Hay algunos exégetas
monásticos que afirman que la Regla se entiende mejor si se empieza a leer por los
últimos capítulos, porque son los que nos permiten entenderla bien toda. Así es
que en este trabajo lo vamos seguir este consejo de los especialistas en esta
materia y comenzamos a estudiar RB por el final de la misma.
Consideramos un
primer grupo de capítulos cuyo argumento fundamental es la oración
común e interior, lectio y trabajo[1].
Existen también complementos
a la sección litúrgica en la RB[2], es decir, fuera de la sección litúrgica
habla otras veces el Opus Dei, por ejemplo, en los
temas de la excomunión, de los que llegan tarde al oficio u a otros actos
comunitarios; nos explica asimismo detalles sobre el dormitorio, el horario, el
oficio divino, cómo debe proceder el monje fuera del oratorio y de la señal que
habrá de hacerse a la hora de la obra de Dios.
El Opus Dei es
esencial, y el capítulo 43 nos señala que no hay que anteponer nada al Oficio
Divino, por eso san Benito, habla mucho del Opus Dei,
también, fuera de los capítulos litúrgicos.
Para este trabajo se ha escogido el capítulo
48 de la RB, comparándolo con el capítulo 50 de la Regla del Maestro. Centrándonos
especialmente en la Lectio, que es el núcleo de la vida
religiosa y el trabajo manual, acudiendo también al estudio de las fuentes
pre-benedictinas y basándonos en los argumentos expuestos en las
clases impartidas por Sr. M. Scheiba, Sr. Aquinata
Böckmann, OSB En los CFM en Roma.
La estructura de este
capítulo 48, la podemos comparar con el capítulo 50 de la RM. Este cotejo es muy interesante.
El capítulo 50 en la
RM es el
triple comparado con el capítulo 48 de la Regla de san Benito.
En la RM el c. 50 aparece después del
Código Litúrgico y según el Maestro este capítulo explica la intención de
ocupar el tiempo, entre un oficio y otro. San Benito pretende que se ocupe todo
el tiempo entre un oficio y el otro a través del trabajo y la lectio.
La preocupación fundamental
del Maestro es que todos se mantengan lejos del pecado que nace del ocio,
quiere evitar el ocio, por lo tanto los monjes tendrán que permanecer siempre
activos para evitar tiempos vacíos, tiempos muertos, esta es la preocupación
del Maestro, la RM además habla de la dedicación al trabajo.
El Maestro habla del
trabajo, es una expresión que retoma Benito en el contexto de la lectio y
no del trabajo; Benito hace hincapié en la importancia de la lectio y
no del trabajo, el trabajo se ve como una preocupación del Maestro, en la
que se explica como una preocupación, que no se ve como una
necesidad a causa de la pobreza, como en el caso del monasterio de san Benito.
La RM quiere que al inicio de
las horas litúrgicas se dé gracias por el tiempo del trabajo y de la lectio realizados
sin pecado, es decir, al principio de la liturgia, da las gracias por el tiempo
en el que se ha estado sin pecado, es una preocupación dominante en la RM.
Esta preocupación no existe en la Regla de san Benito, porque él
pone su atención por incluir su oración litúrgica en el ritmo mismo de
la vida humana. Sus alternancias de esfuerzo, reposo y vemos esta importancia
también en nuestra vida de hoy en nuestros monasterios, lo importante es que
haya equilibrio entre el trabajo manual, el trabajo espiritual, equilibrio
entre el esfuerzo y el reposo.
El rito es algo muy
importante en la Regla de san Benito. Él prevé algo insólito en la
tradición cenobita, desplazamientos en cuanto al horario del Opus Dei.
Se cambia el horario del Opus Dei a causa del
trabajo, a pesar que san Benito dice que no hay que anteponer nada a al a Obra
de Dios, como vemos en el capítulo 43.
En el siguiente cuadro
podemos cotejar el capítulo 48 de la RB con el capítulo 50 de la
RM, donde podemos ver el esquema de la jornada:
Estructura de la RB 48 en comparación RM
50
RB 48
|
RM 50
|
V1-2 Introducción
|
V1-7 Introducción
|
V3-9 – horario de verano
– con excursus: trabajo en el campo (V7-9)
|
V39-71 – horario de verano
(palabras santas y oraciones)
|
V10-13 – horario de
invierno
|
V8-38 – horario de
invierno (lectio común; silencio)
|
V14-20(21) – Cuaresma
– con excursus: lectio enemigos y
corrección:
V15-16 libros
V17-20 personas encargadas
(vigilancia)
V21 anotaciones: contactos
entre los hermanos
|
|
V22-23 – Domingo
|
|
V24-25 – Trabajo según la
capacidad (categorías diferentes)
|
V72-78 – diferentes
trabajos
|
En la RM la distribución de la jornada
monástica, es mucho más sencilla, en la RM distingue solo entre dos
estaciones, el invierno y el verano, luego Prima, Tercia, Sexta y Nona siempre
se hacen en la misma hora en la RM, el esquema de Benito en la RB, en
cambio, es más complicado, porque san Benito trata de considerar muchas cuestiones
particulares y muchos casos posibles, como por ejemplo, la Cuaresma, el
domingo, luego también habla de la necesidad de trabajar los campos, etc.
Entonces San Benito se preocupa de algunos casos concretos que se pueden dar y
por eso el esquema de san Benito es más complicado.
«La ociosidad es enemiga del alma». Con esta
sentencia lapidaria resume san Benito RM 50, 1-7, donde solo se contempla el
trabajo manual. Esta tendencia atribuida a Salomón en el texto impreso de
Basilio[3],
no pertenece ni a la Escritura, ni a Basilio[4].
