24 de mayo de 2012

Ora et labora et legere


Introducción al capítulo 48 en la RB y el capítulo 50 en la RM

Hay algunos exégetas monásticos que afirman que la Regla se entiende mejor si se empieza a leer por los últimos capítulos, porque son los que nos permiten entenderla bien toda. Así es que en este trabajo lo vamos seguir este consejo de los especialistas en esta materia y comenzamos a estudiar RB por el final de la misma.

Consideramos un primer  grupo de capítulos cuyo argumento fundamental es la oración común e interior, lectio y trabajo[1].

Existen también complementos a la sección litúrgica en la RB[2], es decir, fuera de la sección litúrgica habla otras veces el Opus Dei, por ejemplo, en los temas de la excomunión, de los que llegan tarde al oficio u a otros actos comunitarios; nos explica asimismo detalles sobre el dormitorio, el horario, el oficio divino, cómo debe proceder el monje fuera del oratorio y de la señal que habrá de hacerse a la hora de la obra de Dios.

El Opus Dei es esencial, y el capítulo 43 nos señala que no hay que anteponer nada al Oficio Divino, por eso san Benito, habla mucho del Opus Dei, también, fuera de los capítulos litúrgicos.

Para este trabajo se ha escogido el capítulo 48 de la RB, comparándolo con el capítulo 50 de la Regla del Maestro. Centrándonos especialmente en la Lectio, que es el núcleo de la vida religiosa y el trabajo manual, acudiendo también al estudio de las fuentes pre-benedictinas y basándonos en los argumentos  expuestos en las clases impartidas por  Sr. M. Scheiba,  Sr. Aquinata Böckmann, OSB En los CFM en Roma.

La estructura de este capítulo 48, la podemos comparar con el capítulo 50 de la RM. Este cotejo es muy interesante.

El capítulo 50 en la RM es el triple comparado con el capítulo 48 de la Regla de san Benito.

En la RM el c. 50 aparece después del Código Litúrgico y según el Maestro este capítulo explica la intención de ocupar el tiempo, entre un oficio y otro. San Benito pretende que se ocupe todo el tiempo entre un oficio y el otro a través del trabajo y la lectio.

La preocupación fundamental del Maestro es que todos se mantengan lejos del pecado que nace del ocio, quiere evitar el ocio, por lo tanto los monjes tendrán que permanecer siempre activos para evitar tiempos vacíos, tiempos muertos, esta es la preocupación del Maestro, la RM además habla de la dedicación al trabajo.

El Maestro habla del trabajo, es una expresión que retoma Benito en el contexto de la lectio y no del trabajo; Benito hace hincapié en la importancia de la lectio y no del trabajo, el trabajo se ve como una preocupación del Maestro, en la que  se explica como una preocupación, que no se ve como una necesidad a causa de la pobreza, como en el caso del monasterio de san Benito.

La RM quiere que al inicio de las horas litúrgicas se dé gracias por el tiempo del trabajo y de la lectio realizados sin pecado, es decir, al principio de la liturgia, da las gracias por el tiempo en el que se ha estado sin pecado, es una preocupación dominante en la RM. Esta preocupación no existe en la Regla de san Benito, porque él pone su atención por incluir su oración litúrgica en el ritmo mismo  de la vida humana. Sus alternancias de esfuerzo, reposo y vemos esta importancia también en nuestra vida de hoy en nuestros monasterios, lo importante es que haya equilibrio entre el trabajo manual, el trabajo espiritual, equilibrio entre el esfuerzo y el reposo.

El rito es algo muy importante en la Regla de san Benito. Él prevé algo insólito en la tradición cenobita, desplazamientos en cuanto al horario del Opus Dei. Se cambia el horario del Opus Dei a causa del trabajo, a pesar que san Benito dice que no hay que anteponer nada a al a Obra de Dios, como vemos en el capítulo 43.

En el siguiente cuadro podemos cotejar el capítulo 48 de la RB con el capítulo 50 de la RM, donde podemos ver el esquema de la jornada:

Estructura de la RB 48 en comparación  RM 50

RB 48
RM 50
V1-2 Introducción
V1-7 Introducción
V3-9 – horario de verano
        con excursus: trabajo en el campo (V7-9)
V39-71 – horario de verano (palabras santas y oraciones)
V10-13 – horario de invierno
V8-38 – horario de invierno (lectio común; silencio)
V14-20(21) – Cuaresma
        con excursuslectio  enemigos y corrección:
V15-16 libros
V17-20 personas encargadas (vigilancia)
V21 anotaciones: contactos entre los hermanos
V22-23 – Domingo
V24-25 – Trabajo según la capacidad (categorías diferentes)
V72-78 – diferentes trabajos


En la RM la distribución de la jornada monástica, es mucho más sencilla, en la RM distingue solo entre dos estaciones, el invierno y el verano, luego Prima, Tercia, Sexta y Nona siempre se hacen en la misma hora en la RM, el esquema de Benito en la RB, en cambio, es más complicado, porque san Benito trata de considerar muchas cuestiones particulares y muchos casos posibles, como por ejemplo, la Cuaresma, el domingo, luego también habla de la necesidad de trabajar los campos, etc. Entonces San Benito se preocupa de algunos casos concretos que se pueden dar y por eso el esquema de san Benito es más complicado.

«La ociosidad es enemiga del alma». Con esta sentencia lapidaria resume san Benito RM 50, 1-7, donde solo se contempla el trabajo manual. Esta tendencia atribuida a Salomón en el texto impreso de Basilio[3], no pertenece ni a la Escritura, ni a Basilio[4].

«Ociosidad»[5] Justiniano inmediatamente antes asigna a los monjes un «doble trabajo»: diuinis uacare scripturis y manuum opera. Lo mismo hace Agustín[6], Isidoro[7].

La tradición civil sobre la ociosidad, también es abundante: Séneca[8]: «Otium sinne litteris, mors est, et uiui hominis sepultura», el ocio, sino va acompañado del estudio, es la muerte y la sepultura en vida del hombre; «Vitia otii negocio discutienda sunt: los vicios de la ociosidad hay que combatirlos mediante la laboriosidad[9]. Bellamente se expresa también Lucano: «Variam semper dant otia mentem[10]: La ociosidad genera la inconstancia del espíritu.

Y en todo tiempo y cultura se ha entonado un himno a la laboriosidad. Confucio dijo: «Dios ha puesto el trabajo por centinela de la virtud (Analecta); Luis de León: «El trabajo es la sal que preserva de la corrupción a nuestra vida y a nuestra alma»[11]. Richard Kingston: «Una persona ociosa tienta al diablo para que la tiente»[12]. Voltaire: «el trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el hastío, el vicio y la necesidad»[13].


El título del capítulo 48: El trabajo manual de cada día, en realidad no corresponde al contenido del capítulo porque también se habla de oficio, de la lectio divina y también del trabajo, se habla de estos tres grandes pilares que sostiene la vida monástica, con esta alternancia y no solo del trabajo.

La primera parte, el primer versículo, nos dice: «la ociosidad es enemiga del alma»  y san Benito comienza el capítulo con una afirmación general, fundamental, es un principio bíblico, en los libros sapienciales; Sirácide, Proverbios, ya aparece este pensamiento fundamental: el ocio es enemigo del alma.

La necesidad y la obligación del trabajo, la encontramos también en los libros sapienciales, esto es un tema bíblico, igual que en la RB este principio también viene de la Regla de san Basilio, Regla 192, como hemos visto ya más arriba . Pero esta frase, en realidad solo la encontramos en algunos manuscritos y no en todos los escritos de la Regla de san Basilio.

La palabra clave de estos versículos es «ocio» «ociosidad»; «ocio» significa, calma, tiempo libre, pero también tiene un sentido negativo: flaqueza, no hacer nada, perder tiempo. En la época de San Benito esta palabra «ocio» tiene más bien, un matiz negativo y  en su capítulo 48 crea una especie de inclusión, entre este primer versículo donde encontramos la ociosidad y el penúltimo versículo (v. 24) «los ociosos», en este versículo se designarán trabajos propios a la naturaleza, a los enfermos, dice así san Benito: «que ni estén ociosos».

