13 de septiembre de 2011

LA EXALTACION DE LA SANTA CRUZ


Representación del descubimiento de la Cruz de Jesucristo y su
exaltación  en tiempos del Emperador Costantino y su madre
la Emperatriz Elena

El origen de esta fiesta litúrgica y su eucología

             La fiesta del triunfo de la Santa Cruz se remonta a la primera mitad del s. IV.  Según la "Crónica de Alejandría", Elena madre del Emperador Constantino, redescubrió la cruz del Señor el 14 de septiembre del año 320[1]. El 13 de septiembre del 335, tuvo lugar la consagración de las basílicas de la "Anástasis" –resurrección- y del "Martirium" -de la Cruz-, sobre el Gólgota. El 14 de septiembre del mismo año se expuso solemnemente a la veneración de los fieles la cruz del Señor redescubierta. . Después fue tomada por los persas, mas en el siglo séptimo el Emperador Heraclio la recuperó, y en esta oportunidad fue elevada (o exaltada) en la Iglesia de la Santa Resurrección en Jerusalén.
            Son estos dos grandes acontecimientos históricos lo que conmemora la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, celebrada el día catorce de Septiembre. Desde su elevación en Jerusalén en el siglo séptimo, la “exaltación universal” de la cruz de Cristo fue celebrada anualmente en todas las Iglesias del imperio cristiano.
            Las iglesias que poseían una reliquia de la cruz -Jerusalén, Roma y Constantinopla- la mostraban a los fieles en un acto solemne que se llamaba "exaltación", el 14 de septiembre. De ahí deriva el nombre de la  de esta Fiesta.


Con esta solemnidad, y a partir del s. IV  también conmemora la consagración de la Basílica que Santa Elena mandó construir en Jerusalén sobre un lugar en donde se creía que Jesús había muerto y había sido sepultado. Es por tanto, una fiesta para profundizar en el sentido de la Cruz, signo de la fe cristiana.
La célebre peregrina Eteria, nos dejo escrito un valioso testimonio de la vida cristiana del siglo IV, refiere con todo detalle en su Peregrinatio la celebración que tenía lugar en Jerusalén el 14 de septiembre.  El concurso de fieles era inmenso y acudían gran número de obispos y monjes y hasta anacoretas provenientes de Siria, Mesopotamia, Egipto y la Tebaida. Llegaban peregrinos de muchas provincias del Imperio. La importancia de la festividad era tal que se equiparaba a la Pascua y a la Epifanía, por lo cual todas las iglesias de Jerusalén se adornaban con la misma riqueza que en estas ocasiones. Con el tiempo la dedicación de la basílica del Santo Sepulcro pasó a segundo plano hasta quedar casi por completo obnubilada.
Sentido teológico de esta celebración
En todas las mitologías antiguas se hablaba de dioses que habían venido a compartir la existencia de los hombres en este mundo. Aquellas múltiples teofanías habían preparado los espíritus a recibir sin extrañeza la doctrina de un Dios hecho hombre. Pero la estupefacción empezaba cuando se proponía la imagen de un Dios pobre, humillado, cubierto de oprobio y muerto en un patíbulo infame. Por eso nos habla San Pablo del escándalo de la Cruz.
           No obstante, el sentido profundo del misterio encerrado en esa aparente contradicción se impone desde el primer día. Todos los libros apostólicos respiran amor y veneración a la Cruz, y contra las burlas de los judíos y los ascos de los paganos lanzaba el Apóstol aquella réplica altiva: «Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Seños Jesucristo.» Aceptar el cristianismo era aceptar la Cruz.
Si el gentil veneraba la lanza de Minerva, el rayo de Júpiter, la cítara de Apolo o el tridente de Neptuno, la veneración del cristianismo se concentraba en la Cruz de Cristo. Ella resumía su fe, condensaba su moral y le señalaba un hito en su peregrinación sobre la tierra. Y de este modo el instrumento de ignominia se convirtió en signo de victoria, en motivo de consuelo, en mensajero de gracia y en confesión de fe. Al nacer los ritos de la literatura cristiana, el signo de la Cruz se junta a ellos, para indicar que de él toman todo su valor. 
 No se podrá bautizar a un catecúmeno, ni consagrar el pan, ni ungir a un moribundo, sin trazar ese signo misterioso. El triunfo del cristianismo a través de la historia, es el triunfo de la Cruz. El símbolo de la esclavitud en el Imperio Romano se ha convirtió en trofeo de la realeza.
Jesús en la Cruz, retenido en el madero por punzantes clavos, nos recuerda que Él siempre está con nosotros. Nos recuerda que el incoado sacrificio de la Cruz se prolonga a través de la historia, que Jesús muere incruentamente en cada Misa que se celebra en el mundo desde hace dos mil años; es una prolongación sacramental del Calvario.
Esa magnitud del sacrificio reconciliador, nos muestra lo inmenso de nuestros pecados y nos enseña también que quien no se sumerge libremente en el dinamismo kenótico, es decir, de abajamiento hasta la muerte, no tendrá parte en el dinamismo ascensional, esto es, en la fuerza de la resurrección que nos lleva a los nuevos cielos y a la tierra nueva. ¡No hay cristianismo sin cruz! Y ello no se refiere a los esfuerzos y trabajos de servicio a los hermanos, que en alguna ocasión pueden ser cruces, u otras circunstancias de mortificación, sino principalmente a la muerte del hombre viejo, tarea fundamental todo hijo de la Iglesia que quiere alcanzar la vida plena en Jesús.
Y morir duele; morir asusta; no sólo la muerte con la cual se termina el peregrinar en esta vida; sino todas las muertes, todas las renuncias, de aquello que que no nos deja crecer en Dios. Cabe precisar que no todo lo que gusta es cómodo, y lo que da placer es malo, pero no pocas cosas sí que lo son. A estas últimas nos referimos.
Duele también el morir a la ley de la mezquindad para vivir en la magnanimidad. Es decir duele morir al cristianismo de mínimos, al cristianismo de legalidades: “hasta aquí está permitido”: lo puedo hacer. Un milímetro más allá, ya no... Es la ley de los que andan “al filo de la navaja”, buscando rehuir la entrega y aspirando a ver cuanto pueden salirse con la suya sin caer definitivamente.
La Cruz con el Crucificado nos recuerda la magnitud de su amor y el horizonte de nuestra respuesta. La Cruz sola nos recuerda el camino. San Agustín decía con bello simbolismo que en un mar tempestuoso, como muchas veces es nuestra propia vida, sólo aferrándonos al madero podremos alcanzar la plenitud en Cristo. Hay que  aprender a llevar la cruz, no como una imposición o un signo de tortura, sino como señal de reconciliación.
             Cuando los cristianos celebramos la exaltación de la Cruz de Jesús no ensalzamos el sufrimiento, ni la muerte, sino el amor y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el final.
Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor infinito de Dios hacia nosotros. En todos los tiempos y circunstancias, el  hombre tiene sed de este amor auténtico y lo busca aunque sea por caminos equivocados. Hoy, más que nunca, necesitamos  del consuelo y la fuerza de Aquel que nos ha amado hasta el extremo. Ante este Amor de Dios que se nos revela en la cruz de Jesús podemos dejar hoy también nuestros miedos y nuestras debilidades y abrirnos confiadamente a su amor misericordioso. El es la alegría que nada ni nadie puede quitarnos.