«Ociosidad»[5] Justiniano
inmediatamente antes asigna a los monjes un «doble trabajo»: diuinis
uacare scripturis y manuum opera. Lo mismo hace Agustín[6],
Isidoro[7].
La tradición civil sobre la ociosidad, también es
abundante: Séneca[8]:
«Otium sinne litteris, mors est, et uiui hominis sepultura», el ocio, sino va
acompañado del estudio, es la muerte y la sepultura en vida del hombre; «Vitia
otii negocio discutienda sunt: los vicios de la ociosidad hay que
combatirlos mediante la laboriosidad[9].
Bellamente se expresa también Lucano: «Variam semper dant otia mentem[10]: La
ociosidad genera la inconstancia del espíritu.
Y en todo tiempo y cultura se ha entonado un
himno a la laboriosidad. Confucio dijo: «Dios ha puesto el trabajo por
centinela de la virtud (Analecta); Luis de León: «El trabajo es la sal que
preserva de la corrupción a nuestra vida y a nuestra alma»[11].
Richard Kingston: «Una persona ociosa tienta al diablo para que la tiente»[12].
Voltaire: «el trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el hastío, el vicio
y la necesidad»[13].
El título del capítulo 48: El trabajo manual
de cada día, en realidad no corresponde al contenido del capítulo porque
también se habla de oficio, de la lectio divina y también del
trabajo, se habla de estos tres grandes pilares que sostiene la vida monástica,
con esta alternancia y no solo del trabajo.
La primera parte, el primer versículo, nos dice:
«la ociosidad es enemiga del alma» y san Benito comienza el capítulo
con una afirmación general, fundamental, es un principio bíblico, en los libros
sapienciales; Sirácide, Proverbios, ya aparece este pensamiento fundamental: el
ocio es enemigo del alma.
La necesidad y la obligación del trabajo, la
encontramos también en los libros sapienciales, esto es un tema bíblico, igual
que en la RB este principio también viene de la Regla de
san Basilio, Regla 192, como hemos visto ya más arriba . Pero esta frase, en
realidad solo la encontramos en algunos manuscritos y no en todos los escritos
de la Regla de san Basilio.
La palabra clave de estos versículos es «ocio»
«ociosidad»; «ocio» significa, calma, tiempo libre, pero también tiene un
sentido negativo: flaqueza, no hacer nada, perder tiempo. En la época de San
Benito esta palabra «ocio» tiene más bien, un matiz negativo y en su
capítulo 48 crea una especie de inclusión, entre este primer versículo donde
encontramos la ociosidad y el penúltimo versículo (v. 24) «los ociosos», en
este versículo se designarán trabajos propios a la naturaleza, a los enfermos,
dice así san Benito: «que ni estén ociosos».
Esta palabra la encontramos otras dos veces
en la RB, en el contexto de la murmuración, en los capítulos 6 y 67. El
«ocio» es un tema propio de la tradición monástica. Lo encontramos en Evagrio,
en Casiano también, ellos hablan del ocio, que tiene que ver con la pereza,
Casiano describe la «ociositas» con todas sus consecuencias en su libro
de Instituta, 10, Casiano afirma que si un monje es ocioso entonces
significa que algunos demonios amenazan a este monje ocioso mientras que el
monje que trabaja, solo tendrá un demonio: el demonio de la soberbia o de la
pereza.
La palabra «ocio» se usa haciendo referencia a un
hombre que no tiene ningún objetivo, un hombre que no es dueño de sí mismo, un
hombre que se deja llevar por sus pasiones, sus caprichos o que se
deja llevar por cualquier dificultad, está vinculado con la palabra «ocioso»,
una persona sin objetivos que no es dueña de sí misma, sierva de sus pasiones,
caprichos, etc. Un hombre que no es libre, aunque tenga mucho tiempo libre.
La segunda parte del versículo 1 del c. 48, dice
lo siguiente: «por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas determinadas
al trabajo manual y a otras horas también determinadas a la lectura
divina».
«Ocupare» en latín significa «llenar», este
término lo encontramos haciendo referencia al capítulo del trabajo, en el
contexto del trabajo San Benito utiliza este término «ocupare», significa que
el monje tiene que estar presente en lo que está realizando, estar
completamente ocupado.