Esta palabra la encontramos otras dos veces en la RB, en el contexto de la murmuración, en los capítulos 6 y 67. El «ocio» es un tema propio de la tradición monástica. Lo encontramos en Evagrio, en Casiano también, ellos hablan del ocio, que tiene que ver con la pereza, Casiano describe la «ociositas» con todas sus consecuencias en su libro de Instituta, 10, Casiano afirma que si un monje es ocioso entonces significa que algunos demonios amenazan a este monje ocioso mientras que el monje que trabaja, solo tendrá un demonio: el demonio de la soberbia o de la pereza.

La palabra «ocio» se usa haciendo referencia a un hombre que no tiene ningún objetivo, un hombre que no es dueño de sí mismo, un hombre que se deja llevar por sus pasiones, sus caprichos  o que se deja llevar por cualquier dificultad, está vinculado con la palabra «ocioso», una persona sin objetivos que no es dueña de sí misma, sierva de sus pasiones, caprichos, etc. Un hombre que no es libre, aunque tenga mucho tiempo libre.

La segunda parte del versículo 1 del c. 48, dice lo siguiente: «por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas determinadas al trabajo manual y a otras horas también determinadas  a la lectura divina».

«Ocupare» en latín significa «llenar», este término lo encontramos haciendo referencia al capítulo del trabajo, en el contexto del trabajo San Benito utiliza este término «ocupare», significa que el monje tiene que estar presente en lo que está realizando, estar completamente ocupado.

Es un mensaje muy importante para nuestra vida espiritual de hoy debemos estar realmente ocupados en lo que hacemos, tenemos que estar «presentes» en lo que hacemos, centrados totalmente, estar presentes «ocupare» y a continuación Benito prevé una separación entre horas de trabajo y horas de lectio. En el monaquismo antiguo las cosas eran muy diferentes, porque, frecuentemente se hacía el trabajo, la lectio y la oratio al mismo tiempo; se hacía trabajos sencillos, se rezaba, se memorizaba, se rumiaba y la distribución del  tiempo de trabajo y lectura es algo que aparece en la Régula occidental empezando por el Ordo Monasteri, capítulo 3. Este Ordo Monasteri, habla siempre de tres horas, dedicadas a la lectura, esto es una novedad en el mundo occidental, el hecho de reservar 3 horas solo para la lectura, en lugar de hacerlo todo junto o bien oratio y trabajo juntos, luego en otras series, suelen reducir a dos las horas de la lectio, existe esta tendencia de reducir las 3 horas a 2 horas solamente y esto a lo largo de un oficio muy largo y mucho trabajo que había que realizar, por ello se quiso abreviar la lectio. Es muy interesante conocer esta obra de san Agustín: «Opera monacorum» capítulo 37. San Agustín explica, que hay que desarrollar un trabajo a determinadas horas, para tener otras horas libres para rezar, leer, estudiar la Sagrada Escritura y en su obra «Opera Monacorum», san Agustín, subraya esa diferencia: distinción entre trabajo  y tiempo para la lectura: la separación de trabajo y lectura. «Ambos tiempos mantenemos el texto utraque tempora en vez de temperare adoptado por de Vogüé».[14]

En el versículo 1, aparece la palabra «fratres», «hermanos», esta palabra se emplea en el capítulo 48 por primera vez. San Benito usa generalmente la palabra «mónacos», «el monje» en los capítulos que habla de la sencillez de la ascesis, del silencio del monje, cuando él usa la palabra «mónacos», él hace hincapié en la sencillez de la vida monástica, la ascesis, el silencio, pero san Benito opta en cambio por la palabra «frater» «hermano», en los capítulos que tratan de la Comunidad, capítulos comunitarios, cuando habla del servicio común, del trabajo, de la penitencia, en el código penitencial  él prefiere usar la palabra «frater» para insistir con firmeza en el aspecto comunitario y también en el capítulo 48, él habla del trabajo y de la lectio  y emplea la palabra «hermanos». El trabajo y lectio, tienen un equilibrio, dan un equilibrio a la comunidad. El trabajo y la lectio es para todos los monjes que forman la comunidad, porque todos trabajan  y todos hacen la lectio.

Lectio y trabajo será la jornada de todos y vale para todos los monjes que componen la comunidad, independientemente de las clases sociales.
Es interesante ver el título que da al trabajo, san Benito habla de Opus y en el versículo 1 san Benito usa la palabra latina «labor», para «obra», el trabajo. Él indica también el aspecto del cansancio, es bueno para el cuerpo el cansancio, no es bueno estar quietos todo el día, es positivo cansarse; la fatiga, el sufrimiento, el cansancio, el agotamiento es muy positivo y está vinculado con la palabra labor y luego habla de lectio divina. Es importante recordar  que san Benito no usa solo la palabra lectio, sino «lectio divina», la expresión lectio divina se remonta a Cipriano que la emplea frecuentemente como sinónimo de «Divina Escritura», haciendo referencia a la Biblia.

Es muy interesante comprobar en el capítulo 50 del Maestro que se aprendía a leer y a escribir a través de la Sagrada Escritura, la Sagrada Escritura es el núcleo para la RB, la Sagrada Escritura hay que leerla y estudiarla junto a las explicaciones de los Santos Padres, San Benito menciona tres veces la Sagrada Escritura junto con los comentarios de los Santos Padres, capítulo 9, c. 73. Él quiere que sepamos de la importancia de la Sagrada Escritura, como tema de la lectio, la Sagrada Escritura desempeña un papel clave en la liturgia en el oficio. La importancia de la Sagrada Escritura está también en la «lectio divina». Debemos interrogarnos tanto a nivel personal como comunitario si es nuestra praxis actualmente, en la práctica actual ¿qué leemos en nuestra lectio?. A veces recurrimos a libros espirituales ¿pero son verdaderamente el alimento para nuestra espiritualidad? Hay muchos libros espirituales[15], pero a veces son superficiales y nunca deben sustituir la sabiduría de la Sagrada Escritura o los comentarios de los Santos Padres. Tengamos mucho cuidado con lo que leemos y ocupemos el tiempo de la lectio divina, tal y como nos aconseja san Benito, con la Sagrada Escritura como núcleo de nuestra vida y con los comentarios de los Santos Padres.

San Benito insiste con frecuencia en la importancia del orden en la vida espiritual del monje y de la Comunidad. Utiliza la palabra ordinare. En el v. 2 (tempore ordinarie) dice en latín que estén bien reguladas en el tiempo. S. Benito  utiliza este término ordinare  de la forma de regularse. Sin orden en la vida espiritual personal y comunitaria no se puede vivir, es una verdad universal. Sin orden la vida espiritual personal y comunitaria fracasa.

En el claustro de Casamari podemos leer la siguiente frase: «custodiad el orden y el orden os custodiará a vosotros mismos». Y esta realidad del orden se puede aplicar a toda la vida monástica.

Después emplea otro término por primera vez en la segunda parte de la Regla de san Benito donde se habla de la vida comunitaria: disposicio, se encuentra en la Biblia Vulgata, en la literatura sapiencial con mucha frecuencia esta disposicio es algo sapiencial tiene relación con la organización de la vida de una forma sabia, por ejemplo en el capítulo 53 de la RB, «La casa de Dios ha de ser administrada con sabiduría y con hombres sabios».