Sentido de la Cruz en la vida del monje
En la vida de San Benito nuestro fundador y legislador se narra la especial devoción que el santo tenía hacia la Cruz del Señor, como signo de nuestra salvación. En uno de los milagros narrados por su biógrafo San Gregorio, dice como un vaso que contenía veneno se quiebra cuando San Benito hace la señal de la cruz sobre él. En otra ocasión, uno de sus discípulos fue perturbado por el maligno, y el santo le manda hacer la señal de la cruz sobre su corazón para verse librado. En su Regla, el Santo Abad indica que, cuando un monje iletrado presenta su carta de profesión monástica ante el altar, debe usar como firma una cruz.

Investigaciones históricas sobre el origen de la Cruz-Medalla de San Benito han determinado que su difusión comenzó hacia el año 1647. En esa época, durante el proceso judicial seguido a unas hechiceras, éstas declararon que no habían podido dañar a la cercana Abadía de Metten, porque estaba protegida por el signo de la Santa Cruz. En dicho monasterio se hallaron pinturas con representaciones de la Cruz junto con las iníciales que acompañan hoy a la Medalla. En el año 1742 el Papa Benedicto XIV decidió aprobar el uso de la Cruz-Medalla de San Benito, y mandó que la oración usada para bendecirla se incorporase al Ritual Romano.
Estos y otros muchos ejemplos invitan a sus seguidores a considerar la Cruz como una señal bienhechora que simboliza la pasión salvadora de Cristo, por la cual fue vencido el poder del mal y de la muerte.  La victoria sobre el demonio se atribuye a la cruz de Jesucristo, que es luz y guía para el fiel, y que se opone al veneno y a la maldad del tentador.
Así se entiende y se trata de vivir a lo largo de la historia, y se refleja muy bien en c. IV de las constituciones de la Congregación de Castilla:
 La vida monástica sólo puede darse bajo el signo de la Cruz. Cristo nos llama cada día, al igual que sus discípulos, a cargar con la cruz.
 Hemos sido llamadas a compartir la cruz de Cristo por medio de la renuncia interior y de la íntima separación del espíritu de este mundo, lo que consiste para nosotras muy frecuentemente en lo siguiente[2]
             M. María Evangelista Fundadora de este monasterio, tuvo este ideal muy claro desde los primeros años de su vida monástica y así le dejó escrito:

Comenta su biógrafo Pedro de Sarabia: "Así es cómo, desde los primeros años de su vida, comenzó a llevar la cruz silenciosamente. Este sería siempre su camino:
Entonces díjome el Señor: Mi camino es camino de Cruz, no hay otro mejor. Por eso Yo lo escogí para mí y este es el tuyo… Esa es mi obra en ti, es tu senda y por ella has de caminar, porque el amor de trabajos y cruces no lleva mezcla de naturaleza.
La Cruz sería también su descanso:
“La Cruz quiero Yo que sea tu lecho y tu nido, ella es la que mi Hijo trajo siempre en su corazón, que es otro nido donde has de descansar”
Jesucristo hizo  la Cruz  instrumento la salud del alma y del cuerpo, muriendo en ella destruyo el  pecado, y la  convirtió en el  árbol de la vida eterna.
Desde entonces, el camino de la salvación pasa por la Cruz, y cobra sentido algo que podría parecernos tan falto de el, como lo es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso... los sacrificios voluntarios. Por eso se convierte en descanso  y alegría de todo el que se asocia a Jesucristo en ella. El amor a la Cruz nos lleva a descubrir a Jesús, que nos sale al encuentro y toma la parte más pesada de ella y la carga sobre sus hombros.

                                                                                                          LMJP
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[1] Hallazgo de la Santa Cruz Según refieren numerosos historiadores, Con 77 años de edad, la Emperatriz Elena marchó a Tierra Santa en busca de la Santa Cruz. después de efectuar profundas excavaciones en el Monte Calvario, fueron encontradas tres cruces, sin ninguna duda, la Cruz de Cristo y la de los dos ladrones que murieron con él. Pero como no se sabía a ciencia cierta cual de las tres era la de Jesús, llevaron a una mujer agonizante a la que pusieron en contacto con la primera. La enferma empeoró considerablemente, lo mismo al tocar la segunda, pero al hacerlo con la tercera, recuperó instantáneamente la salud. Según cuenta la tradición, al ocurrir el prodigio, Elena y sus damas de compañía cayeron de rodillas y agradecieron al Cielo el hallazgo. Santa Elena, junto al obispo Macario de Jerusalén y centenares de devotos, llevaron la Cruz en procesión por las calles y al hacerlo, se cruzaron en el camino con una viuda que llevaba a enterrar a su hijo. Le acercaron la santa reliquia y éste resucitó. Aquellos hechos asombraron a Oriente y las conversiones se sucedieron de a miles. Ordenó la Emperatriz dividir la cruz en tres partes: una quedó en Jerusalén, en poder del obispo Macario, para la Iglesia en Tierra Santa; la segunda fue enviada a Bizancio  y la tercera a Roma, para ser depositada en la Basílica que tiempo después se llamó de la Santa Cruz de Jerusalén.
[2] C. IV, 30-31 de las constituciones de la Congregación de Castilla

Otros enlaces que informan sobre el tema  
de la Exaltación de la Santa Cruz    


19 de agosto de 2011

SAN BERNARDO


¿Quién fue San Bernardo de Claraval?

Memoria de san Bernardo, abad y doctor de la Iglesia, el cual, habiendo ingresado con treinta compañeros en el nuevo monasterio del Cister, fue después fundador y primer abad del monasterio de Clairvaux (Claraval), dirigiendo sabiamente a los monjes por el camino de la santidad, con su vida, su doctrina y su ejemplo. Recorrió una y otra vez Europa para restablecer la paz y la unidad e iluminó a la Iglesia con sus escritos y sabios consejos.