Es un mensaje muy importante para nuestra vida
espiritual de hoy debemos estar realmente ocupados en lo que hacemos, tenemos
que estar «presentes» en lo que hacemos, centrados totalmente, estar presentes
«ocupare» y a continuación Benito prevé una separación entre horas de trabajo y
horas de lectio. En el monaquismo antiguo las cosas eran muy
diferentes, porque, frecuentemente se hacía el trabajo, la lectio y
la oratio al mismo tiempo; se hacía trabajos sencillos, se rezaba, se
memorizaba, se rumiaba y la distribución del tiempo de trabajo y
lectura es algo que aparece en la Régula occidental empezando por
el Ordo Monasteri, capítulo 3. Este Ordo Monasteri, habla siempre de
tres horas, dedicadas a la lectura, esto es una novedad en el mundo occidental,
el hecho de reservar 3 horas solo para la lectura, en lugar de hacerlo todo
junto o bien oratio y trabajo juntos, luego en otras series, suelen
reducir a dos las horas de la lectio, existe esta tendencia de reducir las
3 horas a 2 horas solamente y esto a lo largo de un oficio muy largo y mucho
trabajo que había que realizar, por ello se quiso abreviar la lectio. Es
muy interesante conocer esta obra de san Agustín: «Opera monacorum» capítulo
37. San Agustín explica, que hay que desarrollar un trabajo a determinadas
horas, para tener otras horas libres para rezar, leer, estudiar la Sagrada
Escritura y en su obra «Opera Monacorum», san Agustín, subraya esa
diferencia: distinción entre trabajo y tiempo para la lectura: la
separación de trabajo y lectura. «Ambos tiempos mantenemos el texto utraque
tempora en vez de temperare adoptado por de Vogüé».[14]
En el versículo 1, aparece la palabra «fratres»,
«hermanos», esta palabra se emplea en el capítulo 48 por primera vez. San
Benito usa generalmente la palabra «mónacos», «el monje» en los capítulos que
habla de la sencillez de la ascesis, del silencio del monje, cuando él usa la
palabra «mónacos», él hace hincapié en la sencillez de la vida monástica,
la ascesis, el silencio, pero san Benito opta en cambio por la palabra «frater»
«hermano», en los capítulos que tratan de la Comunidad, capítulos
comunitarios, cuando habla del servicio común, del trabajo, de la penitencia,
en el código penitencial él prefiere usar la palabra «frater» para
insistir con firmeza en el aspecto comunitario y también en el capítulo 48, él
habla del trabajo y de la lectio y emplea la palabra
«hermanos». El trabajo y lectio, tienen un equilibrio, dan un equilibrio a
la comunidad. El trabajo y la lectio es para todos los monjes que
forman la comunidad, porque todos trabajan y todos hacen la lectio.
Lectio y trabajo será la jornada de todos y
vale para todos los monjes que componen la comunidad, independientemente de las
clases sociales.
Es interesante ver el título que da al trabajo,
san Benito habla de Opus y en el versículo 1 san Benito usa la
palabra latina «labor», para «obra», el trabajo. Él indica también el aspecto
del cansancio, es bueno para el cuerpo el cansancio, no es bueno estar quietos
todo el día, es positivo cansarse; la fatiga, el sufrimiento, el cansancio, el
agotamiento es muy positivo y está vinculado con la palabra labor y
luego habla de lectio divina. Es importante recordar que
san Benito no usa solo la palabra lectio, sino «lectio divina», la
expresión lectio divina se remonta a Cipriano que la emplea
frecuentemente como sinónimo de «Divina Escritura», haciendo referencia a la
Biblia.
Es muy interesante comprobar en el capítulo 50
del Maestro que se aprendía a leer y a escribir a través de la Sagrada
Escritura, la Sagrada Escritura es el núcleo para la RB, la
Sagrada Escritura hay que leerla y estudiarla junto a las explicaciones de
los Santos Padres, San Benito menciona tres veces la Sagrada
Escritura junto con los comentarios de los Santos Padres, capítulo 9, c.
73. Él quiere que sepamos de la importancia de la Sagrada Escritura, como
tema de la lectio, la Sagrada Escritura desempeña un papel clave
en la liturgia en el oficio. La importancia de la Sagrada
Escritura está también en la «lectio divina». Debemos interrogarnos
tanto a nivel personal como comunitario si es nuestra praxis actualmente, en la
práctica actual ¿qué leemos en nuestra lectio?. A veces recurrimos a
libros espirituales ¿pero son verdaderamente el alimento para nuestra
espiritualidad? Hay muchos libros espirituales[15],
pero a veces son superficiales y nunca deben sustituir la sabiduría de la
Sagrada Escritura o los comentarios de los Santos Padres. Tengamos mucho
cuidado con lo que leemos y ocupemos el tiempo de la lectio divina, tal
y como nos aconseja san Benito, con la Sagrada Escritura como núcleo
de nuestra vida y con los comentarios de los Santos Padres.
San Benito insiste con frecuencia en la
importancia del orden en la vida espiritual del monje y de la Comunidad.
Utiliza la palabra ordinare. En el v. 2 (tempore ordinarie) dice en
latín que estén bien reguladas en el tiempo. S. Benito utiliza este
término ordinare de la forma de regularse. Sin orden en la vida
espiritual personal y comunitaria no se puede vivir, es una verdad universal.
Sin orden la vida espiritual personal y comunitaria fracasa.
En el claustro de Casamari podemos leer la
siguiente frase: «custodiad el orden y el orden os custodiará a vosotros
mismos». Y esta realidad del orden se puede aplicar a toda la vida monástica.
Después emplea otro término por primera vez en la
segunda parte de la Regla de san Benito donde se habla de la vida
comunitaria: disposicio, se encuentra en la Biblia Vulgata, en la
literatura sapiencial con mucha frecuencia esta disposicio es algo
sapiencial tiene relación con la organización de la vida de una forma sabia,
por ejemplo en el capítulo 53 de la RB, «La casa de Dios ha de ser
administrada con sabiduría y con hombres sabios».
El v. 3 «desde Pascua hasta primero de octubre,
por la mañana al salir de Prima trabajarán en lo que sea necesario hasta cerca
de la hora cuarta». Desde Pascua hasta el 1 de octubre, san Benito empieza a
describir la jornada partiendo del horario de verano y lo mismo sucede en el c.
