14 de marzo de 2012

El monje en san Bernardo

Pensamientos

Habéis profesado un sentido particular de vida. Presentaos con espíritu ferviente, sentido despierto, afectos sobrios y con una conciencia limpia. Traed vasijas limpias, para recibir gracias extraordinarias[1] 

Purifica el corazón, despreocúpate de todo, sé monje, esto es, único. Pide al  Señor una sola cosa y búscala. Afánate y mira que él es Dios. Así cuando purifiques tu corazón por el espíritu de inteligencia, inmediatamente verás a Dios por el espíritu de sabiduría; y gozarás de Dios[2].

Si dijeras que no lo conoces, serás como los mundanos, un mentiroso. Pero supongamos que no lo conoces; respóndeme entonces: ¿quién te trajo a este lugar?, ¿cómo llegaste hasta aquí?, ¿quién te ha persuadido a renunciar espontáneamente al cariño de tus amigos, a los placeres del cuerpo, a las vanidades del mundo, y encomendar tus afanes al Señor, descargando en él todo tu agobio?.. [3]

Los discípulos, los íntimos, e inseparables: son los que han elegido la mejor parte y viven consagrados a Dios en el claustro, identificados con él y atentos a cumplir su voluntad[4].

Así como bajo la forma aparente de pan, entra dentro de nosotros, de la misma manera, con su testimonio de vida en este mundo, se instala por la fe en lo más íntimo de nosotros. Y, al entrar su santidad, se queda con nosotros el que por el Padre fue constituido como salvación para nosotros. Porque el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él[5]


Me limito a recordarte que sería indigno de ti quedarte por debajo de la perfección, después de haber sido escogido para una vida tan perfecta. ¿No te avergonzarías de verte el último ocupando un puesto tan alto, cuando antes eras de los primeros en una profesión tan humilde?  Recuerda tu primera profesión. Que no desaparezca de tu recuerdo y de tu afecto, a pesar de que te la arrancaron de las manos. No te vendrá mal que la tengas siempre en tu memoria cuando das una orden, corroboras una sentencia o tomas una decisión.
Que no se ausente tampoco de tu corazón… Repite en tu interior: “soy el último en la casa de Dios”[6]

¿Para qué hablar de su mismo hábito monástico? ¿qué buscan?, ¿cubrirse o lucirse?  ¿no les preocupa más su ostentación que sus virtudes personales?  Es bochornoso. Superan a las mujercitas más vanidosas esos monjes que se desviven por vestirse con lo más caro y más superfluo; o al menos abandonan el distintivo de la religión…  desertamos de aquella humildad por la que abandonamos el mundo, y por ello nos vemos arrastrados a correr de nuevo tras los frívolos afanes de los hombres mundanos, como animales que se vuelven a su propio vómito[7].

Vosotros, que no os entorpecéis con las ocupaciones del mundo, aplicaos a encontrar el consuelo espiritual. Vosotros, que no desconocéis el destierro, acoged el socorro que viene de arriba[8].

Me dirijo a vosotros, que conocéis las Escrituras[9]
Hermanos, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación[10].

No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que nadie a imitar a los santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección[11].

Si algo bueno tenemos, hemos de esconderlo hasta que llegue, como el que encontró el tesoro del reino de los cielos y volvió a esconderlo. Por esta razón, nosotros nos escondemos, aún corporalmente, en los claustros y en los bosques[12].

¿Acaso no valoráis mucho más vuestra pobreza que todos los tesoros del mundo? Efectivamente, la pobreza os libera de toda palabra cruel ¿Cómo podría exigiros Dios lo que habéis abandonado por su amor?[13]

Y para que no murmures ni estés triste, te enviaré el Espíritu Santo consolador, que te dará las primicias de la salvación, el entusiasmo de la vida y la luz de la ciencia. Las primicias de la salvación porque el Espíritu asegurará a tu espíritu que eres hijo de Dios. Imprimirá y hará patentes en tu corazón señales inconfundibles de tu predestinación. Llenará de alegría tu corazón y empaparás tu mente de rocío del cielo, si no siempre, sí con mucha frecuencia[14].

Hemos alegrado a los ángeles cuando nos hemos convertido a la penitencia. Avancemos, démonos prisa a colmarlos de alegría[15].

Dichosos vosotros que merecisteis ser su guardia personal. A vosotros os dice el Apóstol: Ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino ciudadanos de los consagrados y familia de Dios[16].

No les imitemos, si no queremos que nos consideren como a ellos, que luchan por el mundo, no por Cristo. Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles[17]

Tampoco tiene nada de extraordinario –aunque no deja de ser laudable- presentar batalla al mal y al diablo con la firmeza de la fe; así vemos por todo el mundo a muchos monjes que lo hacen por este medio[18].