El v. 3 «desde Pascua hasta primero de octubre, por la mañana al salir de Prima trabajarán en lo que sea necesario hasta cerca de la hora cuarta». Desde Pascua hasta el 1 de octubre, san Benito empieza a describir la jornada partiendo del horario de verano y lo mismo sucede en el c. 41, cuando explica el horario de las comidas, empieza con Pascua, lo cual indica la centralidad de la Pascua, lo mismo ocurre en el c. 41 cuando habla del horario de las comidas. Empieza con Pascua. En el capítulo 48 vemos que san Benito alarga un poco el horario de verano hasta el 1 de octubre y no solo hasta mediados de septiembre, lo prolonga hasta el 1 de octubre lo cual significa que hay una posibilidad un descanso hasta octubre (una siesta) digamos que es una amabilidad por su parte, la posibilidad de que se duerma una siesta. Hay tres formas diferentes de comenzar el invierno según la regla en la RM, el calendario de invierno empieza siempre el 24 de septiembre, para san Benito el invierno empieza en 3 momentos diferentes para la comida, el 14 de septiembre c. 41. Para el orden del día el 1 de octubre y para las vigilias el 1 de noviembre. Hay tres fechas diferentes del comienzo del invierno y de esta forma san Benito trata de facilitar un poco la vida de los monjes, les permite dormir un poco más, descansar un poco más, también les permite aplazar un poco más la comida después rezan Nona porque así es más cómodo para los monjes, es un horario más cómodo. «Parece ser que este descanso de mediodía se concede solo en verano y aún en verano debían exceptuar los miércoles y los viernes, en que se come a las 3 de la tarde (RB 41, 2-4), extremo este no contemplado en RB. Como tampoco contempla el caso de los días que median entre el 13 de septiembre y el 1 de octubre, en que la comida es siempre a las 3 de la tarde. ¿O es que san Benito conviene con el Maestro (50, 56-60) en que los días de ayuno la siesta se hace después de Sexta y antes de la comida?

«1 de octubre (Kalendas octubres). Se ha dicho que este día de las calendas de octubre no es otro que el 14 de septiembre, momento en que el calendario romano anuncia la fecha contando por las calendas de octubre. Pero hay que tener en cuenta que para san Benito el término del verano difiere tanto si se refiere al Oficio (1 de noviembre: 8, 1.4), al horario de las comidas (13 de septiembre: 41,6) o del trabajo (1 de octubre: 48,3). Para el Maestro termina siempre el 24 de septiembre (RM 50, 39-40). «por la mañana en saliendo de Prima». También cabría traducir: «saliendo de mañana, trabajen… desde las 8 hasta aproximadamente las 10.»[16]

En el versículo 3 «por la mañana al salir de Prima», quiere decir que el trabajo se hace en las horas más frescas del día, la jornada empieza con el trabajo mientras que la tradición monástica, se empezaba el día con la lectura. San Benito y el Maestro comenzaban la jornada con el trabajo, lo cual indicaba que había que trabajar bien, en las horas menos cálidas del día.

Es interesante lo que dice Benito en el versículo 3; trabajarán en lo que sea necesario. El trabajo manual es el signo de la pobreza, es interesante ver que san Benito dice que se trabaje en lo que sea necesario, esto significa que no tenían que estar ocupados en cualquier ocupación «para evitar el pecado» como decía el Maestro, no tienen que estar ocupados en cualquier cosa, sino «en lo que sea necesario» hasta la hora cuarta, san Benito establece una flexibilidad en el horario, aplaza en verano la hora Tercia y se adelanta en invierno a causa del trabajo. La segunda motivación del trabajo monástico es la caridad: la posibilidad de la limosna[17].

San Benito es flexible, dice que se puede trabajar hasta la hora cuarta en verano para usar las horas más frescas del día y en invierno cuando es de noche antes y hace frío, se puede adelantar la hora Tercia.

En el versículo 4: «se dedicarán a la lectura desde la hora cuarta hasta la hora sexta»; la lectura llega después del trabajo en verano y hay una expresión en latín muy interesante, estar libres para la lectura así los monjes podrán concentrarse en esta lectura, podrán sacar el alimento según sus necesidades y su itinerario espiritual. El monje es libre para la lectura ( se vacían para llenarse de la lectio). San Benito se fía del monje, que debe tener el corazón dispuesto para Dios.

En el monasterio podemos convertirnos en verdaderos ateos, si no nos entregamos como Dios quiere en cada momento, y es muy importante no dejar la lectio, porque es el alimento fundamental del alma.

«En el versículo 7 del capítulo 48 de la RB, las condiciones del lugar (necessitas loci): como en RB 40, 5,8. RM 86 tuvo el acierto de prohibir la explotación directa de las tierras pertenecientes al monasterio: las arrendarán a colonos o laicos. Isidoro, Reg. 6, prefiere la explotación agrícola hecha por servidores del monasterio»[18].


La ociosidad es enemiga del alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y otras en la lectura divina. 48,1.

San Benito deja poco espacio a la incursión de lo quimérico. Si en algún capítulo lo prueba a la perfección, puede muy bien ser este capítulo 48, «el trabajo manual». Benito no argumenta con detalle su afirmación, pero la enuncia con claridad: la vida benedictina es una vida inmersa en la santidad de lo real, y el trabajo es una parte fundamental de la misma. La función de la vida espiritual no consiste en escapar a otro mundo, sino vivir en éste. El monje realiza un trabajo creativo como modo de ser responsable de la edificación de la comunidad. De hecho, hemos visto cómo los períodos de trabajo son especificados como los de la oración. La espiritualidad de san Benito exige algo mucho más difícil para nuestro siglo que el rigor, porque exige equilibrio. La Regla regula el horario del trabajo como el del Oficio divino según la fiesta de Pascua, y es que nuestro trabajo no debe ejecutarse al margen de nuestra vida litúrgica. Por eso este capítulo de la Regla, después de una afirmación perentoria sobre la ociosidad, se dedica a una distribución del tiempo entre el trabajo y la lectura.

Quizás San Basilio el autor monástico que mejor ha armonizado los textos del NT tocantes de alguna manera al tema del trabajo que luego influyó en san Benito, con la intención de facilitar el puntual cumplimiento de todos los mandamientos contenidos en la Escritura. Del examen de las reglas de San Basilio se deduce que el trabajo monástico se sitúa en un contexto de pobreza y aún más de caridad. Hay que desprenderse de todo en beneficio de los necesitados. Y una vez desprendidos de los propios bienes, trabajar con nuestras manos no solamente para tener lo necesario para la vida, sino también para tener con qué socorrer a los necesitados con el fruto del propio trabajo. En suma, el monacato antiguo enseñó y practicó la ley cristiana y humana del trabajo fundamentándola sobre todo con textos de la Escritura. San Benito quiere alejar la ociosidad, considerada como enemiga desde los orígenes del monacato, como ya hemos explicado más arriba, de la vida de sus monjes, Evagrio y Casiano ya habrían insistido enérgicamente en ello, sobre todo al hablar del temible vicio de la acedia, contra el cual sólo existe un remedio: trabajar. «Sin embargo, el trabajo – dice Dom de Vogüé- no es únicamente una condición del equilibrio moral y de salud espiritual. Es también un deber para con el prójimo: el cristiano debe ganarse la vida y dar limosna (Ef 4, 28; 1 Te4, 11;2; 2 Te 3, 6-12)».[19]


La ociosidad es enemiga del alma, por eso han de ocuparse los hermanos a unas horas en el trabajo manual, y otras en la lectura divina. 48,1.
San Benito dispone en este capítulo que la lectio divina llena ciertos momentos entre oficio y oficio, para que juntamente con el trabajo, estén ocupados los monjes y evitar la ociosidad. Más adelante hablará de «meditar». Ni aquí ni en otros pasajes explica la Regla el significado de estos términos, que eran perfectamente conocidos por los destinatarios inmediatos.

La Biblia desde los orígenes del monacato se convirtió en el libro de los anacoretas y los cenobitas. La Escritura era para los Padres del Desierto escuela de vida y por eso mismo de oración. Los Padres del Desierto deseaban vivir fielmente todos los preceptos de la Sagrada Escritura, y el que encontraban con más frecuencia era el que debían orar sin cesar.