41, cuando explica el horario de las comidas, empieza con Pascua, lo cual
indica la centralidad de la Pascua, lo mismo ocurre en el c. 41 cuando
habla del horario de las comidas. Empieza con Pascua. En el capítulo 48 vemos
que san Benito alarga un poco el horario de verano hasta el 1 de octubre y no
solo hasta mediados de septiembre, lo prolonga hasta el 1 de octubre lo cual
significa que hay una posibilidad un descanso hasta octubre (una siesta)
digamos que es una amabilidad por su parte, la posibilidad de que se duerma una
siesta. Hay tres formas diferentes de comenzar el invierno según la regla
en la RM, el calendario de invierno empieza siempre el 24 de septiembre,
para san Benito el invierno empieza en 3 momentos diferentes para la comida, el
14 de septiembre c. 41. Para el orden del día el 1 de octubre y para las
vigilias el 1 de noviembre. Hay tres fechas diferentes del comienzo del
invierno y de esta forma san Benito trata de facilitar un poco la vida de los
monjes, les permite dormir un poco más, descansar un poco más, también les
permite aplazar un poco más la comida después rezan Nona porque así es más
cómodo para los monjes, es un horario más cómodo. «Parece ser que este descanso
de mediodía se concede solo en verano y aún en verano debían exceptuar los
miércoles y los viernes, en que se come a las 3 de la tarde (RB 41, 2-4),
extremo este no contemplado en RB. Como tampoco contempla el caso de los días
que median entre el 13 de septiembre y el 1 de octubre, en que la comida es
siempre a las 3 de la tarde. ¿O es que san Benito conviene con el Maestro (50, 56-60)
en que los días de ayuno la siesta se hace después de Sexta y antes de la
comida?
«1 de octubre (Kalendas octubres). Se ha
dicho que este día de las calendas de octubre no es otro que el 14 de
septiembre, momento en que el calendario romano anuncia la fecha contando por
las calendas de octubre. Pero hay que tener en cuenta que para san Benito el
término del verano difiere tanto si se refiere al Oficio (1 de noviembre: 8,
1.4), al horario de las comidas (13 de septiembre: 41,6) o del trabajo (1 de
octubre: 48,3). Para el Maestro termina siempre el 24 de septiembre (RM 50,
39-40). «por la mañana en saliendo de Prima». También cabría traducir:
«saliendo de mañana, trabajen… desde las 8 hasta aproximadamente las 10.»[16]
En el versículo 3 «por la mañana al salir de
Prima», quiere decir que el trabajo se hace en las horas más frescas del día,
la jornada empieza con el trabajo mientras que la tradición monástica, se
empezaba el día con la lectura. San Benito y el Maestro comenzaban la jornada
con el trabajo, lo cual indicaba que había que trabajar bien, en las horas
menos cálidas del día.
Es interesante lo que dice Benito en el versículo
3; trabajarán en lo que sea necesario. El trabajo manual es el signo de la
pobreza, es interesante ver que san Benito dice que se trabaje en lo que sea
necesario, esto significa que no tenían que estar ocupados en cualquier
ocupación «para evitar el pecado» como decía el Maestro, no tienen que estar
ocupados en cualquier cosa, sino «en lo que sea necesario» hasta la hora
cuarta, san Benito establece una flexibilidad en el horario, aplaza en verano
la hora Tercia y se adelanta en invierno a causa del trabajo. La segunda
motivación del trabajo monástico es la caridad: la posibilidad de la limosna[17].
San Benito es flexible, dice que se puede
trabajar hasta la hora cuarta en verano para usar las horas más frescas del día
y en invierno cuando es de noche antes y hace frío, se puede adelantar la hora
Tercia.
En el versículo 4: «se dedicarán a la lectura
desde la hora cuarta hasta la hora sexta»; la lectura llega después del trabajo
en verano y hay una expresión en latín muy interesante, estar libres para la
lectura así los monjes podrán concentrarse en esta lectura, podrán sacar el
alimento según sus necesidades y su itinerario espiritual. El monje es libre
para la lectura ( se vacían para llenarse de la lectio). San Benito se fía
del monje, que debe tener el corazón dispuesto para Dios.
En el monasterio podemos convertirnos en
verdaderos ateos, si no nos entregamos como Dios quiere en cada momento, y es
muy importante no dejar la lectio, porque es el alimento fundamental del
alma.
«En el versículo 7 del capítulo 48 de la RB,
las condiciones del lugar (necessitas loci): como en RB 40, 5,8. RM 86 tuvo el
acierto de prohibir la explotación directa de las tierras pertenecientes al
monasterio: las arrendarán a colonos o laicos. Isidoro, Reg. 6, prefiere la
explotación agrícola hecha por servidores del monasterio»[18].
La ociosidad es enemiga del
alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y
otras en la lectura divina. 48,1.
San Benito deja poco espacio a la incursión de lo
quimérico. Si en algún capítulo lo prueba a la perfección, puede muy bien ser
este capítulo 48, «el trabajo manual». Benito no argumenta con detalle su
afirmación, pero la enuncia con claridad: la vida benedictina es una vida
inmersa en la santidad de lo real, y el trabajo es una parte fundamental de la
misma. La función de la vida espiritual no consiste en escapar a otro mundo,
sino vivir en éste. El monje realiza un trabajo creativo como modo de ser
responsable de la edificación de la comunidad. De hecho, hemos visto cómo los
períodos de trabajo son especificados como los de la oración. La espiritualidad
de san Benito exige algo mucho más difícil para nuestro siglo que el rigor,
porque exige equilibrio. La Regla regula el horario del trabajo como
el del Oficio divino según la fiesta de Pascua, y es que nuestro trabajo no
debe ejecutarse al margen de nuestra vida litúrgica. Por eso este capítulo
de la Regla, después de una afirmación perentoria sobre la ociosidad, se
dedica a una distribución del tiempo entre el trabajo y la lectura.
