13 de diciembre de 2014

DOMINGO III DE ADVIENTO


      “¿Tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”. La curiosidad es una realidad constante en la vida de los humanos y cuando encontramos a  alguien que se aparta de lo normal, surge la pregunta: ¿Tú quién eres? Y esto sucedió cuando Juan el Bautista, el hijo de Zacarías y de Isabel, apareció predicando en el desierto, vestido pobremente, invitando a la conversión y a recibir un bautismo de agua como signo de purificación, para disponerse a acoger al enviado de Dios, que estaba por llegar para salvar a los hombres. Aunque el mismo Jesús dijo que Juan era el más grande de los nacidos de mujer, es lícito preguntarse qué puede ofrecernos, en este siglo XXI, aquel profeta extraño y desconcertante, que la liturgia de la Iglesia propone a nuestra consideración cada año durante las semanas de preparación a la Navidad del Señor.

El fragmento del evangelio de san Juan que hoy se proclama muestra que la predicación de Juan y el bautismo que administraba produjeran inquietud entre los responsables religiosos de Israel. Existía una esperanza que mantenia viva la actitud espiritual del pueblo y esto explica la embajada de sacerdotes y levitas de que nos habla el evangelio de hoy. Aquellos enviados quieren indagar sobre el cómo y el porqué de la actividad de aquel inesperado profeta, por lo que podía significar en sus vidas. ¿Tú quién eres? ¿Qué dices de ti mismo? En el fondo estas preguntas encubren el deseo de obtener de Juan una confesión sobre su misión, sobre si era o no el enviado esperado. 

La respuesta del Bautista debió ser para ellos una desilusión, porque sus palabras dejan claras muy pocas cosas: que era consciente de no ser el Mesías, ni Elías ni un profeta, pero que al mismo tiempo de que estaba convencido de que se le ha confiado la misión concreta de preceder a ese Mesías más o menos esperado, como heraldo, precursor, avisando e invitando a disponerse debidamente. Y utilizando unas palabras del libro de Isaías, proclama: “Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”. 

Desde esta perspectiva, el mensaje del Bautista es válido aún para nuestra época. Como en todos los momentos en que la fe pierde su vigor, crece en el pueblo el hambre por lo nuevo, lo extraordinario. Y Juan advierte que hay una sola cosa válida: la Palabra de Dios que está en la Escritura. En ella y solo en ella hemos de cimentarnos tanto para vivir el dia concreto como para proyectar el mañana que se acerca. Si queremos preparar el día del Señor, su llegada, hemos de escuchar humildes y abrazar con generosidad lo que Dios ha comunicado a través de la historia y está consignado en las Escrituras. Ojalá sepamos ser auténticos precursores de Dios creyendo, viviendo, anunciado esta Palabra que se nos ha confiado.

Pero también es válida para nosotros la segunda indicación de Juan a los enviados de Jerusalén: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. Dios se ha hecho hombre en Jesús, el Cristo, y está en medio nuestro con su mensaje, con sus sacramentos, con su gracia, pero estamos lejos de haberle conocido. Más aún, él ha dicho y repetido que lo que hacemos a uno de nuestros hermanos, por pequeño y miserable que sea, lo retendrá como hecho a sí mismo. Una mirada al mundo de la tecnología y del bienestar en el cual nos movemos y junto al cual millares sufren hambre, sed y toda clase de necesidades, muestra la verdad de la palabra de Juan: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. La humanidad, y sobre todo los creyentes en Jesús hemos de hacer un esfuerzo sincero y decidido para descubrirle a Él, a su evangelio de justicia, paz y libertad, para creer en él, para vivirlo, predicarlo, y extenderlo entre los hombres, incluso hasta dar la vida como nos enseñó el Bautista.

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