En Vita Antonii se dice que trabajaba con sus manos y oraba continuamente en la intimidad. Estaba tan atento a la lectura que nada se le escapaba de la Escritura de modo que la memoria le hacía las veces de libro. Hay que resaltar como en este texto de Atanasio se pone junto a la oración otras actividades, en particular el trabajo como lo hará más tarde San Benito en su Regla. No se puede hablar de la Escritura como escuela de oración en los Padres del Desierto sin tener en cuenta las conferencias que Casiano dedica a la oración, la 9 y la 10. En la novena dice que el fin propio del monje es la perfección del corazón. Consiste en la perseverancia continua de la oración. Y explica como todo lo demás de la vida monástica: ascesis, práctica de las virtudes no tienen otro fin que propiciar la oración.

Los grandes maestros, Pacomio, Basilio, Evagrio Póntico, Jerónimo, Casiano inculcaron con insistencia la necesidad de una lectura frecuente que denominaban «alimento celestial», «pan bajado del cielo», «Carne y Sangre de Cristo».

San Benito al determinar el momento concreto de tiempo, para la lectio, dejando toda otra actividad, fue formando el horario monástico hecho con la alternancia de lectura y trabajo.

Para los Padres del Desierto la lectio era la lectura directa de la Sagrada Escritura y no solo era leerla, su fin último era vivirla. Así también para los monjes de san Benito, pero san Benito recuerda que hemos de leer la Sagrada Escritura junto con los comentarios de los Santos Padres.

Las dos ocupaciones principales del monje, junto con el Oficio Divino, que es central en nuestra vida como monjes benedictinos y cistercienses, la lectio y el trabajo proceden de una única y misma raíz: la voluntad de Dios.

En la lectio participa todo nuestro ser, alma y cuerpo. La lectio exige un esfuerzo. San Benito temía sobre todo que se leyeran obras apócrifas o poco ortodoxas. A este peligro, actualmente, se añade el de las lecturas fáciles, entretenidas, mundanas, ya tengan por objeto la historia o la actualidad, que tiendan a ilustrar a los monjes sobre el pasado o a tenerles informados sobre la actualidad. A. de Vogüe se pregunta si esta clase de lecturas no establecen a las comunidades monásticas en clima extraño a la búsqueda de Dios.

La Biblia para los Padres, no es algo que se conoce con la inteligencia ni tampoco con el corazón. Para los Padres se conoce la Biblia cuando se la asimila hasta el punto de reflejarla en la vida. La lectio debe impregnar toda nuestra jornada o de lo contrario el ejercicio de la lectio es un juego vacío. Es un error hacer de la lectio un ejercicio, en lugar de impregnar los mil enfoques de la vida diaria. Aún más, pensar que el texto bíblico puede interpelarme, transformarme, solamente cuando me siento ante él completamente desnudo, sin recurrir a los instrumentos que pueden permitirme captar su significación primera. Se corre el riesgo de conducirse a una actitud fundamentalista, incluso a una farsa mística. El uso de los Santos Padres como materia de lectio divina, requiere un serio trabajo de estudio para alcanzar la realidad que ellos han vivido, más allá de las apariencias, del ropaje cultural que los envuelve.
El monje de hoy pertenece necesariamente a una cultura determinada y es en esta cultura en la que reencuentra la tradición monástica y tiene que dejarse interpelar y trasformar por ella. Los Padres del desierto nos recuerdan la importancia primordial de la Escritura en la vida del cristiano y la necesidad de dejarse transformar por la palabra de Dios. Esto nos lleva a poner en cuestión algunos aspectos de la concepción moderna de la lectio divina, o mejor nos llama a sobrepasarlos para  volver a un sentido más profundo de la unidad de lo vivido.

El monje menos que nadie puede permitirse estar dividido. Su nombre «monachus» le recuerda sin cesar la unidad de preocupación, de aspiración y de actitud que corresponde al que ha elegido vivir un solo amor con el corazón indiviso.


En consecuencia pensamos que estas dos ocupaciones pueden ordenarse de la siguiente manera: desde Pascua hasta las kalendas de octubre al salir del oficio de Prima trabajarán por la mañana en lo que fuera necesario hasta la hora cuarta. 48, 2-3.

Aclaradas ya las diferentes nociones del texto de la RB, pasamos al horario de los meses primavera-verano, como ya hemos explicado más arriba. Al salir de Prima se dirigen al trabajo, no menciona el oficio de Tercia, que probablemente se celebraba durante el trabajo, y a continuación lectio divina hasta Sexta.

Aquí se ve la discreción de San Benito dedicando al trabajo las primeras horas del día. La RM ignora esta lectura antes de Sexta. Aunque este horario tiene unos rasgos de división del día hoy totalmente rebasada, la intención de san Benito permanece como centro de nuestra vocación monástica: santificar el tiempo procurando que el servicio de la alabanza divina nos llame e incluso nos perturbe a intervalos regulares y breves. Era un horario que propiciaba una vida apacible, plena, enriquecedora, pacífica y equilibrada. Era una fórmula vital que es difícil de guardar en un mundo moderno de «bombillas, teléfonos y coches», pero que puede ser más necesaria que nunca si el alma moderna ha de recuperar algo del auténtico ritmo de vida, y por tanto también de su buen sentido.


Después de Sexta, al levantarse de la mesa descansarán en sus lechos con un silencio absoluto, si alguien desea leer particularmente, hágalo para sí solo de modo que no moleste. 48,5.

Leyendo este capítulo, podemos apreciar el equilibrio que San Benito tiene respecto a las cosas referentes al cuerpo.
El silencio que san Benito exige en este tiempo, tiene como primera motivación no turbar el descanso de los hermanos. Es un silencio de caridad. Podemos extender esta actitud de silencio de caridad al resto de la jornada. Hay un segundo motivo de este silencio durante la siesta, es evitar la ocasión de cometer esos pecados de la lengua tan fáciles de cometer después de la comida, ya que satisfechos por la comida se puede uno dejar llevar de la disipación y el medio para evitar este mal es este silencio más riguroso que san Benito prescribe durante la siesta. San Benito, al igual que los Padres del desierto, tiene horror a las palabras vanas.
En aquel tiempo era habitual leer en voz alta, por eso pide san Benito que el que quiera leer, lo haga en silencio, para sí mismo.


Si las circunstancias del lugar o la pobreza exigen que ellos mismos tengan que trabajar en la recolección, que no se entristezcan, porque precisamente así son verdaderos monjes, cuando vivan del trabajo de sus propias manos, como nuestros padres y los apóstoles. Pero pensando en los más débiles, hágase todo con moderación. 48, 7-9.

San Benito no solo quiere evitar todo descontento, sino que quiere mostrar como esta circunstancia es la ocasión de realizar un principio fundamental en la vida cristiana y a fociori de vida monástica: vivir del propio trabajo. Este razonamiento si le ponemos en orden deductivo sería así: del principio general (es necesario trabajar para vivir) San Benito saca la consecuencia actual, hay que aceptar incluso el trabajo agrícola si es preciso. Pero de hecho el orden es inductivo: de las circunstancias presentes, San Benito que es muy realista, se remontó al principio general, que permite afrontar con buen ánimo las necesidades reales.

Ya no se trata tan sólo de ocuparse en los diversos menesteres domésticos, ni en el cultivo de la huerta… sino que se trata de cubrir los gastos del monasterio con el producto del trabajo monástico. Proveer con el propio esfuerzo a las necesidades de la vida.

En realidad la RB lo que intenta citando este texto no es justificar el trabajo agrícola, sino la necesidad de ganarse la vida con el propio trabajo, que no es exactamente lo mismo.

San Benito, termina estas disposiciones con un toque de discreción y caritativa preocupación por los menos dotados de vigor físico o moral. La discreción tan querida en toda circunstancia por san Benito. Él dispensa de la lectura al que no puede leer, pero no dispensa del trabajo a nadie, ni a los enfermos. Lo ve como un gran medio de santificación monástica.