Quizás San Basilio el autor monástico que mejor
ha armonizado los textos del NT tocantes de alguna manera al tema del trabajo
que luego influyó en san Benito, con la intención de facilitar el puntual
cumplimiento de todos los mandamientos contenidos en la Escritura.
Del examen de las reglas de San Basilio se deduce que el trabajo monástico
se sitúa en un contexto de pobreza y aún más de caridad. Hay que desprenderse
de todo en beneficio de los necesitados. Y una vez desprendidos de los propios
bienes, trabajar con nuestras manos no solamente para tener lo necesario para
la vida, sino también para tener con qué socorrer a los necesitados con el
fruto del propio trabajo. En suma, el monacato antiguo enseñó y practicó la ley
cristiana y humana del trabajo fundamentándola sobre todo con textos de la
Escritura. San Benito quiere alejar la ociosidad, considerada como enemiga
desde los orígenes del monacato, como ya hemos explicado más arriba, de la vida
de sus monjes, Evagrio y Casiano ya habrían insistido enérgicamente en ello,
sobre todo al hablar del temible vicio de la acedia, contra el cual sólo existe
un remedio: trabajar. «Sin embargo, el trabajo – dice Dom de Vogüé- no es
únicamente una condición del equilibrio moral y de salud espiritual. Es también
un deber para con el prójimo: el cristiano debe ganarse la vida y dar limosna
(Ef 4, 28; 1 Te4, 11;2; 2 Te 3, 6-12)».[19]
La ociosidad es enemiga del
alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y
otras en la lectura divina. 48,1.
San Benito dispone en este capítulo que la lectio divina
llena ciertos momentos entre oficio y oficio, para que juntamente con el
trabajo, estén ocupados los monjes y evitar la ociosidad. Más adelante hablará
de «meditar». Ni aquí ni en otros pasajes explica la Regla el
significado de estos términos, que eran perfectamente conocidos por los
destinatarios inmediatos.
La Biblia desde los orígenes del monacato se
convirtió en el libro de los anacoretas y los cenobitas. La
Escritura era para los Padres del Desierto escuela de vida y por eso mismo
de oración. Los Padres del Desierto deseaban vivir fielmente todos los preceptos
de la Sagrada Escritura, y el que encontraban con más frecuencia era el
que debían orar sin cesar.
En Vita Antonii se
dice que trabajaba con sus manos y oraba continuamente en la intimidad. Estaba
tan atento a la lectura que nada se le escapaba de la Escritura de
modo que la memoria le hacía las veces de libro. Hay que resaltar como en este
texto de Atanasio se pone junto a la oración otras actividades, en particular
el trabajo como lo hará más tarde San Benito en su Regla. No se puede hablar
de la Escritura como escuela de oración en los Padres del Desierto
sin tener en cuenta las conferencias que Casiano dedica a la oración, la 9 y la
10. En la novena dice que el fin propio del monje es la perfección del corazón.
Consiste en la perseverancia continua de la oración. Y explica como todo lo
demás de la vida monástica: ascesis, práctica de las virtudes no tienen otro
fin que propiciar la oración.
Los grandes maestros, Pacomio, Basilio, Evagrio
Póntico, Jerónimo, Casiano inculcaron con insistencia la necesidad de una
lectura frecuente que denominaban «alimento celestial», «pan bajado del cielo»,
«Carne y Sangre de Cristo».
San Benito al determinar el momento concreto de
tiempo, para la lectio, dejando toda otra actividad, fue formando
el horario monástico hecho con la alternancia de lectura y trabajo.
Para los Padres del Desierto la lectio era
la lectura directa de la Sagrada Escritura y no solo era leerla, su
fin último era vivirla. Así también para los monjes de san Benito, pero san
Benito recuerda que hemos de leer la Sagrada Escritura junto con los
comentarios de los Santos Padres.
Las dos ocupaciones principales del monje, junto
con el Oficio Divino, que es central en nuestra vida como monjes benedictinos y
cistercienses, la lectio y el trabajo proceden de una única y
misma raíz: la voluntad de Dios.
En la lectio participa todo
nuestro ser, alma y cuerpo. La lectio exige un esfuerzo. San
Benito temía sobre todo que se leyeran obras apócrifas o poco ortodoxas. A este
peligro, actualmente, se añade el de las lecturas fáciles, entretenidas,
mundanas, ya tengan por objeto la historia o la actualidad, que tiendan a ilustrar
a los monjes sobre el pasado o a tenerles informados sobre la actualidad. A. de
Vogüe se pregunta si esta clase de lecturas no establecen a las comunidades
monásticas en clima extraño a la búsqueda de Dios.
La Biblia para los Padres, no es algo que se
conoce con la inteligencia ni tampoco con el corazón. Para los Padres se
conoce la Biblia cuando se la asimila hasta el punto de reflejarla en
la vida. La lectio debe impregnar toda nuestra jornada o de lo
contrario el ejercicio de la lectio es un juego vacío. Es un
error hacer de la lectio un ejercicio, en lugar de impregnar
los mil enfoques de la vida diaria. Aún más, pensar que el texto bíblico puede
interpelarme, transformarme, solamente cuando me siento ante él completamente
desnudo, sin recurrir a los instrumentos que pueden permitirme captar su
significación primera. Se corre el riesgo de conducirse a una actitud
fundamentalista, incluso a una farsa mística. El uso de los Santos Padres como
materia de lectio divina, requiere un serio trabajo de estudio
para alcanzar la realidad que ellos han vivido, más allá de las apariencias,
del ropaje cultural que los envuelve.
