencia, que alimenta y suscita la oración[26]. Se destaca entre sus conferencias la 14, protagonizada por el abad Nesteros, acerca de la ciencia espiritual. Aquí Casiano ofrece un mensaje que clarifica y define la hermenéutica bíblica tal y como se practicaba en el desierto en función del progreso espiritual del monje.
El único libro que recomienda Casiano y ¡con qué insistencia!, es el libro por excelencia, la Biblia. La Escritura es, según él, el alimento de la vida monástica, el instrumento necesario para la formación del monje, a quien debe acompañar a lo largo de todo su itinerario espiritual; constituye el medio por excelencia y absolutamente indispensable en orden a llegar al fin que el monje persigue: la pureza de corazón y, a través de ella, el Reino de los cielos[27].
Casiano desea que el monje tenga continuamente ocupado el espíritu con algún texto sagrado, bien se halle en el trabajo, refectorio o en la celda. Recordemos la comparación del molino; nuestro espíritu está siempre bajo el impulso torrencial de pensamientos y tentaciones. Que el monje se ocupe en la meditación de la Escritura y sus pensamientos serán espirituales. No basta una lectura superficial. Casiano, como sus antecesores, pide la ruminatio, un triturar lenta y sabrosamente cada frase y palabra revelada, para percibir con el paladar de la fe, todo su rico contenido y fortalecerse para la lucha[28].
Así, el papel de la Sagradas Escrituras es que va educando al monje, que se aplica con sencillez a la práctica de sus enseñanzas. La misma vida de ascesis y trabajo en que vive, es un medio excelente para penetrar su sentido. No basta la especulación intelectual; porque una cosa es tener facilidad de palabra y otra penetrar hasta la sustancia escondida de estas Palabras celestes, y contemplar la profundidad del misterio con un corazón purificado; esto supera las posibilidades de cualquier enseñanza o ciencia humana[29], fruto del esfuerzo ascético, esta ciencia de la Escrituras es asimismo su alimento. Si al tratar los vicios Casiano se entretiene en catalogarlos, con las virtudes se olvida -voluntariamente- de hacerlo. El encargado de conducir al alma por este camino es el mismo Dios que habla por su Palabra, a cada uno según su vocación y el esfuerzo que realiza para vaciarse de sí mismo y aceptar su mensaje.
¿Y cómo leer, explicar las Escrituras? Apropiándose y haciendo tan suyas sus frases, que lleguen a ser la expresión de su propia vida: Vivificado con este alimento, el monje se penetra de tal modo de todos los sentimientos de los salmos, que llega a recitarlos no como palabras del profeta, sino como si él mismo fuera su autor, como una oración personal[30].
Esta lectura-oración del Antiguo y del Nuevo Testamento, revela y entrena al cristiano en la plenitud de la ley. El Evangelio no es la corrección de un primer ensayo de Dios sobre el hombre, es su perfección, la Nueva Ley no rectifica, sino que completa. Más que ley es gracia, a la que todos son llamados y sólo los esforzados la alcanzan: es la medida de la plenitud de Cristo[31]. El ideal evangélico es, pues, un ideal de generosidad.
La ciencia contemplativa se nutre sobre todo con la interpretación de las Escrituras, y nos enseña a interpretarlas en sentido alegórico[32].

En su Conferencia 14, Casiano, un excelente transmisor de la espiritualidad del desierto egipcio en el que ha vivido durante muchos años, en la misma época que Evagrio, distingue dos formas de ciencia: la práctica y la teorética, siendo esta última la contemplación de las cosas divinas y el conocimiento de los significados más sagrados. A esta teorética o contemplación de las cosas divinas, la llama también ciencia verdadera de las Escrituras, y la divide en dos partes, la interpretación histórica y la inteligencia espiritual. Una y otra pertenecen a la contemplación. Dice Casiano: …Si quieres llegar a alcanzar la ciencia verdadera de las Escrituras, a fijarte, en primer lugar, de una manera estable, en la humildad de corazón. Esta te conducirá no a la ciencia que hincha, sino a la que ilumina por la consumación de la caridad[33]. Entonces, lo que hace que el estudio de la Escritura sea o no una actividad contemplativa, no es el método de lectura o de interpretación utilizado, sino la actitud del corazón.