Pero es contrario al espíritu benedictino multiplicar con trabajos y crearse necesidades para ganar más dinero, lanzarse a industrias absorbentes, consagrar al trabajo sin motivos de peso los tiempos destinados a la lectura por lo menos de modo habitual… todo esto es salirse del camino de la Voluntad de Dios, y por consiguiente del camino de la Gracia. En estas condiciones el trabajo en lugar de unirnos a Dios nos alejaría de Él, nos materializaría, arruinaría toda vida espiritual. La calma es necesaria a la inmensa mayoría de los monjes para favorecer la unión con Dios, y con mucha más razón si queremos evitar la disipación del espíritu y del corazón.

Vigilemos para que el ardor por el trabajo, no sea fruto de un afán natural, sino que el ardor por el trabajo sea fruto de nuestro amor a Dios y del espíritu de penitencia, ya que el trabajo es la penitencia impuesta por Dios al hombre caído en el pecado.


Durante la Cuaresma dedíquense a la lectura desde por la mañana hasta finalizar la hora tercera, después trabajarán en lo que se les mande hasta el final de la hora décima. En estos días de cuaresma recibirán cada uno un códice de la Biblia, que leerán por su orden y enteramente. (48, 14-15.)

En este periodo se les ha de entregar un códice que leerán ordenada e íntegramente.

Debemos tener en cuenta que no es el trabajo el que define al hijo de san Benito, sino lo propio de la espiritualidad benedictina es la búsqueda de Dios en la soledad. En nuestra actual cultura en que las personas se identifican por lo que hacen, no por lo que son, esta espiritualidad benedictina es de profunda importancia.

Después de marcar el horario de Cuaresma, sigue un pasaje controvertido. Al principio de la Cuaresma, dice la RB reciba cada monje un códice que leerán por su orden e íntegramente. Esto está perfectamente claro. La disputa se centra en torno a la palabra códices: «de la biblioteca» ¿qué significa aquí biblioteca? Siempre invariablemente se había interpretado como el depósito de libros, la biblioteca. Cada monje recibía un libro de la biblioteca del monasterio. Desde 1950 se ha discutido del sentido de esta palabra ya que no resulta nada nítido, pues si biblioteca en la literatura clásica significa el lugar donde se guardaban los libros, en la literatura cristiana significaba el conjunto de libros sagrados, es decir, la Biblia.

Hemos de entender biblioteca con el sentido de Biblia, parece más lógico. Antes y después de san Benito la Escritura se solía dividir en nueve códices, de los que la RB cita siete, y se daba uno a cada monje al empezar la Cuaresma, para que la Escritura constituyera su alimento espiritual con más intensidad que en otros tiempos del año. Así cada monje al cabo de nueve años había leído la Biblia completa a razón de un códice por Cuaresma, siguiendo cierto orden, que es lo que indican las palabras: «los leerán por orden y enteramente». San Cesáreo de Arlés invita a los cristianos a leer la Escritura especialmente durante la Cuaresma. Por eso es fácil pensar que así obrarían  también los destinatarios de la RB.


Es muy necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedia, en vez de darse a la lectura, se da al ocio o a la charlatanería, con lo cual se perjudica no sólo a sí mismo sino que distrae a los demás. 48, 17-18.

Es significativo que San Benito se acuerde en este momento de legislar sobre la vigilancia que debe ejercerse durante la lectura para mantener a los perezosos y charlatanes atentos a sus libros. No se trata de una disposición referente únicamente a la lectura cuaresmal, sino durante todo el año.

Esto prueba que no leían en una habitación común, todos juntos, sino que cada uno tomaba su códice y se instalaba donde mejor le parecía. Esto parece lógico pues el hombre antiguo leía pronunciando en alta voz lo que leía. En estas circunstancias, pudiera darse algunos monjes que se dedicasen a lo que no debían, perdiesen el tiempo en bagatelas o charlatanería con detrimento de la disciplina y del aprovechamiento de los otros. San Benito califica de «acediosus» al hermano que se portase de este modo. «Acediosus» quiere decir víctima de la acedia, tan temida por los monjes. Es la única vez que aparece este término en la RB, lo que resulta un tanto extraño, dada su difusión en los ambientes monásticos.

«Acedia», literalmente significa falta de cuidado, incuria, tiene una larga historia profana aunque no fuera muy usada. Su sentido en los clásicos griegos es un tanto difícil de precisar, pues denota un estado de espíritu que tanto puede ser positivo como negativo. Entre los monjes adquirió pronto la categoría de término técnico. Forma parte de la famosa clasificación de los «logismoi» debido a Evagrio Póntico que Casiano transmitirá al mundo latino bajo el título de los ocho vicios capitales o principales.

Entre los «logismoi» ocupa la acedía un lugar preferente. Es una enfermedad del espíritu compuesta de inquietud, tedio, desazón interior, disgusto, desaliento, desdén, murmuración, sopor, pereza… tanto Evagrio como Casiano la analizaron con precisión clínica. Para los antiguos, era la tentación por excelencia de los anacoretas, el demonio del mediodía, que atacaba sobre todo a la mitad de la jornada. Por lo que se ve, a los cenobitas los atacaba durante la lectio divina, es decir, cuando se encontraban más solos, cuando se parecían más a los anacoretas. Casiano nota como la acedia no permite aplicarse a la lectura. El tiempo de la lectura está dedicado a hablar con Dios, a escuchar y profundizar su Palabra y no es tiempo para hablar los hermanos entre sí.

Esta disposición sobre la vigilancia choca con la sensibilidad actual. La pedagogía de san Benito, no se puede entender sin tener en cuenta el nivel humano y social de los destinatarios de la Regla, es decir el contexto histórico que les rodeaba a los monjes. Tenemos que traducir las actitudes fundamentales de san Benito en una atención personal a cada uno de los hermanos, animar a cada uno a ser consecuente con la opción monástica, procurando que las personas se responsabilicen de modo que sean capaces de una fidelidad libre y creadora, sin necesidad de una vigilancia que podría resultar infantilizadota para el monje de hoy.

La infidelidad habitual a la lectio divina es el origen de muchos fracasos en la vida de los monjes y de decadencia de las comunidades monásticas. Sin el alimento constante de la fe y del deseo de Dios, la vida del monje se convierte en insignificante y vana, vacía de contenido. Como aparece más arriba, podemos convertirnos, los monjes, en verdaderos ateos, si no vivimos en cada momento de la jornada monástica la Voluntad de Dios.
Los domingos se ocuparán todos en la lectura, menos los que estén designados para algún servicio. Pero para el que sea tan negligente y perezoso o que no pueda o no quiera dedicarse a la «meditatio» o a la lectura, se le asignará alguna labor para que no esté desocupado. A los enfermos o delicados se les encomendará una clase de trabajo que ni estén ociosos ni el esfuerzo los agote. El abad tendrá en cuenta su debilidad. 48, 23-25.

Dos casos especiales son los tratados al final del capítulo 48 de la RB. Ambos se refieren tanto a la lectio como al trabajo. Son el domingo y los hermanos enfermizos o enfermos. El domingo, día del Señor, debe dedicarse enteramente al Señor. Tal era la tradición de los cenobitas de Egipto según el testimonio de san Jerónimo: «Los domingos se consagra exclusivamente a la oración y la lectura». La RB adopta plenamente esta práctica, pero menciona además el ejercicio de la «meditatio» relacionado tanto con la oración como con la lectura. Pero no da ninguna explicación en qué consistía, lo cual demuestra que era un ejercicio conocido por todos. Vemos cómo valora San Benito los domingos, por los párrafos  en este capítulo del trabajo, se ocupa de él.

Así como la pascua es el centro de la organización de los elementos esenciales de oración, trabajo y lectura, el domingo, el día del Señor es el eje en torno al cual reorganiza la vida semanal del monasterio. En este capítulo quiere san Benito señalar más la consagración total y exclusiva del domingo al Señor resucitado. «En el domingo que se dediquen todos a la lectura», dice terminantemente. Este principio tiene que ayudarnos a recapacitar sobre el sentido auténtico del domingo, tan necesario para los monjes de hoy. Debemos estar atentos a dar al domingo un carácter festivo y sereno a la conmemoración semanal de la Pascua de Cristo.