El monje de hoy pertenece necesariamente a una
cultura determinada y es en esta cultura en la que reencuentra la tradición
monástica y tiene que dejarse interpelar y trasformar por ella. Los Padres del
desierto nos recuerdan la importancia primordial de la Escritura en
la vida del cristiano y la necesidad de dejarse transformar por la palabra de
Dios. Esto nos lleva a poner en cuestión algunos aspectos de la concepción
moderna de la lectio divina, o mejor nos llama a sobrepasarlos
para volver a un sentido más profundo de la unidad de lo vivido.
El monje menos que nadie puede permitirse estar
dividido. Su nombre «monachus» le recuerda sin cesar la unidad de
preocupación, de aspiración y de actitud que corresponde al que ha elegido
vivir un solo amor con el corazón indiviso.
En consecuencia pensamos que
estas dos ocupaciones pueden ordenarse de la siguiente manera: desde Pascua
hasta las kalendas de octubre al salir del oficio de Prima trabajarán por la
mañana en lo que fuera necesario hasta la hora cuarta. 48, 2-3.
Aclaradas ya las diferentes nociones del texto
de la RB, pasamos al horario de los meses primavera-verano, como ya hemos
explicado más arriba. Al salir de Prima se dirigen al trabajo, no menciona el
oficio de Tercia, que probablemente se celebraba durante el trabajo, y a continuación lectio divina
hasta Sexta.
Aquí se ve la discreción de San Benito dedicando
al trabajo las primeras horas del día. La RM ignora esta lectura
antes de Sexta. Aunque este horario tiene unos rasgos de división del día hoy
totalmente rebasada, la intención de san Benito permanece como centro de
nuestra vocación monástica: santificar el tiempo procurando que el servicio de
la alabanza divina nos llame e incluso nos perturbe a intervalos regulares y
breves. Era un horario que propiciaba una vida apacible, plena, enriquecedora,
pacífica y equilibrada. Era una fórmula vital que es difícil de guardar en un
mundo moderno de «bombillas, teléfonos y coches», pero que puede ser más
necesaria que nunca si el alma moderna ha de recuperar algo del auténtico ritmo
de vida, y por tanto también de su buen sentido.
Después de Sexta, al
levantarse de la mesa descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, si
alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo de modo que no moleste.
48,5.
Leyendo este capítulo, podemos apreciar el
equilibrio que San Benito tiene respecto a las cosas referentes al cuerpo.
El silencio que san Benito exige en este tiempo,
tiene como primera motivación no turbar el descanso de los hermanos. Es un
silencio de caridad. Podemos extender esta actitud de silencio de caridad al
resto de la jornada. Hay un segundo motivo de este silencio durante la siesta,
es evitar la ocasión de cometer esos pecados de la lengua tan fáciles de
cometer después de la comida, ya que satisfechos por la comida se puede uno
dejar llevar de la disipación y el medio para evitar este mal es este silencio
más riguroso que san Benito prescribe durante la siesta. San Benito, al igual
que los Padres del desierto, tiene horror a las palabras vanas.
En aquel tiempo era habitual leer en voz alta,
por eso pide san Benito que el que quiera leer, lo haga en silencio, para sí
mismo.
Si las circunstancias del
lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la
recolección, que no se entristezcan, porque precisamente así son verdaderos
monjes, cuando vivan del trabajo de sus propias manos, como nuestros padres y
los apóstoles. Pero pensando en los más débiles, hágase todo con moderación.
48, 7-9.
San Benito no solo quiere evitar todo
descontento, sino que quiere mostrar como esta circunstancia es la ocasión de
realizar un principio fundamental en la vida cristiana y a fociori de
vida monástica: vivir del propio trabajo. Este razonamiento si le ponemos en
orden deductivo sería así: del principio general (es necesario trabajar para
vivir) San Benito saca la consecuencia actual, hay que aceptar incluso el
trabajo agrícola si es preciso. Pero de hecho el orden es inductivo: de las
circunstancias presentes, San Benito que es muy realista, se remontó al
principio general, que permite afrontar con buen ánimo las necesidades reales.
Ya no se trata tan sólo de ocuparse en los
diversos menesteres domésticos, ni en el cultivo de la huerta… sino que se
trata de cubrir los gastos del monasterio con el producto del trabajo
monástico. Proveer con el propio esfuerzo a las necesidades de la vida.
En realidad la RB lo que intenta
citando este texto no es justificar el trabajo agrícola, sino la necesidad de
ganarse la vida con el propio trabajo, que no es exactamente lo mismo.
San Benito, termina estas disposiciones con un
toque de discreción y caritativa preocupación por los menos dotados de vigor
físico o moral. La discreción tan querida en toda circunstancia por san Benito.
Él dispensa de la lectura al que no puede leer, pero no dispensa del trabajo a
nadie, ni a los enfermos. Lo ve como un gran medio de santificación monástica.
Pero es contrario al espíritu benedictino
multiplicar con trabajos y crearse necesidades para ganar más dinero, lanzarse
a industrias absorbentes, consagrar al trabajo sin motivos de peso los tiempos
destinados a la lectura por lo menos de modo habitual… todo esto es salirse del
camino de la Voluntad de Dios, y por consiguiente del camino
de la Gracia. En estas condiciones el trabajo en lugar de unirnos a
Dios nos alejaría de Él, nos materializaría, arruinaría toda vida espiritual.