            No fue el fundador de la Orden Cisterciense pero sí el gran impulsor y propagador de la misma, y el hombre más importante del siglo XII en Europa. Cuando tenía 15 años ya estaba maduro para ser enviado ir al frente del grupo de monjes fundador del Monasterio Cisterciense del Claraval del cual ya durante su vida salieron muchas fundaciones de otros monasterios por toda Europa y el primero cisterciense en España.
            Nació en Borgoña (Francia) en el año 1.090, en el Castillo Fontaines-les-Dijon. Sus padres eran los señores del Castillo y fue educado junto a sus siete hermanos como correspondía a la nobleza, recibiendo una excelente formación en latín, literatura y religión. Cronológicamente, es último de los Padres de la Iglesia, pero uno de los que más impacto ha tenido en ella.

            Bernardo tenía un extraordinario carisma de atraer a todos para Cristo. Amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre, incluso muy apuesto, pues sabemos que su hermana Humbelina le llamaba cariñosamente con el apelativo de "ojos grandes". Durante algún tiempo se enfrió en su fervor y empezó a inclinarse hacia lo mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus placeres.

 Una  visión cambió su trayectoria

Una noche de Navidad, mientras celebraban las ceremonias religiosas en la iglesia, se quedó dormido y le pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Santa Madre le ofrecía a su Hijo para que lo amara y lo hiciera amar mucho por los demás. Desde este día ya no pensó sino en consagrarse al servicio de Dios y al apostolado. Bernardo era de decisiones muy firmes y capaz de convencer cuando se proponía algo. Conoció el Monasterio recién fundado de  Cister, y pidió ser admitido. El superior, San Esteban Harding lo aceptó con gran gozo.

Toda su familia ganada para Cristo

         Bernardo volvió a su casa a contar la noticia a su familia y amigos.  Todos se opusieron en principio, ya que los monjes tenían fama de una austeridad extrema. Los amigos querían disuadirle diciéndole que eso era sepultarse vivo, y tantos otros argumentos que podemos imaginar. Pero Bernardo les habló tan maravillosamente de las ventajas y cualidades que tiene la vida monástica, que logró convencer y llevarse al monasterio a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y 30 compañeros más de la Nobleza del Ducado de Borgoña que dejaron todo para unirse a Cristo en el Monasterio. No mucho más tarde su Padre

 Antes de entrar al monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban ser monjes para prepararlos durante varias semanas, entrenándolos acerca del modo de cómo debían comportarse, para ser unos monjes. Es así que en el año 1112, a la edad de 22 años, entra en el monasterio de Cister

            Se cuenta que cuando Bernardo llamó a Nirvardo, el hermano pequeño de la familia, para anunciarle que se iban, le dijo señalando el castillo y las grandes posesiones de la familia, “Todo esto será para ti sólo, ya que todos los demás nos vamos al Monasterio de Cister a ganar el Cielo”  el chico le respondió:  "¡Ajá! ¡Con que vosotros os vais  a ganar el cielo, y a mí me dejáis aquí  la tierra¡ Esto no lo puedo aceptar". Montó en su caballo y sin esperar más razonamientos, marchó a la Abadía a pedirle al Padre Abad Esteban su ingreso.  Un tiempo después, porque solo contaba quince años, también se hizo monje del Cister. Por si esto era poco también su hermana Humbelina Ingresaría en un monasterio de benedictinas con el consentimiento de su marido que era sobrino del Duque de Borgoña.     

             En la historia de la Iglesia es difícil encontrar otro hombre que haya sido dotado por Dios de un poder de atracción tan grande para llevar gentes a la vida religiosa, como el que recibió Bernardo. Las muchachas tenían terror de que su novio hablara con el santo. En las universidades, en los pueblos, en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las excelencias y ventajas espirituales de la vida en un monasterio, se iban en numerosos grupos a que él los instruyera y los formara como religiosos. Durante su vida fundó más de 300 monasterios para hombres, e hizo llegar a gran santidad a muchos de sus discípulos. Lo llamaban "el cazador de almas y vocaciones". El atractivo espiritual de San Bernardo perdura a través de la historia y siguen surgiendo vocaciones a la vida monástica cisterciense en todo el mundo atraídos por su mismo carisma, su ejemplo y doctrina, tanto femeninas como masculinas.    


Hna. Mjp

14 de agosto de 2011

Asunción de María al Cielo -Patrona del Cister-


"Y apareció en el cielo una mujer vestida de sol,
con la luna bajo sus pies y 12 estrellas a su alrededor.
Más impresionante que un ejército en orden de batalla".
(Apocalipsis, 12).