Termina el capítulo con un toque de humanidad. El abad tenga en consideración la flaqueza de los enfermos, de tal modo que los monjes enfermos o débiles no caigan en los peligros que acarrea la ociosidad ni se sientan abrumados por la carga del trabajo. Por eso san Benito quiere que se dé a estos monjes algún trabajo en domingo, para que no estén ociosos, tanto a los monjes que no puedan entregarse a la lectura, como a los monjes enfermos.


Siendo la búsqueda de Dios el fin último de nuestra existencia, nuestra vida es de gran sencillez. El hecho de tener una sola preocupación es el sentido primero y más profundo de la palabra «monachus».

El estudio del capítulo 48 de la regla de san Benito, cotejándolo con el capítulo 50 de la Regla del Maestro, me ha parecido muy interesante y que se puede seguir profundizando en dicho estudio.

La exégesis del capítulo 48 de la Regla de san Benito es para mí muy enriquecedor, pues he aprendido mucho con respecto al equilibrio que nos transmite san Benito en su Regla. San Benito cuando distribuye el tiempo del trabajo y de la lectio divina, demuestra su gran equilibrio, el que quiere transmitir a sus monjes, a través de la Regla. Con respecto a la lectio también ha sido muy enriquecedor este estudio. Ha sido muy interesante estudiar la ordenación del tiempo, ya que «el sentido del tiempo penetra toda la Santa Regla. Este duendecillo imaginario, que corre y corre sin cesar, siempre al mismo ritmo y arrastrándonos tras él, queramos o no queramos, tenía hechizado a su autor, san Benito. «Tiempo» significa para él muchas cosas: las horas del Oficio Divino, de la lectio y del trabajo[20]; «tiempo» son los días de ayuno, las estaciones del año[21] . «Tiempo»  significa sobre todo la duración de la vida del hombre, sobre la que se despliega  maravillosamente la misericordia divina; esos días que se nos conceden como tregua «para enmendarnos de nuestros males[22] , don precioso que hay que aprovechar avaramente, santamente, «mientras todavía es posible y estamos en este cuerpo» y gozamos de «la luz de la vida»[23]. ¿Cómo aprovechar el tiempo? Distribuyéndolo, ordenándolo, asignando un espacio del mismo a cada ocupación o una ocupación a cada espacio. San Benito en la Regla distribuye el tiempo de tal modo, que de ello resulta un ritmo, un equilibrio notable que ahuyenta el fastidio y evita el cansancio excesivo».[24]

Hna. María Montoro Peinado

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[1] RB 47-52
[2] RB 23-30; 43-46; RB 22 y 42; RB 43, 3; RB 47-48. 50. 52
[3] Reg. 192.
[4] Cf. J. Gribomont, Historie du texte des Ascétiques de Basile, Louvain 1953, p. 106.
[5] Cf. Justiniano, Nou. 133, 6
[6] De opere monachorum 37
[7] Reg. 5,6.
[8] Séneca, Epístola 86.
[9] Séneca, Epístola 56.
[10] Lucano, De bello ciuili, lib. IV, v. 704.
[11] Luis de León, La perfecta casada, IX.
[12] Richard Kingston, Apoph. Curiosa 57: 1709.
[13] Voltaire, Candide XXX.
[14] Ildefonso M. Gómez O.S.B., Regla del Maestro. Regla de san Benito. Ed. Monte Casino, Zamora 1988, p. 327.
[15] Porque hoy en día cualquier persona puede publicar cualquier cosa y no sabemos si son obras con un valor o no.
[16] Ildefonso M. Gómez O.S.B., Regla del Maestro. Regla de san Benito. Ed. Monte Casino, Zamora 1988, p. 327.
[17] Cf. Casiano, Instituta 10,22.
[18] Cf. De Vogüé, La communauté, p. 435).
[19] A. de Vogüé, Ce que dit saint Benoît, p. 214.
[20] Cf. RB 16,5; 48, 1-2.
[21] RB 8,1;9,1;10.
[22] Prólogo de la RB, 36
[23] Prólogo de la RB, 43.
[24] García M. Colombás. La Tradición Benedictina. Ensayo histórico. Tomo II. Los siglos VI y VII. Ed. Monte Casino, Zamora 1990, p. 87.

19 de abril de 2012

MONACATO CRISTIANO: FUENTES


FILOSOFÍA Y EXÉGESIS

1. Filosofía y escritura: cómo los judíos helenísticos y cristianos han valorado la tradición filosófica griega y el papel de la filosofía en la interpretación de las escrituras

Con la entrada de la filosofía griega en los judíos alejandrinos, el problema de la ciencia adquiere una modalidad nueva. Aparece la contraposición entre una ciencia de procedencia divina, contenida en los libros revelados de la Biblia, y una ciencia puramente humana, que era la filosofía racional, tal como había sido elaborada por los griegos. Este hecho plantea, por una parte, la cuestión de las relaciones mutuas entre el campo de la razón y el de la Revelación y, por otra, establece la distinción entre dos órdenes de saber: el natural o filosófico, y el sobrenatural o revelado. En los autores favorables a la admisión de la filosofía griega, el orden jerárquico de las ciencias será poco más o menos el siguiente: primero, las disciplinas encíclicas, o artes liberales, como preparación general; después, la filosofía, y, por último, la Ciencia Sagrada, que ocupará el lugar de sabiduría suprema.
El contacto con la cultura griega provocó en los judíos más bien un sentimiento de reacción, de donde se deriva un movimiento de carácter apologético con el fin de demostrar la superioridad de la Biblia sobre las doctrinas de los filósofos.
El cristianismo ha tomado muchos elementos de la especulación griega, pero sometiéndolos a un proceso de asimilación y transformación, de la cual ha resultado una síntesis cristiana. Por otra parte, algunos dogmas cristianos, por ejemplo, la noción de un Dios creador y de la encarnación del Verbo, han sido principios generadores de una especulación racional de carácter filosófico.
En abstracto, filosofía y cristianismo son dos cosas distintas; pero, en concreto, la fe y la revelación cristiana han contribuido a orientar la especulación puramente racional y filosófica, lo cual viene a significar que aunque, de suyo, filosofía y cristianismo sean cosas distintas, sin embargo, en el sujeto cristiano existe una filosofía cristiana, en virtud de un influjo de la fe en la especulación racional, corroborado y fortalecido por la gracia y los dones sobrenaturales[1].
Para Clemente de Alejandría la filosofía no es el grado supremo del saber, sino solamente una anticipación y una verdad por medio de la razón, a diferencia de la fe, que se basa en el testimonio de la Revelación divina. Una preparación para la sabiduría y para la virtud.
La filosofía sería un conjunto de doctrinas entresacadas de las distintas escuelas, que pueden ser aprovechadas para la explicación e ilustración de la fe. De esta manera la filosofía de los griegos es un fundamento de la Filosofía Cristiana, expresión que, casi al pie de la letra, aparece por vez primera en Clemente.
El judaísmo y la filosofía son a manera de dos ríos que contienen una misma verdad y que desembocan en el cristianismo. «La filosofía conducía a los griegos a Cristo, como la Ley conducía a los hebreos»[2].
Hay dos testamentos antiguos: la Biblia para los judíos y la filosofía para los griegos; y un testamento nuevo, que es el Evangelio, revelado a los cristianos por el Logos en persona[3].Si los hebreos pueden alegar una parte de verdad, también pueden hacerlo los griegos, los cuales han conseguido arrancar una pequeña partecilla de verdad del Logos teológico[4]. A todos los hombres les ha sido inspirado un cierto efluvio de verdad. A los bárbaros les fueron dadas la Ley y los Profetas, y a los griegos la filosofía, para que sus oídos se acostumbraran al Evangelio. Hay también una verdad helénica[5].
Por lo tanto, la filosofía no es mala sino buena, porque es obra de la Providencia divina[6]. Procede de Dios, del Verbo iluminador que es fuente de toda verdad. Es una «imagen luminosa de la verdad, un don divino concedido a los griegos» para prepararlos al Evangelio y a la perfección que iba a traer Jesucristo. Y así, la filosofía es útil para los griegos y para los cristianos. A los griegos les sirve como preparación para la fe y para conducirlos a Cristo. Es un preludio y un auxiliar del cristianismo. «La filosofía sirvió a los griegos de pedagogo, como la Ley a los hebreos»[7].
También para los cristianos la filosofía es un auxiliar precioso, una loriga, un medio para defender eficazmente la fe de la dialéctica y para progresar en la ciencia mediante la demostración de la fe.