La calma es necesaria a la inmensa mayoría de los monjes para favorecer la
unión con Dios, y con mucha más razón si queremos evitar la disipación del
espíritu y del corazón.
Vigilemos para que el ardor por el trabajo, no
sea fruto de un afán natural, sino que el ardor por el trabajo sea fruto de
nuestro amor a Dios y del espíritu de penitencia, ya que el trabajo es la
penitencia impuesta por Dios al hombre caído en el pecado.
Durante la
Cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la
hora tercera, después trabajarán en lo que se les mande hasta el final de la
hora décima. En estos días de cuaresma recibirán cada uno un códice de la
Biblia, que leerán por su orden y enteramente. (48, 14-15.)
En este periodo se les ha de entregar un códice
que leerán ordenada e íntegramente.
Debemos tener en cuenta que no es el trabajo el
que define al hijo de san Benito, sino lo propio de la espiritualidad
benedictina es la búsqueda de Dios en la soledad. En nuestra actual cultura en
que las personas se identifican por lo que hacen, no por lo que son, esta
espiritualidad benedictina es de profunda importancia.
Después de marcar el horario de Cuaresma, sigue
un pasaje controvertido. Al principio de la Cuaresma, dice la
RB reciba cada monje un códice que leerán por su orden e íntegramente.
Esto está perfectamente claro. La disputa se centra en torno a la palabra
códices: «de la biblioteca» ¿qué significa aquí biblioteca? Siempre
invariablemente se había interpretado como el depósito de libros, la
biblioteca. Cada monje recibía un libro de la biblioteca del monasterio. Desde
1950 se ha discutido del sentido de esta palabra ya que no resulta nada nítido,
pues si biblioteca en la literatura clásica significa el lugar donde se
guardaban los libros, en la literatura cristiana significaba el conjunto de
libros sagrados, es decir, la Biblia.
Hemos de entender biblioteca con el sentido de
Biblia, parece más lógico. Antes y después de san Benito la
Escritura se solía dividir en nueve códices, de los que la
RB cita siete, y se daba uno a cada monje al empezar la Cuaresma,
para que la Escritura constituyera su alimento espiritual con más
intensidad que en otros tiempos del año. Así cada monje al cabo de nueve años
había leído la Biblia completa a razón de un códice por Cuaresma,
siguiendo cierto orden, que es lo que indican las palabras: «los leerán por
orden y enteramente». San Cesáreo de Arlés invita a los cristianos a
leer la Escritura especialmente durante la Cuaresma.
Por eso es fácil pensar que así obrarían también los
destinatarios de la RB.
Es muy necesario designar a
uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los
hermanos están en la lectura. Su misión es observar si algún hermano, llevado
de la acedia, en vez de darse a la lectura, se da al ocio o a la charlatanería,
con lo cual se perjudica no sólo a sí mismo sino que distrae a los demás. 48,
17-18.
Es significativo que San Benito se acuerde en
este momento de legislar sobre la vigilancia que debe ejercerse durante la
lectura para mantener a los perezosos y charlatanes atentos a sus libros. No se
trata de una disposición referente únicamente a la lectura cuaresmal, sino
durante todo el año.
Esto prueba que no leían en una habitación común,
todos juntos, sino que cada uno tomaba su códice y se instalaba donde mejor le
parecía. Esto parece lógico pues el hombre antiguo leía pronunciando en alta
voz lo que leía. En estas circunstancias, pudiera darse algunos monjes que se
dedicasen a lo que no debían, perdiesen el tiempo en bagatelas o charlatanería
con detrimento de la disciplina y del aprovechamiento de los otros. San Benito
califica de «acediosus» al hermano que se portase de este modo. «Acediosus» quiere
decir víctima de la acedia, tan temida por los monjes. Es la única vez que
aparece este término en la RB, lo que resulta un tanto extraño, dada su
difusión en los ambientes monásticos.
«Acedia», literalmente significa falta de
cuidado, incuria, tiene una larga historia profana aunque no fuera muy usada.
Su sentido en los clásicos griegos es un tanto difícil de precisar, pues denota
un estado de espíritu que tanto puede ser positivo como negativo. Entre los
monjes adquirió pronto la categoría de término técnico. Forma parte de la
famosa clasificación de los «logismoi» debido a Evagrio Póntico que Casiano
transmitirá al mundo latino bajo el título de los ocho vicios capitales o
principales.
Entre los «logismoi» ocupa la acedía un lugar
preferente. Es una enfermedad del espíritu compuesta de inquietud, tedio,
desazón interior, disgusto, desaliento, desdén, murmuración, sopor, pereza…
tanto Evagrio como Casiano la analizaron con precisión clínica. Para los
antiguos, era la tentación por excelencia de los anacoretas, el demonio del
mediodía, que atacaba sobre todo a la mitad de la jornada. Por lo que se ve, a
los cenobitas los atacaba durante la lectio divina, es
decir, cuando se encontraban más solos, cuando se parecían más a los
anacoretas. Casiano nota como la acedia no permite aplicarse a la lectura. El
tiempo de la lectura está dedicado a hablar con Dios, a escuchar y profundizar
su Palabra y no es tiempo para hablar los hermanos entre sí.
Esta disposición sobre la vigilancia choca con la
sensibilidad actual. La pedagogía de san Benito, no se puede entender sin tener
en cuenta el nivel humano y social de los destinatarios de la Regla, es
decir el contexto histórico que les rodeaba a los monjes. Tenemos que traducir
las actitudes fundamentales de san Benito en una atención personal a cada uno
de los hermanos, animar a cada uno a ser consecuente con la opción monástica,
procurando que las personas se responsabilicen de modo que sean capaces de una
fidelidad libre y creadora, sin necesidad de una vigilancia que podría resultar
infantilizadota para el monje de hoy.