En la Conferencia 14, 8, la vida contemplativa se divide en dos partes: interpretación histórica y la inteligencia espiritual. Tres tipos de ciencia espiritual: tropología, alegoría y anagogía. Tres sentidos que pueden darse a la Escritura: sentido literario, sentido moral, y sentido doctrinal[34]. La ciencia espiritual para Casiano, a su vez, comprende tres géneros: tropología, alegoría y anagogía. Tropología, explicación moral, cuyo fin es la enmienda de la vida y la enseñanza práctica. Alegoría, el texto dice una cosa pero el sentido verdadero es otro, está entre renglones, subyacente. Por cuanto se habla de cosas que prefiguran otro misterio. Una forma era buscar la etimología del nombre o del sustantivo, otra regla interpretar las Escrituras, con las Escrituras, (si vemos una palabra y luego en otro texto vemos otra parecida o un texto parecido, podemos conectar estos textos y encontrar el significado)[35]. Idea fundamental: Las Escrituras son un texto en clave y una parte de los significados importante están más ocultos, Ellas son para nosotros, y deben tener un significado para nosotros, y que sea útil (2 Tim 3, 16). Anagogía, partiendo de los misterios espirituales asciende a los secretos del cielo, más augustos y sublimes. Todo lo que tiene que ver con la bienaventuranza del cielo, es la anagogía.
            La figura de Jerusalén se puede interpretar en cuatro niveles: histórico, (la Jerusalén alegórica) es la Jerusalén espiritual y también la Iglesia; Jerusalén de allá arriba, la del futuro, la escatología (sentido anagógico), Jerusalén como figura de nuestra alma (sentido tropológico).
            Muchos textos, no todos, podrían conllevar cuatro interpretaciones diferentes para encontrar el alimento del alma en las Sagradas Escrituras. Casiano nos da otros ejercicios de interpretación espiritual, pues el fin es llenar la mente con una interpretación espiritual. En la Conferencia 14, hay otro texto que expresa la idea de la interpretación espiritual, querubín, que significa plenitud de la ciencia. La interpretación de las Escrituras nos ayuda en nuestra vida práctica. Cubren sin cesar el propiciatorio de Dios[36], o sea la tranquilidad de tu corazón, guareciéndola contra los ataques de los espíritus del mal[37].

3. El concepto de apatheia según Casiano.

La vida de los ascetas del desierto fue una continua soledad y vigilancia y una constante búsqueda de Dios, para conseguir de este modo, un gran conocimiento de la persona humana y encontrar el verdadero rostro de Dios. Ammas y Abbas se fueron a la soledad del desierto para disponer el corazón para el encuentro con Dios; para lograr la apatheia, la paz del corazón o -como dice Casiano- la pureza del corazón.
Luchar contra los demonios y sus logismoi constituye la parte negativa del combate espiritual; la aparte positiva consiste en la adquisición y práctica de las virtudes. Los monjes -es éste un rasgo muy característico de su espiritualidad- practicaron el ascetismo con gran optimismo, pues tenían una fe muy profunda tanto en la gracia de Dios como en el poder de la voluntad humana que también es obra de Dios.
Habiendo escalado la cumbre de la purificación e iluminación, penetraron en un mundo nuevo, empezaban a vivir una vida nueva, semejante a la de Adán antes del pecado. Esta vida se caracteriza sobre todo por la apatheia, vocablo polivalente, que en otros autores significa el absoluto dominio de las pasiones. Casiano prefiere la expresión pureza de corazón[38], y la gnosis (theoría, scientia, spiritualis), conocimiento de Dios y de su misterio diferente del de la simple fe.
El tratado de espiritualidad que constituyen las Conferencias de Casiano se abre, con la pureza de corazón, que es el objetivo del monje aquí abajo. No es aún la visión de Dios, que está reservada al mundo futuro, pero ya es unión con Dios, puesto que es sinónimo de santidad, de caridad, de contemplación. Podríamos decir que la pureza de corazón es, de manera dispositiva, lo que estas últimas palabras son de manera perfectiva. El corazón puro está atento para quitar todos los obstáculos capaces de entenebrecer la morada interior donde Dios quiere habitar. En sus dos obras, Casiano se refiere constantemente a las pasiones que infestan el alma y la turban, tornándola inepta para el amor y la contemplación de Dios. La pureza de corazón es el estado de un alma liberada de sus pasiones, disponible para escuchar las sugerencias  del Espíritu Santo; ella no ve a Dios, pero como un lago de superficie tranquila, puede reflejar la belleza de Dios, que puede realmente devenir su imagen.
Para Casiano la oración no sólo no está agitada por mirada alguna o visión de imágenes, sino ni siquiera por voz o palabra alguna: se profiere por la inflamada intención de la mente por medio de un inefable transporte de corazón y por una inexplicable velocidad del espíritu. Oración altísima, elevada a Dios por el alma con gemidos inenarrables y suspiros. Estado altísimo de contacto con Dios justificado sólo por la cima de perfección alcanzada por el alma en su larga ascensión: respuesta de Dios a la generosidad de quien, con corazón puro, lo ha buscado y alcanzado[39].