El papel de la interpretación de las escrituras en los escritos monásticos

La vida monástica en la antigüedad se conocía también como vida filosófica, y los autores del siglo IV desarrollaron la espiritualidad monástica como una geografía del alma, una geografía espiritual. La espiritualidad monástica heredó una larga tradición de interpretaciones de la Biblia en clave filosófica.
Los teóricos y maestros espirituales del monacato cristiano acudieron, en busca de argumentos, a dos clases de fuentes: la Sagrada Escritura, y la Tradición de la Iglesia. La Palabra de Dios se convirtió en el fundamento último, firme e inacabable del nuevo monacato en general y en la justificación de cada uno de los elementos, de cada una de sus prácticas, usos y costumbres, en particular, desde las más centrales hasta los más periféricos y triviales.
El período patrístico conoció un método exegético que nació con Orígenes. Para él, la Biblia no era solamente un tratado de dogma o moral, sino algo mucho más vivo, mucho más elevado, reflejo del mundo invisible. Su primer principio es que la Biblia es la Palabra de Dios, no una palabra muerta, encerrada en el pasado, sino una palabra viva, que se dirige directamente al hombre de hoy. Su segundo principio es que el Nuevo Testamento ilumina el antiguo y que, a su vez, no revela toda su profundidad más que a la luz del Antiguo Testamento. Es la alegoría la que determina las relaciones entre ambos Testamentos. Orígenes está convencido de que la inteligencia de las Escrituras es una gracia.
Mucho más importante que la supremacía cuantitativa de las Sagradas Escrituras, en la espiritualidad monástica, es la mentalidad que imprimen en ella. La experiencia monástica es una continuación de la Historia Sagrada.
El monje fiel realiza plenamente en sí mismo todas las etapas de la economía divina de la Biblia. Cada vida individual debe renovar el conjunto de la historia bíblica: alejado del paraíso por el pecado, debe retornar a Dios por medio de Cristo. Este profundo fundamento bíblico es la base de la hagiografía monástica, que ilumina de modo invariable las diversas etapas de la vida de un santo, a la luz de las fases del reino de Dios en la Biblia.
La lectura de la Escritura es una lectura de las fuentes de la espiritualidad de los monjes. Orígenes había elaborado toda una visión de la vida espiritual. Toda la Escritura tiene un sentido espiritual. De él recibirá Jerónimo el sentido crítico riguroso y, a la vez, una gran libertad para las aplicaciones alegóricas o espirituales. No se puede -dice él- penetrar en el sentido de las Escrituras sin un trabajo fatigoso. Hace falta una lectura frecuente y una meditación constante. Hay que empezar por el sentido literal, pero esto no es más que el comienzo, una mínima parte del trabajo. Todas las Escrituras hablan de Cristo, y a Él hay que referirlas siempre.
San Jerónimo (347-420) es el gran doctor de la lectio divina y es, además, óptimo ejemplo de una existencia consumida enteramente en función de las Sagradas Escrituras. Más tarde San Benito de Nursia será el principal organizador que regulará la institución monástica para que en ella se pueda practicar la lectio divina. Pero San Jerónimo quedará como el gran teorizante de la Palabra de Dios. Recibió lecciones de San Gregorio Nacianceno y se entusiasmó con el método exegético de Orígenes, del que traduce obras al latín. El secretario del papa San Dámaso le invita a tomar parte en un Sínodo Romano sobre el “cisma meleciano” y le encarga la revisión de la antigua versión latina (la Itala o Vetus latina).
San Jerónimo es el gran ejemplo de una vida consagrada por entero a la Biblia, entregado a leerla, estudiarla, traducirla y vivirla. Traduce toda la Biblia desde los originales hebreos y griegos: será la Vulgata, la traducción divulgada, que en pocos siglos se impondrá en toda la Iglesia latina y será oficial. Él da tanta importancia a la Palabra de Dios que la pone casi al nivel de la Eucaristía y habla de la «doble mesa de la Palabra y del sacramento» (citado en la Constitución Sacrosantum Concilium sobre la liturgia).
La lectio divina -dice San Jerónimo- es el centro de la vida monástica. «Los monjes son como los pájaros del cielo, que no tienen más granero que Cristo, su maestro». La Palabra de Dios es su único tesoro, la única moneda. No hay riqueza comparable con la Ciencia de los Libros Santos. El buen conocimiento de las Escrituras alimentará en todo momento la oración, el coloquio confiado con Dios. Pero la misma lectura sagrada es ya oración.
Su punto culminante lo alcanzó, el período patrístico, con San Gregorio, de quien pasó a toda la Edad Media: la llamamos los cuatro sentidos de la Escritura: El sentido histórico, base de los otros, intenta comprender el desarrollo de la Historia Santa, tal como aparece enteramente en la Biblia. De aquí pasa el exegeta al sentido alegórico, sentido doctrinal de la Escritura que descubre los misterios de la fe, y al sentido moral, que trata de la perfección sobrenatural del cristiano. El sentido anagógico mira hacia delante, hacia la consumación futura del reino en la Jerusalén celeste.
La Biblia, interpretada por la tradición monástica, era para estos hombres la única fuente de Revelación. La Escritura no estaba aislada de los demás aspectos de la vida cristiana, sino, como realidad viva leída y escuchada en la Iglesia, es la mesa donde se alimenta diariamente el cristiano. Por eso toda la ciencia de la teología consistía en interpretar la Palabra de Dios, y ésta no sólo interpreta al entendimiento, sino al hombre entero por una revelación vital, existencial. El monje no sólo lee la Biblia, la vive día tras día en la liturgia monástica, que es la actualización sacramental de la historia sagrada, en sí mismo, es la continuación y plenitud de la economía divina.
Los monjes se han entregado siempre con todo entusiasmo al estudio de la Escritura, y sus estudios orientados ante todo a comprender la doctrina Sagrada, según las categorías mismas de la Revelación. No han rechazado ninguno de los medios que los estudios bíblicos actuales ponen a su disposición para comprender con más provecho la Escritura. Y no se quedaron en conocimiento puramente científico, sino que la leían y meditaban en el ambiente de la Iglesia y de la Liturgia, haciendo de ella la norma de su vida espiritual y el alimento diario de su alma.
«La “amorosa intuición” en la interpretación de la Sagradas Escrituras, atribuida a San Bernardo, vale para todos los autores monásticos. Recorren las Sagradas páginas en busca del amor, la Biblia modela su alma y su mismo estilo. No se quedan en la letra, sino que penetran en el alma misma de la Escritura, que es el Espíritu Santo, fuente y causa de todo su amor. Su método de interpretación es la pureza de alma, que penetra los misterios de la Escritura, como afirma el Beato Guerrico. Ese amor e inteligencia sublime de los Libros Sagrados no están mediatizados por una interpretación fría y sin vida. Sólo el amor puede encontrar el amor. Es necesario que el alma amante tenga cierta libertad en la interpretación de las Escrituras, como quiere el abad de Igny. Tanto han leído la Biblia que se han aclimatado totalmente a ella. Aman con la Biblia, piensan con la Biblia, escriben con la Biblia. Se han “biblificado”»[8].
Y entre ellos, la frecuentación asidua de la Escritura estaba inseparablemente unida a la lectura de los Padres que la han comentado. Gracias a la asiduidad de este estudio de los escritos de los antiguos, la teología monástica mantenía su continuidad con la espiritualidad de los primeros siglos y manifestaba un verdadero culto por la tradición, garantía de la pureza doctrinal.