La infidelidad habitual a la lectio divina es el
origen de muchos fracasos en la vida de los monjes y de decadencia de las
comunidades monásticas. Sin el alimento constante de la fe y del deseo de Dios,
la vida del monje se convierte en insignificante y vana, vacía de contenido.
Como aparece más arriba, podemos convertirnos, los monjes, en verdaderos ateos,
si no vivimos en cada momento de la jornada monástica la Voluntad de
Dios.
Los domingos se ocuparán
todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. Pero
para el que sea tan negligente y perezoso o que no pueda o no quiera dedicarse
a la «meditatio» o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté
desocupado. A los enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo
que ni estén ociosos ni el esfuerzo los agote. El abad tendrá en cuenta su
debilidad. 48, 23-25.
Dos casos especiales son los tratados al final
del capítulo 48 de la RB. Ambos se refieren tanto a la lectio como
al trabajo. Son el domingo y los hermanos enfermizos o enfermos. El domingo,
día del Señor, debe dedicarse enteramente al Señor. Tal era la tradición de los
cenobitas de Egipto según el testimonio de san Jerónimo: «Los domingos se
consagra exclusivamente a la oración y la lectura». La RB adopta
plenamente esta práctica, pero menciona además el ejercicio de la «meditatio»
relacionado tanto con la oración como con la lectura. Pero no da ninguna
explicación en qué consistía, lo cual demuestra que era un ejercicio conocido
por todos. Vemos cómo valora San Benito los domingos, por los
párrafos en este capítulo del trabajo, se ocupa de él.
Así como la pascua es el centro de la
organización de los elementos esenciales de oración, trabajo y lectura, el
domingo, el día del Señor es el eje en torno al cual reorganiza la vida semanal
del monasterio. En este capítulo quiere san Benito señalar más la consagración
total y exclusiva del domingo al Señor resucitado. «En el domingo que se
dediquen todos a la lectura», dice terminantemente. Este principio tiene que
ayudarnos a recapacitar sobre el sentido auténtico del domingo, tan necesario
para los monjes de hoy. Debemos estar atentos a dar al domingo un carácter
festivo y sereno a la conmemoración semanal de la Pascua de Cristo.
Termina el capítulo con un toque de humanidad. El
abad tenga en consideración la flaqueza de los enfermos, de tal modo que los
monjes enfermos o débiles no caigan en los peligros que acarrea la ociosidad ni
se sientan abrumados por la carga del trabajo. Por eso san Benito quiere que se
dé a estos monjes algún trabajo en domingo, para que no estén ociosos, tanto a
los monjes que no puedan entregarse a la lectura, como a los monjes enfermos.
Siendo la búsqueda de Dios el fin último de
nuestra existencia, nuestra vida es de gran sencillez. El hecho de tener una
sola preocupación es el sentido primero y más profundo de la palabra
«monachus».
El estudio del capítulo 48 de la regla de san
Benito, cotejándolo con el capítulo 50 de la Regla del Maestro, me ha
parecido muy interesante y que se puede seguir profundizando en dicho estudio.
La exégesis del capítulo 48 de la
Regla de san Benito es para mí muy enriquecedor, pues he aprendido mucho
con respecto al equilibrio que nos transmite san Benito en su Regla. San Benito
cuando distribuye el tiempo del trabajo y de la lectio divina,
demuestra su gran equilibrio, el que quiere transmitir a sus monjes, a través
de la Regla. Con respecto a la lectio también ha
sido muy enriquecedor este estudio. Ha sido muy interesante estudiar la
ordenación del tiempo, ya que «el sentido del tiempo penetra toda la Santa
Regla. Este duendecillo imaginario, que corre y corre sin cesar, siempre
al mismo ritmo y arrastrándonos tras él, queramos o no queramos, tenía
hechizado a su autor, san Benito. «Tiempo» significa para él muchas cosas: las
horas del Oficio Divino, de la lectio y del trabajo[20]; «tiempo» son
los días de ayuno, las estaciones del año[21] .
«Tiempo» significa sobre todo la duración de la vida del hombre,
sobre la que se despliega maravillosamente la misericordia divina;
esos días que se nos conceden como tregua «para enmendarnos de nuestros males[22] , don
precioso que hay que aprovechar avaramente, santamente, «mientras todavía es
posible y estamos en este cuerpo» y gozamos de «la luz de la vida»[23]. ¿Cómo
aprovechar el tiempo? Distribuyéndolo, ordenándolo, asignando un espacio del
mismo a cada ocupación o una ocupación a cada espacio. San Benito en la
Regla distribuye el tiempo de tal modo, que de ello resulta un ritmo, un
equilibrio notable que ahuyenta el fastidio y evita el cansancio excesivo».[24]
Hna. María Montoro Peinado
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[14] Ildefonso M. Gómez O.S.B., Regla del Maestro. Regla de san Benito. Ed. Monte Casino, Zamora 1988, p. 327.
[15] Porque hoy en día cualquier persona puede
publicar cualquier cosa y no sabemos si son obras con un valor o no.
[16] Ildefonso M. Gómez O.S.B., Regla del Maestro. Regla de san Benito. Ed. Monte Casino, Zamora 1988, p. 327.
[24] García M. Colombás. La Tradición Benedictina. Ensayo histórico. Tomo II. Los siglos VI y VII.
Ed. Monte Casino, Zamora 1990, p. 87.