Los monjes saben que el camino espiritual comienza con el esfuerzo de la persona por reconocer la propia verdad, por nombrar y aceptar los propios límites y asumir e integrar las propias sombras. Esto sólo es posible permaneciendo consigo mismo, evitando toda tentación a la evasión, la distracción y enfrentando los movimientos interiores, los pensamientos y los sentimientos, las tentaciones o los demonios, como ellos los llamaban.
Avanzar hacia la paz del corazón sólo es posible pasando por la propia verdad y entonces la verdad os hará libres[40]. La persona que busca la paz del corazón debe luchar con los pensamientos, no contra ellos. No se trata de reprimir, ni de ocultar lo que hay en mi, se trata de reconocerlo, aceptarlo y asumirlo para integrar y transformarlo. Solo aceptando e integrando mis sombras podré ser entero y yo mismo. La ascesis de los monjes consistía en reconocer y luchar con los pensamientos, los vicios, o los demonios.
En la primera conferencia, Casiano trata de explicar de una forma más evidente, lo que él llama el objetivo de apatheia y el fin, la finalidad de la vida espiritual. No se puede alcanzar el fin que es la contemplación sin apuntar, sin dirigirnos al objetivo. La distinción entre el objetivo y el fin es fundamental para que podamos entender el camino de la vida espiritual. En la primera conferencia cap. 4-5, él nos dice: por lo que significa al fin habéis contestado de una forma muy inteligente, y tenéis que conocer ante todo cuál tiene que ser nuestro objetivo, es decir, nuestro destino. Cuando se adhiere sin cesar a ésta, nosotros podemos alcanzar el fin, y por lo tanto el final de nuestro camino es el Reino de Dios. Tenemos por lo tanto que indagar bien para ver que es lo que conlleva esta dirección, este camino. Que si por nuestra parte esto no nos queda muy claro, entonces nuestros esfuerzos serán totalmente vanos e inútiles. Y continúa diciendo: El fin último de nuestra profesión es el Reino de Dios, o Reino de los cielos[41]. La dirección, el objetivo, es la pureza de corazón y sin la pureza es imposible alcanzar ese fin.
Apatheia, es un concepto muy importante para Casiano y para sus predecesores. No debes esperar que tu paciencia derive de la virtud de los demás. Ésta se formará gracias a la gracia, a tu humildad y a tu generosidad, depende de tu libre albedrío. La virtud no depende de los demás, nuestra virtud es una cualidad de nuestra alma.
El principio de nuestra sabiduría es el temor de Dios del cual deriva la compunción del corazón y de aquí nace la renuncia y la humildad, de ésta nace la mortificación de la voluntad propia, y esto lleva a extirpar los vicios y así nacen las virtudes: pureza del corazón, perfección que es algo propio de la caridad apostólica. La pureza de corazón[42]. Evagrio ya usó este versículo para describir la vida espiritual: “Bienaventurados los limpios de corazón, (vida activa, lucha contra los vicios), porque ellos verán a Dios” (vida contemplativa). Limpios de corazón para Evagrio era el equivalente de apatheia.
Es necesario que sólo los perfectos, ya purificados tiendan a la vida eremítica. Los vicios que no se corrigen, se llevan a la soledad y la soledad en quienes no se han corregido, mantiene y agrava los vicios. El cenobio es el lugar más adecuado para corregir los vicios, donde se presentan las ocasiones favorables para encarar, reconocer.
Quienes van en busca de la perfección, no es suficiente alejarse de los hombres, hay que saber adquirir la paciencia para reprimir la ira, incluso con los objetos. Germán en la Conferencia 19, pregunta qué deben hacer los que dejan el cenobio demasiado pronto: Encontrar oportunidades para identificar y eliminar los vicios. También en el desierto hay ocasiones que provocan la cólera y se puede así reconocer los vicios si prestamos atención a los impulsos de nuestra alma.
El fin de la paciencia no es sólo airarse (enfadarse, irritarse) por una justa causa, si no, no airarse. La medicina perfecta es estar convencidos de que no se nos permite airarnos de ninguna manera, ni por causa justa, ni por causa injusta. Y así nuestra alma podrá ser templo del Espíritu. Para Casiano, es importante reconocer la cólera. La cólera no puede ser nunca el motivo de nuestro comportamiento, porque ella excluye la razón.