Asunción de María al Cielo: 15 de Agosto

No hay duda  en que a los cristianos contemporáneos les  quedaría un recuerdo imborrable  del aquél portentoso acontecimiento de la Dormición de la Madre de Jesús el Resucitado, por lo que  se comprende que desde sus orígenes los cristianos celebrarían la fiesta Asunción de María de alguna forma, aunque sólo fuera en la intimidad de la comunidad. Mas, oficialmente en la tradición, esta  fiesta remonta al siglo VI. Monseñor Miguel Dubost -obispo francés- en su libro MARÍA[1] dice:
La festividad de la Asunción nació en Jerusalén, pero es difícil saber en qué época. El origen de esta festividad procede quizás de de la consagración de una iglesia dedicada a María, que el obispo Juvenal hiciera en Kathisma [2].
  Sí, probablemente la celebración liturgica de la  fiesta de la Asunción de María, tiene e como origen la consagración de otra iglesia en Getsemaní, al lado de Jerusalén, en el siglo VI. Sea como  sea, la festividad fue extendida por todo el imperio a iniciativas del Emperador Mauricio[3], bajo el nombre de Dormición de la Virgen María. Ha sido siempre celebrada el 15 de agosto.
 El año litúrgico de los Orientales que comienza el 1 de septiembre, se abre verdaderamente con la Natividad de la Virgen y se cierra con su entrada en la gloria el 15 de agosto”. Pero será solamente a mediados del siglo XX que la Asunción de la Virgen María será proclamada como “dogma de la Iglesia” por el papa Pío XII. Este Papa, cediendo a su personal y filial devoción, y respondiendo también al unánime deseo de toda la cristiandad, que  el 1 de noviembre de 1950 define el Dogma de fe cristiana  la Asunción de María a los cielos en su cuerpo y alma, para gloria de tan excelsa Señora y esperanza de sus hijos militantes en la tierra. El Vaticano II lo afirma y confirma
La Virgen inmaculada, preservada por Dios de toda huella del pecado original, habiendo concluido el tiempo de su vida terrestre, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del Cielo, y exaltada por el Señor como Reina del Universo, para que fuese así enteramente conforme a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte”[4].
María Asunta a los cielos es la gloriosa Mujer del Apocalipsis; es la Hija del Rey, ricamente engalanada; es la triunfadora del Dragón infernal; la nueva Judit; la niña preferida de Dios, que le rinde por tantas gracias un Magnificat de gratitud. Y al ascender la Madre, provoca a volar a sus hijos de la tierra, que le piden resucitar con Cristo y compartir luego con la Madre su gloria en el Cielo

Los tres Fundadores de la Orden
 Cisterciense


Maria asunta al Cielo Patrona del la Orden cis terciense
La Orden del Cister se halla marcada desde sus orígenes, con el sello de la devoción a la Stma. Virgen, porque  esta devoción se revela ya en sus fundadores y en la del hijo más preclaro que ha tenido que es S. Bernardo de Clarabal.

Los biógrafos de S. Roberto -primer fundador- dicen que éste, desde su juventud se consagró a la Virgen y la servia con especial devoción. Cuando fundó el Monasterio de Molesmes lo hizo en honor a Santa María  y cuando más tarde hubo de erigir el Nuevo Monasterio en Cister repitió el mismo gesto de consagración a la Madre de Dios.
San Alberico –Segundo fundador-  Según reza una tradición, -que al menos es símbolo de pureza y del amor que éste santo tenía a la Virgen- mereció recibir de las manos de María la Cogulla blanca[5].  De aquí el apelativo con que suele denominarse a los cistercienses: los monjes blancos. Dirá más tarde, Abad Adán persigne, que  se denominan blancos, no tanto por sus blancos hábitos cuanto porque son servidores espirituales del candor virginal de María Santísima.
Los monjes y monjas del Cister protegidos por
el manto de la Virgen

San Esteban Harding –tercer fundador- sucesor de San Albarico y formador en la vida monástica del gran San Bernardo, fue otro privilegiado de la Virgen María. Ambos coincidieron en un mismo amor a la Madre del Cielo y ejercerían una influencia decisiva para la orientación mariana de la Orden. Esteban puso la incipiente fundación bajo su patronazgo.

Esta devoción de los Fundadores de Cister cristalizó en una definición del Capítulo General de 1119 que ordena que sean construidos todos los cenobios en honor a la Reina de Cielos y Tierra en la advocación de la Asunción de la Sma. Virgen a los Cielos[6].

            (Continuará este tema)



[1] Ed. Mame, París, 2002
[2] supuesta etapa de la Virgen, entre Nazaret y Belén
[3] Años 582 – 602
[4] LG, 59
[5] Hábito de visten  los monjes solo cuando rezan en las horas litúrgicas.
[6] HENRÍQUEZ, Menologuium Cistercense, Louvain, 1933.p.17