No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Este verso es muy fácil de comprender. Pero no sois tan rudos ni carecéis de sentido espiritual para no distinguir instintivamente entre vuestra propia alma y vuestra tienda[19].

No temáis, verdaderos confesores, que confesáis al Señor con la boca, con toda vuestra persona y por doquier. Os revestís de la confesión como de un vestido. Todo vuestro interior confiesa al Señor y todos los huesos proclaman: Señor ¿Quién como tú? No se comportan como esos que hacen profesión de conocer a Dios y lo desmienten con su conducta[20]

En nosotros, hermanos, no hay excusa posible de ignorancia: abundamos en la doctrina celeste, en la LECTIO DIVINA y en la instrucción espiritual. Todo lo que es verdadero, respetable, justo, limpio, estimable; todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que existe, lo aprendéis y recibís, lo oís y lo veis, en los ejemplos y palabras de los hermanos más adelantados. Sus consejos y su vida instruyen maravillosamente a todos. Ojala todo esto que enriquece el entendimiento llegara a conmover el afecto, y se acabara esa dolorosa contradicción e insoportable división de sentirnos atraídos hacia arriba y arrastrarnos por el suelo[21].

En la Iglesia hay muchos que de lo más ínfimo se encaramaron a…  También verás hombres adinerados que se lanzan hacia los altos cargos eclesiásticos…
Pero hay otros, y me duele todavía más que después de haber despreciado las glorias mundanas y establecidos en la escuela de la humildad han llegado a ser secuaces de la soberbia. Se vuelven arrogantes… y son muchos más violentos en el claustro que si hubieran quedado en el mundo. Y aún más grave: muchos no toleran verse humillados en la casa de Dios cuando en la suya eran despreciables…. Pretenden que por lo menos se les considere dignos de ser enaltecidos allí donde todos desprecian cualquier honor.
Otros después de haberse alistado en la milicia de Cristo se enredan en asuntos mundanos…[22]

Si hay entre nosotros algunos, para quienes la vida monástica es pesada e insoportable, y a quienes es preciso aguijonear y espolear frecuentemente, les ruego que intenten cambiar de jumentos a hombres, y unirse a los que van delante, detrás o muy cerca del  Señor…[23]


[1] IV,39
[2] VIII,117
[3] III, 81
[4] IV,27
[5] 1Jn 4,16; III,465
[6] II,91
[7] II, 677
[8] III, 273
[9] III, 229
[10] III, 57
[11] IV, 531
[12] III, 473
[13]III, 467
[14] IV, 211
[15] III,143
[16] III,443
[17] 2Tim 2,4) (III, 509
[18] I, 499
[19] III, 543
[20] III, 135
[21] IV 183
[22] II, 675
[23]IV, 27

28 de febrero de 2012

Capítulo 49 RB: La Cuaresma


         Aunque la vida del monje debería seguir en todo tiempo una observancia cuaresmal, no obstante, como son pocos los que tienen semejante virtud, recomendamos que durante la Cuaresma todos guarden la mayor pureza de vida, y eviten en estos santos días las flaquezas de otros tiempos. Esto se logra dignamente si nos abstenemos de todo vicio y nos dedicamos a la oración con lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia. Por tanto, en estos días debemos añadir algo a la tarea habitual de nuestra servidumbre, oraciones especiales, abstinencia en la comida y bebida, para que, cada uno por propia voluntad, ofrezca a Dios algo extraordinario “en la alegría del Espíritu Santo”. Es decir, prive a su cuerpo de algo de comida, bebida, sueño, conversación y bromas y espere la santa Pascua con alegría de un deseo espiritual. Pero lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y aprobación, porque lo que se hace sin el permiso del padre espiritual se tendrá por presunción, vanagloria y no digno de recompensa. Por tanto, háganse todas las cosas con autorización del abad...