Casiano distingue la finalidad y el fin de la vida espiritual. La finalidad: la apatheia, el fin, la vida eterna, o bien, el Reino de Dios. Debe ser evitado todo lo que perturbe nuestro corazón, y poner la finalidad en la pureza de corazón para llegar al fin.
Sor Florinda Panizo
Casarrubios del Monte (Toledo)

4. Bibliografía

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Un Monje De San Isidro,  La contemplación según Juan Casiano, Cistercium 109 (1967) 15-31.


[1] Los logismoi (término griego), esto es, los pensamientos, los impulsos, las pasiones, los vicios -tales son las principales acepciones que puede revestir este término, que tantas veces aparece en la literatura monástica antigua-, constituyen, una hueste al mismo tiempo doméstica y enemiga, con la que el monje debe luchar a brazo partido. Dada su importancia, los logismoi ocuparon, más que cualquier otra cosa, a los monjes antiguos, muy particularmente a los “psicólogos del desierto”, como Evagrio Póntico, Macario y Casiano, por no citar sino a los principales.
[2] Col. 14, 1.
[3] J.-CL. FREDOUILLE, Vie active et vie contemplative selon Jean Cassien. Les antécédents philosophiques, en Jean Cassien entre l’orient et l’occident, 148-167; C. M. CHIN, Prayer and Otium in Cassian’s Institutes, en StP 35, 2001, 25-29; Col. 14, 1.
[4] Col. 24, 16.
[5] Col. 8, 25.
[6] Col. 24,15.
[7] Col. 13, 13.
[8] Col. 1, 7.
[9] Íbidem.
[10] Col. 9, 10.
[11] Col. 14, 10. 17.
[12] Col. 14, 3.
[13] Col. 2, 3.
[14] 1 Co 13; 1 Jn 4, 19.
[15] Mt 5, 8
[16] M. Olphe-Galliard: La Pureté de coeur d’apres Cassien” en RevAscMyst. XVII (1936) p. 60.
[17] Col. 1, 8.                                                                                                                    
[18] Col. 1, 14; 8, 25; 5, 6, 23; 11, 7.
[19] Jn 17, 26, 21; Col. 10, 7.
[20] Col. 11, 13.
[21] Col. 8, 3.
[22] Lc 17, 20-21.
[23] Inst. 2, 5; Col. 18, 4-5.
[24] O. Chadwick, Cassianus, Johannes, en TRE 7, 1971, 652; Id, John Cassian, Cambridge 1988, 101 ss.
[25] M. L. Colish, o. c. 114-122.
[26] Ch. Kannengiesser, Handbook of Patristic Exegesis, Volume two, 1272-1276.
[27] Col. 1, 3, 4 y 7.
[28] Col 1, 18; Inst. 6, 4.
[29] Col. 14, 9, 7; Inst. 5, 34.
[30] Col. 10, 11.
[31] Col. 8, 24; 21, 5.
[32] Orígenes fue el primero en intentar comentar casi todos los libros de la Biblia con este sentido alegórico que se remonta a Homero en la literatura griega. Los niños estudiaban sus libros, filósofos del siglo V o un poco antes, criticaron a Homero porque hay ideas y hace atributos a los dioses que no son convenientes ni buenos ejemplos para enseñar a los niños. Los defensores de Homero, dijeron que había un sentido subyacente entre renglones, y este sentido es el sentido filosófico, porque Homero era un filósofo. Orígenes dice, que Pablo es el que nos dio la clave correcta para interpretar las Escrituras, porque él, varias veces interpretó las Escrituras; y dice que sus explicaciones eran alegóricas y por eso, la palabra del texto representa, dice algo más.
[33] Cf. Col. 14, 10; 1 Co 8, 1.
[34] Para Orígenes sólo valen el sentido moral y el sentido doctrinal.
[35] Ejemplo: Sal 136. 8, feliz quien agarre y estrelle contra la roca a tus pequeños. Los pequeños (los niños), son el principio de los pensamientos, y la roca es Cristo, Cf. 1 Co 10,4.
[36] Is 11, 1.
[37] Col. 14, 10.
[38] Casiano pone gran cuidado en evitar el término apatheia, por el uso que hacían de él los pelagianos. Lo traduce por “inmutable tranquilidad del alma”. Cf. M. OLPHE-GALLIARD, Casien (Jean), en “Dictionnaire de Spiritualité, t. 2, Col. 247-249; G. BARDY, Apatheia, ibíd., t. 1, Col. 727-746.
[39] Casiano, citado en: Ermanno Ancilli, Diccionario de Espiritualidad, Tomo I, 1987, p. 347.
[40] Jn 8, 32.
[41] Col. 1, 4.
[42] Mt 5, 8.