3. El sentido de los términos prosoche y askesis en Orígenes y Atanasio

Durante los tres primeros siglos, lo que representaba para el cristiano la meta de la ascensión espiritual por excelencia era el martirio. Esta era la gracia suprema que podía alcanzar todo discípulo de Cristo. Pero a pesar de que nunca dejó de estar vigente el espíritu de renuncia después de la era de las persecuciones, este espíritu de abnegación fue debilitándose en toda la Cristiandad como lo marcan algunos autores, como Orígenes y Atanasio.
Definimos a continuación el significado de los términos prosoche y askesis para pasar a analizarlos desde la filosofía de Orígenes y Atanasio.
Prosoche: Empeño, compromiso, atención duradera. Askesis: Este término procede de la filosofía griega. Es ejercicio en sentido de trabajo. A principios del siglo IV vemos este término con un significado espiritual, filosófico: hacer ejercicio para alcanzar un objetivo espiritual y filosófico.
Los orígenes del monacato histórico se encuentran entre los ascetas que vivieron en las ciudades y que, en determinado momento, eligieron la soledad del desierto como el caso de Egipto y, un poco más tarde, se practicó en Siria y Palestina.
Hay un párrafo de las Homilías origenistas que es sumamente indicativo de la forma de leer la Escritura que tenía Orígenes, es decir, según él mismo declaraba, de cómo practicaba la ascesis verdadera: «Quien no combate en la lucha y no es moderado con respecto a todas las cosas, y no quiere ejercitarse en la Palabra de Dios y meditar día y noche en la Ley del Señor, aunque se le pueda llamar hombre, no puede, sin embargo, decirse de él que es un hombre virtuoso»
La prosoche supone el dominio de uno mismo, el triunfo de la razón sobre las pasiones, puesto que son las pasiones las que provocan la distracción, la dispersión y la disipación del alma. Esta prosoche, esta atención para consigo mismo, actitud fundamental del filósofo, pasaría a convertirse en la actitud fundamental del monje. De este modo, cuando Atanasio en su Vida de Antonio, escrita en el año 357, nos explica la conversión del santo a la vida monacal, se contenta con decir que se dispuso a «prestar atención a sí mismo». Y Atanasio, cuando está agonizando, dice a sus discípulos: “vivid como si fuerais a morir cada día, prestando atención a vosotros mismos y recordando mis exhortaciones”. Y Atanasio continúa recordándonos más palabras suyas: “si viviéramos como si fuéramos a morir cada día, dejaríamos de pecar”.
La atención a uno mismo y la vigilancia implican la práctica del examen de conciencia. Éste surge por vez primera en la tradición cristiana al comentar Orígenes el siguiente pasaje del Cantar de los Cantares: «si tú no te conoces, oh la más hermosa de las mujeres…». El alma -dice Orígenes- debe orientar el examen hacia sus sentimientos y acciones.
Los primeros biógrafos vieron en la vida de Antonio el ideal del monje. Este va al desierto para enfrentarse al poder del mal, para hacer frente al demonio. Toma, sin más, las palabras del Evangelio: «oren sin cesar», «vigilen y oren para no caer en la tentación». El trabajo manual, la vigilia, y la oración son los pilares de la ascesis del monje, los fundamentos de su vida. En la Vida de Antonio de Atanasio puede encontrarse un detalle revelador. Según Atanasio, Antonio recomendaba a sus discípulos anotar por escrito todas las actividades y movimientos de nuestra alma.
Esta prosoche genera una verdadera técnica de introspección, una extraordinaria finura de análisis en el examen de conciencia y en el discernimiento espiritual. Se transforma en «vigilancia del corazón» en la Vida de Antonio de Atanasio y en el conjunto de la vida monacal, por influencia de un pasaje de Proverbios 4,23: «vigila tu corazón con cautela». El examen de conciencia es a menudo justificado por la Epístola 2 Cor 13,5: «Examinaos a vosotros mismos»; la meditación sobre la muerte es aconsejada apelando a 1Cor 15,31: «Cada día estoy en trance de muerte».
Orígenes insiste repetidamente en que no puede darse la verdadera unión con Cristo, sin una estrecha unión con Él. Seguir fiel y amorosamente a Cristo, que nos va precediendo con la cruz a cuestas, y participar de su misma vida constituye el único medio de realizar la ascensión espiritual que se nos propone.
En lo más alto coloca Orígenes la theoría (contemplación), es decir, la plenitud de la gnosis, la mística unión con el logos. Hacia esta cumbre vertiginosa, lejana, debe fijar los ojos el cristiano ávido de perfección, desde el momento mismo de emprender la subida. Es el fin al que todo se subordina, absolutamente todo. La renuncia, el ascetismo y la purificación constituyen el sendero por el que se avanza penosamente hacia la theoría. La ascesis, no cabe duda, sólo tiene valor de medio; pero es un medio absolutamente necesario, incluso cuando ya se han alcanzado las cimas de la contemplación y de la mística unión con Dios.
La ascesis es simplemente, el combate espiritual, la guerra sin cuartel contra el pecado, las pasiones y, en definitiva, el demonio. La renuncia al mundo, no sólo inicial sino permanente -no volver a tomar nada de lo que se ha dejado-, ocupa un lugar privilegiado por la sencilla razón de que es impensable todo ajuste entre Dios y el mundo. Quien desee alcanzar la cumbre, debe desprenderse constantemente de todo lo mundano: personas, riquezas, diversiones, todo; empezando por el propio cuerpo, en cuanto esto es factible sin perder la vida, pues en el cuerpo ve Orígenes, como todos los neoplatónicos, al gran enemigo.
Entre las obras de Orígenes podemos encontrar una doctrina firme e inmutable: la de la estrecha unión entre ascesis y mística, entre «vida activa» y «vida contemplativa». En su homilía vigesimoséptima sobre el libro de los Números, considera Orígenes las exigencias de las tentaciones y de la ascesis en una perspectiva que incluye todos los ejercicios del monje, y «el retrato del espiritual origeniano es acaso una de las fuentes del ideal monástico primitivo»[9].
Florinda Panizo Viñambres

4.               Bibliografía

- GUILLERMO FRAILE, Historia de la filosofía I. Grecia y Roma, B.A.C., Salamanca 1956.
- GUILLERMO FRAILE, Historia de la filosofía II. Judaísmo. Cristianismo. Islam, B.A.C., Salamanca 1960.
- HILARI RAGUER, Experiencia de Dios en la «Lectio Divina», Schola Caritatis 26 (2002). 19-24.
- C. J. PEIFFER, Espiritualidad Monástica, Ediciones Monte Casino, Zamora 1976.
- M. ALBERTO GÓMEZ DE LAS BÁRCENAS, Rasgos más notorios de nuestra piedad, Cistercium 89 (1963) 248-249.
- GARCÍA M. COLOMBÁS. La Tradición Benedictina. Ensayo Histórico, Tomo I: Las raíces, Ediciones Monte Casino, Zamora, 1989.
- PIERRE HADOT. Ejercicios espirituales y filosofía Antigua. Editorial Siruela, Madrid 2006.




[1] J. MARITAIN, Science et Sagesse, pref. p. 13.
[2] Strom. I 13,756; VI 5,261.
[3] I 5,717.
[4] I 7,732.
[5] I 20,816.
[6] I 1,708. Dios es causa de todos los bienes. De unos, como de los dos Testamentos, Viejo y Nuevo, causa principal; de otros, como la filosofía, causa secundaria (I 5,717).
[7] I 5,717.
[8] GONZÁLEZ, JESÚS, El Beato Guerrico intérprete de San Pablo, en CISTERCIUM, IX, (1957), pp. 243-244.
[9] H. CROUZEL, Origène, précurseur du monachisme, en Théologie, 87.