         San Benito da mucha importancia a la Cuaresma ya que a ésta le dedica todo un Capítulo de su Regla cosa que no hace, por ejemplo, con el Adviento. Y es que la Cuaresma es un camino de preparación hacia los principales Misterios de Nuestra Salvación: la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo con la que nos es otorgada la Salvación.
         Es un Capítulo que en modo alguno resulta dramático o pesimista, ya que no pone el acento sólo en la penitencia exterior, sino que mira principalmente a la Pascua, por tanto, está lleno de alegría y de esperanza; nos sumergimos en un camino que nos lleva a la Plenitud. La Cuaresma no acaba con la Pasión y Muerte de nuestro Salvador, sino que nos lleva a la Resurrección de la que Cristo nos ha hecho partícipes, desde ahora, nuestra vida se dirige hacia la Pascua eterna.
         Y San Benito nos propone un modo específico para vivir este tiempo tan importante y eso sin olvidar que este es un camino que debe ser recorrido por todos los creyentes y por eso, es realista y como un padre benevolente, tiene en cuenta la debilidad de sus hijos. Así que aun sabiendo que nuestra vida debería siempre estar en la tensión del Amor, sabe que no siempre es posible adecuar nuestra vida espiritual a una observancia como la que nos exige para la Cuaresma, así, el que pueda, que lo haga y el que no, que al menos en la Cuaresma se dedique con renovado vigor al “trabajo” espiritual. San Benito entonces, nos recomienda para este tiempo, la penitencia, la ascesis, como un modo de cortar con todo aquello que nos aleja de Dios y también como un modo de fijar nuestro corazón más en Dios. Y junto con esto, nos exhorta a aquello que más nos une con Dios, la oración que nace de un corazón que despegado de los vicios, corre con anhelo a la posesión de Dios.
Pero la penitencia no debe ser algo pesado y que se deba llevar con pesadumbre y resignación, es algo que se convierte en un gozo porque va dirigida a acercarnos más a Dios y por eso nos dice que debemos ofrecer nuestras penitencia “en la alegría del Espíritu Santo”, San Benito da importancia a la finalidad de la ascesis, no a la ascesis en sí misma, ésta es un medio, no el objetivo ni la meta final.      
         Otro matiz que podemos observar en este Capítulo, son las últimas recomendaciones: proponer la penitencia que deseemos realizar al abad y que éste dé su aprobación. Podríamos afirmar que la característica principal de la Regla benedictina es la humildad y de ella debe nacer la obediencia que se debe a Dios y que viene representada en el abad: la  humildad y la obediencia son los grandes pilares de la Regla de San Benito y en trono a ellas gira todo el contenido con capítulos expresamente dedicados a estos temas. Por esto, no  es raro observar que en este Capítulo también están presentes estos dos temas fundamentales.
 La penitencia cuaresmal, no es una competición entre los monjes para ver cual es el que puede más, ni un modo de vanagloria que sirva para demostrar lo “mucho que soy capaz de sacrificarme por Dios”; en este sentido, la penitencia pierde su valor y se transforma en algo pernicioso. La penitencia debe ser así, regulada por el abad y el monje debe seguir su consejo y  realizarla solo si el mismo abad se lo consiente; de esta forma, el monje crece en humildad y se hace obediente, virtudes que no deben faltar en un cristiano y más en este tiempo de Cuaresma dedicado a purificarnos de nuestras faltas para llegar a  Dios con un corazón limpio.
         La Regla de San Benito, a pesar de ser escrita en el siglo VI, sigue conservando toda su frescura y actualidad y no sólo para los monjes, sino para cualquier cristiano que desee aprovechar este tiempo de gracia. San Benito nos indica un camino de conversión no exterior sino interior, del propio corazón para prepararnos a la actualización y no recuerdo, de los Misterios que nos salvan y redimen, para recordar que nuestra vida debe estar encaminada y fundada en el querer de Dios que nos quiere junto a Él  y plenamente felices durante toda la eternidad. Que esta vida es un desierto, un camino y un combate que teniendo a Dios de nuestro lado es ya un triunfo conseguido. Por tanto no olvidemos todo aquello que San Benito nos propone como medios eficaces de conversión del corazón, en especial la oración.

S. Marina Medina P

6 de febrero de 2012

¿Donde te buscaré Señor?


     
Deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti las inquietudes trabajosas. Descansa siquiera un momento en la presencia de Dios. Entra en el aposento de tu alma; y así cerradas todas las puertas ven en pos de Dios. Di, pues, alma mía, di a Dios: “Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro”. Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde o cómo encontrarte.


         Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando tú ausente?
            Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?
         Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa claridad inaccesible?, ¿cómo me acercaré a ella?, ¿quién me conducirá hasta ahí para verte en ella?

         ¿Con qué señales, bajo que rasgo te buscaré?
         Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.

         ¿Qué haré lejos de ti?
         ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro?
         Anhelo verte y tu rostro está muy lejos de mí.
         Deseo acercarme a ti y tu morada es inaccesible.
         Ardo en el deseo de encontrarte e ignoro dónde vives.
         No suspiro más que por ti y jamás he visto tu rostro.

         Señor, tú eres mi Dios, mi dueño y sin embargo nunca te he visto.
         Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
         Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.

         ¿Hasta cuando?
         ¿Hasta cuando te olvidarás de nosotros y nos mostrarás tu rostro?
         ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás?
         ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro?
         ¿Cuándo volverás a nosotros?

         Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros.
         Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo.
         Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.

         Enséñanos a buscarte y muéstrate a quien te busca;
         porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
         y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.


         DESEANDO te buscaré
         BUSCANDO te DESEARÉ
         AMANDO te hallaré
         Y hallándote te AMARÉ…

                                                      (San Anselmo, Proslogion, 1)